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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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domingo, mayo 31, 2020

La zarza


Hace mucho que cambié mi forma de pensar sobre ciertas personas a las que consideraba poco menos que tontas. Tenía muy mala opinión de ciertos futbolistas – grandes estrellas en lo suyo – que reconocían no leer, por ejemplo. Más tarde descubrí la teoría de las inteligencias múltiples de H. Gardner. Venía a decir que la inteligencia no es como siempre la hemos considerado sino que se puede desarrollar en múltiples áreas. Así, el estudioso daba hasta doce tipos de inteligencia: Lingúñistico-Verbal, Lógico-Matemática, Visual- Espacial, Musical, Corporal-Kinestésica, Interpersonal, Intrapersonal, Naturalista, Emocional, Existencial, Creativa y Colaborativa. También me ayudó mucho leer al filósofo Juan Antonio Marina (“Anatomía del miedo”).

Al hilo de todo ello recuerdo un artículo leído en un periódico en que se criticaba que le vocación estuviera tan ausente en nuestra sociedad, tan poco valorada. No recuerdo ni el periódico ni el autor pero venía a decir que la formación se realizaba más, en nuestra sociedad, interpretando los deseos de otros (familiares) o del “vivir de ello”, que del deseo propio; de la vocación. Hablaba de médicos que en realidad hubieran querido ser músicos, de contables con alma de poetas, de abogados con deseo de ser pintores. Estaba bien escrito y movía a reflexionar. Sobre el rígido sistema escolar, sobre el qué dirán, sobre el dinero y la felicidad...

Aquellas reflexiones me han recordado un cuento escuchado hace poco a Jorge Bucay. Poco más o menos lo recuerdo como sigue.

Era una vez un jardín un tanto lúgubre. Había árboles y plantas pero todo estaba mustio y sin brillo. Un niño se acerco y consiguió hablar con algunos árboles y plantas. El pino le dijo que quería ser fuerte como el roble. El roble quería ser alto como el chopo. El chopo quería ser oloroso como el pino. Todos querían algo que tenían los demás. Nadie parecía conforme con cómo era.

Así hasta que el niño se cruzó con una simple zarzamora que le confesó estar muy contenta con como era. Al salir el sol de primavera empezaba a dar ciertos frutos que tras el verano se podían recoger y comer, por lo que la planta se rodeaba de niños. Los pequeños llenaban de alegría el zarzal y todo cuanto estaba a su alrededor. Pero los niños no destrozaban la zarza para coger las moras, porque la planta estaba convenientemente dotada de espinas. Eso hacía que los niños procedieran con cautela luchando con su natural proceder alocado y bullicioso.

El niño preguntó a la zarza si no quería ser fuerte como el roble, alta como el chopo, olorosa como el pino… La planta interpelada se extrañó mucho de la pregunta y reconoció no haber pensado nunca en ello. Entonces el niño le preguntó a la planta por su secreto. Ésta, todavía extrañada, confesó que, seguramente, se debía a que al ser plantada por el jardinero éste le traspasó su deseo de ser una hermosa zarza y nada más. En el momento de plantar sus semillas, el jardinero quería un a tupida y frondosa zarza y no un oloroso pino, ni un fuerte roble, ni un alto chopo. Ese debía ser su secreto.

A veces digo: “si no tienes lo que quieres, al menos quiere lo que tienes”.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, mayo 31, 2020
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viernes, mayo 29, 2020

Fotografía


No hace tanto desarrollé mi faceta como fotógrafo profesional. Me proporcionó muchas experiencias. No era ningún experto, pero me defendía y, sobre todo, me proporcionaba ingresos extra que no sabía de que otro lugar sacar.

Me formé hace tiempo como periodista (Licenciado en Ciencias de la Información) y acabé, trabajando para MERCADO (entre otros), un periódico del grupo de SEGUNDAMANO con cabeceras para los principales municipios de la Comunidad de Madrid. Yo llevaba Getafe y, además, otro periódico en que se integraban Arganda, Rivas y varias pequeñas localidades del este (Velilla y Mejorada).

Un día pedí un fotógrafo en mi empresa y me dijeron que “estaban cortos”, por tener a la mayoría de baja. Entonces me animé y expliqué que yo también era fotógrafo (no podía dejar escapar la ocasión). Ya había trabajado alguna vez proveyendo mis propias informaciones de alguna imagen en periódicos locales de mi pueblo. Accedieron.

Lo cierto es que me gustaba mucho la fotografía pero nunca había cursado estudios oficiales en este campo; era autodidacta. Sí lo hice después con mi compañera Cristina en la Universidad Popular de Torrrejón de Ardoz donde encontramos a toda una eminencia como OsvaldoCipriani. Gran etapa. 

Mi oficio me llevó a invertir algún dinero en equipo y a ir recogiendo experiencias que luego han sido grandes recuerdos.

Mi afición nació cuando mi padre me trajo de Canarias una Olympus Pen, que tenía la particularidad de hacer de un fotograma dos, todo un ahorro. Era cuando se usaban carretes (de 12, de 24 o de 36). La camarita los convertía en 24, 48 o 72 fotografías (doblaba los carretes) y tenía buena óptica, por lo que lograba buenas imágenes.

Pasado el tiempo me hice con una réflex de segunda-mano, digital, que compré a mi amigo José Andrés Merino. Con ella hice grandes fotos (creo) como soporte a mi trabajo de gacetillero en varias cabeceras locales. También colaboré para el Ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, localidad en la que llegué a organizar una exposición fotográfica, cuando era todo un personaje. La compré sobre todo por necesidad. Aún recuerdo estar intentando hacer fotos a algún jugador de fútbol, en el Coliseum Alfonso Pérez. Me emocionaba y todo viendo a dos futbolistas, luchando por el balón, dirigiéndose hacia mí. Afirmaba mi cámara digital malucha; apuntaba, calculaba… y oía la ráfaga de la cámara profesional de algún compañero junto a mí. Luego, los dos deportistas que litigaban por el balón se salían de mi campo visual, sin yo haber accionado siquiera el obturador. No había hecho ninguna foto. Me quedaba frustrado y envidioso viendo que mis compañeros mejor dotados (tenían mejores máquinas) no necesitaban que los jugadores estuvieran tan cerca. Sin yo haber disparado siquiera mi camarita, los compañeros de otros medios ya tenían infinidad de fotos.

Cuando llevé mi cámara de segunda-mano ya era otra cosa. Le adapté un buen “zoom” de una vieja Nikon analógica y empecé a conseguir fotos de cierto mérito. Luego, algún hábil manejo del programa Photosop, hacía el resto.

Precisamente, aprendí mucho de Photoshop en una emisora de radio familiar, que además publicaba un periódico en Torrejón de Ardoz. Mi jefe era un “self-made man” (hombre hecho a sí mismo) y tenía gran presencia. Yo le creía, al principio, todo un experto. En la fase final ya no tanto. Acabamos mal. No era de extrañar; yo le ofrecí partirle las piernas. El caso es que con aquel buen hombre, con quien tan mal me llevaba, era difícil acertar, en cuanto a fotografía se refiere. Yo cubría a dos equipos locales de fútbol-sala. Nunca le satisfacían mis fotos. Casi siempre las censuraba por estar movidas y eso que el pabellón tenía poquísima luz y él no me proveía de adelanto técnico alguno. No obstante, yo intentaba mejorar. Recurría a todo tipo de triquiñuelas hasta que un día clavé una foto y se la mostré orgulloso. Su respuesta volvió a sorprenderme. Según él aquella foto no podía publicarse. Se veía claramente el fondo. La grada estaba casi despoblada.

Así es que aprendí a recortar el balón y pegarle donde no estaba para que la imagen ganase dramatismo y realismo; para que la foto valiese. Aprendí a recortar y poner público en el fondo de la imagen. Aprendí a tapar la propaganda de la competencia...

De aquella etapa saqué grandes recuerdos. Por las noches llegué a llevarme a la oficina a mi compañera Cristina y a nuestros hijos – Yaiza, María y Raul - (les ponía música en la emisora para que se entretuvieran), para cerrar otros periódicos en los que también trabajaba. Cristina me ayudaba a picar texto. Yo, por entonces, llegaba a trabajar diez horas diarias siete días a la semana; a cambio teníamos más gastos y creíamos vivir mejor.

También trabajé para proveer de fotos al Ayuntamiento (de Torrejón de Ardoz). En uno de los actos que cubría, para dicha institución, tuve una idea genial. Se trataba de una ofrenda floral en la plaza mayor y todo estaba abarrotado. Se ponía difícil hasta sacar fotos. Además la acción sucedía a más altura del ángulo de enfoque. No me gustaba nada la situación. Eché un vistazo a la situación y descubrí, semi-tapada, una fuente un poco más distante el lugar. Trepé con agilidad y me coloqué a la misma altura de lo que quería fotografiar. Estaba un poco más distante pero se podía cubrir con la lente que llevaba. Salieron unas fotos estupendas. Desde entonces el lugar que yo descubrí era de los más cotizados entre los fotógrafos que cubrían el acto.

Como era plumilla y fotógrafo conseguía, en muchas ocasiones, dos pases para ciertos partidos y actos (conciertos, obras de teatro, pases de prensa de películas…) En una de esas ocasiones se celebraba el partido de vuelta de la Copa del Rey que enfrentaba al Getafe con el FC Barcelona. Los catalanes habían ganado a los madrileños, en el primer encuentro, por 5 – 2. Nada hacía presagiar lo que sucedió… pero sucedió. Yo conseguí acreditar a María, la hija de Cristina. Le di indicaciones para que no llamara la atención, una vez dentro. Asistió a la gesta del Getafe que logró eliminar al todo poderoso equipo catalán.

Todavía recuerdo el patadón que le metió Contra (defensa del Getafe) a Ronaldinho en su primera incursión al área rival. Se oyó en todo el estadio. El astro blaugrana no volvió a atacar, por donde estaba el argentino, en todo el partido. Luego llegaron los goles como si se hubiera escrito un guion. Que el Getafe necesitaba cuatro goles y mantener a cero su portería… ¡pues 4 a 0!

Al acabar la contienda fui a ver a María. Le dije “¡vaya remontada histórica a la que has asistido!” La muchacha, con gesto decepcionado, me contestó “ya… pero soy simpatizante del Barcelona”.

De todas estas anécdotas y otras muchas que se quedan en el tintero (de momento) saqué una conclusión que luego he visto reflejada en una frase del célebre fotógrafo Ansel Adams:

El componente más importante de una cámara está detrás de ella”.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 29, 2020
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martes, mayo 26, 2020

La bicicleta


Yo tenía una bicicleta. La usaba de vez en cuando para hacer deporte; me encantaba. Era económica aunque yo me creía haber comprado una bici genial. La adquirí en una fábrica con venta al público de mi pueblo. OTEC creo que era la marca.

Un buen día, un viejo amigo, Mario Guillardín, me dijo que estaba preparando el Camino de Santiago en bici, desde Madrid. Que me animara a acompañarle.

A mi me pareció que era poca bicicleta, la que tenía, para aventura de tal envergadura. Así es que hablé con la tienda de debajo de mi casa y expliqué el tema. Cogí unos ahorrillos que tenía y adquirí la BH que me recomendaba Martín; era mucho mejor. Creo que me costó casi cien pavos; para mí toda una fortuna.
No voy a narrar ahora el viaje, porque ya lo hice y gané el segundo premio del Concurso “Texto Vivo”, que en 2004 convocó el Ayuntamiento de Parla. 


Me refiero ahora a esa fabulosa máquina que tan feliz me hizo y su curiosa historia.

Al volver de Galicia pasé a usar casi a diario la bicicleta (la BH). Tuve un accidente y me quedé sin coche. Así es que para ir a Parla, a impartir mis clases de yudo, usaba la BH. Pedaleaba hasta la estación de Cercanías, la subía al tren y me desplazaba en él. (También, de esa etapa, escribí 50 días 100 viajes que se puede leer PICANDO AQUÍ 

Me tiré así un par de años hasta que dejé de usarla por estar extenuado. Más tarde supe que había pasado una mononucleosis en aquella etapa; por eso llegaba tan cansado a casa. Casi no podía ni con la bici.

Un día pasé a ver a un gran amigo, en Parla y dejé la bicicleta atada a una puerta. No me gustaba dejarla en la calle pero, a veces, no había más remedio. Para ello me había provisto de una cadena y un candado, que me parecían suficientes. Pero aquel día algo no me gustaba y cometí un grave error. Desaté la bicicleta de la fachada en que la había dejado a la vista de todos y la até en un lugar mucho menos concurrido; casi escondida. Tan oculto estaba el lugar que los cacos actuaron a su antojo. Ese fue mi errar.

Cuando acudí al lugar, escogido, no quedaba ni rastro de la BH. Daba igual que el sillín estuviera medio roto, que los pedales (automáticos) los necesitaba cambiar, que ya tuviese un pico de kilómetros (como podía verse en el cuentakilómetros que se encontraba en el manillar). Se la llevaron igualmente dejándome con un palmo de narices, que se suele decir.

Me quedé muy triste y lo comenté con mis amigos y familiares.

Pasaron muy pocos días de aquello y recibí una llamada de mi hermana Thais que me llenó de sorpresa. Se había acercado a un establecimiento de compra-venta para curiosear algo que buscaba. En la puerta del comercio se encontró con un muchacho con una bicicleta. La iba a vender porque no la usaba. Le había costado unos 300 euros y ahora le ofrecían,por ella, 50€. Mi hermana sacó lo que llevaba que eran 45€, se los ofreció y el chico aceptó con tal de no vendérsela “a esos gitanos”. Le regaló una camiseta de fútbol que llevaba por casualidad en el coche, por ser tan enrollado y compensar que no llevaba más dinero para igualar la oferta del establecimiento de compra-venta.

Mi hermana me ofreció regalarme la bici.

Hubo un tiempo en que dudé: “¿a ver que bicicleta me ha comprado?”. Pero también me desconcertaba que el muchacho dijera que le había costado tanto. En todo caso estaba muy contento y expectante.

Mi hermana se llevó la bici (antes de dármela) y la dejó en una tienda junto a su casa para que le cambiaran las zapatas de los frenos; cosa que necesitaba. Me llamó explicándome todo y que fuera yo a recogerla.

Así lo hice. Llegué a la tienda y, como habíamos quedado, me identifiqué como el hermano de Thais. El muchacho que me atendió entendió todo y desapareció por un almacén. Al rato salió de él haciendo rodar una bicicleta a su lado y diciendo “aquí la tienes”. Yo abrí los ojos como platos exclamando “es la mía; es la mía”. Evidentemente no lo era, pero era el mismo modelo y el mismo color. Eso sí: tenía algunas mejoras. Aparte de la zapatas recién puestas, sólo el cuentakilómetros (en el que figuraban poquísimos kilómetros) ya costaba casi lo que había pagado mi hermana por la bicicleta. Además, los pedales eran los que yo quería (no eran automáticos) y el sillín era de los buenos y estaba como nuevo. Es como si la hubiera mandado a arreglar y me la hubieran devuelto tras unos pocos días.

Me fui encantado con mi “nueva-vieja” bicicleta. La volví a usar casi a diario y me hizo mucho reflexionar esta extraña historia. Si uno está de buena onda, parece que si una puerta se cierra por algún otro lugar se abre otra.


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editado por...Wladi Martín @ martes, mayo 26, 2020
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jueves, mayo 21, 2020

Sadum


Recuerdo que iba una vez, como tantas otras, en El Metro. Estaba sentado – cosa rara – y leía un libro. Era Un mundo feliz de Aldous Huxley, que me tenía maravillado. Otro viajero que iba sentado cerca se dirigió a mi. Me recomendó Contrapunto del mismo autor. Al principio no le hice mucho caso a aquel caballero, pero acabé leyendo el título recomendado, como casi toda la obra del autor británico. También me encantó y me extrañó tener un compañero de viaje instruido e interesante, precisamente en El Metro. Me recordó que el director de un colegio al que fui solía contar que estuvo en el extranjero y que intercambiaba libros con el barrendero de su calle.

En estos momentos se lee menos que en otros, pero se sigue leyendo, a pesar de los peores augurios. Lo que si es verdad es que se puede leer en la tablet, en el teléfono móvil, en el ordenador… se puede escuchar un audio-libro. Ya no es sólo llevar encima una colección de hojas con tapas más duras; lo que llamamos libro. Sigue habiendo premios fantásticos de literatura; hay Nobel de Literatura, hay Planeta… También hay feria del libro, el cine ayuda mucho, algunos pocos programas en radio y televisión sobre literatura… las desconocidas bibliotecas… Hay muchas cosas, incluso por poco dinero se puede tener un libro propio acudiendo a ciertas editoriales de Internet (Bubok, Lula. Amazon…). Hasta yo, que no me considero ningún hacha, tengo varios libros publicados.

O sea que lo que sí ha cambiado es la forma de leer. El libro digital ha pasado de no existir a desplazar al libro clásico. Ya mismo he leído algunos libros digitales que son más baratos y llevas en el teléfono móvil, en algunos casos.

Desde pequeño recuerdo leer tebeos y recuerdo una serie de adaptaciones de grandes obras literarias en las que descubrí a Strogoff, Salgari. Juio Verne… Me fascinaron las adaptaciones de “Rob Roy” de W. Scott y de “El último mohicano” de F. Cooper. Muchos años después, ya talludo, leí “La isla del tesoro” de R.L. Stevenson; una joya.

Pero el primer libro que leí me lo regaló mi tía Celia, que no era una gran lectora, según creo, pero acertó con su regalo. No se el título pero era de la serie de Los Siete Secretos de Enyd Blyton. Desde entonces me hice forofo de esa colección. Los leí casi todos, pero una extraña fidelidad, me impedía leer algo de Los Cinco, otra serie parecida de la misma autora. El caso es que a corta edad empezó mi fascinación por la literatura; fascinación que hoy día sigue firme.

Hace poco pasé por una etapa tumultuosa en que era incapaz de leer siquiera una página. Poco a poco reencontré el viejo placer de la lectura aunque eso me llevó varios meses. Y, hoy, me doy cuenta del tesoro que supone; del mundo de sensaciones que se me vetaba.

He tenido la suerte de conocer (incluso entrevistar) a numerosos escritores. Todos me han parecido seres especiales. Entre ellos destacaría a Lorenzo Silva (equivoqué el lugar de cita para entrevistarle y llegué algo tarde), Ezequías Blanco (al que entrevisté un día en que jugaba el “euro” Real Madrid y nos costó encontrar un bar en que no se retransmitiese) y Almudena Grandes.

Hablemos de Almudena Grandes.

Hace ya unos cuantos años se puso en marcha un programa llamado Vacaciones en Paz de la Comunidad de Madrid. Básicamente se trataba de acoger, durante el verano, algún niño saharaui para evitar que pasasen las altas temperaturas de esta estación en el territorio cedido por Argelia (Tindouf), en muy malas condiciones. Yo me inmiscuí con mi compañera Cristina Carbonell, con lo cual acogimos a Sadum, un niño saharaui.

Una tarde había un acto de las ONG que organizaban el programa si mal no recuerdo en el Palacio de Longoria, sede de la Sociedad General de Autores. No tenía con quien dejar al chaval y como era un claro exponente del programa decidí llevarle conmigo. Suponía que habría alguno de sus amigos en el acto y que no llamaría la atención; le aleccioné para que se portara bien.

La cosa es que aparecí con Sadum y llamó la atención enseguida. Ni había tantos amiguitos suyos ni me entendió en lo de portarse bien. ¡Cómo para pasar desapercibido!

En la mesa estaban, entre otras personas, Inés Sabanés y su amiga Almudena Grandes. La primera me reconoció pues había sido profesora de educación física de mi hermana en el Vírgen de Europa, al que yo también fui unos años. Ya había coincidido con ella en algún acto y en el Polideportivo de Chamberí, alguna vez. Aes que conversamos y, al poco, le pedí que me presentase a Almudena. Inés me señaló alborozada que el compañero de Almudena (Benjamín) también fue a ese colegio, el Virgen de Europa. Me preguntó que si no me acordaba de él. No debía ir a mi curso, pero me presentó a Almudena Grandes y desde entonces es de mis autores favoritos. Me encantan sus obras y tengo varias, entre ellas, en tareas pendientes.

Todos estos recuerdos me vienen al hilo de la importancia que tiene, para mi, la Literatura y espero que la siga teniendo. Deseo a cuantos han leído esto encuentren tantas satisfacciones como he encontrado yo refugiado en las más variopintas lecturas; escondido en los más diversos libros.

El último que me estoy leyendo, precisamente en formato digital, es el Premio Planeta 2018. Se trata del “Yo, Julia” de Santiago Posteguillo. Y en él se dicen cosas como: “ el amor, hijo, es una fuerza poderosa. Capaz de terminar con muchas legiones a la vez si es necesario”.

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editado por...Wladi Martín @ jueves, mayo 21, 2020
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martes, mayo 19, 2020

El seboruco


Tengo algunos amigos cubanos. Gente magnífica que ya no vive en la caribeña isla; consiguieron salir de ella. Recuerdo que dos hermanos, Eduardo Carus y Humber Carús, se convirtieron en mi adolescencia, en los hermanos que nunca tuve. Eran primos de una de mis primeras novias, Coral Sánchez, con quien todavía mantengo algún contacto lo mismo que con ellos. Tengo un recuerdo vago de un episodio que sin embargo a ellos sí les atrapó. De hecho, hace mucho tiempo me lo recordó Humber, el mayor. Así es que lo contaré como pueda.

Un buen día, llegó una carta en la que se requería a uno de los hermanos, o a los dos – no me acuerdo -, a que hicieran en España el servicio militar; todo un bombazo. No estaba previsto y por la edad parecía que no tuvieran dicho compromiso, que ya había prescrito.

No obstante la carta parecía indicar un deber ineludible. Así es que nos dirigimos a la dependencia militar correspondiente a ver si aclarábamos aquello. A ver si podíamos hacer algo.

Creo recordar que primero nos atendió una señorita, cosa poco común en aquellos tiempos (una mujer en cosas del ejército). El caso es que nos escuchó como si fuera un pez y al acabar nuestra alocución nos dijo que no se podía hacer nada. Que quedaba bien clara la obligación de cumplir con el servicio militar. Yo tomé el mando – valga la expresión militar – y pedí hablar con alguien más cualificado. Para mi sorpresa se me invitó a esperar y la señorita, sin rechistar, desapareció para buscar a alguien. En seguida volvió con un imponente capitán. Yo lo detecté enseguida pues hacía poco que había acabado de cumplir con mi servicio militar y había aprendido a distinguir las estrellas y los símbolos.

El militar explicó que no había nada que hacer. Que la carta estaba bien clara.

Yo me identifiqué. Me dirigí al militar como “mi” capitán - muy marcialmente -; y debí estar sembrado. ...Que para ellos sería un honor cumplir con su obligación, que no se negaban pero que ayudaban a su tía, viuda, que era quién les había conseguido sacar de un país comunista a mantenerse a flote, etc. Gran parte era verdad y gran parte impresionó al capitán, por mi aplomo (supongo). El caso es que al acabar mi relato el militar dudó unos segundos, tras lo cual tomó un sello lo estampó no sé dónde y nos extendió el papel. Mis amigos quedaban libres de su compromiso. Así de fácil.

Recuerdo cuando me lo contó Humber el mayor de los hermanos (a mi se me había borrado de todo recuerdo). Nunca olvidaré la palabra que empleó para referirse al capitán: seboruco. Viene en el diccionario de la RAE, así es que invito, desde aquí, a consultarlo.

Mi presencia y proverbial intervención fue crucial para mis amigos. De otra forma los acontecimientos se hubieran sucedido de muy diferente manera. De algo valió, creo yo, mi fugaz paso por la legión.

Con todos los respetos diré que al rememorar el episodio me acuerdo de la frase, del también idolatrado por mí, por esas fechas, Groucho Marx:

“La inteligencia militar es una contradicción en sus términos”.

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editado por...Wladi Martín @ martes, mayo 19, 2020
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lunes, mayo 18, 2020

Narciso y Goldmundo

A través un simple juego o desafío descubrí, por azares de la reflexión, que algo de mi carácter (por no decir todo) se debe a mi infancia. A la forma en que se desarrolló. Y no me refiero a momentos trágicos en ella, que no los ha habido (sirva de aviso a lectores morbosos) sino a ciertas particularidades. El juego o desafío al que me refiero consistía en seleccionar una serie de portadas de discos de vinilo que nos hayan influido de manera especial. Al acabar la tarea veo que hoy gran variedad, que me han influido discos de muy diferentes tipos de música, desde clásica hasta Rock duro pasando por Beatles y Paco Ibáñez. Casi nada.

De niño ya pasé por varios colegios; desde centros escolares “pijos” a colegios de barrio. Hasta un colegio en Johannesburg tuve, del que aún guardo un par de recuerdos.

A cambio, o quizás precisamente por ello, sé lo que es la fidelidad. No soy para nada un “picaflores”. Por ejemplo, en cuanto descubría a mi actual maestro en yudo siempre le seguí (y él a mí). Donde llego y me encuentro a gusto lo hago con voluntad de perpetuarme. Siguiendo con los ejemplos del mundillo del yudo, donde desembarco lo hago (hacía) con vocación de crear escuela. En un colegio de la Alameda de Osuna empecé a impartir clases con 18 años. Hoy no los tengo (tengo unos pocos más) y sigo en el colegio. Las clases las imparte mi compañera Cristina Carbonell pero sigue en el club que dirijo.

Por un lado he puesto ejemplos de formación ecléctica y variopinta y por otro de una cierta estabilidad. O sea que lo uno no está reñido con lo otro. Y es curioso porque algunos lo basan todo en lo que han hecho en su infancia (igual tiene razón). Pero yo ahora me refiero a que se puede hacer mucho, después, con lo que a uno le ha sucedido. Como venía a decir Bucay “algo habré hecho con el hijodeputa que todos llevamos dentro”.

Resulta que el haber tenido un padre autoritario justifica lo mismo al que ha salido autoritario que al que ha salido permisivo y por la misma razón. Demos una oportunidad al deseo. Tal vez lo que diferencie al autoritario del permisivo, aunque el padre de ambos venga a ser el mismo, sea precisamente eso; el deseo. Hacer las cosas con alma.

En nuestra sociedad, tan racional, está muy mal visto no medir o cuantificar las cosas, no racionalizarlas. Sobre todo en occidente. En estos días de virus, que no vemos, tenemos firmes ejemplos de ello. Se nos olvida, como se decía en El Principito, que “lo esencial es invisible a los ojos”. Y bien que nos gusta la frasecita.

De joven fui requerido por un gran amigo para sustituirle en una de sus clases que él no podía impartir por tener una tarea inexcusable. Yo acepté y a los días recibí, a cambio, un extraordinario regalo: “Narciso y Goldmundo” de Hermann Hesse. El regalo me pareció desproporcionado pero el libro comencé a leerlo enseguida; (era de uno de mis autores favoritos por entonces). El escritor alemán consigue una extraordinaria novela de conciliacíon de personajes antagónicos. Narciso y Goldmundo, siguen, cada uno, sus propios caminos, muy divergentes el uno del otro.
Pero, después de un largo tiempo, acaban confluyendo en lo esencial, hacia el final de la obra. Por muy diferentes caminos acaban ambos personajes en una sabiduría con los mismos principios. Uno quiere aprender de los libros, para el otro el mejor libro es el peregrinar (la calle). Pero ambos llegan a las mismas conclusiones sobre sus vidas; sobre la vida.

No obstante, el autor también es algo agorero. Nos deja esta frase para reflexionar: “No son siempre los deseos los que determinan el destino y la misión de un hombre, sino otra cosa, algo predeterminado”. Habrá pues que dejarse fluir.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, mayo 18, 2020
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domingo, mayo 17, 2020

El gesto de la piedra

He visto mucho teatro gracias a ciertos privilegios por ser periodista. Sobre todo en Getafe he asistido a obras de gran calidad.

Recuerdo una vez en dicha localidad que me invitaron a una obra de ElBrujo al que no conocía, hace muchos años. Creo que era sobre el Lázaro de Tormes y me quedé en el teatro casi a regañadientes; muy escéptico. Me lo pasé en grande. Todavía recuerdo con agrado aquella velada. Rafael Álvarez “El Brujo” paso a ser un auténtico ídolo para mi; yo diría que un maestro o gurú.

He asistido a docenas de sus representaciones. Hasta Mérida me desplacé para verle en un marco singular como pocos.

Ya le conocía cuando descubrí que la parte musical en sus obras se debe al maestro Javier Alejano. Es el único ser viviente que se sube al escenario cuando Rafael Álvarez actúa. Pues bien, hace muchos años, un joven Javier Alejano visitaba mi casa para recibir lecciones de violín de mis padres. Eso me unió todavía más a “El Brujo”.

En una de sus obras, el actor contaba una espléndida anécdota que intentaré narrar a mi manera.

Cuenta Rafael que de joven tuvo un breve papel de pícaro y que no acertaba con el gesto correcto. Un día paseando por la playa se tropezó con un guijarro que tenía exactamente el rictus que le parecía adecuado adoptar para su personaje. El Brujo, en escena, parodiaba aquella cara entre grandes risas de su público.

Pocos días después de aquello, parece ser que le llevaron a visitar una escuela de arte dramático. Muchos aprendices del noble oficio de actor estaban pendientes de cuanto escuchaban.

Allí, Rafael contó la anécdota de la piedra, ante la cual, un joven candidato a actor se mostró un tanto escéptico.

“¿Cómo va una piedra a enseñar un gesto?”

ElBrujo le contestó con otra pregunta: “¿cómo vas a ser actor si no sabes escuchar lo que dice una piedra?”

La anécdota me pareció genial. Seguramente Rafael se refería al oficio de actor en su más amplio término, casi cercano al de poeta. Seguramente el chaval era un maravilloso estudiante en su escuela. No obstante se abre la reflexión ante la respuesta de “ElBrujo” sobre lo que se aprende y de quién se aprende.

Hay un dicho zen que viene muy al caso: “Cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”. Lo que pasa es que el maestro no siempre lleva una túnica, ni velas de incienso , si se me permite (nada tengo contra las túnicas, ni las velas de incienso). A veces, aprendemos de extraños maestros, a veces aprendemos de un guijarro al que hemos dado una patada, casi por azar (¿existe el azar?).

Habrá que seguir pendientes de las piedras del suelo, del camino que recorremos, del cielo bajo el que caminamos, de las flores en las orillas, de los pájaros que las huelen, de los insectos que las liban. Se puede aprender tanto de tantas cosas y, por supuesto, de tantos maestros (y maestras)...


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editado por...Wladi Martín @ domingo, mayo 17, 2020
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viernes, mayo 15, 2020

Viajes al norte


Hace unos días recibí una llamada de un viejo amigo. Me hizo mucha ilusión. Nos pusimos al día y me recordó que leyó algo que había escrito, tiempo atrás, de uno de mis viajes al norte de España. Me propuso indicarle destinos a modo de relato del tipo de guía de viajes. Mi ilusión, por que me leyera, era proporcional a mi rechazo a escribir algo parecido a una guía de viajes. No obstante esa llamada ya inspiró, en su momento, mi relato titulado La playa de las catedrales, publicado en mi blog www.wladiario.blogspot.com.

Así es que me pongo de nuevo a relatar anécdotas sobre mis viajes a la costa cantábrica mencionando rincones que me han gustado especialmente, aunque ya aviso que me gusta todo el norte por su belleza y porque se come de maravilla en casi todas partes (y por poco dinero en relación a la calidad del producto que se degusta).

En una ocasión llegué a ponerme malo de tanta vianda que me ofrecieron. Recuerdo que en esa familia hacían riquísimas empandas de las cosas más insospechadas (lamprea, choco, lapas…). Esa es otra de las características que me he encontrado por esas latitudes: la generosidad de sus gentes. Aquella vez del empacho viajábamos dos parejas en coche y recorrimos la costa desde Vigo hasta Aveiro (ya en Portugal). La anécdota es que sólo yo mostré interés en parar en Oporto. Los otros tres se negaron. Muchos años tuve que esperar hasta descubrir una de las ciudades más bellas de Europa.

De aquel viaje por la costa tengo un gran recuerdo; de las vistas desde lo alto del monte de Santa Tecla, del castro, del río Miño…

He vuelto a Vigo en muchas ocasiones y recuerdo aún el caldeado día que nos encontramos en pleno mes de octubre, en una ocasión. Fuimos a la playa de Samil donde incluso nos chapuzamos y, por cierto, el agua no tenía nada de la calidez del ambiente. La comida, como siempre, espectacular.

En el norte, eso sí, llueve mucho. Cuando uno llega en plena borrasca, en verano, suele escuchar eso de “pues la semana pasada estábamos en mangas de camisa”.

Del entorno bellísimo de la Playa de las Catedrales no hago mención aquí, pues ya dediqué todo un relato a la zona. Sólo recordar que nos trataron de maravilla en O Lar de Carmiña y que me impresionó el puente de Ribadeo y sus vistas desde lo alto.

Antes, en mis múltiples viajes a Coruña, recuerdo haber comido estupendamente en Manda Truco, donde se podía degustar buen marisco a precios razonables. Luego, para hacer la digestión, la Torre de Hércules está a un paseo. Interesante.

De otro de esos viajes “apretados” a tierras el norte (1.150 Kms. en un par de días) me impresionó el paseo por lo alto de la muralla de Lugo. Fue genial y muy pintoresco.


Hubo una ocasión en que viajamos en moto, mi pareja Cristina y yo, a Gijón. Fuimos de “camping” justo al lado del mar. Desde nuestra tienda se podía acceder – estaba a pocos pasos -andando y en poco tiempo al mar. No dejó de llover en ningún momento. Tanto fue así que nos metimos en el tren para visitar Oviedo (y, de paso, secarnos un poco). Acabamos huyendo antes de lo previsto y sólo escampó al pasar las montañas ya en la provincia de León.

He visitado muchas veces Asturias y siempre me ha impresionado. Recuerdo muchos bellos rincones que visité: Lastres, Avilés - zona centro -, playa del Superman – Berbes -, Ribadesella y entorno, la ruta del Cares… Pero sin duda el pueblo más bello que recuerdo es Cudillero, donde además comí muy bien a pesar de estar todo abarrotado.

Hice la bajada del Sella en el tren abarrotado de mozos del lugar, desde la salida en Arriondas. Creo que fui el único del vagón que pagó, sobre todo a juzgar por las risotadas de mis compañeros de viaje cuando le mostré el billete al revisor que lo solicitaba. Recuerdo que sólo lo mostré yo.

En cuanto a Santander mis recuerdos son aún más lejanos. De niño viajaba con mi familia los veranos, lo mismo que a tierras vascas. Mi padre, como integrante de la Orquesta Nacional, cubría los llamados Festivales de España lo que me llevó a conocer San Sebastián, Bilbao y, sobre todo, Santander. Recuerdo con gran placer, ya madurito, una tarde que crucé en barca hasta Pedreña atravesando la bahía. También me impresionó mucho llegar en ferry desde Plymouth. Las vistas de la ciudad, simplemente espectaculares entrando desde el mar.

De Cantabria destacaría la capital (Santander), sus playas y, sobre todo, Liencres y entorno. Cuidado con la playa que mi padre tuvo que sacar a un hombre que se ahogaba, con felicitación y desaprobación del equipo de salvamento marítimo.

Un recuerdo de infancia me llega desde el entorno de la Porticada (plaza) que se acondicionaba para celebrar los conciertos de los Festivales de España. Yo andaba en alguna cafetería cercana merendando y esperando a mi padre. Alguien detectó algunas pavesas en el aire y del establecimiento salieron todos, muy nerviosos, a ver aquello. Hay que recordar que Santander sufrió lo que puede haber sido el incendio mas grave de toda España en 1941. Alguien avisó enseguida a los bomberos que acudieron con diligencia al lugar. Pude ver en los rostros de los presentes como se grava la tragedia aunque venga de años atrás, incluso sin haberla vivido, a través de terceras personas.

De Cantabria destacaría Castro Urdiales, sin duda. Ya era un zangolotino cuando pasé varios días hospedado allí en casa de amigos de mis padres.

Ya estamos en Bilbao, por seguir recorrido de este a oeste. Con ello llegamos a tierras vascas que tanto rechazo producen en algunos lugares de Madrid. Yo nunca tuve el más mínimo problema en estas bellísimas tierras. Y eso que mi acento delata mi procedencia.

Recuerdo en este sentido un par de anécdotas. Uno, hace ya tiempo, fui a parar, con mi compañera, Cristina, a alguna taberna del barrio de La Parte Vieja, considerado muy nacionalista. Una televisión daba el partido de fútbol que enfrentaba a la Real Sociedad con el Real Madrid. Los parroquianos animaban a la Real Sociedad que estaba jugando mucho mejor, pese a que el marcador reflejaba empate a cero. Quedaba poco tiempo. Yo me desplacé por la barra eligiendo pinchos y despreocupado de la televisión. Pero no pude evitar hacer un comentario en alto que los clientes escucharon. “Este es el típico partido que gana el Madrid al final y de penalti”. Y así fue. A mi se me escapó un gritito de ¡gol! que supongo no hizo ninguna gracia a los presentes. Pero nadie hizo el más mínimo comentario; ni un mal gesto.

En otra ocasión me invitó mi hermana Thais a pasar unos días en una casa que alquiló a la directora de cine Helena Tabernas en Zarauz. Fui con mi compañera y un día salimos a recorrer la zona. No se me ocurrió más que ponerme una camiseta de algún congreso nacional de “jiu-jitsu”. En un lugar, discreto, llevaba la bandera de España. Era un lugar discreto pero la llevaba. Nadie dijo lo más mínimo. Yo me di cuenta por la noche.

De este último viaje recuerdo la excursión a San Juan de Gaztelugatxe. Fue una paliza pero mereció la pena por lo bello y singular de todo lo que vimos. Tampoco es de olvidar el paso por Getaria, por Bermeo, el propio Zarauz y nuestra incursión en tierras galas (Biarritz, Bayonne…).

Para ir poniendo fin a este escrito me apetece narrar un viaje a Pamplona en coche que llevé a cabo con mi compañera. Yo iba a un campeonato de yudo como árbitro y en el tiempo libre me dedicaba a recorrer el entorno. Llegamos a San Sebastián que siempre me ha fascinado.

El viaje fue muy intenso (en un sólo fin de semana) y a la vuelta yo estaba cansado. Tanto que ofrecí a mi compañera Cristina que condujera ella. Sin duda, se trataba de una magnífica conductora con un sentido de la orientación un tanto curioso, como trataré de narrar.

Yo me acabé durmiendo a los pocos minutos. Debía de llevar una hora en los brazos de Morfeo cuando me pareció oír la dulce voz de mi compañera un tanto escandalizada. Al abrir los ojos no vi que estuviéramos en autopista alguna como esperaba. Creo que vino a coincidir su frase (“creo que me he perdido”) con el que divisase una señal que indicaba la salida a Basauri o algo así. Estábamos en Bilbao y teníamos hora de llegada a Madrid. Llegamos un poco tarde, casi nada.

Muchos han sido los viajes al norte que he realizado y, por tanto, muchos los recuerdos que tengo. De pequeño no me gustaba, sobre todo por el clima. Tampoco me daba cuenta que, por ello, es tan hermoso y especial. Ha visto a gente marchar con paraguas por el paseo marítimo mientras otros se bañaban en plena playa.

Recuerdo, de n niño, un partidillo de fútbol en Bilbao. Se puso a llover y todos los niños, incluido el dueño del balón, desaparecieron, cada uno corriendo para un lado; hacia su casa. Todos reaparecieron como si nada y siguieron jugando, cuando había escampado.

Se mezclan miles de recuerdos de infancia con otros más recientes.

De niño, casi siempre cumplía años en Santander, con celebración en la intimidad familiar; tenía su encanto.

Estuve concentrado antes de un mundial de Lucha SAMBO en Asturias; guardo gratas memorias y vivencias. Conocí rincones increíbles de Oviedo y de zonas aledañas gracias a nuestro fenomenal anfitrión Jose Antonio Cecchini.

También en Asturias hice con Cristina, ida y vuelta, la ruta del Cares. Inolvidable como sobrecogedoras fueron las vistas desde el mirador del Fitu (cerca de Caravia). Ibamos en moto hacia el punto de partida de la famosa ruta y me desvié hacia dicho mirador. Mi compañera rompió a llorar emocionada ante tanta belleza. Yo estuve a punto; perdí una gran ocasión.

Recuerdo mis viajes con compañeros de El Corte Inglés a Coruña. Descubrí en una tienducha de mala muerte cerca de EL Corte Inglés de Cuatro Caminos. Allí, encontré un queso de tetilla ahumado espectacular. Se había llevado un premio regional o puede que incluso nacional. En uno de esos viajes de El Corte Inglés, salí sólo a pasear por la noche. Me acabé haciendo amigo de un marino alemán con el que compartí taxi que nos llevó a un bar, se suponía que con algo de ambientillo. Acabé huyendo como pude del local. Dejé al marino alemán ebrio como una cuba a punto de destrozar el tugurio Ni se dio cuenta de mi estampida.

Tengo vivencias de mis dos caminos de Santiago, el primero en bici, - del que dejo ENLACE a relato que obtuvo el segundo premio en un concurso del Ayuntamiento de Parla - y el segundo a pie. Inolvidables ambas experiencias.


He asistido a campeonatos de yudo (como competidor, árbitro y entrenador) en Pamplona, Avilés, Coruña, Vigo, San Sebastián… Otros muchos recuerdos, de otro tipo, y muchísimas vivencias. En el frontón Labrit de Pamplona saqué medalla de bronce en todo un Campeonato de España cuando era cadete y me creía inmortal. Estaba - como decía el gran Unamuno - “en la edad aquella en que vivir es soñar”.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 15, 2020
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miércoles, mayo 13, 2020

Las hojas de la enredadera


Parece ser que los barracones de los campos de concentración en que había mayor índice de supervivientes era en los que sus integrantes tenían más fe. Se han hecho algunos estudios que apuntan a que los tienen firmes creencias religiosas se aferraban mejor a la vida. En definitiva, creo yo, que se referían, esos estudios, a los que más esperanzas tenían; más confianza u optimismo (no sólo creencias religiosas).

Eso me recuerda el caso, contrario, de Joseph H. Pilates. El creador del método Pilates, tan en boga hoy en día, sufrió cautiverio debido a su nacionalidad alemana en la Primera Guerra Mundial. El caso es que se observó que donde él estaba se gozaba de manifiesta buena salud, pese a las condiciones. Hay que decir que se ejercitaba con cuanto tenía a su alcance (muchos de los aparatos de Pilates recuerdan los elementos que podían encontrarse en uno de esos barracones) y que a sus compañeros de cautiverio les enseñaba y animaba a practicar esos ejercicios. O sea que también el estar bien físicamente es un buen factor para sobrevivir. Otra cosa es que sentirse bien (en lo físico) igual sube los niveles de la fe y estamos en las mismas. Yo que sé.

Me acuerdo ahora de un cuento de Jorge Bucay que describe la importancia de la fe.

Una niña fue un día al médico y expuso sus síntomas. Tosía con algo de sangre, tenía dolores en el pecho, había perdido peso, tenía fiebre, sudoraciones nocturnas…

Al cabo de unos días los análisis confirmaron las peores sospechas. La niña tenía tuberculosis. Así que estaba prácticamente confinada en su cama en su habitación. La ventana daba a la fachada de la casa de enfrente donde crecía una enredadora que iba perdiendo las hojas, dado que se encontraban en invierno. Cada día que pasaba se iban cayendo algunas hojas más.

La niña se refirió, trágica, a la enredadora. Le dijo a su mamá que se encontraba cada vez más débil. Establecía conexión con la planta de la fachada. “Es como si cada hoja que perdiera la enredadera yo perdiera un poco de vida” dijo la niña. Y añadió “temo que en este invierno cuando la planta pierda todas sus hojas yo también perderé la vida”.

La dulce mamá intentaba tranquilizar a su hija diciendo que ya faltaba poco para la primavera (apenas un mes) y que pronto la planta volvería a estar repleta de hojas. Entre tanto para evitar tan sombríos pensamientos de su hija le buscó ocupaciones. Un día bajó a la niña la jardín donde veía toda la fachada de la casa de enfrente. La enredadera estaba casi pelada.

En la casa vivía un famoso pintor desde cuya ventana saludó a la niña. La madre había contactado con él para que le diese lecciones con las que entretener a la niña.

Pocos días después la niña conoció al pintor que enseguida puso tareas a la adolescente. Mandó dibujar rosas, árboles, plantas, pájaros… Siempre eran cosas alegres y se iban usando distintos elementos: carboncillos, lapiceros, ceras…

La niña no parecía entretenerse con nada. Se mareaba, apenas le quedaban fuerzas siquiera para concentrarse. Entre tanto la enredadera perdía hojas. Ya sólo contaba con tres: una casi al ras del suelo, otra a media altura y otra muy cerca de la ventana donde el pintor le saludó el primer día que le conoció.

La madre incansable animaba a su hija: “apenas queda ya una semana para que llegue la primavera y todo volverá a florecer.

Un buen día el pintor anunció que se marchaba al extranjero a exponer pero que dejaría suficiente tarea a su pupila. La enredadera perdió la hoja que se encontraba casi a ras de suelo. La niña desfallecían por momentos. Su madre incansable recordaba la inminencia de la llegada de la primavera.

La niña casi no salía de la cama. Vio que la hoja del centro también desapareció con una ráfaga de viento. Sólo quedaba una hoja en toda la enredadera. La niña parecía entregarse a su destino.

La madre volvió junto a su hija para intentar consolarla. Ya sólo quedaba la hoja junto a la ventana del pintor. Era su último asidero según su propia profecía.

Un día de esos llamaron a la puerta de la casa. Era la casera del edificio de enfrente que llevaba una carta del extranjero para la niña. Era del pintor. La madre se dispuso a leerla cuando la niña observó que la hoja permanecía firme, pero que, además, la enredadera parecía repleta de botones verdes; eran retoños. La primavera había llegado y, en breve, cubriría de hojas toda la planta.

Entre tanto la madre leía la carta donde se informaba que el pintor se quedaría a vivir, un tiempo, fuera de casa; en el extranjero. Pero decía a la niña que había hablado con la casera para que le abriera su casa y pasase a por sus propios pinceles. Se los regalaba para que siguiera progresando con ellos.

La niña alborozada pidió que la madre cumpliera con aquella invitación. La casera abrió el piso del pintor y la niña recogió los pinceles que estaban en un estudio junto la ventana desde la que el pintor saludó a la niña la primera vez. Tomó los pinceles y vio de reojo la hoja que seguía firme en la enredadera. Algo le llamó la atención.

Abrió la ventana y estiró la mano hasta alcanzar la hoja. No era natural: estaba pintada, con gran realismo, en la pared.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, mayo 13, 2020
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sábado, mayo 02, 2020

Intuición


Me gusta mucho escribir, aunque pasé una fase en que casi acaban con esta afición mía, precisamente en la facultad de Periodismo. Me gusta saber que alguien lee lo que escribo y, me gusta, que me lo digan. En el fondo creo que lo hago también para eso. Pero no es la única causa. En estos momentos creo que escribo por razones terapéuticas. Pero, me viene bien saber que alguien me escucha de alguna manera (me lee).

No siempre le escuchan a uno. Suele ser cuando uno tiene poco que decir. También está el que no escucha. Permanece callado cuando otros le hablan (parece educado). pero se nota que lo hace porque está pensando en lo siguiente que va a decir. Oye y no escucha. Son personas que necesitan soltar lo suyo y da igual lo que les digas.

En el fondo, todos, en mayor o menor medida, somos así. Sólo escuchamos lo que queremos escuchar.

Por eso al escribir hay que hacerlo (si uno quiere que le lean) cuidando lo que se dice, que el receptor pueda interpretar que se ha dicho lo que cada cual quiere. Ser lo suficientemente neutro como para adaptarse a todas las corrientes de opinión. Y eso es imposible, claro, pero no deja de ser un buen condicionante, algo que perseguir.

Hay grandes autores que son tachados de fachas, otros de rojos… Luego resulta que son librepensadores, aunque sean los menos.

Desde muy pequeño he aprendido a distinguir a las personas por lo que me aportan. Así sea hablando o escribiendo... o con su sola presencia. Me recuerda ese dicho de que hay dos tipos de personas: los que te mejoran la vida cuando llegan y los que te la mejoran aún más cuando se van. Y hablo de tipos de personas y no sólo de amigos; hablo de profesores, de escritores, de médicos, panaderos, electricistas, empleados de banca… En otros ámbitos se habla mucho de gente tóxica y yo, por contraste, hablaría de gente sana, también.

Todos tenemos a nuestro alrededor de los dos tipos de personas. Por alguna extraña razón nos relacionamos también con gente tóxica (la necesitamos, seguramente para alimentar nuestras mezquindades o porque no tenemos más remedio). Pero se ha parado a pensar que tal vez usted sea persona tóxica para alguien. Se trata de la voluntad de no serlo. Claro que para eso lo primero es ser sano, al menos inocuo. Volvemos a la voluntad, al interior… a uno mismo.

Desde el mito de la caverna de Platón (y antes) ha habido grandes corrientes de pensamiento (también religiosas, si es que no son lo mismo) centradas en eso de la introspección. Me viene a la mente la figura de Sigmund Freud que optó varia veces al Nobel de Medicina (parece ser que hasta 12 veces). No se lo llevó. Incluso optó al Nobel de Literatura y tampoco le fue concedido.

El médico austríaco es considerado el padre del psicoanálisis y fue muy controvertido (lo sigue siendo hoy) en su época.

Parece ser que tuvo un alumno llamado Jung con el que se unió en firme amistad para acabar rompiendo la misma. Me han explicado que una de las diferencias más grandes que tenían es que Freud consideraba el inconsciente como algo individual (e intransferible, que se suele añadir). Por su parte, Jung hablaba del inconsciente colectivo… nada menos. O sea, que existe algo común a la experiencia de todos los seres humanos. Según Jung, el inconsciente colectivo sería el sustrato que haría posible comprender por qué las personas (aunque sean de edades o culturas diferentes) comparten ciertas características anímicas comunes.

Con todo esto, Jung abrió la puerta a los conocidos como fenómenos paranormales (y, sobre todo, a la telepatía).

No soy especialista en Psicología ni lo pretendo. Habló de una manera muy sencilla (la mía). Lo hago para caer y hacer caer en la cuenta de que en la historia de la humanidad hemos acabado dando una gran vuelta desde que hace muchísimo años, casi todo se explicaba desde la intuición (sobre todo en Oriente). Así hasta llegar a parecidas conclusiones (Jung es del siglo pasado y también apuesta por lo emocional frente a lo racional). Todo ello después de haber pasado por la racionalización de todo (el Racionalismo, por ejemplo, con su “pienso, luego existo”), sobre todo en Occidente.

Demos una oportunidad a nuestra intuición, al menos para relacionarnos lo menos posible con gente tóxica; para saberla distinguir. ¡Dios me libre de mis amigos, que de mis enemigos ya me libraré yo!

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editado por...Wladi Martín @ sábado, mayo 02, 2020
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viernes, mayo 01, 2020

La playa de Las Catedrales


Me ha hecho mucha ilusión una llamada inesperada de un viejo amigo. Asegura que me sigue por las redes y que le gustó uno de mis últimos viajes por tierras del norte de España. Se ve que leyó alguno de mis relatos y me ha recordado mi viaje a la playa de Las Catedrales y cercanías. Me alegró mucho.

Nos hospedamos en O Lar de Carmiña donde también nos dieron buena pitanza, pues tenían restaurante. Muy cerca de la playa de Las Catedrales. Hasta el punto que hicimos algo de amistad con los dueños y más después de que oficiara, para ellos, de camarero improvisado en una anécdota que paso a relatar.

Estábamos comiendo en dicho O Lar...A través de la enorme cristalera que daba al estacionamiento vimos varios coches ingleses. Acaban de llegar. Sus ocupantes parecían dudar, porque al poco, se fueron los coches con ellos dentro (creo recordar que eran varios, todos coches grandes, incluso una auto-caravana). Al cabo de un rato regresó uno de los vehículos y sus ocupantes salieron de él. Entraron al establecimiento donde yo estaba con mi pareja comiendo y pidieron en inglés algo. No se hicieron entender muy bien porque no hablaban ese idioma propio de las Islas Británicas en dicho establecimiento.

Al cabo de un rato regresaron al estacionamiento el resto de los coches ingleses que yo antes había visto. En uno viajaban jóvenes, en otro una pareja con niños, en otro los que debían ser los abuelos. Hasta un par de perros sacaron a pasear. Luego se metieron todos los humanos al comedor con gran trasiego y juntado mesas. Comenzaron a intentar hacerse entender en su idioma natal para desesperación de lo camareros.

Entonces, yo, que les había escuchado, me ofrecí a mediar por entenderles algo. Así lo hice, tras consultar con los dueños. Y explicarles que “chanaba” tan complicado idioma.

En un principio los ingleses me volvieron loco. Me trataron con cierta displicencia y chulería. Les intenté complacer hasta que me pareció que se pasaban del ámbito de quien intenta ayudar para entrar en el de la exigencia. Así es que tras ordenar la comanda les expliqué (“I´m a tourist”) que estaba comiendo como ellos. Y con la mente les mandé a buscar guano.

Allí les dejé para acabar con mi comida, sin dejar de estar pendiente del grupo, lo cual no era difícil con el escándalo que montaban.

Al cabo de un rato empezaron a levantarse en grupos. Unos iban al baño y otros salían. Creo que incluso volvieron a sacar los perros para que estirasen las piernas. Hubo un momento en que sólo quedaban en el comedor el matrimonio de los mayores, los que parecían los abuelos. Algunos coches abandonaron el estacionamiento con sus ocupantes a bordo. Poco después, también se fueron los que parecían abuelos de algunos del grupo. Todos habían comido opíparamente y ninguno abonó cantidad alguna de dinero.

Cuando la dueña descubrió el desaguisado clamó a los cielos descomponiendo el gesto. Alguna lágrima se le escapó.

No sería la primera vez que presencié lo que se conoce como un “simpa”(de sin pagar). Otra vez nos pasó en una parada al salir de Valencia en un pueblo desviándose un poco de la carretera hacia Madrid. Había un salto de agua cerca de la población. Un matrimonio maduro se marchó sin abonar la consumición pese a que un camarera les siguió implorando hasta el coche. Lo hicieron con gran desfachatez, pero esa es otra historia; sucedió en otro punto, muy distante, de la geografía hispana.

Me quedo, ahora, con lo sucedido en Galicia con los extranjeros. Pese a mis esfuerzos con el inglés, pese a la buena disposición en atender a los foráneos, éstos, con actitud chulesca, malos modos y premeditación, no abonaron su factura. Los dueños del establecimiento lo lamentaron.

Yo me quedé pensando. Cuánto daño somos capaces de hacer sin apenas saberlo. Cuánto daño habré hecho yo sin siquiera proponérmelo.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 01, 2020
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