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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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miércoles, junio 24, 2020

Sacks se despide



Yo que estaba tan tranquilo en el frenético carrusel de mi vida, de repente y sin aviso, me llegó la “hoja roja” como la llamó Miguel Delibes. Se refería a la hoja que sale en un librillo de papel de fumar cuando quedan pocas ya.

He perdido mucho pero también he ganado cosas; así al menos lo creo yo.

Apenas puedo caminar sin el apoyo de alguien a mi lado pero aprecio, más que nunca, ir agarrado de la mano de mi compañera.

Me he vuelto más sensible, de lágrima fácil, pero también más comprensivo.

Sigo teniendo mi carácter y, a veces, más del que me conviene – eso me dicen – pero prometo que día a día me intento volver más contemplativo, más comprensivo.

He perdido paciencia para algunas cosas. A penas me sostengo en pie en una larga despedida, en un largo saludo; pero he ganado paciencia en casi todo lo demás. Soporto cosas que antes me parecían insoportables.

Disfruto como nunca de la presencia de mis seres queridos y disfruto, como no sé explicar, con tal de verles a ellos pasarlo bien.

Antes podía disfrutar de un baño en la piscina o en el mar, ahora disfruto de ver a los demás jugando con el líquido elemento, no necesito más.

Me estoy preparando mejor para agotar esos últimos papelillos que aún me quedan en mi librillo de papel de fumar y lucho a diario porque esa degeneración diagnosticada sea la menor carga posible para los demás; faltaría más.

Doy pocos consejos y escucho lo que me dicen. He descubierto, con claridad - antes sólo lo intuía -, que incluso gente que te quiere escucha poco. Quiere eso decir que a todo el mundo le confiero el don de enseñarme algo. Por eso, creo que soy yo el que ha aprendido a escuchar y no creo que todos los mortales hayan aprendido a decir algo interesante, de repente.

Por supuesto que echo de menos cosas de antes pero es muy raro que nadie me vea abatido o pesaroso. Me niego a dejar de ser optimista. Es de lo poco que me queda, como legado hacia los demás.

Tengo miedo, claro, pero no es un miedo paralizante. Aprecio lo poco que puedo hacer y lo hago. Espero estar a la altura, más que nunca, aunque tengo mis momentos bajos. Me planteo mi resiliencia como forma de vida; me da fuerzas.

He dejado de considerarme indispensable, me limito a transmitir mis recuerdos, sobre todo donde sé que son tenidos en cuenta; a quién le puedan interesar.

Cuando me cortan al hablar no chillo más, me limito a callarme. Pienso que no debía ser muy interesante lo que iba a decir; casi nunca lo es.

Cada vez es más profundo mi amor y, cada vez, hacia menos gente; pero tengo amor para todo el mundo.

Dicen que Oliver Sacks, neurólogo británico, escritor y aficionado a la química, fue diagnosticado de metástasis múltiples en el hígado a los 81 años. Escribió “De mi propia vida. En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo”. Dejo enlace al escrito en el Wladiario, por si alguien tiene interés en leer el escrito (merece la pena)

https://wladiario.blogspot.com/search?q=Sacks

De todo su escrito me quedo con el siguiente pasaje:

“Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros “.

En casi todo estoy de acuerdo, pero discrepo un poco de la segunda parte. Poco estudio ahora aunque gozo con lo poco que lo hago, pero la compañía de otros se me ha vuelto codiciosa; la aprecio más que nunca. Sobre todo la de algunos con alma noble. Yo os bendigo.

Me despido – de momento – con las últimas palabras del escrito de Sacks:

“sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura”.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, junio 24, 2020
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martes, junio 23, 2020

Las semillas y el anciano

He escuchado un cuento que viene muy al caso en estos días en que los ancianos están en boca de muchos. Hay una controversia a colación de su alta tasa de mortalidad en lo que se ha dado en llamar residencias. Durante la pandemia por Coronavid-19 su índice de mortalidad en esas residencias ha sido altísimo. Se asegura que algunos dirigentes indicaban que se les dejase de atender (a los ancianos) en los hospitales, dado que se colapsaban los quirófanos y no se podía atender a enfermos más jóvenes. Parece que había que elegir. Algo así le pasó a un rey hace muchos años en el cuento escuchado.


Tras una gran sequía empezaron a faltar las cosechas y el pueblo se moría de hambre. La cosa era pertinaz. Seguía la sequía, se acaban los suministros y lo que era peor empezaron a quedarse sin semillas que plantar.


Cuando por fin parecía que se iba a acabar la sequía nada había para plantar. Así es que el rey mandó ejecutar a los ancianos para poder repartir lo poco que quedaba por comer.


El ejército disciplinado se aprestó a cumplir la feroz norma. Algunos entendían que, si había que elegir, se sacrificase a los ancianos. “¿Para qué sirven ya?” pensaban.


Un soldado se atrevió a incumplir la orden real. Le tenía gran cariño a su padre y lo ocultó donde no podían encontrarlo. Con una parte, de lo poco que le daban para comer, le consiguió alimentar.


Un día, el anciano viendo tan abatido a su hijo preguntó por cuanto ocurría. El soldado acabó confesando toda la situación: la falta de alimentos, la orden de eliminar a los viejos, la ausencia total de semillas.


El anciano, con la sabiduría de su experiencia, sonrió. Dijo a su hijo que se proveyera de un largo palito y dio las instrucciones de cómo hurgar en los hormigueros que él sabía dónde se encontraban. De este modo, el soldado recogió unas cuantas semillas que fue metiendo en una bolsita. Cuando estuvo llena tenía un gran valor, era como si fuera una bolsa de oro.


El soldado llevó las semillas a su rey como si fueran un tesoro. El monarca al ver aquello abrió los ojos como platos e inquirió a a su súbdito por su procedencia. No podía creer al soldado cuando le explicó su procedencia. Así es que preguntó por cómo se le había ocurrido la idea de buscar en los hormigueros.


El militar acabó confesando que la idea no había sido suya sino de su anciano padre al que no ejecutó, contraviniendo la orden real.


El monarca perdonó a su súbdito y se puso a reflexionar. La gran idea para salvar a su pueblo del hambre se le había ocurrido a un anciano. Un anciano de los que él había ordenado eliminar, por no valer ya para nada, había demostrado gran sapiencia, seguramente por tener mucha experiencia. Ya sabía para qué valían los más viejos: para aprender de ellos.


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editado por...Wladi Martín @ martes, junio 23, 2020
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sábado, junio 20, 2020

El niño saharaui

Hace unos años tuvimos un saharaui de acogida en casa. Fascinó con cosas que nuestros hijos en casa ni veían; convivían con ellas sin darles importancia, casi sin reparar en ellas. Alucinaba de que saliera agua “sin fin” al abrir un grifo. Flipaba -como dicen ahora- dando a un interruptor y que se encendiese una bombilla en el techo; podía pasarse minutos mirando la bombilla encendiéndose y apagándose cuando él accionaba el mando. En una ocasión le vimos sumergir la cara en el agua del retrete para peinarse. El agua le fascinaba.

Las dos primeras palabras que aprendió fueron Coca-Cola y helado.

Siempre pené que sería estupendo para la educación de los nuestros y entonces recordé un cuento con sorpresa.

Hace años, un matrimonio adinerado tenía un hijo que no acababa de dar importancia a todos los lujos que le rodeaban. No cuidaba sus estupendas ropas. No valoraba la piscina que tenían en un hermoso jardín. No parecía apreciar cuanto tenía por más que sus padres se esforzaran en conseguírselo.

Un día su moderno padre ideó una forma de dar una lección a su retoño. Habló con un humilde empleado que conocía a familiares que vivían en pleno campo. Vivían sin apenas lujo y con toda humildad. Habló con su empleado y dispuso pasar con su hijo, una temporada en la casa de pueblo.

El padre de familia acaudalada llevó a su hijo con el firme propósito de que éste viera cuán pobre podía llegar a ser la gente de campo y cuán afortunado era él, en cambio.

Estuvieron varios y varias noches pernoctando en la cabaña. Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre preguntó a su hijo “¿Qué te pareció el viaje?”

El muchacho parecía seriamente afectado y no contestó hasta que el padre añadió

“¿Viste qué pobre puede ser la gente?”

El niño se arrancó aseverando. Añadió para sorpresa del padre:

“Nosotros tenemos un perro que casi no sale de casa; ellos tienen cuatro que casi no entran en ella porque se quedan en la calle en pleno campo”.

“Nosotros tenemos una piscina de 25 metros que exige muchos cuidados; ellos tienen un riachuelo que no tiene fin y nadie parece cuidar”.

“Nosotros tenemos lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas para alumbrase de noche”.

“Nuestro jardín llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte”.

Pero sobre todo el chaval dio importancia al tiempo. “Ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia, nosotros casi nunca. Tú y mamá tenéin que trabajar todo el tiempo y casi nunca os veo”. 

Tras el cuento recuerdo a Sadum, el niño saharaui, de muy diferente manera. No es que haya dejado de creer en que debemos ayudar a esa gente que vive en territorio cedido por Argelia (el Tindouf) en pleno desierto -desierto feo, por cierto- No tienen agua corriente ni luz eléctrica, sus colegios son de risa por no hablar de la paupérrima sanidad. No es que haya dejado de creer en la generosidad de los que tienen (hacia los que no tienen y apenas sobreviven de la ayuda internacional). Pero he cambiado mi forma de pensar en Sadum, el niño saharaui; un niño feliz que tanto nos enseñó.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, junio 20, 2020
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miércoles, junio 03, 2020

Un perro en la emisora


Hace algunos años trabajaba en una en una emisora local, que también publicaba un periódico en Torrejón de Ardoz. La empresa era familiar, pero no por ello dejaba de tener un joven y entusiasta equipo del que yo formaba parte. Trabajé mucho en la casa y también aprendí mucho. Hacía las veces de fotógrafo, de periodista, de comercial (al principio), de locutor… Tengo algunos recuerdos imborrables de aquella intensa época. Del jefe, Fausto (con quien no me acababa de llevar muy bien aunque le admiraba por haber levantando él sólo su empresa sin ser siquiera periodista), de su pizpireta mujer Marisa (bastante más joven que él), de su hijo David (que acabó trabajando en el Ayuntamiento, en parte, gracias al padre).

Eran tiempos de mucha intensidad; de estrés. Yo trabajaba en varios sitios; unas 60 o 70 horas por semana. Había veces que llegábamos a tener el ordenador abierto para picar alguna nota de prensa y pinchábamos a la vez en la emisora. Se oía la fatídica palabra: “tema” pronunciado por algún compañero. Al instante salía corriendo el que estaba de turno como locutor, en la radio, a hablar con el micrófono (“acabamos de escuchar este refrescante tema de…”, decíamos, por ejemplo)... mientras poníamos un nuevo cedé y lo presentábamos (“y nos vamos ahora con el melódico…”). A tope se podría decir.

Yo ayudaba a un compañero más experto (que también acabó trabajando en el Ayuntamiento - pero esa es otra historia -) en las Noticias y luego ayudaba a otro en la sección de Deportes. Era Jose Carlos Heranz, jefe de prensa del que se llamaba Interviú-Boomerang, equipo puntero de fútbol-sala. Todo un personaje al que cogí mucho cariño. Trabajaba en Tompla y para ganar algo de dinero extra hacía la sección de Deportes en el ratillo que tenía para comer y sacar al perrito. También solía ir a tope.

La anécdota que recuerdo con mucha simpatía tenía por protagonista precisamente a su perro. Creo que le llamaba Pinky.

José Carlos llegaba “raspando” a la emisora y no era raro que yo tuviese que empezar el programa sin él. Llegaba “escopetado”; yo le llamaba el “torpedo”.

En una ocasión (los jefes ya se habían ido a comer - no solían estar a esa hora – ) llegó tarde y con su perro a cuestas. No le había dado tiempo a pasearlo y regresar con él a su casa. El can tenía puesto un pañuelito y era menudito – todo ojos -. Se pasó al control, con perro y todo, ante mi asombro. Yo entré, enfrente, a la pecera. Comenzamos el programa con su cabecera y hasta dimos algunos resultados del fin de semana. Así hasta que nos interrumpió un sonoro guau y nos callamos uno segundos. Recuerdo perfectamente el rostro de José Carlos girado hacia el del perrito, que tenía en brazos, y dirigiéndose a él como si fuera una persona. Tenía un dedo índice estirado y cruzado en la boca mientras chistaba fuertemente como si el can le fuera a entender. Por toda respuesta, el animal abrió aún más los ojos y volvió a ladrar. José Carlos entonces, en un rápido gesto, cerró el micrófono y me hizo señas ostensibles indicándome que siguiera yo hablando, improvisando, como si no hubiera pasado nada. Pero no pude. Tan pronto empecé a soltar las primeras palabras empecé a reírme sonoramente, sin poder hablar. Yo también hice gestos para que mi amigo pusiera música con la que “tapar” aquel desaguisado.

No creo que tuviéramos mucha audiencia, pero sospechábamos que nuestro jefe sí que nos escuchaba. El caso es que todavía no había podido sofocar las risas cuando sonó el teléfono. Lo cogí y contesté mecánicamente: “Henares Informativo, dígame”. La voz de mi jefe sonó al otro lado de la línea: “¿Qué es eso que se ha oído, un perro?”

Yo muy sorprendido contesté: ¿¡Un perro!? Pero acto seguido no pude sofocar mis risas. Mi jefe me contestó también entre tímidas risas: “No me extraña que te rías, ...pásame con José Carlos”.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, junio 03, 2020
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