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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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viernes, abril 23, 2010

Día del libro

(Viene del YUDIARIO)

Hoy se celebra – decía- el día del libro; en toda España. Yo ando estos días empezando la tercera novela de la trilogía ‘La forja de un rebelde’ de Arturo Barea. Me releí con fruición la primera parte (La forja) y también la segunda (La ruta). Ahora me he metido con ‘La llama’ (la que cierra la trilogía) y pienso disfrutar lo mismo que en estas tres últimas semanas. Eso a pesar de que Daniel Pennac me llama desde su fabuloso librito ‘Mal de escuela’ (Chagrin d'Ecole) al que acudo, a ratos, a leer las sabrosas anécdotas de este ‘cancre’ o zoquete.

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En Parla se celebró el día del Libro con un acto cariñosamente preparado. Se escogió la figura de Miguel Hernández y, sólo por escuchar la palabra que nos dejó el poeta del pueblo, valió la pena. Debía medicinarse a más de un mamarracho con dos poemas de Hernández, cada mañana en ayunas, antes de subir al coche a hacer el cafre (con perdón). No estaría mal. “Se me toma Ud. dos Hernández media hora antes de cada comida y un Alberti antes de acostarse, verá como en una semanita está más sensible y se deja de tonterías”.

El otro día le estaba entregando mi libro a un amigo y apareció un botarate, como surgido de la nada, de la que jamás debiera haber salido. Al vernos y sin saludar, soltó algo sumamente grosero, a mi entender. Al ver que mi amigo cogía el libro que le acaba de dedicar dijo: “ahora todo el mundo escribe un libro”.

No sé a qué se refería el sujeto, pero mirando su rostro insulso me puse a fantasear. Seguro que el emisor de aquella sentencia no sólo era incapaz de escribir un libro, sino que tampoco sería capaz de escribir algo con sentido. En todo caso, me consta que se debía referir a libros de yudo y creo que era incapaz de comprender que mi libro es una novela y no uno de esos aburridos mostrencos en que se lía la badana para decir qué pie va delante y cuál detrás al colocar la cadera frente a la del compañero y cosas así. A mí, si me lo permiten… ‘El espíritu del yudo’ de J.L. Jazarin… ¡y poco más!

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Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

(extracto del poema 'Sentado sobre los muertos' de Miguel Hernández)

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editado por...Wladi Martín @ viernes, abril 23, 2010
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martes, abril 20, 2010

Hasta marea el largo camino

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 20, 2010
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lunes, abril 19, 2010

Soltando palabras

Hoy quiero hablar de cosas humanas… e inhumanas, pero según vayan saliendo; como ocurre en la vida misma.

Dice Juan Diego Botto que “la primera persona que va a ser juzgada por los crímenes del franquismo es precisamente la única que ha pretendido investigarlos”. Esto es una paradoja (por no decir otra cosa). También reconozco, que en el mismo sobre de cromos, junto a mi odio al franquismo está una pequeña satisfacción de ver a un juez en el banquillo. Me gustaría, también, ver una monja en el prostíbulo, un cura en el club de maricones… Sé que van pero yo no les veo (afortunadamente).

Odio los uniformes. Fui a un colegio pijo con uniforme. Un niño rico me cambió la chaqueta. Me estaba pequeña. Otro me robó el libro de Historia (precisamente el de Historia). Luego fue director general de una gran compañía de encuestas, a la que recurría el Gobierno a cada poco. Pero el libro lo recuperé y en la foto de la bomba atómica escribí cientos de veces el nombre de la chica de mis sueños; la compañera de cabellos áureos que veía inalcanzable. Ahora está separada, hace seguros y tiene varios hijos a los que adora. Sus cabellos siguen siendo de oro fino de ley.

Cuando salí del colegio pijo me fui al Ramiro de Maeztu. No se obligaba la uniformidad, pero todos íbamos de vaquero y polo. Todos misma forma y uniformes. Hasta acertábamos en los mismos colores. Para colmo, no había chicas, por entonces, en el famoso instituto madrileño. A cambio, conocimos a los primeros mariquitas. Eran compañeros y no nos dábamos cuenta de nada, sólo de su pequeña diferencia. Bastante teníamos con meter gol en el recreo. Se parecían a algnos profesores (pocos y poco).

He visto a tres niñas saltar a la comba. Me pareció un espejismo, pero era real. Ha sido este fin de semana (en pleno 2010).

Hace poco viajé en autocar con muchos niños y adolescentes. Todos tenían juegos electrónicos; ‘pleisteision’ llaman a esos aparatitos. Otros trasteaban con teléfonos móviles y hasta un ordenador portátil llevaba una adolescente (también de cabellos dorados). Pese a todo, quisieron ver una película en el video del autocar. El conductor se negó. Acabaron cantando, padres, madres y niños, viejas canciones de excursión del siglo pasado. Faltó la de “para ser conductor de primera…” El chófer era un sota. Mejor.

Llego a este momento de mi disertar y no he hablado ni de la envidia, ni del poder, ni de lo que quería hablar. Así me suele ocurrir, también en mi vida. A quienes quiero paso días sin decírselo, sin manifestárselo de alguna manera; sin siquiera ver. A quienes odio, paso días sin insultar, sin menospreciar; sin siquiera recordar. ¿A ver si no se me estará yendo la vida en un lento fluir, en un cálido desperezar?

Quiero a los que quiero y odio a los que odio; cabrones. Claro que dicho así… Otro día tendré mejor sembrado el estro; lo siento.


Os dejo una coplilla que pergeñé hace unos días. No se me ocurre otra .


De tanto soñar tus labios

besé, en mis sueños, tu boca.

De tanto buscar tus manos

llegué a escribirte esta copla

Llora mi alma, en pena, llora,

quiere volver al regazo,

el de tu cálido abrazo,

que gimiendo ahora implora.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 19, 2010
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sábado, abril 03, 2010

La ciudad vacía, que no vacua

La Semana Santa me trae recuerdos de barro y zapato tieso. Había que vestirse de guapo y no se podía uno tirar al suelo, ni a jugar a las chapas, ni a las bolas (al gua). Eran unas vacaciones cabronas para los niños. La tele se volvía aún más en blanco y negro. Yo la recuerdo más negra que blanca. Si la ponías buscando distracción, sólo veías procesiones que no acababas de comprender (ahora tampoco). De vez en cuando, a las horas en que las familias coincidían frente al televisor, podías ver alguna película de romanos. Lo que pasa es que ya te las sabías y, encima, conocías final de haberlo estudiado en el colegio. Así es que, si no llovía mucho, te dejaban salir a la calle con la condición de que no te mancharas. Y si llovía nos reuníamos en casa de alguno de los niños de barrio.

Todavía no acierto a explicar lo de la cuaresma, ni, mucho menos, me pongo a entenderlo. Lo que me queda claro, desde aquellos lejanos tiempo de infancia, es que la semana santa muda en el tiempo. Unas veces te llega aún con heladas al amanecer y, otras, con flores en los balcones y los jardines. Mi barrio olía a rosas en cuanto llegaba la primavera. Los chicos las cortábamos a escondidas y las llevábamos al colegio donde nos hacían cantar aquello de “con flores a María”.

Ya en aquellos tiempos empezaba a desaparecer del barrio, durante las vacaciones, alguno de la pandilla. A Miguel (el 'muso') le empezaron a llevar al pueblo con sus tíos. No me acuerdo que pueblo era, pero ahora que me estoy releyendo 'La Forja' de Arturo Barea, me creo que era Méntrida o, tal vez, Navalcarnero. Seguro que me dejo influenciar. El caso es que algunos chavales se iban a otros lugares aprovechando que no había colegio. A los que nos quedábamos nos parecía que se libraban de aquel estúpido tiempo de recogimiento en el que los mayores te podían regañar si te veían dando voces o soltando risotadas. “¡Niños! ...que ha muerto el señor”. Como antes los niños parecíamos más respetuosos nos callábamos para que la cosa no fuera a mayores. En realidad, lo que pasaba es que los mayores tenían mucho poder sobre los menores. Los niños no tenían derechos, como ahora, sólo indulgencias ("déjale, que sólo es un chiquillo").

Con el paso del tiempo fuimos descubriendo que los que se iban de vacaciones tampoco se trasladaban a un sitio en el que se lo pasaban fenomenal, como nos creíamos los que permanecíamos en el barrio. A veces sucedía todo lo contrario; aún tenían más pesares en forma de tíos intransigentes o abuelos metomentodo que les hacían inolvidables aquella semana santa.

Por diversas circunstancias que no vienen al caso, amanecí el pasado 1 de abril, el día que llaman jueves santo, en casa de mi hermana. Vive a cien metros del parque del Retiro y madrugué mucho. Tanto madrugué, que vi amanecer por la ventana de la terracita orientada al sur. De ese modo, vi aparecer el sol a mi izquierda, observando cómo los primeros rayos iban iluminando la arboleda del famoso parque madrileño. A eso de las ocho de la mañana, bajé de la casa y eché a andar por la calle Alcalde Sáinz de Baranda. Sólo me crucé con un barrendero y con un autobús, por citar seres vivos, entendiendo que el autobús tenía vida, aunque sólo sea la del conductor que le hacía ir de un lado a otro.

Llegué al Retiro y entonces vi a varias personas de diversas edades corriendo. Todos llevaban algo al oído -los famosos casquitos-. Lo cierto es que el parque estaba silencioso. Quiero decir que no se oía coche alguno desde los senderos y entre plátanos y cedros; no se oía ruido de grúas, ni sirenas, ni silbatos de guardias como pudiera en cualquier otro día en esos mismos momentos. Sólo se escuchaba el silbar de algunos pajarillos que no se habían ido al pueblo con sus tíos intransigentes ni con sus abuelos metomentodo. A pesar de ello, los pocos corredores que vi haciendo ejercicio, iban todos conectados a algún aparato de música. Estaría cojonudo que, para colmo, llevasen 'La primavera' de Vivaldi, que no dejó de ser un intento del llamado cura rojo de plasmar en música lo que escuchaba a su alrededor cuando llegaba dicha estación.(Digo yo)

Ya me hago una idea de que no sería precisamente a Vivaldi al que escucharan aquellos corredores.

Atravesé el parque del Retiro para llegar a las inmediaciones de la Puerta de Alcalá. Tampoco allí había apenas paso de coches ni de personas. Decidí seguir caminando por dentro del parque en paralelo al paseo de Alfonso XII, ya que acababa de ver su ecuestre estatua hacía unos momentos. De este modo, llegue a la cuesta de Claudio Moyano. Los puestos de libros estaban cerrados. Eso no me impidió seguir pensando en la novela que en estos días me estoy releyendo y que llevaba bajo el brazo por si me paraba a descansar en algún banco y me apetecía seguir con las aventuras del joven Barea.

Lo que hice, en realidad, fue reflexionar sobre mi paseo matinal. Había caminado de una calle a otra, entre árboles y jardines, ambas con nombre de alcalde. Sainz de Baranda, considerado el primero de Madrid, y Claudio Moyano, alcalde de Valladolid, que yo sepa, aunque también destacado político de la época (de la suya, que ya no se le recuerda en casi ningún lugar o momento). Antes había pasado por el museo del ejército (así le cayera una bomba), por las inmediaciones de la Iglesia de Los Jerónimos, que sigue entre andamios y añadidos arquitectónicos esperpénticos, y por el Museo del Prado. ¡Qué gracia ver a los nipones tomando fotografías de todo!

También acababa de pasar por entre las calles del barrio (cuyo nombre he olvidado) en el que trajeron a vivir sus últimos momentos de vida a María Zambrano. Decían que querían evitar, a la insigne escritora, el choque de ver lo que había cambiado Madrid. Este barrio al que me refiero, bien poco ha cambiado, al menos de aspecto.

Me dio por bajar a la Castellana... perdón, al Paseo del Prado. Dejé atrás los famosos hoteles Ritz y Palace y me puse caminar por el famoso bulevar que lleva de 'La Cibeles' hasta Atocha (perdón... glorieta de Carlos V). Tampoco por el Paseo del Prado transitaban más que unos pocos automóviles, la mayoría de ellos taxis o de dependencias municipales. También algún ciclista se veía por las calles, aprovechando que se circulaba como hace más de medio siglo.

Al pasar por el museo Caixa Forum me detuve a observar la mole de la estatua del tal Barceló. Un elefante de enormes proporciones está clavado a la entrada del edificio por la trompa. De esta manera, al pasar y ver las calles tan desiertas y al elefante en forma tan poco natural, me sentí, por unos momentos, en un extraño sueño. Poco después vi una llamativa lamina multicolor pegada en una pared o en una papelera, ahora no me acuerdo. Lo soez del mensaje me movió a escándalo. Pese a lo alejado que pueda estar yo de los postulados de nuestra obsoleta Iglesia o de sus carcas prebostes no pude, por menos, que sentir cierta repugnancia. Dejó aquí la imagen por no molestarme en repetir lo que en ella se dice. Ellos sabrán lo que buscan (los autores de la 'pegatina' que no creo que sean -como figura- los 'Pederastas sin fronteras')

Cuando llegué a la calle de Atocha se me apareció obsequiosa una boca de Metro. Noté que la fatiga iba haciendo mella en mis piernas y decidí ir poniendo fin a mi paseo matinal. Entonces caí en la cuenta de que estábamos en el primer día del mes de abril y me dispuse a cruzar la enorme glorieta para acceder a las instalaciones de RENFE donde sabía se puede adquirir el famoso bono-transporte. Las inmediaciones de la famosa estación también estaban semidesérticas. No obstante, en su interior había muchas personas, la mayoría con maletas de esas que se deslizan sobre ruedas diminutas. También el ambiente era ruidoso y remedaba el habitual tráfago del lugar.

Lamenté dar por concluida mi inmersión en la ciudad dormida con un viaje por lo bajo de sus tripas. Pero no conocía el autobús indicado para desandar sobre mis pasos de manera cómoda y no era cosa de preguntar a turistas despistados o barrenderos, que era con el tipo de personas que me había cruzado hasta ese momento, mayormente (como diría Umbral). A fin de cuentas, llevaba conmigo 'La Forja' y me entretendría, con placer, entre el traqueteo del vagón y el transportarme por escaleras mecánicas. Las reflexiones las dejé para luego; para este momento en que me he sentado frente al portátil a escribir unas líneas que espero sirvan a alguien de entretenimiento y, también, por qué no, de reflexión.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 03, 2010
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