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domingo, octubre 26, 2008

Pensamientos de domingo

Leo Los girasoles ciegos y, como todo el que lo ha leído (que yo sepa), acabo fascinado por el estilo, la originalidad de la propuesta narrativa. Esa segunda derrota (capítulo), con palabras que van dando coces en nuestra conciencia, aún se menea de a ratitos en mi desprevenida conciencia.

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He asistido a un partido de fútbol-sala… al aire libre. El salón era una cancha de cemento y jugaban niños de unos nueve a once años de edad. Me temía lo peor; lo he visto muchas veces en este deporte. Lo he visto en partidos de niños (increpados hasta por sus propios entrenadores y familiares) y en los de profesionales que aguatan insultos y vejaciones, como parte del suculento salario.

La sorpresa fue que había aire libre y que un soplo de frescura sobrecogió mi prejuicio. Los niños jugaron, los entrenadores animaron, los padres felicitaron y los árbitros interpretaron el reglamento de juego. Sólo un grupúsculo del otro lado de la frontera se dejó ver. Tenían niños iguales a los demás, pero los intentan diferenciar y meter en su club; el de los resentidos, el de los que gritan al árbitro sin pudor. Fueron excepción y se les veía tan bien que no se atrevieron a gritar mucho.


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Hablo con un familiar (allegado) y me dice que Zapatero lo está haciendo muy mal. No tiene más información que la de los mass media; como el común denominador de los mortales; como yo. Pero no me atrevo a estar de acuerdo, ni en desacuerdo. Me digo: “zapatero a tus zapatos” y me meto en un nuevo negocio a ver si salgo de esta. Nadie quiere flores, nadie quiere centros vegetales de buen olor y magnífica presencia. El negocio está saliendo mal, las flores se secan y me repito: “zapatero a tus zapatos”. Y, enseguida pienso: ¡qué mal lo debe de estar haciendo Zapatero!

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Echo un vistazo a mis ‘blogs’ (cómo mola esa palabra, parece que te has tragado algo y, en realidad, es para lo contrario). Andan atrasados casi todos; como yo. Hay poco que contar cuando no se tienen ganas. O quizás sea al revés (hay poco que ganar cuando no se tienen cuentas).

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Me pego a la pantalla del ordenador y veo que todo está desordenado a su alrededor. Podía ampliar su ámbito y recoger los papeles, los lápices, los cachivaches… Me inspiro y aspiro una bocanada de aire. Llega el momento de darle a la tecla. Se me pasan por la cabeza unos cuantos pensamientos que me mueven a dejarlos en letras, ordenados en palabras. Por fin llega el orden… ¿será el ordenador?

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He llegado hasta El Retiro y he visto a gente ociosa paseando en la mañana soleada, despreocupada. Pero me pareció que se habían arreglado para parecer despreocupados y lindos. Sobre todo los paseantes jóvenes, los de entre 16 y 30 años. Unos iban sobre bicicletas brillantes, sin barro, sin polvo; parecían recién sacadas de la tienda. Otros patinaban y también parecían acabar de salir de alguna boutique deportiva. Otros hacían futin y ninguno había olvidado ponerse aparatos en las orejas para escuchar música. Los niños iban vestidos de pequeños hombrecitos y de pequeñas mujercitas. Las mujercitas y los hombrecitos, en cambio, iban vestidos de niños. Era como si se hubieran disfrazado unos de otros. Quizás los padres quieran ver a sus retoños como serán pasados los años. Y cuando pasan, los jóvenes quieren volver a ser niños; yo también, pero en pantalón corto, con mocos y jugando a la peonza o a las chapas. Si no… ¡’pa’ qué!

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Han matado a otra. La metemos en el saco que lleva el cartel de ‘violencia de género’ y se acabó. Si acaso un comentario, un poco de asco, antes de que se nos acabe. Tengo que volver a poner en marcha mis cursos de defensa personal femenina. Son gratuitos y llevo años con ellos. Ahora ya me duelen los huesos y cada vez tardo más en montarlos. Se me está acabando el asco.

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Fui a un instituto de Educación Secundaria (Obligatoria). Tiene mala fama en una localidad que también la tiene: Parla. Me encargo de dar clases de yudo y me encontré, el primer día de clase, más de dos docenas de muchachos (la mayoría eran muchachas). Antes veías rostros que te llevaban la imaginación hasta las vascongadas (¡perdón! País Vasco), hasta tierras manchegas, hasta bosques sorianos o carrascales extremeños. Ahora, mis pensamientos se me fueron mucho más lejos. Me visualicé (que dicen los finos) en arenas doradas de desiertos africanos, en tierras de yuca y cebiche, en páramos de la abuela cachuba del protagonista del Tambor de hojalata.

Improvisé una lista y a todos hube de pedir que repitieran sus nombres y, sobre todo, sus apellidos. Tuvieron paciencia; estaban expectantes. Les hablé de los objetivos del proyecto, de cómo arrancaría nuestra nueva escuela, de las características del deporte que iban a comenzar a practicar. Estuvieron callados, respetuosos y les salían las ganas de aprender por sus ojos agrandados por la impaciencia. Luego la clase se alargó más de lo que había previsto y la participación fue intensa. Se divirtieron de lo lindo. Me acordé de un refrán: “porque maté un perro me llaman mataperros”. Yo trocaría el refrán recordado y, al amparo de lo narrado, diría: “porque algunos de nuestros padres mató un perro nos llaman mataperros”.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, octubre 26, 2008
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