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martes, junio 08, 2010

Los niños, los padres... y otras cuestiones familiares

Los niños, las niñas… su padres. Qué maravillosos niños tengo en mis clases de yudo y cómo voy envejeciendo viendo que ellos crecen, que sus padres maduran. Pero, como yo soy el profesor, hay sensación de estanqueidad. Siempre hay niños, siempre hay niñas, siempre están sus padres.¿Siempre los mismos niños? ¿Siempre los mismos padres?

Creo que Aristóteles ya debió tener ‘niños’ en su Liceo. Y ya para entonces, cuando fundó su escuela junto al templo de Apolo Licio (de ahí lo de Liceo, por Licio), ya tenía experiencia en la docencia, con niños.

Aristóteles fundó su escuela al regresar a Atenas, tras unos años en los que se ausentó de la ciudad para ejercer como preceptor del hijo de Filipo II de Macedonia. Seguramente ya se trataba de un mocoso malcriado, en algunos casos, e inclinado a la molicie y la indisciplina, como la mayor parte de los jóvenes de aquella época (¿y de cuál no?). Probablemente, por todo ello, su padre, que tenía posibilidades (para eso era rey de Macedonia, cuando Macedonia era algo más que una ensalada de frutas), le buscó un preceptor de la talla de Airstóteles. Pero, sabido es que, en todo caso, el mocoso, en cuestión, al que dedicó su paciencia y sabiduría el filósofo griego, acabó siendo el tal Alejandro Magno.

Los niños, las niñas… ¡sus padres!

No todos somos hijos de Filipo II de Macedonia y ni siquiera quienes tenemos un padre Felipe con macedonia de segundo (plato). Algunos ni siquiera lo deseamos. Nos basta y nos alcanza con nuestro padre, sobre todo, cuando ya hemos logrado ‘matar al padre’ como dicen tan tranquilos los psicólogos. Claro que tampoco tenemos como alumno a Alejandro Magno (eso creemos, al menos)

Una vez, en mis notas escribí algo sobre un alumno con buenas condiciones físicas para el yudo, pero eternamente lesionado. Llegué a convencerme de que el muchacho estaba invalidado para practicar yudo y así lo anoté. Creo que mis palabras eran algo así como: “habrá que dejar de prestar atención a Alejandro (nombre supuesto; por supuesto). Cada vez que tiene un compromiso serio aduce dolor de rodilla y sólo se emplea con energía, hasta con vehemencia, con rivales inferiores físicamente. Creo que no merece la pena como yudoca, no acaba de entender lo que se le intenta transmitir”.

Por mi mal manejo de algún programa informático, aquellas anotaciones privadas quedaron prendidas en el informa de fin de curso que suelo pasar a cada uno de mis alumnos. Yo creía que se encontraban en celdas ocultas, pero se imprimieron.

Los niños… ¡sus madres!

La madre de aquel niño (adolescente) debió de leer el informe y poner el grito en el cielo (todo a una). Salió a la calle a mi encuentro y me encontró, más despistado que un musulmán en un iglú. La buena señora, en cuanto me vio ofreció sacarme os ojos. Era claro que aquellos ojos míos habían visto algo tabú. Para colmo, el profesor lo había hecho público.

Ofrecí todo tipo de disculpas a la señora madre (saca-ojos) que se fue jurando e hebreo, pese a ello. Al chico, años después de aquello aún le veo cuando cruzamos nuestros caminos; somos vecinos. Ahora anda con veinte años a cuestas y me suele dedicar una mirada cargada de odio inculcado. Sus ojos proyectan ese rencor del que no tiene opinión, pero se le ha inoculado una; algo así a esos neo-nazis que proliferan por canchas de fútbol y reuniones clandestinas. No digo que ese chaval sea neo-nazi, por supuesto. Pero su mirada sí que promete… (por ejemplo, promete no olvidar que fui yo quien descubrió algo).

Ay, los niños, las niñas… Qué maravilla poder dedicarse a la docencia. A mi me o parece. Sigo siendo un soñador. Me creo que con mi actividad, como educador (que es lo que creo que soy) me gano un pequeño derecho a pasar por aquí (por esto que llamamos vida) sin demasiado complejo de haber llevado una existencia miserable y absolutamente prescindible. Con eso no digo que el repartidor de cajas de leche no sea útil a la sociedad o que el jefe ejecutivo de una cadena de empresas de ‘consulting’ no sea un tío sensible y enriquecedor para todo el que se cruza con él; enriquecedor en el sentido humano. Hablo de mi sensación de aportación a la sociedad y de la justificación que hago de mi puñetera vida.

En estos días, niños y niñas, andan cansados de lo largo que es el curso, del calor que hace, de aguantar a sus profesores, muchos de ellos desmotivados, sin vocación y sin paciencia. También los padres entran en una etapa de calor y cansancio… Al llevar a sus hijos a las clases de yudo pasan junto a parque y… acaban quedándose en él, con sus hijos, que necesitan esparcimiento. También a las madres les viene bien charlar con otras madres de otros niños cansados de lo largo que es el curso. Y lo debe ser (estoy seguro).

Mi reflexión va para los niños que ya no lo son (no consienten fácilmente que se les coloque ese sustantivo). Pero, lo cierto es que los propios padres te espetan: “es que todavía es un niño… o una niña”, cuando les aprietas y, en cambio, les dan la libertad (ellos) que se le debe dar a un adulto. Parece que en los parques, de entre los miles de adolescentes que practican botellón, nunca están sus hijos. Nunca están sus retoños en esas frías estadísticas que hablan de la cada vez mayor precocidad en el consumo de alcohol entre nuestros jóvenes. Nunca sus hijas necesitarán la píldora del día después ni estarán en esas estadísticas que marcan un aumento de abortos en mujeres de entre 15 y 19 años de edad. Siempre son ‘los otros’.

Volviendo al tema, si el curso de yudo durara ocho meses (como en algunos colegios) muchos de estos niños y niñas, ya hombres y mujeres, se quejarían. Sus juiciosos padres también apoyarían la queja. No se puede dejar de entrenar cuatro mese al año y pensar en sacar resultados después. Pséeee.

Desde hace algo más de un mes, en mis clases de yudo tengo una palpable desidia entre los alumnos más dotados. El curso se está haciendo largo y llegan cansados de tanta competición, de tantos exámenes, de tanto calor… Últimamente hablamos mucho. Intento hacer reflexionar a mi parroquia. Soy el cura que avisa de los peligros de la molicie y del pecado de la pereza. “Hermanos, no caigas en las garras de la temible pereza, ni de la lujuria, la gula… Digo, no… eso no. Que se me ha ido el caldo, hermanos. Yo sólo os hablo de la pereza, que para la avaricia, la ira, la envidia y la soberbia ya están los curas y nadie les hace caso; como a mí”.

Si algunos vienen a la clase con la sana intención de pasar el rato con los amigos; eso es lo de siempre y está pero que muy requetebién. Lo que pasa es que se sublima que a la clase de yudo a lo que se va es a practicar yudo. Y eso implica hacerlo con amigos y pasarlo bien. Pero va en ese orden: primero se va a hacer yudo y luego se lo pasa uno muy bien con los amigos –ya de paso-. Llevamos unos días en las clases en que los niños (hombres y mujeres desde el viernes por la noche hasta entrada la madrugada del lunes) vienen a pasarlo bien con los amigos y punto. Por eso, en cuanto das la vuelta a la cara ves por el espejo que se afloja la tensión de toda una clase entera; que todo un grupo mira de soslayo guardando la mueca y escondiendo la risa. ¡Qué lastima! ¡Qué largo es el curso!

Lo que más cabrea es notar que la ignorancia del alumnado te iguala con profesores de todo tipo. No aciertan a quitar el grano de la paja y acaban incluyendo a su máximo aliado entre aquellos que les dan la vara, que les comen el coco o que les dan la charla.

Dice Daniel Pennac en ‘Mal de escuela’ que un profesor suyo de filosofía “despertó su espíritu” y que le “salvó de sí mismo”. También dice que su admiración “sorprende tanto más cuanto no guarda recuerdo alguno de mí, lo cual lo engrandece más aún a mi modo de ver, puesto que lo hizo (despertar su espíritu) sin que deba yo nada a su estima, sino todo a su arte”.

Estas palabras me habrán de servir de asidero; me habrán de servir como flotador para no ahogarme en mi mar de lágrimas y quejas. Quizás esté haciendo algo por algún alumno del que siquiera tengo claras referencias (también por mis manos – mis tatamis- han pasado ya, a estas alturas, cientos de alumnos) y lo estaré haciendo por profesionalidad y no por cariño (menos mal, porque el cariño se va encogiendo como una uva pasa tendida al sol). Hace mucho calor… ya decíamos. (y el curso muy largo... ¡ya te digo!)

L'allée
Jules Supervielle
(Montevideo, Uruguay 1884 - Paris 1960)


- Ne touchez pas l'épaule
Du cavalier qui passe,
Il se retournerait
Et ce serait la nuit,
Une nuit sans étoiles,
Sans courbe ni nuages.
- Alors que deviendrait
Tout ce qui fait le ciel,
La lune et son passage,
Et le bruit du soleil?
- Il vous faudrait attendre
Qu'un second cavalier
Aussi puissant que l'autre
Consentît à passer.

- No toquéis el hombro
del jinete que pasa,
se daría la vuelta
y se haría de noche,
una noche sin estrellas
sin curva ni nube.
- ¿Qué sería entonces
de todo lo que hace el cielo,
la luna y su pasar
y el ruido del sol?
- Tendrías que aguardar
que un segundo jinete
tan poderoso como el otro
aceptara pasar.


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editado por...Wladi Martín @ martes, junio 08, 2010
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sábado, junio 05, 2010

Sin pelos en la lengua y... también sin lengua




Hoy me he levantado contento… cantando cara al sol. No me he puesto moreno. Me he tragado la lengua. Ahora no puedo hablar así es que escribo. Pero no podré explicar. Más me vale poner lo que siento… ¡Corrijo! Más me vale poner lo que sienten los demás. Si vuelvo a molestar a alguien ¿cómo habría de explicar? Ya he dicho que me he tragado la lengua.

España entera se tragó la lengua y anduvo así, atragantada, unos cuantos lustros. Bueno… parece que no se tragó la lengua España entera. Algunos hablaban y se ponían la cara morenita que daba gusto de ver al español de lustre olivado.

Yo me encuentro, algunas veces, con gentes morenas de cara. No me atrevo a llamarles negros, se molestan. Pero me ponen negro (ellos a mí). Y encima, como me he tragado la lengua…

Voy a ver si me levanto contento otra mañana y me quemo los ojos de cantar cara al sol. Así no veré a los negros de cara, ni a los blancos de espíritu; los seguiré descubriendo como hasta ahora… ¡con el corazón!

Decía Antoine de Saint Exupery que “lo esencial es invisible a los ojos”. Yo… ¡no veo ‘ná’! Me he tragado la lengua.

Decía José Luis Coll que la boca es un órgano sexual que algunos imbéciles utilizan para hablar. Yo ya no puedo hablar… claro que sin lengua (... no sé yo que sexual, ni qué clase de lameculos voy a legar a ser).

Hoy me he levantado contento y no puedo cantar. Tampoco puedo hablar. Me siento menos imbécil (gracias Sr. Coll) aún sin legua –como en mis tiempos de adolescencia-.

Hoy me he levantado contento y sin poder ver con los ojos. Ando buscando lo esencial (gracias Sr. Saint Exupery).




A ver si empieza pronto el Mundial y vemos el 'Inglaterra-Argelia', el 'Italia-Paraguay', el 'Camerún-Dinamarca' y el 'Brasil-Costa de Marfil'... ¡por Dios!

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editado por...Wladi Martín @ sábado, junio 05, 2010
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