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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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domingo, enero 24, 2010

Corazón bestial

Hoy me he acabado La bestia del corazón que he leído en silencio, para que no se notase mucho. Mi corazón no anda ya para estos trotes. Al acabar la lectura de ese ‘libro-coz’ me he ido a asear para salir a dar un paseo. Me he mirado al espejo y no me ha reconocido. Me ha mostrado, a cambio, el reflejo de un viejo al que yo tampoco conozco.

Hay ‘libros-coz’ -patada al corazón- y ‘libros-maquillaje’, te salen arrugas al leerlos. Claro que se puede leer sin respirar y apretando mucho la imagen de algún santo (alguno queda). Entonces tienes protección y puedes echar a la chimenea el dichoso mostrenco.

Como yo no creo en santos, ni siquiera en los externos, me encuentro fatigado. He perdido vista.

Al colocar el libro en el estante se le han caído pestañas y restos de piel; en realidad de córnea. Así ando yo de ciego, untando mis ojos por las páginas de las novelas.

No conozco a Herta Müller pero voy a ver si soy capaz de odiarla. Será cuando entienda si me ha querido hundir en la miseria o advertirme de algo. Es que también hay ‘libros-secreto’.

Esta mañana siento bestial mi corazón. Nunca había hablado con él. Él conmigo, todavía, tampoco. No sé por qué, sospecho que en cualquier momento me insulta un ventriculazo y me jode. Ingrato. Siempre intenté tenerle al margen de mis cosas.

Tenía un amigo que iba con el corazón en la mano. Sus mejores amigos le dieron la espalda cuando les pidió sal para el café. Le acusaron de blandengue. Al café se le echa tabasco, ¡coño!

Mañana vuelvo a algún ‘libro-refugio’. Aún tengo por ahí a Eva Luna.

No te leas el libro de Herta Müller, igual te despierta la bestia del corazón. Total, ¿'pa' qué?


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editado por...Wladi Martín @ domingo, enero 24, 2010
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martes, enero 12, 2010

Hablar... Callar

He abandonado momentaneamente la lectura de la Eva Luna de Isabel Allende. Cogí el libro de otra mujer con mucho interés (el mío por leer y el que tiene ella por su obra). Empecé a leer La bestia del corazón, de Herta Müller. La primera frase me sacudió como una coz en el plexo solar. Hat palabras que, bien condimentadas con otras, se contituyen en frases que son obras de arte, por sí mismas. Son de esas que se leen de costado o se te clavan en el corazón. Cerré el libro, tras reller varias veces la frasecita. Aún no he reunido el valor para seguir la lectura del prometedor libro. Aquí os dejo la frase (cuidado con ella).

"Cuando callamos, nos tornamos desagradables, dijo Edgar. Cuando hablamos, nos tornamos ridículos".

NOTA: Lo mismo me vuelvo al refugio de 'Eva Luna' durante unos días más.

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editado por...Wladi Martín @ martes, enero 12, 2010
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miércoles, enero 06, 2010

Feliz Año Nuevo (el de siempre... el de todos los años)

Ole y ole
Hace tiempo que no me asomo a éste, mi vomitorio. Será que como ligero y no lo necesito. Últimamente está complicado echarse a las tripas algo de chica y con la alfalfa social con que me sustento...

El caso es que con los avances en páginas del tipo de Facebook uno anda más dedicado a otros menesteres a la hora de navegar por estos mares. Yo lo de navegar lo sigo sintiendo más cómo acabar atrapado en la red (la Red, con mayúsculas), que cómo disfrutar en la cubierta de un bergantín o cualquier otro tipo de velero.

En estos días de recogimiento me ando a vueltas con temas espirituales; no me cuesta nada. El que me conozca un poco sabe de lo poco prosaico que soy. Me lo he de hacer ver.

Decía que andaba con reflexiones y temas internos y no acabo de arrancar. No me fructifican los pensamientos; los echo sin raíces y se los lleva el viento. Siempre me han tildado de ser un ventoleras. Me lo he de hacer ver.

En todo caso, este enero no me he planteado nada de nada. Ni dejar de fumar (ya lo dejé hace mucho tiempo), ni adelgazar (ya lo dejé hace mucho tiempo). Pero no he de mentir que no soy bueno en ese arte y se me ha de notar tan pronto lo intente. Ya hice propósito de enmienda antes de llegar el año nuevo. Me metí en el mes de diciembre prometiéndome alguna que otra gilipoyez y dos o tres cosas muy importantes. De las gilipoyeces espero no tener que dar cuentas, que ya saldrán muy a mi pesar, tan acostumbrado como estoy a errar sesenta veces por minutos, sesenta minutos por hora y 24 horas al día. De las cosas muy importantes no sé cómo hablar pues me llevan media alma en el intento y fatiga el sólo intentar explicarlas. Baste decir que me voy a empeñar en ser más amigo de mis amigos y menos enemigo de mis enemigos. Voy a intentar seguir ambicionando lo que veo nadie ambiciona y a seguir despreciando las ínfulas de lo que se presenta en esta sociedad como perentorio. Quiero recordar que todo lo que aceptamos como pasajero o provisional, en realidad lo es. Pero también quiero recordar que todo lo que aceptamos como perpetuo o imperecedero, en realidad, también es pasajero o provisional. ¿O es que hay algo en esta vida que no lo sea? Y por ese mismo principio quiero dedicar toda mi vida a lo provisional, a lo pasajero. Quiero vivir cada instante con toda mi alma, porque está claro que no volverá en cuanto se escape por la rendija del pasado (a veces –casi siempre- una fosa de fauces descomunales).

Para semejantes propósitos debo empezar a tirar cosas por la ventana, pues no interesa lastre en tan espirituales propósitos. Si me calzo zapatos caros (los baratos suelen ser más livianos) habrán de ser mi ancla. Yo mismo me hundiría en el fango de los fingidos, de los mentecatos de la ceja depilada y reloj de 500 papeles para arriba (total para mirar la hora en que están paseando su propio cadáver). Ya deberíamos saber, a estas alturas, que Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). Lo explicó muy bien el poeta. ¡Perdón! Se me olvidaba a mí que los poetas están para llorarlos y olvidarlos. Duelen demasiado para recordarlos así como así.

Voy a empezar por tirar por el balcón de mi casa el sillón en el que me tiro para descansar de la vida, para amortecerme. Detrás del sillón irá mi armario (no vaya a salir alguien de dentro). Así, con lo puesto, me ducharé para lavar mi ropa y mi piel. Me secaré, luego, la piel al mismo tiempo que los calzones, los pantalones y el resto de atavíos con que tapo mis luengas vergüenzas; cada vez menos luengas y más vergüenzas. ¿O era al revés? Ya por tirar, lo mismo me animo y tiro mi desconfianza. Total, sin desconfiar me van a seguir apuñalando por la espalda. Así, al menos, cada puñalada la celebraré con la fiesta de la sorpresa. ¿También tú Bruto? Lo que no he de olvidar arrojar es mi resentimiento. Tampoco me ha sido muy efectivo. Después de algún roce no me ha llevado más que a tener otro y después otro. Si me libro del resentimiento volveré a poder cabrearme cada vez que me injurien o vilipendien, como si fuera la primera vez. Estoy harto de la dieta de sapos; no me tragaré más. Si acaso, tragaré ruedas de molino y comulgaré con sapos. Por llevar la contraria… ¡digo!

Lo que no quiero tirar es el beso furtivo que me dio una niña menor que yo, pero mucho más madura. Yo también era un niño (como ahora) pero aquello ocurrió el siglo pasado, tras la esquina en que comienza la leyenda y se pierde el recuerdo si no lo irrigas con sonrisas y alguna que otra lágrima. Me lo voy a guardar porque supo ver en mí a aquel que yo busco desde entonces en el pozo en que me he convertido.

Tampoco voy a tirar el grito de alegría de mi hija emocionada al abrir su regalo, un día de Epifanía. También riego ese recuerdo con alguna lágrima que me queda en la recámara de mi reseca humanidad. Y ya que me estoy quedando con tantas cosas voy a guardar las críticas; todas. Voy a guardar las que me gustaron y las que me irritaron. Esas son las que más me ayudaron, después de todo. Pero quede claro que las adulaciones ya fueron al vacío arrojadas dentro del armario. Las suelo usar de muda cuando se me escapa algún pedo con materia (cosas de la edad). No me gustan las adulaciones, ni siquiera los pasamanos. Me entristecen y no está mi corazón para esos trotes; bastante tengo con intentar perdonarme.

Basta de tonterías.


También he escrito algunos cuentos que creo voy a cambiar de título. No creo en la mala suerte y la buena no cree en mí. Estamos a la par. En cambio creo en la fortuna (la de otros, por su pasta) y en la mía (por mis amigos). Digo que igual cambio el título en que he empezado a coleccionar esos escritos: “Cuentos para que no me entre un cáncer”. Seguro que el mal fario viene a joder la marrana. De momento, he añadido un subtítulo: “Si es que estamos a tiempo”.

Un deseo.


Que todo el que sufra encuentre la utilidad de ese sufrimiento o el modo de librarse de él. Me gustaría indicar cómo, pero no tengo esa sabiduría. Sigo buscando.



Cortesía musical

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, enero 06, 2010
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