Sensación

 A veces tiene uno la sensación de marchar. Casi siempre hay una sensación de movimiento. Incluso cuando uno permanece inmóvil. Esa sensación es lógica. Hace poco he descubierto un escalofriante dato. Nuestro planeta se desplaza a unos 107.280 kilómetros por hora, de media. De ahí eso que hemos bautizado como tiempo y que medimos en días, horas…

O sea que la sensación de estar en marcha tiene mucho que ver con lo que nos pasa al rededor (eso dicen).

Dentro de esa sensación está la de línea recta; con un principio y … un fin. Es una sensación lineal. No existe la vuelta atrás. Es entonces cuando más sensación de marcha se tiene, independientemente de la “quietud” de cada cual.

Pero hay más sensaciones y unas no excluyen a otras. Es decir que se pueden tener varias sensaciones simultáneamente o una tras otra.

Otra de estas sensaciones es la de las vueltas, aún cuando esas vueltas puedan ir también hacia un final. Cada una acerca más al final que la anterior. Hablo de eso de dar vueltas y aparecer en lo que, antes, se nos antojaba la partida o un punto anterior. Es como culminar un círculo al que sigue otro similar.

Esta sensación concuerda bien con el dicho ese de “tropezar dos veces en la misma piedra”. También encajaría en el mito de Sísifo. Por ejemplo, toda la semana llevando titánica misión (subiendo la pesada bola de piedra por la ladera de la montaña) para que se nos caiga por la misma montaña al llegar el fin de semana, es decir para que llegue el fin de semana y desparramemos. Y vuelta a empezar el círculo. A volver a subir la pesada bola por la ladera de la montaña.

Hasta aquí las dos sensaciones predominantes sobre eso que llamamos tiempo. Pero se me ocurren algunas más. Dos en concreto. Serían opuestas o, lo que es lo mismo, las percibirían sujetos opuestos: los locos y los muy cuerdos. Serían la sensación de estar en un caos, sin principio ni fin, frente a la del punto y nada más.

La sensación de los locos (y todos tenemos algo de locos), esa en que no se aprecia ni principio ni final, es la de no estar seguro de si las cosas se repiten, de si se sigue una línea, de si hay un principio en cada acción y, sobre todo, de si hay algún fin, conclusión o meta en cada acto. Como sensación no es excluyente de otras, salvo, quizás, la que trataré de explicar a continuación: la del punto.

La sensación de estar en un punto, es la que sólo algunos seres avanzados son capaces de sentir. También se caracteriza por no tener conciencia de línea, por no apreciar ni principio, ni mucho menos final. En eso de no apreciar el tiempo se puede parecer a la sensación que experimentan los locos. Sólo que ahora no hay lucha, simplemente se acepta eso de que no existe ni inicio ni fin; solo el punto ofrece todas las respuestas. Sólo se está en el instante presente: lo demás es pura invención.

Esta última es la sensación de ser en plenitud. Se pierde la impotencia a no conseguir lo que se quiere. Desaparece el miedo a perder “lo que se tiene” (si es que se tiene). Se desvanece la impotencia a no conseguir lo que se desea (sobre todo porque no hay deseo). No hay decepción por no cumplir las expectativas (ni propias, ni ajenas). No existe dolor por superar viejas heridas (que simplemente no existen). El silencio es la forma de comunicar las emociones.

Hablo de sensaciones y recuerdo la frase de Carl G. Jung: “Tu visión se hará más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón. Aquel que mira hacia afuera, sueña. Aquel que mira en su interior, despierta”.