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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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viernes, abril 29, 2011

Hoy me han crucificado o El cuento del 'hummus'

Hoy me he acordado de Jesús, el de la cruz. Yo que soy más ateo que un perro apaleado me he acordado del Jesús clavado en un madero. Lo he pensado después de ver la mezquindad, porque de santurrón yo no suelo ir por la vida; ni mucho menos. Me ha dado por pensar en un grupo, pongamos que de alumnos, del que me siento líder o conductor o como carajo se quiera decir. Me ha dado por pensar en eso que se solía llamar el bien colectivo. Y me he encontrado con la mezquina diferenciación.

Es difícil lo que quiero explicar porque no estoy ya ni cabreado; ni siquiera indignado como imperativamente aconseja el joven Stephane Hessel. Algo de rabia o mierda me queda… de otro modo no estaría a estas horas en este vomitorio mío.

Voy a poner un ejemplo. Va un tío salao y dice que ha pensado en dar uno a cada uno de sus cien alumnos. Es decir que ha conseguido cien unidades de algo gratificante y piensa repartirlo equitativamente entre sus cien pupilos en los que piensa (he puesto números redondos para que salga de puta madre el ejemplo –ya se entiende-).

Como los niños son menores y, por tanto, suelen tener padre y madre (sobre todo madre que eso es lo que más tienen los niños occidentales) hablan por ellos sus progenitores (sobre todo las madres, decía). Y, entonces, una muy juiciosa dice: “pues a mi hijo habría que darle dos y no una, porque se esfuerza el doble que los demás”. La mujer (perdón la madre) es juiciosa porque quiere que se recompense el esfuerzo de su hijo (no te jode). Pero ese reconocimiento no esconde en ningún momento que se la pela que a otro niño se le niegue su unidad (que se joda): “que se hubiera esforzado más”. También muy juicioso y razonable, claro. (Yo es que soy de izquierdas, rojo si se quiere y, por tanto, no entiendo su razonamiento que me parece pura y dura mezquindad).

Bueno, el ejemplo me ha salido de pena así es que voy con una metáfora.

Tenemos un juego curiosísimo que adoran los niños. Le llamamos Peter Pan y su sombra. Consiste en hacer lo que su compañero. Es decir, el archifamoso y arcaico “lo que hace la madre lo hacen los hijos”, sólo que por parejas. Les suelo decir a los niños que si Peter Pan pierde la sombra habrá de buscar a Wendy para que se la vuelva a coser (y como hoy día ya no cosen ni las madres –algunas quedarán- los pobres se acojonan y se aplican al juego).

Una tarde dejé a los niños jugando al Peter Pan y su sombra y me entró un retortijón. Es que ando días comiendo hummus, que me encanta. A menudo acudo a la tienda de mi amigo Mohamed y le compro un bote de la deliciosa crema de garbanzos y otra de tahine, además de otras delicias de la comida árabe. Así es que mientras los niños jugaban a lo del Peter Pan ese yo me fui a un rincón y me cagué en mi puta sombra.

Así andan las cosas y así es como acierto a contarlas, porque me la pela que se comprendan cuando mi principal objetivo es que me entre el sueño y acudir a la cama aliviado escatológicamente y, si no beatificado, al menos purificado por mi martirio (ya he dicho que hoy me han crucificado).

Tiempo atrás, cuando tenía los cojones más gordos y peludos, seguramente me hubiera sentido más Viriato que Jesucristo. Hoy, en vez de cojones cargo a la derecha un par de piedras resecas, duras como la roca pero pequeñitas y de poco porte. No estoy yo ya como para presumir de partes nobles (si es que alguna vez lo estuve).

Decía que hubiera yo sentido que me parecía más a Viriato que a Jesucristo pues hubiera luchado contra todo el poder del Imperio y no me hubiera dejado prender por el chisgarabís del Pilatos y su cuadrilla de maricones con faldas y a lo loco. Pero la edad te da como una especie de reposo, una cosa parecida a la sabiduría que realmente se trufa en pereza con toques de pasotismo y algo de cobardía (pero bien aderezada, que apenas deja un fondo de aroma, como quien dice).

Acabamos de pasar la que se conoce como Semana Santa y ando yo pelín blasfemo y alterado. Pido perdón a los cristianos de pura cepa (que alguno quedará) y aprovecho para cagarme (otra vez el hummus) en los santones, meapilas, chupacirios, y abrazaestampitas de la iglesia de turno (con perdón y todos los respetos –eso sí-).

Veo que paso del folio intentando explicar lo que me bulle por dentro y no sale más que su santísima excremencia entre eructos y convulsiones. Voy a ver si me modero y llegamos a algo…

Un remedo:

Mensaje en el móvil: inundación con daños en las colchonetas

Viaje de 50 Km. al punto del trastorno (uno y en coche). Viajes cargando las colchonetas mojadas (múltiples y a pata). Días después siguen colchonetas empapadas y sigo dando viajes (múltiples y a pata) para ventearlas. Lumbalgia supina.

Un día pido colocar cuatro de las colchonetas menos mojadas a ocho alumnos de buen porte y sana figura. Zangolotinos se podría decir.

Coloco la primera para dar ejemplo. Quedan tres para ocho muchachos. Tardan cerca de tres minutos. Me voy a un rincón y me cago en mi sombra.

Una historia:

Érase una vez un honrado profesor de yudo al que salieron canas en las barbas. Se hacía viejo y veía crecer a sus pupilos. Uno de los más avanzados un día le dice: “maestro, está Ud. hecho una pena”. El maestro le sonríe con su gesto sabio que esconde, en realidad un retortijón. Pero no le contesta. Se va a un rincón y llora donde nadie le ve. Ya no tiene ni fuerzas para soltar más mierda… ¡qué cagada! Habrá que ir a por más hummus, cuando me quiten los clavos y me bajen de la cruz (igual hay que esperar, además, tres días).

A los tres días resucitó,

a Magdalena se apareció.

Dinos, María, ¿qué has visto tú?.

“He visto vivo a Cristo Jesús”.

Este es el día que hizo el Señor,

este es el día en que

Cristo triunfó.

Canten los pueblos, aleluya.


Un aviso:

Lástima ser ateo. De otro modo igual podría proferir una advertencia terrible, casi bíblica: Hoy es viernes; temblad romanos, en tres días será lunes y el hummus subirá de precio (como la gasolina, el tabaco, la empatía y la cordialidad) ¡Que dios os pille defecados!


(NOTA: Que Uds. sepan perdonar a este pecador porque de las altas y celestiales instancias ya nada esperamos)

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editado por...Wladi Martín @ viernes, abril 29, 2011
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viernes, abril 22, 2011

Camino de la “fluxibilidad”. La vía dúctil

Se suele decir que el yudo es “el camino de la flexibilidad”. Con ello se quiere indicar que el yudo enseña a no enfrentarse con rigidez a la fuerza que nos ataca; no se debe enfrentar fuerza a la fuerza. Por eso hemos sostenido muchas veces que, en España, hay pocos maestros de yudo y sí , en cambio, muchos entrenadores de una especie de lucha que practican con yudogui. Son entrenadores que suelen recurrir al famoso “tira más fuerte”, para corregir a sus pupilos. ¡Menudo argumento técnico! Este argumento es, sin duda, el que lleva a muchos jóvenes yudocas a la sala de pesas en busca de un fundamento técnico que ni siquiera conocen; sus entrenadores quizás tampoco.


De momento, no insistiremos más en esta cuestión. Sólo recordar que son personas, este tipo de entrenadores, que no practican ni enseñan “YU-DO”. No tienes más que recordar que se trata de dos palabras con un significado cada una de ellas y, siempre, muy alejado del empleo de la fuerza (y más de la fuerza bruta).

Pero volvamos ahora a lo del “camino de la flexibilidad”, porque, a pesar de ser cierta la definición, nos parece que se queda corta. Sobre todo porque, actualmente, hablar de flexibilidad, casi siempre, lleva a pensar en una persona elástica; en alguien capaz de doblarse más que los demás. No se trata de eso.

Quizás sería más correcto decir que el yudo es el camino de la “fluidez”, para comprender que de lo que se trata en yudo es de adaptarse a los ataques del adversario sin rigidez. Y esto acaba siendo una filosofía para comportarse en la vida adaptándose uno, a los problemas que le van surgiendo y resolviéndolos de forma flexible y fluida; con ductilidad.


Todavía surge un inconveniente al utilizar la palabra “fluidez” para definir el yudo. En nuestra sociedad, aquejada de las sempiternas prisas y tensiones, hablar de fluidez suele llevarnos a pensar en “rapidez”. Se suele entender que lo fluido es lo que transcurre en un corto espacio de tiempo; pasa rápidamente. No nos interesa esta connotación, pues en el yudo las prisas están expresamente contraindicadas, si se quiere progresar. Es un deporte en el que no conviene tener prisas para pasar de cinturón, pues no por el mero hecho de conseguir un cinturón o grado se sabe más yudo. Los atajos no existen en el yudo, como en casi nada importante de la vida. Lo que hay es un proceso de maduración que hay que saber respetar. Tampoco conviene tener prisas para ponerse en forma, pues ni siquiera una buena condición física garantiza la victoria ante un rival más cualificado técnicamente.

La fluidez a la que nos referimos para definir el yudo es, más bien, la que indica la cualidad que tienen algunas sustancias en estado líquido o gaseoso. Por ejemplo, fíjate en el agua y la capacidad que tiene de adoptar la forma de cualquier recipiente sobre la que se introduzca. Fíjate en la forma que tiene el agua de un río en seguir su lecho. Lo hace con fluidez, con calma en los remansos y con rapidez cuando el terreno se inclina. El agua no se puede cortar, fracturar o quebrar, aunque se la golpee con fuerza. Sin embargo, la fuerza del agua es tremenda. Sólo tienes que pensar en el agua del mar que muele la roca y la convierte en fina arena de playa; que es capaz de esculpir la costa.

Después de estas reflexiones se nos ocurre una palabra que vamos a acuñar aquí sin ánimo de elevar la petición a la Real Academia Española de la Lengua, para que la reconozca. Bastante batalla tenemos ya al emplear la “i griega” en lugar de la “jota”, para escribir yudo. En esta batalla, por cierto, nos da toda la razón la Real Academia Española; no tienes más que consultar su Diccionario de la Lengua Española. Sólo siguen escribiendo yudo, en castellano, con jota, gente bruta, ignorante, incapaz de corregir sus errores, imposibilitada para adaptarse a la razón… ¡Incapaces de hacer yudo!

La palabra que nosotros hemos propuesto en este artículo para definir el yudo es “fluxibilidad”. Para nosotros, el yudo es el camino de la “fluxibilidad”, porque es un deporte que nos enseña a caminar por la vida de manera flexible y fluida a un mismo tiempo. Ocurre que la riqueza del castellano es tal que tenemos una palabra como ductilidad que bien pudiera encerrar este significado que nosotros hemos intentado hacer aflorar. Así pues, optemos por la vía de la ductilidad. ¡Todo un reto! ¡Toda una filosofía!

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editado por...Wladi Martín @ viernes, abril 22, 2011
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viernes, abril 15, 2011

Ya es primavera

Florecen los almendros, ventean las verdes ramas de los arbolitos y trinan millares de pájaros (y no sólo en las Cortes). Los cielos se tiñen de un azul más azul y los aires vaporosos son ahora más vaporosos (también en Fukushima y aledaños). En fin, que, como dijo el gran filósofo Kort'in Gles: "Ya es primavera".

A mi esta primavera me ha pillado despeinado. Llevo todo el invierno sin peinar (las canas), pero aún me tapo el cuero cabelludo con una hermosa mata de pelo (más de uno anda jodido con ello). Esta primavera me ha hecho menos ilusión que otras. Me trae al pairo que las chicas enseñan las piernas, que empiecen a aparecer moscas y mosquitos, que el día empiece a alargarse y la noche retroceda. Me la pela.

No es que no me alegre de que el invierno derrita sus últimas nieves en las cumbres borrascosas y la luz gane terreno a la oscuridad. No; no es eso. Es que me va pillando cada primavera más viejo …y más pellejo. A ratos se me revuelve el hijoputa que todos llevamos dentro (bueno, y algunos fuera) y empiezo a dudar si sigue siendo rentable mantenerle a raya. Creía que ya le había desalojado de mí y veo que sólo estaba en estado de hibernación. Cosas del cambio climático, supongo.

No se trata de tener tentaciones de hacer alguna maldad; creo que no (cualquiera sabe). Lo que pasa es que me estoy cansando de hacer lo que se debe. Me está dando por pensar en si liarme la manta a la cabeza y armar alguna gorda.

Hay miles de ejemplos a diario. Pero a mi me gustaría ser original y no veo cómo. Sólo hay que poner la tele, escuchar la radio o echar un vistazo a la prensa. Hay miles de ejemplos a diario. También en los bares se habla hoy día, tanto de fútbol como de la penúltima golfada del de turno, la penúltima furia de la Naturaleza, la pnúltima matanza que nos ahce avergonzarnos de pertenecer a la especie humana. Un tío coge un arma y se lía a tiros. Mata a compañeros de clase que sacaban mejores notas que él (y de rebote al tonto de la clase). Otro demente rompe la cabeza a la parienta con un martillo. (No le entraba en la cabeza que era de él o de nadie). Un trajeado se rompe el bolsillo de tanto trasegar con los dineros que le ponen a su alcance. (Si es que nadie los cuida). Una panda de babosos cambian cromos de niñas en cueros. (Algo habrán hecho). El curita se ve sorprendido con la mano en la sotana y un querubín en las rodillas (dios mío, dios mío). En Méjico descubren una fosa con más de doscientos cuerpos sin vida (los habrán rodeado). Una explosión nuclear nos parece tan terrible como lejana, pero pasaremos años comiendo mierda (más que la que ya comemos a diario). Los ateos quieren procesiones, los maricas casarse, los antitaurinos que las corridas sean sólo las suyas (y sin viagra). El sistema escolar ha fracasado y los jóvenes, dicen, son unos brutos. Ya Aristóteles se quejaba de lo mismo, pero hace siglos. Votamos a unos tíos que ni cumplen el programa ni pueden. Hacen lo que les mandan otros a los que no votamos y a los que conocemos aún menos. Nadie se rebela. Para colmo queda la coletilla… ¿y qué van a hacer? A mí se me ocurren unas cuantas cosas. De momento les propondría que se compraran un pollo y lo pasearan por el parque del Retiro (por ejemplo).

Antes me gustaba pasear en bici y pensar en chorradas mientras creía que aún tenía fuerzas, como cuando era un chaval. Pensaba en mi familia, en mi futuro y mi pasado. Pensaba en cómo crece mi hija y cómo envejecen mis padres (y yo con ellos). En lo poco que les veo y en lo mucho que les quiero y les necesito. En la fortuna inmensa de haber conocido a mi compañera, un ángel que me comprende como sólo una cómplice sabe hacer y que perdona todas mis faltas como una madre, sin dejar por ello de admirarme y darme fuerzas que no sé de dónde saca. En chorradas, ya digo.

Ahora, tengo menos fuerzas para pasear en bici y menos ganas desde que me atropelló un miope que adujo no haberme visto (tampoco la placa que indicaba, en inglés, que parase: Stop, coño –esto último no lo ponía en la placa y es español-).

Ahora que llegan las vacaciones de primavera, que me sigo resistiendo a llamar ‘semana santa’, vuelvo a pensar en chorradas. Narcotizado de tanto desastre económico en la tele y en mis bolsillos, me empiezo a inmunizar de genocidios, revueltas, prevaricaciones y demás cosas importantes. Empiezo a estar saturado de asuntos tan trascendentes como las que nos recuerdan a diario dos pedazo de intelectuales como Rodríguez Zapatero y Rajoy (y algunos otros que les emulan). Se ve que me estoy embotando y ando más plano que los chavales de hoy en día. A cambio, no tengo su vitalidad que se me fue desgastando hace muchas hojas del almanaque. ¡Qué envidia!

Para colmo, no sigo a Rafael Nadal porque últimamente me aburre que lo gane todo. NI a Indurain porque ya no corre y los demás huelen a jeringuilla. Tampoco me entretengo con el fútbol porque ya no distingo a los jugadores de los diferentes equipos y me equivoco cuando aplaudo al que creía que me gustaba (que casi siempre es ‘el otro’, el ‘contrario’). He debido dejar de apasionarme. Será eso.

Como a algo me voy a tener que agarrar, voy a ver si saco fuerzas para salir con la bici (aunque no dé pedales). También voy a rescatar mi vieja colección de películas de Charlie Chaplin aunque sean de cinta y ya no tenga aparato VHS. Voy a llamar a mis padres para pasar unas cuantas tardes con ellos (unas con mi madre y otras con mi padre). Voy a llamar a mi hija para convencerla de que se venga conmigo o para verla un ratillo robado a su novio que se merece más atenciones que yo. Voy a volver a leer por tercera vez (o cuarta, no me acuerdo) El Principito de Saint Exupery. Voy a dedicarme a mis chorradas… y que le den por el culo a la primavera (a la del calendario y también a la mía; a mis 51 putas primaveras; a todas).

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editado por...Wladi Martín @ viernes, abril 15, 2011
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martes, abril 12, 2011

Ni mínimo ni máximo… “La ley del esfuerzo”; sin más

Estamos hartos de escuchar a profesores de colegios o de instituto echar en cara a sus alumnos que cumplen la ley del mínimo esfuerzo. Son personas que aparentan querer lo mejor para sus alumnos y que, desde luego, suelen pregonar que eso es lo que desean: lo mejor para sus alumnos. Por eso les dicen que no sean “vagos”, que no sean “perezosos”, que no recurran a la ley del mínimo esfuerzo. Es decir, que estudien más, que hagan sus tareas en casa, que aspiren a sacar un sobresaliente y no un simple aprobado, que lean más, que vayan al teatro, que acudan a conferencias, que escriban tratados de física cuántica o ensayos de psicología evolutiva. Bueno, es broma, pero, desde luego, los profesores suelen caracterizarse por ser tanto más exigentes cuanto menos comprensivos son con sus alumnos. Esa misma exigencia se suele acompañar de grandes dosis de desaliento, tanto por parte del alumnado como del profesorado.

No vamos a analizar ahora el sistema de enseñanza, pues eso llevaría mucho más empeño y espacio que el que tenemos pensado ocupar con estas notas. Simplemente aportaremos un par de reflexiones. La primera es que, en la actualidad, se predica más con la palabra que con el ejemplo. Los detractores de esa que llaman “ley del mínimo esfuerzo” suelen ser un auténtico paradigma de cómo cumplirla; toda una paradoja. Es decir que los propios profesores que acusan a sus alumnos de seguir la ley del mínimo esfuerzo, son los que la llevan a cabo en su comportamiento, muy a menudo. Vamos con algún ejemplo.

Al comienzo de la jornada, los profesores acuden masivamente a sus puestos de trabajo en coche, cuando suele haber una parada de autobús a escasos 200 metros de la puerta del centro escolar. Ni uno de cada mil acude en bicicleta (que supondría un gran esfuerzo). Tampoco son muchos los que acuden en tren, Metro o autobús (que supondría un pequeño esfuerzo). La grandísima mayoría de ellos acude en su coche (que supone un mínimo esfuerzo).

Cuando un profesor consigue su plaza suele acudir con grandes proyectos. Cuando empieza a dar clases suele poner un gran empeño en preparar sus clases, en hacer un buen seguimiento de sus lecciones, de sus alumnos… (Se esfuerzan). En cuanto llevan varios años impartiendo enseñanza, suelen adquirir algunos hábitos, que en principio les ayudan a dar mejor las clases y que, sobre todo, no les exige tener que realizar el mismo esfuerzo que al principio, cuando eran novatos. ¿No es esa otra ley del mínimo esfuerzo? Para colmo, los que llevan ya muchos años ejerciendo la labor docente suelen ser auténticos autómatas que saben en cada día lo que corresponde y lo que no; son personas, en general, a las que les cuesta modificar sus proyectos curriculares y que revisan muy poco o nada su programación (hacen un mínimo esfuerzo por seguir evolucionando). Además, no es extraño escuchar a viejos maestros explicar que llevan así años y años y que no van a cambiar a estas alturas por cuatro niñatos. ¡Toma esfuerzo!

Por otra parte, por seguir con la segunda reflexión que habíamos prometido, vamos a tratar de definir de una vez por todas lo que entendemos nosotros como esfuerzo, lo que entendemos que quieren decir los profesores con esfuerzo y lo que creemos escuchan los estudiantes cuando se les habla de esfuerzo. Por empezar en orden inverso, creemos que los alumnos, estudiantes, trabajadores y adolescentes, en general, cuando se les habla de esfuerzo escuchan el consejo como una limitación. Para ellos suena a reproche eso de limitarse a realizar el mínimo esfuerzo. Lo suelen escuchar como: “deja de vaguear y estudia más”, “deja de ver tanto la tele o escuchar música con tus casquitos y haz las tareas”, “sal menos con tus amigos y estate más tiempo en casa con tus libros y cuadernos”… Nunca suelen escuchar palabras de ánimos del estilo de “fíjate con que poquito has logrado, pues imagínate lo que puedes conseguir con un poco más de empeño”, o “enhorabuena, con lo poco que aparentas esforzarte has logrado bastante; no lo olvides, para cuando tengas que hacer un gran esfuerzo porque puedes conseguir todo lo que te propongas”. En fin, a la juventud actual, pese a lo que pueda parecer, se le dan pocos alicientes y estímulos. Lo que se le suele dar es montañas de oportunidades vacías y sin proyecto detrás. Los jóvenes de esta sociedad tienen a su alcance multitud de cosas, la mayoría de las cuales no valen para estimular su creatividad o proyectar su futuro sino sólo para entretener su presente y desviar del camino del progreso de su formación como hombres o mujeres.

Sobre el esfuerzo que exigen los profesores, sólo podemos añadir que, en nuestra opinión, va en muy pocas ocasiones acompañado de las suficientes dosis de sinceridad, confianza y estímulo. Los estudiantes escuchan a sus profesores como reproche y no como estímulo. Se debería reflexionar sobre ello, en un sistema de enseñanza en el que el fracaso escolar no es algo aislado y en vías de ser erradicado: es el pan nuestro de cada día. No vamos a dar la enhorabuena por ello al profesorado y no toleramos su actitud de culpar a la familia (a los padres) de ese fracaso escolar. Lo que sí nos atrevemos, desde aquí, es a sugerir a los padres que se involucren más en la educación de sus hijos. Que acudan a las reuniones con los profesores, que se mantengan en contacto con ellos cada vez que sus hijos les comenten cuestiones un tanto anómalas. Que propongan actividades y soluciones al centro y que hagan un seguimiento serio de la profesionalidad de los profesores que se encargan de instruir y educar a sus hijos.

Como ya hemos despachado unas cuantas críticas a diestro y siniestro, tendremos ahora que dar nuestra teoría sobre todo esto del esfuerzo. Así es que, para ello, vamos a recordar teorías muy recientes que hablan de que las grandes cosas que se consiguen en esta vida, se consiguen precisamente sin esfuerzo. Y dicho así, ni estamos a favor ni estamos en contra. Sólo podemos decir que ha llegado el momento de definir esfuerzo para aclarar algunas cuestiones importantes. Lo primero que vamos a hacer es recurrir al diccionario. Y encontramos varias acepciones a la hora de definir “esfuerzo”. La primera se refiere al “empleo enérgico de la fuerza física contra algún impulso o resistencia”. Ya tenemos algo y no es poco. Es decir que para un deportista el esfuerzo nunca va a ser algo despreciable y, menos para un yudoca, que está acostumbrado a “conseguir algo venciendo dificultades”, porque esas dificultades se las intenta poner su oponente o adversario.

Una segunda acepción indica que se trata del “empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades”. Sin duda es necesario tener cierto ánimo para superar algún obstáculo o dificultad. Tener ánimo invita a pensar en tener la voluntad de hacer algo; es decir que “sin querer” difícilmente se supera un obstáculo, o, en todo caso, podría quedar a las incalculables leyes del azar la superación de la dificultad. Por ahí no vamos a seguir, pues los yudocas sabemos que en nuestro deporte el azar simplemente no suele intervenir. No manejamos una pelotita que puede botar de un modo no calculado o azaroso en un determinado momento.

Si seguimos con el diccionario encontramos otra definición de “esfuerzo” y es la de: “Ánimo, vigor, brío, valor”. Son palabras que cualquier deportista ha escuchado en muchos momentos. Son palabras que para un deportista no indican demasiado esfuerzo, pues indican características asumidas; indican características indisolubles con el propio deportista. Es que si un buen yudoca no tuviera ánimo, ni vigor, ni brío, ni valor… ¡no sería yudoca!

Finalmente, todavía encontramos una cuarta acepción de la palabra que estamos analizando. El diccionario señala que “esfuerzo” es el “empleo de elementos costosos en la consecución de algún fin”; lo que nos recuerda ese refrán de “el que algo quiere, algo le cuesta”.

Se nos ocurre que no por ser la última, esta acepción no es precisamente la menos importante. Todo lo contrario. Queremos hacer especial énfasis en ella, porque creemos que es donde puede estar el quid de la cuestión.

Eso de emplear “elementos costosos en la consecución de un fin” invita a pensar en nuestra sociedad capitalista y material en términos de cantidad. La palabra coste (“gasto realizado para la obtención o adquisición de una cosa o de un servicio”) es inevitablemente un término de contables o economistas. No estamos en absoluto de acuerdo y por ahí viene toda esa falsa teoría del esfuerzo que circula en nuestra sociedad. Y eso es lo que escuchan los rebeldes adolescentes (o no tan adolescentes) con rechazo y hasta repugnancia. No todo esfuerzo está al servicio de ganar, en términos económicos o monetarios. Es más, casi todos los esfuerzos llevan en sí mismo poca o ninguna ganancia dineraria. Pero llevan el premio de ganancias de cosas que no se pueden pagar ¡ni con dinero! El esfuerzo que realiza un ciclista para superar una cuesta se hace con fuerza y vigor para superar el obstáculo que supone la pendiente. El premio no es luego poderse deslizar pendiente abajo sin esfuerzo. El premio es la salud de hierro que gana el ciclista con sus entrenamientos, subiendo cuestas o echando horas a sus pedaleos. El premio es mover el corazón, ejercitar sus músculos, fortalecer sus pulmones… además de conseguir ciertos objetivos deportivos (que, aunque se antepongan, suelen ser secundarios, al menos a la larga). Pero, nunca para un deportista el esfuerzo implica renuncia, porque, casi siempre, el deportista está haciendo lo que le gusta, lo que quiere. Es decir que no le falta ese “ánimo” del que hablaba el diccionario.

Llegados a este punto vamos a empezar ya a defender que nosotros sí apostamos por la “Ley del esfuerzo”, de momento, sin más; ni mínimo ni máximo. Pero vamos a insistir en que ese esfuerzo del yudoca está liberado de toda carga de drama o restricción. El esfuerzo del yudoca es su ganancia en el día a día, dentro y fuera del doyo; cuando entrena y cuando cree que no practica yudo (si es que es un buen yudoca). Por eso, nuestro esfuerzo no es representado por un abnegado estudiante que ve limitada su libertad y pasa cuatro horas encerrado para sacar una buena nota en una asignatura de “chicha y nabo”. Tampoco es la del deportista que llora del dolor que le producen sus entrenamientos, pero no puede salir de ellos ante la presión de su entrenador autoritario, porque simplemente se trata de un sujeto sin personalidad que hace lo que hace sin llegar a desearlo. Nuestro esfuerzo va más ligado a la persona (de la edad que sea) que es capaz de defender su deseo porque es suyo y, para ello, recurre al vigor y la fuerza que sea necesario. Para eso luchamos muco en nuestras clases, para que todo el que conozca nuestra bella disciplina pueda, enseguida, sentir todo lo que puede aportarle. De este modo, el propio interesado es el que hace el esfuerzo de reconocer su deseo y de luchar por él. Así es como evitamos tener alumnos que hacen algo por el deseo de un tercero o intermediario. Luego es cuando vienen las confusiones y cuando la gente habla del esfuerzo como de algo peyorativo o negativo. El esfuerzo es la sinceridad del individuo enfrentado en su intimidad a su deseo, reconociendo las dificultades para satisfacerlo y poniendo los medios o recursos (internos casi siempre) necesarios para satisfacerlo.

Seryoku zen yu

Ha llegado el momento de recordar uno de los principios sobre los que asentó el yudo su fundador. Se trata del “Ser yoku zen yu” o “máxima eficacia en el empleo de la fuerza física y mental”. Esta máxima eficacia solemos explicarla los profesores de yudo (los buenos profesores de yudo y no los entrenadores de luchadores con kimono, de los que ya hemos hablado), como una especie de ley del mínimo esfuerzo con la máxima eficacia. Es el que explica que yudocas ligeros superen o venzan a rivales más fuertes o pesados. Pero también es mucho más.

Cuando Yigoro Kano concibió el yudo lo hizo como un sistema de educación. No olvidéis que el maestro Kano fue profesor de instituto en Japón durante muchos años y, por tanto, un firme defensor de la educación. En su mente, yudo y educación eran una misma cosa y, siempre, utilizado para promover el desarrollo de la gente. Consideraba que los objetivos del yudo giraban alrededor de tres cuestiones: educación, combate y ética. En otras palabras, según Kano, con la práctica del yudo, uno completaba su desarrollo a través del entrenamiento de cuerpo y mente y se convertía en una persona que contribuiría a mejorar la sociedad y el mundo.


Aquí se encuentran encerrados los dos grandes principios del yudo según Yigoro Kano. Por un lado está el “Seryoku Zenyu” (“fuerza espiritual y física” –seryoku- y “uso más efectivo o buen uso” –zenyu-), y “Sita Kyoei” o contribución a la sociedad, que gira alrededor de armoniosas relaciones entre uno mismo y los demás, permitiendo a ambos prosperar.

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 12, 2011
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