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martes, abril 12, 2011

Ni mínimo ni máximo… “La ley del esfuerzo”; sin más

Estamos hartos de escuchar a profesores de colegios o de instituto echar en cara a sus alumnos que cumplen la ley del mínimo esfuerzo. Son personas que aparentan querer lo mejor para sus alumnos y que, desde luego, suelen pregonar que eso es lo que desean: lo mejor para sus alumnos. Por eso les dicen que no sean “vagos”, que no sean “perezosos”, que no recurran a la ley del mínimo esfuerzo. Es decir, que estudien más, que hagan sus tareas en casa, que aspiren a sacar un sobresaliente y no un simple aprobado, que lean más, que vayan al teatro, que acudan a conferencias, que escriban tratados de física cuántica o ensayos de psicología evolutiva. Bueno, es broma, pero, desde luego, los profesores suelen caracterizarse por ser tanto más exigentes cuanto menos comprensivos son con sus alumnos. Esa misma exigencia se suele acompañar de grandes dosis de desaliento, tanto por parte del alumnado como del profesorado.

No vamos a analizar ahora el sistema de enseñanza, pues eso llevaría mucho más empeño y espacio que el que tenemos pensado ocupar con estas notas. Simplemente aportaremos un par de reflexiones. La primera es que, en la actualidad, se predica más con la palabra que con el ejemplo. Los detractores de esa que llaman “ley del mínimo esfuerzo” suelen ser un auténtico paradigma de cómo cumplirla; toda una paradoja. Es decir que los propios profesores que acusan a sus alumnos de seguir la ley del mínimo esfuerzo, son los que la llevan a cabo en su comportamiento, muy a menudo. Vamos con algún ejemplo.

Al comienzo de la jornada, los profesores acuden masivamente a sus puestos de trabajo en coche, cuando suele haber una parada de autobús a escasos 200 metros de la puerta del centro escolar. Ni uno de cada mil acude en bicicleta (que supondría un gran esfuerzo). Tampoco son muchos los que acuden en tren, Metro o autobús (que supondría un pequeño esfuerzo). La grandísima mayoría de ellos acude en su coche (que supone un mínimo esfuerzo).

Cuando un profesor consigue su plaza suele acudir con grandes proyectos. Cuando empieza a dar clases suele poner un gran empeño en preparar sus clases, en hacer un buen seguimiento de sus lecciones, de sus alumnos… (Se esfuerzan). En cuanto llevan varios años impartiendo enseñanza, suelen adquirir algunos hábitos, que en principio les ayudan a dar mejor las clases y que, sobre todo, no les exige tener que realizar el mismo esfuerzo que al principio, cuando eran novatos. ¿No es esa otra ley del mínimo esfuerzo? Para colmo, los que llevan ya muchos años ejerciendo la labor docente suelen ser auténticos autómatas que saben en cada día lo que corresponde y lo que no; son personas, en general, a las que les cuesta modificar sus proyectos curriculares y que revisan muy poco o nada su programación (hacen un mínimo esfuerzo por seguir evolucionando). Además, no es extraño escuchar a viejos maestros explicar que llevan así años y años y que no van a cambiar a estas alturas por cuatro niñatos. ¡Toma esfuerzo!

Por otra parte, por seguir con la segunda reflexión que habíamos prometido, vamos a tratar de definir de una vez por todas lo que entendemos nosotros como esfuerzo, lo que entendemos que quieren decir los profesores con esfuerzo y lo que creemos escuchan los estudiantes cuando se les habla de esfuerzo. Por empezar en orden inverso, creemos que los alumnos, estudiantes, trabajadores y adolescentes, en general, cuando se les habla de esfuerzo escuchan el consejo como una limitación. Para ellos suena a reproche eso de limitarse a realizar el mínimo esfuerzo. Lo suelen escuchar como: “deja de vaguear y estudia más”, “deja de ver tanto la tele o escuchar música con tus casquitos y haz las tareas”, “sal menos con tus amigos y estate más tiempo en casa con tus libros y cuadernos”… Nunca suelen escuchar palabras de ánimos del estilo de “fíjate con que poquito has logrado, pues imagínate lo que puedes conseguir con un poco más de empeño”, o “enhorabuena, con lo poco que aparentas esforzarte has logrado bastante; no lo olvides, para cuando tengas que hacer un gran esfuerzo porque puedes conseguir todo lo que te propongas”. En fin, a la juventud actual, pese a lo que pueda parecer, se le dan pocos alicientes y estímulos. Lo que se le suele dar es montañas de oportunidades vacías y sin proyecto detrás. Los jóvenes de esta sociedad tienen a su alcance multitud de cosas, la mayoría de las cuales no valen para estimular su creatividad o proyectar su futuro sino sólo para entretener su presente y desviar del camino del progreso de su formación como hombres o mujeres.

Sobre el esfuerzo que exigen los profesores, sólo podemos añadir que, en nuestra opinión, va en muy pocas ocasiones acompañado de las suficientes dosis de sinceridad, confianza y estímulo. Los estudiantes escuchan a sus profesores como reproche y no como estímulo. Se debería reflexionar sobre ello, en un sistema de enseñanza en el que el fracaso escolar no es algo aislado y en vías de ser erradicado: es el pan nuestro de cada día. No vamos a dar la enhorabuena por ello al profesorado y no toleramos su actitud de culpar a la familia (a los padres) de ese fracaso escolar. Lo que sí nos atrevemos, desde aquí, es a sugerir a los padres que se involucren más en la educación de sus hijos. Que acudan a las reuniones con los profesores, que se mantengan en contacto con ellos cada vez que sus hijos les comenten cuestiones un tanto anómalas. Que propongan actividades y soluciones al centro y que hagan un seguimiento serio de la profesionalidad de los profesores que se encargan de instruir y educar a sus hijos.

Como ya hemos despachado unas cuantas críticas a diestro y siniestro, tendremos ahora que dar nuestra teoría sobre todo esto del esfuerzo. Así es que, para ello, vamos a recordar teorías muy recientes que hablan de que las grandes cosas que se consiguen en esta vida, se consiguen precisamente sin esfuerzo. Y dicho así, ni estamos a favor ni estamos en contra. Sólo podemos decir que ha llegado el momento de definir esfuerzo para aclarar algunas cuestiones importantes. Lo primero que vamos a hacer es recurrir al diccionario. Y encontramos varias acepciones a la hora de definir “esfuerzo”. La primera se refiere al “empleo enérgico de la fuerza física contra algún impulso o resistencia”. Ya tenemos algo y no es poco. Es decir que para un deportista el esfuerzo nunca va a ser algo despreciable y, menos para un yudoca, que está acostumbrado a “conseguir algo venciendo dificultades”, porque esas dificultades se las intenta poner su oponente o adversario.

Una segunda acepción indica que se trata del “empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades”. Sin duda es necesario tener cierto ánimo para superar algún obstáculo o dificultad. Tener ánimo invita a pensar en tener la voluntad de hacer algo; es decir que “sin querer” difícilmente se supera un obstáculo, o, en todo caso, podría quedar a las incalculables leyes del azar la superación de la dificultad. Por ahí no vamos a seguir, pues los yudocas sabemos que en nuestro deporte el azar simplemente no suele intervenir. No manejamos una pelotita que puede botar de un modo no calculado o azaroso en un determinado momento.

Si seguimos con el diccionario encontramos otra definición de “esfuerzo” y es la de: “Ánimo, vigor, brío, valor”. Son palabras que cualquier deportista ha escuchado en muchos momentos. Son palabras que para un deportista no indican demasiado esfuerzo, pues indican características asumidas; indican características indisolubles con el propio deportista. Es que si un buen yudoca no tuviera ánimo, ni vigor, ni brío, ni valor… ¡no sería yudoca!

Finalmente, todavía encontramos una cuarta acepción de la palabra que estamos analizando. El diccionario señala que “esfuerzo” es el “empleo de elementos costosos en la consecución de algún fin”; lo que nos recuerda ese refrán de “el que algo quiere, algo le cuesta”.

Se nos ocurre que no por ser la última, esta acepción no es precisamente la menos importante. Todo lo contrario. Queremos hacer especial énfasis en ella, porque creemos que es donde puede estar el quid de la cuestión.

Eso de emplear “elementos costosos en la consecución de un fin” invita a pensar en nuestra sociedad capitalista y material en términos de cantidad. La palabra coste (“gasto realizado para la obtención o adquisición de una cosa o de un servicio”) es inevitablemente un término de contables o economistas. No estamos en absoluto de acuerdo y por ahí viene toda esa falsa teoría del esfuerzo que circula en nuestra sociedad. Y eso es lo que escuchan los rebeldes adolescentes (o no tan adolescentes) con rechazo y hasta repugnancia. No todo esfuerzo está al servicio de ganar, en términos económicos o monetarios. Es más, casi todos los esfuerzos llevan en sí mismo poca o ninguna ganancia dineraria. Pero llevan el premio de ganancias de cosas que no se pueden pagar ¡ni con dinero! El esfuerzo que realiza un ciclista para superar una cuesta se hace con fuerza y vigor para superar el obstáculo que supone la pendiente. El premio no es luego poderse deslizar pendiente abajo sin esfuerzo. El premio es la salud de hierro que gana el ciclista con sus entrenamientos, subiendo cuestas o echando horas a sus pedaleos. El premio es mover el corazón, ejercitar sus músculos, fortalecer sus pulmones… además de conseguir ciertos objetivos deportivos (que, aunque se antepongan, suelen ser secundarios, al menos a la larga). Pero, nunca para un deportista el esfuerzo implica renuncia, porque, casi siempre, el deportista está haciendo lo que le gusta, lo que quiere. Es decir que no le falta ese “ánimo” del que hablaba el diccionario.

Llegados a este punto vamos a empezar ya a defender que nosotros sí apostamos por la “Ley del esfuerzo”, de momento, sin más; ni mínimo ni máximo. Pero vamos a insistir en que ese esfuerzo del yudoca está liberado de toda carga de drama o restricción. El esfuerzo del yudoca es su ganancia en el día a día, dentro y fuera del doyo; cuando entrena y cuando cree que no practica yudo (si es que es un buen yudoca). Por eso, nuestro esfuerzo no es representado por un abnegado estudiante que ve limitada su libertad y pasa cuatro horas encerrado para sacar una buena nota en una asignatura de “chicha y nabo”. Tampoco es la del deportista que llora del dolor que le producen sus entrenamientos, pero no puede salir de ellos ante la presión de su entrenador autoritario, porque simplemente se trata de un sujeto sin personalidad que hace lo que hace sin llegar a desearlo. Nuestro esfuerzo va más ligado a la persona (de la edad que sea) que es capaz de defender su deseo porque es suyo y, para ello, recurre al vigor y la fuerza que sea necesario. Para eso luchamos muco en nuestras clases, para que todo el que conozca nuestra bella disciplina pueda, enseguida, sentir todo lo que puede aportarle. De este modo, el propio interesado es el que hace el esfuerzo de reconocer su deseo y de luchar por él. Así es como evitamos tener alumnos que hacen algo por el deseo de un tercero o intermediario. Luego es cuando vienen las confusiones y cuando la gente habla del esfuerzo como de algo peyorativo o negativo. El esfuerzo es la sinceridad del individuo enfrentado en su intimidad a su deseo, reconociendo las dificultades para satisfacerlo y poniendo los medios o recursos (internos casi siempre) necesarios para satisfacerlo.

Seryoku zen yu

Ha llegado el momento de recordar uno de los principios sobre los que asentó el yudo su fundador. Se trata del “Ser yoku zen yu” o “máxima eficacia en el empleo de la fuerza física y mental”. Esta máxima eficacia solemos explicarla los profesores de yudo (los buenos profesores de yudo y no los entrenadores de luchadores con kimono, de los que ya hemos hablado), como una especie de ley del mínimo esfuerzo con la máxima eficacia. Es el que explica que yudocas ligeros superen o venzan a rivales más fuertes o pesados. Pero también es mucho más.

Cuando Yigoro Kano concibió el yudo lo hizo como un sistema de educación. No olvidéis que el maestro Kano fue profesor de instituto en Japón durante muchos años y, por tanto, un firme defensor de la educación. En su mente, yudo y educación eran una misma cosa y, siempre, utilizado para promover el desarrollo de la gente. Consideraba que los objetivos del yudo giraban alrededor de tres cuestiones: educación, combate y ética. En otras palabras, según Kano, con la práctica del yudo, uno completaba su desarrollo a través del entrenamiento de cuerpo y mente y se convertía en una persona que contribuiría a mejorar la sociedad y el mundo.


Aquí se encuentran encerrados los dos grandes principios del yudo según Yigoro Kano. Por un lado está el “Seryoku Zenyu” (“fuerza espiritual y física” –seryoku- y “uso más efectivo o buen uso” –zenyu-), y “Sita Kyoei” o contribución a la sociedad, que gira alrededor de armoniosas relaciones entre uno mismo y los demás, permitiendo a ambos prosperar.

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 12, 2011

1 Comentarios

At 13/4/11 07:56, Anonymous Janet said...

Por algo eres un MAESTRO. Si la vida diera cinturones....

 

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