wladiario

Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

contador de visitas

viernes, octubre 29, 2010

Teoría cromática de la imbecilidad humana

(viene del YUDIARIO)

Cuando se empieza a practicar (yudo, por ejemplo) se ata uno la chaqueta con una cinta o cinto de color blanco. Según se dice por ahí, ese color indica la pureza del que comienza… O sea, indica que no se tiene ni puñetera idea; pero lo blanco parece que indica pureza (ni idea, ni puta idea, ni pura idea, pura). Pero el cinturón, sea del color que sea, tiene la función de ceñir la chaqueta al cuerpo para que no estorbe (y que de paso no se nos vea la barriga).

Si seguimos por ese mismo hilo de razonamiento, el experto es el menos puro (que no el menos puto o puteado, aunque también podría ser). Es decir que de la virginal pureza de los comienzos ya no queda nada y, por eso, el cinturón se ha oscurecido hasta parecer negro.

Suelo explicar que los originales colores de cinturón en Japón (donde nació el yudo) vienen por un proceso lógico de pérdida de pureza. Allí sólo contemplan el blanco el marrón y el negro. Si se tiene en cuenta que se empieza con el blanco y que los cinturones no se lavan, es fácil colegir que acabará hecho una mierda el cinturón (si se usa, que algunos los dejan impolutos pues sólo se les ve en traje en fotos). Que se sepa el color de la mierda puede variar en función de la ingesta del ser vivo que la defeca. Más sólida y verdosa en los herbívoros, algo más pastosilla y rojiza en los carnívoros y de diferentes gamas de marrón en los omnívoros según predominen hamburguesas, chuches, tapitas de bar u otras sustancias. En estos casos, hablaremos del marrón pardo, en sus distintas gamas cromáticas. Y hete tú aquí que acabamos de llegar al segundo color de cinturón que existe en Japón para los yudocas: el marrón. De ahí se pasa al negro (más oscuro… más mierdoso o coriáceo). Y poco más. Bueno, aún hay más.

Bueno; luego vienen los colores más apetitosos. El rojo de la pasión, el rojo de la ira, el rojo de los que quedan pocos y los pocos que quedan se callan, sobre todo tras haber fallecido el luchador Marcelino Camacho; uno de los últimos rojos (de verdad).

Cuando se llevan muchos años con el cinturón hecho una mierda (negro) vuelve a seguir experimentando una transformación. Comienza a hacerse hilos y a desgastarse por las zonas en que entra en contacto sobre sí mismo con mayor roce o fricción (los nudos y la parte de la espalda que se roza –salvo los que se anudan al modo geisha, maricona o al estilo fajín de ejecutivo que juega al golf y se enrolla una toalla perfumada de algodón de rizo-). Como se ve, esos nudos no son clásicos y nunca llegarían al bicolor al uso por el proceso que ahora estamos explicando. Les faltaría alguna franja blanca.

Cuando un yudoca utiliza a diario su cinturón negro y lo somete a las exigencias de los entrenamientos duros (de randori, shiai… no de katas únicamente o de pase de modelo chachi que me acabo de comprar por doscientos pavos) se acaba desgastando. Y se desgasta e incluso deshilacha por ciertas zonas antes que por otras. Para colmo, el color negro (mierda) también empieza a sufrir una cierta oxidación y desgaste, de manera que deja de ser tan oscuro para buscar una especie de tono parduzco –otra vez- pero sin llegar a ser marrón (entre rojizo y anaranjado). Ese es el origen del blanco y rojo; cuando ya hasta la mierda se empieza a caer a cachos.

Yo me imagino, que por más que, en el origen, los grandes maestros a los que se les caía el cinturón a cachos, fuesen pobres de solemnidad, se acabarían comprando otro, nuevo, tarde o temprano. La adquisición vendría bien de motu propio, bien por colecta de sus amantes alumnos (“a ver si juntamos para un nuevo cinturón del sensei que está que se le cae a cachos”). Lo que no me queda claro es si en esa tardía reposición se opta por el cinturón original (tan transformado a estas alturas) o por el que se pretende debía ser el original. Me explico.

Yo tengo la teoría de que el gran maestro (léase anciano maestro) al llegar al noveno o décimo o quincuagésimo dan, si todavía se sujeta en pie y pisa tatamis, ya tiene el cinturón que ni sirve para atarse la chaqueta ni para hacer hilos. Es entonces cuando se opta por la reposición de tan totémica prenda. En el caso de que sea el venerable maestro el que optase por su reposición, recordando sus inicios, va y se compra un nuevo cinturón (blanco, claro está) y lo que hace es que se lo compra más ancho para que le dure más (sabido es que estos japoneses tienen una extraña forma de pensar y aún al asomarse al acantilado del fin de sus tiempos son capaces de extraños cálculos como si aquí no pasase nada). Este sería el origen del décimo dan que se puede simbolizar (si se quiere) con un cinturón blanco (de nuevo la pureza) pero más ancho. Lo del ancho, ya digo, debe de ser por ese sentimiento de comprar uno mejor para que no se quede con el paso del tiempo hecho una mierda como el anterior.

Entonces nos queda el origen del noveno dan (cinturón rojo). La explicación es bien sencilla. Reunidos los alumnos del anciano profesor y viendo que lleva un cinto cochambroso que ha perdido el color a franjas y hasta la esencia del tejido en otras franjas, se deciden a renovar esa importante prenda. Como no tienen noción del pasado remoto en que su líder comenzó su singladura por el mundo de las artes marciales (que se suelen llamar) tratan de valorar cómo sería ese cinturón antes de ser estrenado. Fijándose en las zonas menos desgastadas, adivinan unos tonos rojizos o anaranjados y corren al artesano fabricante de obis (cinturones japoneses) y le encargan uno de color rojo, pero brillante y vivo para que su maestro lo luzca con un chaval.

Así es que, de alguna manera, el reconocimiento de los estúpidos alumnos viene a ser todo un espaldarazo para el maestro (además de un pequeño ahorro), pero también lastra su carrera. Si le regalan el cinto rojo, no veas lo difícil que es conseguir el cinto Blanco –anchito- para llegar al décimo dan. Hay que esperar igual proceso escatológico antes descrito, pero ahora con el rojo brillante. Algunos se mueren por el camino los pobres.

Más colores

Esto de los colores es fascinante. Dicen que la mujer (cualquier mujer) está más preparada para ver colores que el hombre (cualquier hombre –salvo Boris Izaguirre y otros que los ven por todos los ojos; en profundidad; según me dicen por ahí).

Aún siendo ‘cortos de colores’ los hombres se empeñan en algunos de ellos. He visto tíos como rocas lloriqueando por el blanquirrojo (y no sólo del ‘atlético’ de turno). También he visto furibundas cerrazones a poner color. Vaya polémica con los yudoguis de colores, hace años. Algunos que se calzaron un yudogui de color (no precisamente blanco) hoy echas pestes de ellos. Incluso se critican en las Ligas, que es dónde se pueden ver mayormente, por parecer ridículos. A mí no me lo parecen más que los que cambian de opinión a la vuelta de un puñado de años. Es más, me sigue pareciendo práctico, para el que ve (el espectador) eso de distinguir a unos de otros por los colores de sus atuendos. ¡Ay si todos los coches de fórmula 1 corrieran sin pegatinas y del mismo color!

Pero debe de ser importante. A fin de cuentas el color viene a ser una ilusión que es capaz de materializarse en nuestra mente al captar unas y otras vibraciones (de ahí que la mujer, siempre más sensible, sea capaz de captar más colores). Es como si el color no existiese… más que cuándo lo interpretamos (tras un proceso de codificación).

En estos días de comienzo de curso, me han enchufado a dar clases (para ganarme mi sueldo) en el polideportivo de un colegio de Parla. Han hecho un pan como una ostia; ya lo avisé. En el colegio habían solicitado ayuda para sufragar las clases de karate y hasta indicaban el nombre del monitor. Por un problema burocrático me acabaron mandando a ese colegio a impartir clases de yudo en contra de mi consejo. La consecuencia es que se han cargado las clases de karate y, casi, las de yudo. ¿Qué por qué? Muy sencillo.

A los niños les dijeron que el yudo era lo mismo que el kárate y acudían al tatami a patadas (a patadas entre ellos, no en abundancia). Corté esa agresividad y pasé a lo mío. Pero los únicos que aparecían con kimono eran los antiguos karatecas y algunos ‘veteranos’ alumnos míos rescatados de las laminadas escuelas municipales. A los karatecas les advertía que no llevaban yudogui, pero que podíamos ser flexibles con eso. No obstante, los niños, bien asesorados por sus padres, además de seguir con su karategui, siguen, también, trayendo el cinturón blanco-amarillo o amarillo. Se les ha explicado que de yudo son blancos, pero… que si quieres arroz Catalina. ¡Cómo va a ser lo mismo el blanco que el amarillo o el naranja!

La pelea, queda claro, es por seguir con los designios del tótem; por ninguna otra cosa. Y resulta paradigmático. Los padres de estos chavalines (de entre 4 y 9 años de edad) han peleado por mantener a la vista un color que indica una experiencia (en nuestras escuelas, el blanco amarillo, indica que se ha pasado un curso entero practicando yudo). Pero los padres no pelearon por conservar al monitor de karate en el colegio cediendo ante la tentadora oferta municipal de llevar a un buen profesor de yudo gratuitamente (o a bajísimo coste para los padres).

Como colofón a estas lucubraciones cromáticas insistiremos en que también nuestro nuevo club lleva por nombre el de un color (si bien hemos disfrazado la nominación y hasta jugado con los dobles sentidos, como siempre nos ha gustado hacer con todo). Somos el WLAC – Yudo y, como decía un amigo mío, utilizaremos el color que nos dé la gana. Alguien nos explicó que con ese nombre tan sugerente quedarían estupendos los logos, escudos e imágenes corporativas en negro sobre blanco. Yo expliqué que quedarían muy pobres en blanco y negro. Se me oponía el razonamiento de que eso de ‘wlac’ (por el black inglés), no encajaba precisamente con el verde o con el amarillo, por ejemplo. Yo rechacé tales insinuaciones y aduje que nuestro WLAC sería mayormente rojo (de momento y porque nos da la gana). Y fue entonces cuando intervino mi amigo, que me suele llamar ‘el hippie del yudo’ –cosa que me encanta-, para decir: si Wladi dice que su ‘wlac’ es rojo, no le insistas que pondrá el rojo. O dijo sonriendo porque me conoce de hace muchos años; tantos que estoy pensando que igual lo dijo para que acabe adoptando el azul o el morado (eso de ir contracorriente… ¡qué complicado es, a veces!)

Por cierto, de qué color era el tatami del templo Eshoyi, donde comenzó Yigoro Kano sus enseñanzas del yudo. ¿Serían verdes como la mayoría de las de ahora? ¿Serían ‘wlac’?

Etiquetas: , , , , , , , , , , ,

editado por...Wladi Martín @ viernes, octubre 29, 2010
2- Comentarios a esta nota -

viernes, octubre 22, 2010

Abortos en Parla

En la segunda página de la novela ‘El libro de la risa y el olvido’ de Milan Kundera hay una frase de esas que conviene subrayar en rojo. “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.

Cómo nos identificamos en estos momentos con esta frase, cuando el ‘tsunami’ acaba de pasarnos por encima. Pero nos hemos agarrado a un madero (al tablón de la amistad) y hemos resistido. Hemos acabado abatidos en la orilla de una playa en la que estamos dispuestos a restañar nuestras heridas. Ya lo hemos empezado a hacer mucho antes de lo previsto.

Ahora, como Edmond Dantes (léase el Conde de Montecristo) tenemos algo más que un plan, pero menos vengativo (no se merecen ni nuestra ira). No es que no tengamos resentimiento, que lo tenemos, es que las mermadas energías bastante tienen con hacernos caminar erguidos para mostrar algo de nuestro orgullo de ser como somos. No queremos inspirar lástima ni conmiseración; todo lo contrario. Volveremos a endurecer nuestros lacios músculos para que fijen con firmeza nuestros quebradizos huesos. Será cuestión de tiempo (otra vez el tiempo, que tanto tiene que ver con la memoria).

Nos hemos encontrado a flote pero con apenas los jirones que nos cubren como únicos ropajes. No importa; estamos aquí.

Dicen que Napoléon, entre tanta genialidad, nos legó una pasión por el centralismo y la burocracia desmedida. Y eso que las huestes populares echaron de aquí a su hermano y, por ende, a los gabachos (mucho más ilustrados que nosotros por lo que es probable que perdiéramos una gran ocasión a costa de quedarnos con el monarca mamarracho de turno –que ha habido unos cuantos-). El caso es que en España, maravillosos país para la gran mayoría de los españoles, tenemos fama de contar con instituciones que encajarían en lo que define Hobbes como Leviatán. El ‘bueno’ de Thomas Hobbes, utilizando la figura bíblica del monstruo Leviatán hace doctrina justificando la existencia del autoritarismo estatal. Pero tampoco hay que olvidar que el propio Hobbes también justificó la eliminación del absolutismo.

En Parla se contó hasta hace poco con el alcalde más votado de toda España, Tomás Gómez. O sea, que vendría a ser el más ‘democratizado’ de los regidores españoles. Hace poco, este personaje de escaso relieve nacional subió unos peldaños en su cotización por haberse enfrentado a toda una ministra que le querían colocar donde él se había metido, tiempo atrás. Derrotó a la señorita Trini (como la definió Alfonso Guerra) y ahora parece más ‘democratizado’ todavía. Algunos, todavía intentan relajar párpados con las cosas que pasan. Un alcalde que deja en banca rota técnica un Ayuntamiento, se erige en líder de las masas que le aclaman como héroe popular, mientras una ministra es derrotada y se ve premiada con un Ministerio de aún mayor fuste y responsabilidad. Lo que llega a tragar el Leviatán éste. Qué bien me come; no le hace ascos a nada que le pongas por medio. Así está de lustroso y sano.

Ayer cogí un periódico local (mis respetos a los cada vez menos representantes de prensa local), que me encantó. En portada llevaba un titular jugoso: ‘Parla tiene la mayor tasa de abortos de toda la región’. Inmediatamente recordé la osada publicación conocida por LA CODORNIZ que dirigía Álvaro Laiglesia en gris etapa de este país. En uno de sus más audaces ataques a todo cuanto se movía lanzó una contundente proclama (creo que en portada): “Señora, si tiene usted un aborto, no lo eche al water, puede llegar a ser rey”.

No creo que Parla llegue a ser de sangre azul, pero, con tanto aborto… ¿Quién sabe de las consecuencias de tan contundente cifra (17,49 por cada mil mujeres en edad fértil –entre 15 y 44 años-)?

En el mismo periódico, justo a continuación del despliegue de esta noticia resaltada en portada aparece otra con titular igualmente sugestivo. ‘Mejoran los índices de seguridad en Parla’.

Como no he leído el contenido de esta noticia y sí la de la anterior me hago mis cábalas. ¿Cómo va a mejorar la seguridad si deben estar repartiendo condones confeccionados a ganchillo? ¿A qué seguridad se referirán? Igual se refieren a que es seguro que no cobrarás si la deuda la has contraído con el Consistorio que, ya digo, está en banca rota con enormes ganas de arrojarse a los brazos del FOGASA para sanear ‘a pachas’ parte del desaguisado.

Finalmente, encuentro en el mismo periódico otra noticia titulada ‘El Ayuntamiento se suma a la campaña de recogida de besos azules’.

Se trata, según se puede leer a continuación, de que “conseguir fondos para luchar contra la cianosis o ‘labios de color azul’, uno de los síntomas de la hipertensión pulmonar”.

El caso es que la Fundación de Hipertensión Pulmonar de Parla (a la que deseamos toda la suerte del mundo) pretende batir un registro que les permita entrar en el Libro Guiness (el de los ‘record’… nada que ver con las cervezas). Se necesitan 40.000 besos y para ello el Ayuntamiento se ha brindado a colaborar. Así, desde el área social de la edil María José López se van a repartir tarjetas en las que estampar el beso de rigor.

Con estas cosas de la ‘chota’ se me vuelve a airear una meninge y me acuerdo de la fenomenal película de Henry Hathaway ‘El beso de la muerte’.

Mucha suerte a la Fundación antes citada en su loable lucha y ojalá que esos besos que van a intentar recoger acaben inundando de mucho amor a cuantos funcionarios, ediles, carguillos, simpatizantes, políticos y politicuchos del Ayuntamiento de Parla se impliquen en la campaña. Igual, después de tanto aborto y de tanta seguridad lo que falta es un poco más de amor. Igual sólo es eso. Amor por el trabajo que hay que hacer, por el cargo que se tiene y por quién lo ha elevado a uno hasta ese cargo. Un poco de amor… propio ¡también! Amor propio para que nadie pueda sospechar de falta de honradez. Amor por uno mismo para seguirse formando y merecer cada día más el ‘chito’ que se ha conseguido y no pergeñar las mil para agarrarse a él siendo un puto botarate (o una puta botarate).

Etiquetas: , , , , ,

editado por...Wladi Martín @ viernes, octubre 22, 2010
0- Comentarios a esta nota -

sábado, octubre 02, 2010

La alimentación de nuestros hijos. El yudo y el 'slow food'

Veo un estupendo documental en el que se apoya el ‘slow food’. Va en contraste con el ‘fast food’, no hace falta saber mucho inglés para deducirlo. Pero, curiosamente, hablan de algunos cocineros que introducen, en ese modo de cocinar lentamente, productos baratos. En concreto, se propone el pescado más económico, frente al consumo de otras especies que están en serio riesgo de desaparecer de nuestros mares.

Me quedo con esos dos conceptos: ‘slow food’ y pescado barato. Enseguida reflexiono sobre la alimentación de nuestros retoños, de los niños, en nuestra sociedad. Pero no sólo quiero referirme a lo que se ingiere por la boca, para que luego pase por el aparato digestivo. No solo de pan vive el hombre y, por ende, no sólo de arroz con tomate viven los niños; ni de ‘chuches’.

Como profesor con vocación que soy voy a volver a apostar por el ‘slow food’ y por el alimento barato. Es decir, que seguiré comprometido con enseñar yudo en el ámbito municipal (barato) y pensando en obtener resultados a muy largo plazo (‘slow food’).

No es raro asistir a la salida de los colegios a la ‘merienda’ de los escolares, que, tras una larga jornada lectiva, recargan energía para seguir su cada vez –también- más larga jornada extraescolar. La gran mayoría de los niños de hoy en día extraen de una bolsita un producto manufacturado de estético aspecto y dudosa salubridad. Son productos que se venden, principalmente gracias a campañas publicitarias que llevan en su composición multitud de colorantes, emulgentes, aditivos, conservantes… Casi como si te metieras para el cuerpo un barniz o un esmalte. Eso sí, suelen llevar calcomanías, tatuajes, cromos y otras chorradas similares. Del bocata de jamón, nunca más se supo y menos aún de la manzana o el plátano.

Todo el mundo sabe que no es lo bueno; no es lo mejor… ¡Pero!

Madres abnegadas se consuelan dando de beber a sus hijos zumos, jugos y otros refrescos de colores que llevan por nombre (o apellido) el de la fruta que imitan. Seguramente esa fruta no estuvo ni a un kilómetro de distancia del producto en todo su proceso de manufacturación. ¡Qué más da!

El yudo es un deporte barato, especialmente si lo ampara alguna institución que viene a asumir costes (profesores, instalaciones, material…) a cambio de su rentabilidad no estrictamente económica (educación, bienestar social, sanidad…)

Los resultados en yudo vienen a ser a largo plazo aunque también pueden sorprender algunos efectos muy rápidos. Son muchos los niños que se inician en el yudo y entran en una dinámica que sorprende a sus propios padres. Están pendientes de cuándo tienen su clase de yudo, se interesan por tener preparado su yudogui, hablan sin parar de lo que aprenden en las clases.

Estos efectos, casi inmediatos, se producen en muchos otros deportes, además de en el yudo. Pero los buroes profesionales del yudo (los educadores, no los entrenadores) saben que con su ‘slow food’ tienen una poderosa herramienta de transformación. A largo plazo, los niños que practican yudo domeñan su personalidad volviéndose más arrojados con llegaron apocados, más humildes cuando llegan altaneros, más respetuosos cuando empezaron consentidos, más duros cuando eran frágiles, etc. Con esa transformación, que, desde luego, no se produce en unas cuantas semanas, los buenos profesionales del yudo saben que están cumpliendo uno de los principios del fundador del yudo, Yigoro Kano. Hablamos de la firme intención de transformar (otra vez transformar) la sociedad. Hombres y mujeres más libres, fuertes, confiados, así como humildes, abnegados y esforzados, inevitablemente acabarán transformando esta sociedad (a la que, por cierto, no le vendría mal un buen lavadito, tal y como nos la están dejando).

Si hay cocineros comprometidos dispuestos a introducir la caballa o el jurel en los guisos de altos vuelos, ¿por qué no iba a haber profesores que apuesten por el yudo para transformar la sociedad? Habrá que respetar al que siga apostando por el bollito metido en plástico. Respetamos pero no compartimos y dejamos clara nuestra opinión.

Por último, al reflexionar sobre la comida rápida y nuestro ‘slow food’ enseguida nos acordamos de la fábula de la liebre y la tortuga. Volveremos a afirmar el paso así sea a costa de emplear gran tiempo en ello. Lo que no queremos es dar un solo paso atrás, así nos traten a empellones como ya vienen haciendo hace algunos meses. Procuraremos bajar el centro de gravedad y aguantar las acometidas. Nuestro ritmo se habrá de alterar bien poco. Resultará cansino, lento, y hasta torpe. Pero seguiremos caminando como la tortuga, mientras vemos pasar brincando, a nuestro lado, a liebres del más variado pelaje. A estas alturas ya nos hemos cruzado con varios escuálidos cadáveres de esos otrora briosos conejitos. Unos saltaban a la izquierda, otros a la derecha… todos pisaban donde buenamente caía su pata, sin el menor problema. Angelitos; lo corta que es su carrera y el daño que pueden llegar a hacer. Menos mal que nos queda el yudo para seguir transformando. ¡Comed despacio!

Etiquetas: , , , , ,

editado por...Wladi Martín @ sábado, octubre 02, 2010
0- Comentarios a esta nota -