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sábado, octubre 02, 2010

La alimentación de nuestros hijos. El yudo y el 'slow food'

Veo un estupendo documental en el que se apoya el ‘slow food’. Va en contraste con el ‘fast food’, no hace falta saber mucho inglés para deducirlo. Pero, curiosamente, hablan de algunos cocineros que introducen, en ese modo de cocinar lentamente, productos baratos. En concreto, se propone el pescado más económico, frente al consumo de otras especies que están en serio riesgo de desaparecer de nuestros mares.

Me quedo con esos dos conceptos: ‘slow food’ y pescado barato. Enseguida reflexiono sobre la alimentación de nuestros retoños, de los niños, en nuestra sociedad. Pero no sólo quiero referirme a lo que se ingiere por la boca, para que luego pase por el aparato digestivo. No solo de pan vive el hombre y, por ende, no sólo de arroz con tomate viven los niños; ni de ‘chuches’.

Como profesor con vocación que soy voy a volver a apostar por el ‘slow food’ y por el alimento barato. Es decir, que seguiré comprometido con enseñar yudo en el ámbito municipal (barato) y pensando en obtener resultados a muy largo plazo (‘slow food’).

No es raro asistir a la salida de los colegios a la ‘merienda’ de los escolares, que, tras una larga jornada lectiva, recargan energía para seguir su cada vez –también- más larga jornada extraescolar. La gran mayoría de los niños de hoy en día extraen de una bolsita un producto manufacturado de estético aspecto y dudosa salubridad. Son productos que se venden, principalmente gracias a campañas publicitarias que llevan en su composición multitud de colorantes, emulgentes, aditivos, conservantes… Casi como si te metieras para el cuerpo un barniz o un esmalte. Eso sí, suelen llevar calcomanías, tatuajes, cromos y otras chorradas similares. Del bocata de jamón, nunca más se supo y menos aún de la manzana o el plátano.

Todo el mundo sabe que no es lo bueno; no es lo mejor… ¡Pero!

Madres abnegadas se consuelan dando de beber a sus hijos zumos, jugos y otros refrescos de colores que llevan por nombre (o apellido) el de la fruta que imitan. Seguramente esa fruta no estuvo ni a un kilómetro de distancia del producto en todo su proceso de manufacturación. ¡Qué más da!

El yudo es un deporte barato, especialmente si lo ampara alguna institución que viene a asumir costes (profesores, instalaciones, material…) a cambio de su rentabilidad no estrictamente económica (educación, bienestar social, sanidad…)

Los resultados en yudo vienen a ser a largo plazo aunque también pueden sorprender algunos efectos muy rápidos. Son muchos los niños que se inician en el yudo y entran en una dinámica que sorprende a sus propios padres. Están pendientes de cuándo tienen su clase de yudo, se interesan por tener preparado su yudogui, hablan sin parar de lo que aprenden en las clases.

Estos efectos, casi inmediatos, se producen en muchos otros deportes, además de en el yudo. Pero los buroes profesionales del yudo (los educadores, no los entrenadores) saben que con su ‘slow food’ tienen una poderosa herramienta de transformación. A largo plazo, los niños que practican yudo domeñan su personalidad volviéndose más arrojados con llegaron apocados, más humildes cuando llegan altaneros, más respetuosos cuando empezaron consentidos, más duros cuando eran frágiles, etc. Con esa transformación, que, desde luego, no se produce en unas cuantas semanas, los buenos profesionales del yudo saben que están cumpliendo uno de los principios del fundador del yudo, Yigoro Kano. Hablamos de la firme intención de transformar (otra vez transformar) la sociedad. Hombres y mujeres más libres, fuertes, confiados, así como humildes, abnegados y esforzados, inevitablemente acabarán transformando esta sociedad (a la que, por cierto, no le vendría mal un buen lavadito, tal y como nos la están dejando).

Si hay cocineros comprometidos dispuestos a introducir la caballa o el jurel en los guisos de altos vuelos, ¿por qué no iba a haber profesores que apuesten por el yudo para transformar la sociedad? Habrá que respetar al que siga apostando por el bollito metido en plástico. Respetamos pero no compartimos y dejamos clara nuestra opinión.

Por último, al reflexionar sobre la comida rápida y nuestro ‘slow food’ enseguida nos acordamos de la fábula de la liebre y la tortuga. Volveremos a afirmar el paso así sea a costa de emplear gran tiempo en ello. Lo que no queremos es dar un solo paso atrás, así nos traten a empellones como ya vienen haciendo hace algunos meses. Procuraremos bajar el centro de gravedad y aguantar las acometidas. Nuestro ritmo se habrá de alterar bien poco. Resultará cansino, lento, y hasta torpe. Pero seguiremos caminando como la tortuga, mientras vemos pasar brincando, a nuestro lado, a liebres del más variado pelaje. A estas alturas ya nos hemos cruzado con varios escuálidos cadáveres de esos otrora briosos conejitos. Unos saltaban a la izquierda, otros a la derecha… todos pisaban donde buenamente caía su pata, sin el menor problema. Angelitos; lo corta que es su carrera y el daño que pueden llegar a hacer. Menos mal que nos queda el yudo para seguir transformando. ¡Comed despacio!

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editado por...Wladi Martín @ sábado, octubre 02, 2010