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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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viernes, marzo 26, 2010

El camino mil veces transitado

Ando estos días revuelto con mil temas. El coche en el taller, hace compañía a la moto y me vuelvo ciudadano de a pie (literalmente); con lo que eso ata. Sobre todo, ata, cuando estás acostumbrado a recorrer más de 100 kilómetros al día, de lunes a viernes, para acudir a tu trabajo. Entonces notas cómo el discurrir del tiempo va en la forma en que cada cual lo percibe. A veces no te das ni cuenta; otras te pesa cada segundo en la conciencia, como si fuera la gota esa de la tortura que se achaca a los Reyes Católicos (eso me contaron a mí de chavalín, en tiempos de la Enciclopedia Álvarez).

Pase el tiempo como pase, lo nuestro es pasar o andar… o hacer camino. Porque con el paso del tiempo y si se emplea en andar, “al andar se hace camino y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Al menos eso dijo Antonio Machado.

Yo lo que digo es que entre caminos y tiempo que pasa, sí que vemos sendas mil veces transitadas. Y de nuevo pasamos por ellas como animales imperfectos que somos.

Vaya tostada que tenían en el ínclito club de karate canario. Se queda uno atónito. Se habla de secta porque lo tenían montado en esa forma precisamente. Y recuerdo que hace poco un buen amigo reconoce haber tenido un temporal paso por un club (en este caso de yudo) al que no tiene recato en definir como una secta (otra). En el caso del club de yudo, afortunadamente, la manera sectaria de comportarse no les llevó a transgredir de forma tan brutal las costumbres y usos ético-morales de esta civilización.

¿Qué pensarán los ignorantes padres de los niños mancillados, forzados, extorsionados, violados y sometidos a todo tipo de vejaciones?

Mi reflexión va por otros derroteros. Sigo asombrado de que los padres de niños de corta edad se sientan tan maravillados de inscribir a sus retoños en actividades de corte militar, con regustos a modus operandis de secciones fascistas o de regimenes totalitarios del siglo pasado. No me cabe en la chola que se sientan satisfechos de asistir al espectáculo de ver cómo educan a sus hijos (muchas veces de edades cortísimas) en la dialéctica esa de que la mejor defensa es el ataque, o de que al niño, al menos, se le inculca muchísima disciplina.

No me gustaría hacer extensivo (como, por otra parte me apetece) el caso del innombrable club de karate en el que había una red de pederastia. Ya me queda claro que, por más que a mí no me guste el karate, no se debe generalizar. También he conocido casos de salvajes profesores de yudo que se sobrepasaban en sus explicaciones con alumnas y alumnos de corta edad. No se me va del recuerdo el sujeto aquel que acudía a entrenamientos y reuniones con una alumna cogida de la mano tildándola de ‘secretaria’, pese a ser menor de edad. ¿Dónde estarían los padres de esas secretarias? Seguramente donde estaban los reyes leoneses cuando se les requería para asuntos de trascendencia… en Babia (intentando cazar gamos en los bellos montes asturleoneses).

Cuando uno decide ser padre (las madres son cosa aparte, porque la mujer es, en relación al hombre, madura y competente) es por un deseo o por un descuido. El descuido viene a encubrir una fenomenal trampa de la naturaleza que procura perpetuar su estado. Luego viene, precisamente el hombre, y lo que procura es descuajeringar el equilibrio natural y muchos otros… pero de eso ya hablaremos en otra ocasión. Ahora vamos con los padres y con esa segunda opción a la hora de procrear; la del deseo.
El deseo, entiendo yo, es el de tener descendencia y, por tanto, trascendencia. Ahí viene lo malo. “Que mi hijo pueda hacer lo que yo no he podido”.

Muchas de las veces en que un hijo es conducido por la senda del deseo del padre, se disfraza tal senda en camino de oportunidades (que yo no he tenido) para el retoño (que suele ir por otra senda –la de su propio deseo- y por otros derroteros –el de sus propios intereses, trufados con multitud de circunstancias que no elige ni el padre ni el niño). Pero la base del desaguisado, me parece a mí, es hacer al niño depositario de un deseo que no le es propio y del que el padre se desprende tan pronto delega en el hijo. Me explico.

Hoy día los niños tienen teléfono móvil a temprana edad. Los padres (en esto también entran las madres) creen que aprovisionar a sus hijos del dichoso aparatito les va a dotar de un puente de comunicación con sus hijos. Nada más lejos de la realidad. El niño nunca se comunica con los padres por el teléfono por falta de saldo, `por no estar operativo, por no haberlo escuchado… ¿Les suena? Para que luego diga el poeta que “al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Mil veces la volveremos a tener en frente de las narices de gilipoyas que nos hemos vuelto.

No es sólo un problema de regalar al niño de diez años un estupendo teléfono móvil que su propia abuela no sabe usar. También está el ordenador que tanto le puede ayudar en sus estudios. Sin comentarios.

Hoy día a los padres se nos presenta un mundo cambiante que nos cuesta ir comprendiendo. Esto no siempre fue así, porque durante largos períodos de la historia de la humanidad no se produjeron cambios tan acusados y rápidos como los de nuestras fechas. Sí es cierto que hubo hace poco, cambios mucho más acentuados en esa misma historia de la humanidad; sin duda. Pero no dejan de ser ciertamente recientes y se puede decir que, cuando ya nos habíamos acostumbrado a ellos, llegan otros que nos acaban removiendo.

Lo de que se pueda ver en una caja cómo el hombre llega a la Luna no parece que impresiona a nadie. Tampoco que varios cientos de millones de personas vean a la vez (en similar cajita) cómo un asturiano joven y rico gana en una carrera de coches que valen más de lo que cobran en un año (y en muchos años) la inmensa mayoría de esos mismos espectadores. Hasta ahí va bien la cosa y se puede decir que hasta padres e hijos coinciden frente al televisor en dicho tipo de eventos… pero cada vez menos.

El mundo que empieza a aislar y distanciar a padres de hijos es Internet. Cada vez se pronuncia el trasvase de horas que le echa nuestra juventud a ‘estar conectado’ frente a las que pasaban frente al televisor. Eso conlleva una fractura del puente de comunicación entre padres e hijos. Pero, además, potencia la idea de coto. El niño, el adolescente, sabe que cuenta con un reducto en el que no cabe el adulto. Comparte fotos, amigos, consignas, tiempo, etc. con amigos de los que la familia (los adultos) no tiene conocimiento alguno… tampoco control. Y mientras hablamos de mundillo virtual parece que no da problema ninguno. Es como si le diésemos a leer a un niño ‘El Diario de Anais Nin’ pensando: “total, no va a entender nada” y luego nos echamos las manos a la cabeza cuando nos pregunta que es eso del estupro y del incesto.

Me da envidia ver a algunos padres que gozan del privilegio de compartir tiempo con sus hijos, hoy día, en que está todo preparado para que el tiempo se le dedique al Dios-Estado (hipotecas, prestigio, turnos americanos, reciclaje profesional, adquisición de coche acorde al estatus, etc.) Yo también he sido de esos privilegiados y no por listillo, sino por rara avis. Eso de tener las mañanas libres es harto extraño, máxime si no se está en el ‘paro’. No es extendido el que un padre lleve a su hija a la guardería sentada en la sillita de la bicicleta como hacía un servidor.

Solo me queda, como educador de niños y adolescentes rogar a sus padres que caigan por el pozo de Alicia y entren en el país de las maravillas, de vez en cuando, con sus hijos. Igual todavía están a tiempo.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, marzo 26, 2010
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viernes, marzo 19, 2010

Tómate un respiro

A mí me ha impactado. No sé cuánto de cierto hay en ello, pero merece la pena pararse a reflexionar (tómate una pausa y házlo).

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editado por...Wladi Martín @ viernes, marzo 19, 2010
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martes, marzo 16, 2010

A vueltas con Yigoro Kano

Un antiguo proverbio dice que el coraje es un hombre y la bondad una mujer.

Esta frase contiene una agradable combinación de simetría y contraste y, como muchas de las cosas que son agradables, es falsa.

El coraje y la bondad son inseparables.

Si uno aparenta existir sin la otra, cuidaos.

Estáis en presencia de la cobardía o la crueldad disfrazadas.


Aki-no-hashi, 1311



Volví a cruzarme fugazmente con mi amiga Montse Coque y me recordó que hay que escribir, que merece la pena. A mi me gusta hacerlo, pero, es cierto, que tengo un poco abandonado este rincón que di en llamar, hace tiempo, WLADIARIO.

Hoy, tengo que agradecerle a Montse su interés y que haya motorizado mi perezoso estado de inactividad, al menos en este campo.

Aprovecharé para soltar una reflexión que me tiene carcomidas las circunvoluciones cerebrales. Allá va.

Hace unos días tuve ocasión de participar en un par de selectos foros dentro de mi ámbito profesional, el del yudo. Ya he comentado que no soy un kakutoca (el que sólo vive de un arte marcial como el yudo por ejemplo), como algunos de mis colegas. No obstante, el haber participado en tan selectos foros me ha movido a orgullo y me ha recordado el largo camino que llevo recorrido; muy a mi pesar, por cierto. Se va uno haciendo viejo.

Mi único mérito, suelo decir, es haber perseverado, cosa que puede hacer cualquiera. Pero el caso es que me veo como uno más entre distinguidos colegas a los que siempre he apreciado o a los que he acabado aprendiendo a respetar; también ellos han perseverado y están ahí… por algo será.

En estos foros, hasta hace poco, alguien citaba a Yigoro Kano y el resto escuchaba. Observo que, desde hace poco tiempo, cada vez que alguien recurre a poner de ejemplo a Yigoro Kano, ya no se responde con el silencio, sino aportando alguna cuestión más sobre el insigne creador de nuestro deporte. Vamos a llegar a conocer muy bien la vida del maestro Kano, lo que, en principio, me parece muy bien. Pero empiezo a observar que, además de datos interesantes, el personal parece saber las intenciones de Yigoro Kano haciéndolas, en cierto sentido propias.

A mi me recuerda este proceso a lo que veo entre los políticos de nuestro país. Entran en una dialéctica que yo llamaría del amontonamiento. Si uno critica el otro critica más. Y así sucesivamente, con tal de seguir teniendo eso que llamamos razón. Todo antes de reflexionar.

Hace algunos años hubo un sonoro rifi-rafe entre dos ‘grandes maestros’. La cosa trascendió porque uno de ellos acabó en el suelo. Tras el empellón se asistió a una sucesión epistolar de dimes y diretes organizado por partidarios del caído y del que empujó. En aquella ocasión, un amigo me sugirió que escribiera yo algo. “Tú escribes muy bien –me dijo- y podrías taparle la boca a todos”.

En rigor, creo que lo que hago es escribir mal. Pero, por alguna extraña razón, la gente lee lo que escribo. Para colmo –lo que aún me asombra más- lo que escribo provoca reacciones; no suele dejar indiferente.

En aquella ocasión no me brindé a escribir algo pues no creo que se deba escribir para tapar bocas, sino más bien para provocar que se abran. Aunque luego uno tenga que acostumbrarse a escuchar ladridos cerca de la oreja.

En esta ocasión sí que escribo y tal vez sea por la misma razón que hace años, con motivo de la anécdota entre los dos grandes maestros, no lo hiciera. Lo que trato es de romper esa dialéctica del amontonamiento de la que antes he hablado.

Hace años el amontonamiento venía por el lado de la sucesión epistolar y para romper esa inercia, entendía yo, convenía el silencio; dejar que las aguas volviesen mansas a su cauce. Pero ahora, con el amontonamiento ‘Kaniano’ se me ocurre otra manera diferente de enfocar el asunto. No seré yo el que aporte aquí más datos del maestro creador del yudo ni del peluquero que le rasuraba las barbas cuando aparecía en su salón antes de practicar el yunokata o las abluciones previas al descubrimiento del desequilibrio delantero lateral en 35 grados respecto del eje pendular del astro rey, pongamos por caso. Y es que me suena a mí sospechoso ese amontonamiento de datos y ese contestar datos con más datos.

Digo yo que está bien el profuso conocimiento de Yigoro Kano, de su vida y obras y hasta de investigar en sus sanas intenciones. De ahí a hacer apropiamiento de esas intenciones para que casen con las nuestras ya va un mundo, me parece a mí.

En todo caso, ahora lanzo yo mi pregunta. ¿Es que el yudo no ha evolucionado nada desde que Yigoro Kano estableciera sus bases hace más de 100 años? A mí lo que me interesa es el presente y el futuro. No quiero que el pasado (por muy Yigoro Kano que se llame ese pasado) lastre mi presente y aún menos mi futuro.

Creo que es conveniente que las nuevas generaciones de yudocas sepan quién es Yigoro Kano, por supuesto. Esa es misión de los profesores de yudo, sin duda. Pero no creo que debamos atrincherarnos en su figura, cobardemente, pues corremos el riesgo del inmovilismo tan característico en nuestro bello deporte. Por ejemplo, se nos suele olvidar que Yigoro Kano fue, en cierto modo, un gran rebelde. Se rebeló contra su época adelantándose a ella. Adoptó un color de gui diferente al usual; nada menos que el shiroi (blanco) tan poco apropiado para un arte marcial (en que se debe ocultar cualquier herida para no dar pistas al enemigo). Pero es que, seguramente, el maestro Kano sabía que ponía las bases para algo diferente a un arte marcial y de ahí se colige su empeño en ver ‘su’ yudo dentro de la familia de deportes olímpicos.

De todos esos grandes profesionales (kakutocas) a mí lo que me interesa es saber cómo han formado la legión de cinturones negros que han formado, cómo han conseguido pulir su técnica en el peor momento; en el momento que llega la merma física del avance de la edad (eso que llamamos a escondidas y casi sin despegar los labios ‘vejez’).

Mi maestro Rafael Ortega lleva hablando de Yigoro Kano muchísimos años. Antes incluso de que el personal se hubiera leído (de verdad) el libro del Kodokán. Como ahora ya tenemos otro libro de referencia (La esencia del yudo, del maestro Taira) sospecho que puede abrirse otra etapa de retorno al mito. Totem y tabú diría Freud.

Vuelvo a mi reflexión. A mí me la pela si Yigoro Kano practicaba jaraigosi por la mañana, en ayunas, y sin sarumata para que no le rozase la entrepierna. Sobre todo me la pela porque de eso puede que haga más de cien años y, que yo sepa, en otros deportes, nadie se fija en los jugadores de hace cien años, en los entrenadores de hace un siglo y, ni siquiera, en los grandes técnicos o innovadores decimonónicos. Claro que el yudo es diferente, pero en ciertas ocasiones se me antoja que es demasiado diferente.

Antes he citado a mi maestro Rafael Ortega y ahora vuelvo a él, porque es persona inquieta y uno de los que más investiga sobre nuestro bello deporte. Pero algunos confunden y, por eso, ya que me he metido en el charco me veo obligado a explicarme.

¿Creo yo que es baladí el esfuerzo de Ortega en analizar nuestras fuentes? Todo lo contrario. Pero es que el maestro Ortega, además, es tan innovador (‘rebelde’, he dicho antes), como Yigoro Kano o más. Y Uds. me perdonarán tanta efusión.

Quiero decir que el maestro Ortega tiene, por poner un ejemplo, una clase de yudo que se imparte de 13:00 a 14:00 horas. La tiene desde hace lustros en su gimnasio privado y para asistir a ella hay que abonar una mensualidad. Esa clase está repleta y en ella participan señores yudocas de la más variada condición; desde abuelos de más de 70 años de edad, con cinturón marrón o negro, hasta jóvenes vigorosos medio siglo más jóvenes con cinturones ‘bajos’. ¿Existe algo parecido en algún otro lugar del mundo? Pregunto.

Seguramente Rafael Ortega sabe de la tradición para podérsela saltar cuando conviene y para poder recordarla cuando merece la pena hacerlo. Esa es la sabiduría del que sabe y se diferencia de la argucia del que imita.

Ahora que he dejado más sueltas mis circunvoluciones ya me siento mejor, que uno no da mucho de sí y no está la cosa para ponerse a meditar demasiado rato ¿o no? Ya me he quedado a gusto al lanzar mi idea: más trabajo y menos Kano. Como en la parodia de Les Lutier (Más trabajo y menos salsa) en la que acaban bailando a ritmo de salsa para reclamar más trabajo.

Me explico y ya acabo. Si seguimos ‘amontonándonos’ con ‘yigorokanazos’ igual descuidamos la salud del yudo en lugares como el engendro ese que se ha dado en llamar Campeonatos Escolares (pese a estar en los institutos), que empieza a soltar cierto tufo a cadáver ¿no les parece? (¡Con la pasta que ha costado; qué lástima!) Si seguimos investigando cómo pelaba las patatas el maestro Kano, para tener respuesta preparada en el próximo foro de eminencias, igual descuidamos la didáctica infantil del yudo (que sigue en pañales tras un siglo de singladura de nuestro deporte)… no hay más que ver el álbum de cromos que se entrega en la Madrileña por cada licencia infantil (Lástima de esfuerzo, con lo bonita que es la idea y lo que habrá costado). Si seguimos buscando el color del sarumata de Sugata Sansiro igual dejamos de lado aquel tema, cien veces abordado, del abandono de nuestro deporte por parte de adolescentes, justo cuando van a sacarse el cinturón negro o recién conseguido éste. Igual nos centramos demasiado en la aportación de Mifune y no entramos a saco a analizar por qué hay cada vez menos participantes en las competiciones del antes llamado programa DEUCO (Descentralización de Estructuras y Unificación de Competiciones).

A ver si los árboles (sauces y cerezos, por supuesto) nos están impidiendo ver el bosque en el monte Fujiyama y también en la meseta castellana tierra de quijotes, por demás.

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editado por...Wladi Martín @ martes, marzo 16, 2010
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