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sábado, mayo 24, 2008

Decálogo para formar un delincuente (del juez Calatayud)

1: Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.

2: No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.

3: Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.

4: No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.

5: Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.

6: Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.

7: Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.

8: Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.

9: Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.

10: Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.

Emilio Calatayud Pérez, autor de este decálogo con el que se invita a la reflexión, (Ciudad Real, 22 de diciembre de 1955) es un magistrado español, juez de menores de Granada conocido por sus sentencias ejemplares. Sus sentencias educativas han bajado la delincuencia en Granada y han aumentado el número de menores que no reinciden en el delito. En casi 20 años, el "padrazo" ha juzgado a más de 10.000 jóvenes a los que, siempre que puede, da esa segunda oportunidad que todos alguna vez hemos necesitado. Está casado y es padre de dos hijos.

En 2007 ha publicado el libro "Reflexiones de un juez de menores" en el que aparece este decálogo que os hemos dejado aquí.

Entre las sentencias que han salido en los medios están:

  • Una condena a 100 horas de clases de informática a un joven que había crackeado varias empresas granadinas provocando daños por 2000 ..
  • 100 horas de servicio a la comunidad patrullando junto a un policía local por haber conducido temerariamente y sin permiso.
  • 50 horas dibujando un cómic de 15 páginas, en el que cuenta la causa por la que le condenaban.
  • Visitas a la planta de traumatología de Granada por conducir un ciclomotor sin seguro.

Hace poco tiempo, se popularizó una intervención personal suya en una Sala. El vídeo en cuestión se puede ver en

Emilio Calatayud publica el libro 'Reflexiones de un juez de menores'


El presente libro recoge las reflexiones que el Juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, ha ido expresando a lo largo de estos últimos años en conferencias, entrevistas, ponencias, etcétera. Se ha tomado como punto de partida las videograbaciones de dichos actos y, a partir de los mismos, ofrecemos aquí sus opiniones con el convencimiento de que se trata de una valiosa mirada para entender mejor nuestra realidad social.

Emilio Calatayud es Licenciado en ICADE y Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada en 1977. Abogado en ejercicio en Ciudad Real durante dos años, en 1980 ingresa en la Carrera Judicial, siendo destinado a Güimar, Tenerife. Es profesor adjunto de Derecho Penal en la Universidad de la Laguna desde 1981 a 1984, año en el que es destinado a Granada para desempeñar los Juzgados de Distrito nº3, Juzgado de 1ª Instancia nº4 y Juzgado de Instrucción nº4. Profesor asociado de Derecho Procesal de la Universidad de Granada durante los años 1985 a 1994, en 1988 realiza el primer curso de especializacion como Juez de Menores, ejerciendo como tal en dicho juzgado hasta la actualidad.

Reflexiones de un juez de menores
Autor
: Emilio Calatayud
GRANADA , 2007.
160 pp. 23 x 15 cm.
Colección: ALMINARES
ISBN: 978-84-96677-09-8
MATERIA: ENSAYO POLITICO
FORMATO: CUARTO - RUSTICA

EDITORIAL: www.edicionesdauro.com

· ENTREVISTA JUEZ DE MENORES EMILIO CALATAYUD

"Por no parecer fachas, los padres no ejercen"

Tengo 51 años. Soy manchego del Albaicín. Nací en Ciudad Real y hace 23 años que vivo en Granada. Soy juez de menores. Estoy casado y tengo dos hijos, Emilio (21) y Alba (15). ¿Política? ¡Inconformista! Creo en Dios, soy católico poco practicante. ¿Afición? No hacer nada y descansar. Publico ‘Reflexiones de un juez de menores’ (Dauro)

VÍCTOR-M. AMELA

07/06/2007 SACROMONTE

Me cita en una terraza de la plaza Aliatar, corazón del Albaicín, alma de la vieja Granada. Llega en su moto Burma, se quita el casco y pide una caña. Le ofrezco unos caracoles picantes, y declina: "Yo, no: las almorranas...". Acabamos de conocernos y ya habla claro. Es de los que van al grano y sólo teme una cosa: apartarse del sentido común. "¡Es de sentido común!", me repite al referirse a sentencias que le han hecho popular. Y respetado. Y querido. Al día siguiente me paseo por el Museo del Sacromonte y el taquillero me pregunta: "¿Es usted periodista? Le vi ayer hablando con el juez Calatayud...". Asiento. "No sabe usted lo que ese hombre ha hecho aquí por muchos chicos. ¡Ha hecho tanto por Granada...! Ese hombre es muy importante, puede decirlo".

- ¿Cuál ha sido su última sentencia?

- Ha sido para dos niños pijitos de 16 años que habían hecho unas gamberradas... Ellos esperaban que los condenase a un trabajito por escrito... ¡Ja! Los he enviado dos días a servir al comedor de indigentes.

- ¿Cómo son los menores que llegan a su juzgado?

- Antes la mayoría eran de familias marginadas. Ahora casi no hay diferencias por clases, me llegan muchos de familias de clase media y media alta.

- ¿Acusados de qué?

- Vandalismo, desórdenes públicos, conducir alcoholizados, lesiones, robos... También he juzgado 40 violaciones y 30 asesinatos.

- ¿A cuántos menores lleva juzgados?

- Soy juez de menores desde hace casi 20 años, a 600 casos por año..., ¡multiplique!

- Doce mil sentencias... cuya creatividad le ha dado fama: los condena a hacer cosas.

- Lo único que hago es creerme la ley.

- ¿En qué sentido?

- La ley ofrece recursos a los jueces para que intentemos que el delincuente regrese a la comunidad de modo constructivo.

- No le gusta encerrar a los menores.

- Hay delitos en los que el internamiento es automático. Pero en los restantes... creo que hay modos más eficaces de apartar al menor de los comportamientos delictivos.

- ¿Por ejemplo?

- Siempre tengo a un par de chicos lijando la fachada de mi juzgado... La voz se corre: hay menos pintadas ahora en Granada.

- Cuénteme alguna de sus sentencias.

- La primera que llamó la atención, en 1990, la impuse a un chavalín de 14 años que robaba televisores y vídeos en grandes almacenes con gran pericia. ¡Todo un fenómeno!

- ¿Qué condena le impuso?

- Lo envié al reformatorio de San Miguel, y entonces me enteré de que no sabía leer, así que le dije: "Si aprendes a leer y escribir, te suelto". ¡Y a los dos meses había aprendido, el espabilado! Y le di libertad vigilada.

- Quizá le ayudó a ser un ratero letrado...

- El otro día un armario de 90 kilos y casi 30 años me abraza, me planta un beso en plena calle y me da las gracias. Lo reconocí: a los 16 años era un hijo puta..., y hoy es un fenómeno de la electricidad.

- ¿Se emociona, juez?

- Es como aquel pobre que desde chico recogía aceituna, sin escolarizar, sin saber leer ni sumar. Uno mayor le enredó para que robara material de una obra, y me llegó. "En seis meses te examinaré de leer, escribir y las tres reglas", le condené. Y con clases de apoyo... ¡no me salió un Cervantes, pero aprobó!

- ¿Qué otro tipo de sentencias dicta?

- A un chulito, maltratador de colegio, lo he enviado a servir el catering en un centro de paralíticos cerebrales. Según el caso, los envío por horas a ayudar en los comedores de indigentes, en la Cruz Roja, en los centros de Cáritas de viejecitos, en asociaciones de vecinos (a los que la lían en un barrio), al cuerpo de bomberos, a alistarse al ejército...

- ¿Más provechoso que estar encerrados?

- Tengo ahora a 900 menores en libertad vigilada. A los chicos de costa los coloco en grupos de asistencia a pateras en las que llegan menores. O a limpiar playas...

- Eso será sólo en verano.

- Es que tengo sentencias de temporada: en Navidades, a niñas que roban en grandes almacenes las tengo ayudando en campañas de recogida de juguetes para niños pobres.

- Arguménteme estas originales medidas.

- Para que un menor no reincida, ¡lo primero es que sea consciente de lo que ha hecho! Y de que vivimos en comunidad. ¡Estos servicios a la comunidad les ayudan a entender!

- Acumulará mil anécdotas...

- Tengo a uno de mis chorizos condenado a servir durante 50 horas en las oficinas de una asociación de mujeres tetrapléjicas. Les arregla cosas, les hace recados... ¡Ahora esas mujeres acaban de publicar una carta en la prensa, rogándome públicamente que le baje la condena, que es muy buen chico, ja, ja...!

- Les llama usted "mis chorizos"...

- He juzgado a choricillos de la edad de mis hijos. ¡Eso influye...! Al marginado le ayudo a estudiar y a sacarse el graduado escolar; y al pijito, a servir a los demás. ¡Ah, y tengo a muchos en la limpieza del botellón!

- Granada tiene fama de botellonera...

- Sí. Les condeno a levantarse a las siete de la mañana, y ¡a limpiar plazas y calles!

- ¿Tiene a tantos chicos como chicas?

- La chica se ha masculinizado, en el sentido agresivo del término: hace 20 años me llegaba un 7% de chicas..., y ahora es ya un 20%. ¡Y en maltratos, ya casi hay paridad!

- ¿A qué tipo de maltratos se refiere?

- Maltratos de los hijos a los padres. Chantajes, coacciones, golpes... Son los casos que más veo aumentar, semana a semana...

- ¿No le parece espantoso?

- Los padres tienen poca autoridad a ojos de los hijos. Los hijos ya no les respetan. Y muchos padres, desesperados, tienen que denunciar a sus propios hijos por malos tratos.

- ¿Cómo se llega a tan horrible situación?

- Fácil: dé al niño todo lo que pide, no le obligue a nada en casa, no le afee malas conductas, desautorice a sus profesores...

- ¡Fallos de los padres, por lo tanto!

- Sí: por miedo a parecer fachas, muchos padres no se han atrevido a poner límites a sus hijos. Y queriendo ser sus colegas... ¡les han dejado huérfanos!

- ¿Mejor volver al ordeno y mando?

- Un niño necesita padres, y un padre es alguien que marca límites, que dice: "Hijo, te quiero mucho y por eso ahora te digo NO".

- ¿Usted lo ha hecho así?

- Con peloteras, sí..., pero ejerzo de padre


Ir a los famosos vídeos del juez

Algunos testimonios de jóvenes 'salvados' por el juez



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editado por...Wladi Martín @ sábado, mayo 24, 2008
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martes, mayo 13, 2008

El Guía del 'DO'

El camino de la flexibilidad se recorre mejor con guía


Creo que tenía yo 13 o 14 años cuando mi madre me llevó al gimnasio Samurai de la calle Juan Bravo. No nos pillaba cerca ni remotamente. Yo, por entonces, vivía en Caño Roto, que, con el tiempo, ha sido rebautizado en Los Cármenes. A mi me gusta seguir llamándolo por el nombre de Caño Roto, que es más rotundo, más sincero. Suena más a quinqui, a gitano, ‘adrea’, a peonza, guá y carrera de chapas. El caso es que tenía que coger lo que llamábamos ‘la camioneta’ y luego (desde Ópera) el Metro. Tras una hora de trayecto (que yo solía aprovechar para estudiar o hacer los deberes) llegaba a mi fiel cita con los amigos de yudo. Por entonces –hay que reconocerlo- mi deseo era el de reunirme con un fabuloso grupo de jóvenes del que me cupo el honor de formar parte. Estando, como estaba, a medio camino entre un hombre o un zangolotino, en esa primera etapa, quizás no me diera yo cuenta de la mucha influencia que sobre mi ejercía (aún sin él, ni yo, pretenderlo), mi profesor de yudo. Yo ya había tenido otro profesor (Antonio Recuero) a quien recuerdo con cariño y respeto. Fue mi primer contacto con el yudo y me enseñó algo tan importante como las caídas y a empezar a amar el yudo. Luego llegó Ortega y me enseñó todo lo demás; del yudo y de la vida como camino, como búsqueda, como doctrina, bandera, estilo, ideario…

Por eso ando reflexivo mirándome ya mucho más cascado (ha llovido desde aquellos tiempos… y eso que hemos pasado pertinaces sequías). Han pasado cerca de 35 años y puedo presumir de conocer a Rafael Ortega. Pero me cuidaré muy mucho de hacerlo. Sobre todo, tras días como el de hoy en que me ha vuelto a sorprender. Me ha vuelto a dejar con la boca abierta, yo que creía empezar a tener algunas certidumbres. ¡Pobre de mi!

Cada vez que Ortega desgrana una técnica de yudo es que la ha escrutado desde todos los ángulos, la ha vuelto del derecho y del revés, la ha metabolizado, la ha hecho suya. Pero, antes, hay que decir que algunos grandes yudocas hacen lo mismo; a su manera. Y es aquí donde quiero yo apuntar una diferencia. Ortega sabe hacer algo de zen cuando hace su estudio de yudo. Se vacía, se despoja de toda consideración, de toda apreciación previa; se libera… tanto de prejuicios, como de valoraciones. Creo que ese es su secreto. Un secreto que comparte a voces con quien quiera… lo que pasa es que hay mucha sordera por ahí. Esta especie de sublimación por la vía del vaciado es lo que hace encontrar la sustancia, la verdad. Por eso tiene algunos enfrentamientos con gente (¿sorda?) que descubre ‘su’ verdad y hace de ella ‘patrón ley’ (patrón oro), si se me permite la expresión. Claro que otros me dirán… “con lo lejos que me he ido yo para tener mis certezas, viene ahora éste…”

Recuerdo que no siempre hay que irse tan lejos para tener una certeza. De hecho, muchos viajan en el tiempo y en el espacio con ellas y, así les va: nunca cambian. Este es un tema importante pues hacen del ‘no cambiar’ un banderín, sin darse cuenta de que no es valor, sino tara. El que no cambia, no progresa; y el que no progresa, no interesa (sobre todo a los que vienen por detrás –a los jóvenes-, que son el futuro). El que sabe envejecer mediante el proceso de ‘vaciado’ que antes he aludido, y buscando la esencia, aunque ésta ponga en peligro esas certidumbres: ése, es un faro para el que viene detrás. Es un guía y, nosotros yudocas, debemos entender la importancia que eso tiene a la hora de seguir un camino (el de la flexibilidad, por ejemplo –el DO-).

Cuando he empezado recordando mis orígenes en esto del yudo, lo he hecho para ahora poder decir lo siguiente. Uno suele iniciarse en la práctica de un deporte o de una afición, en base a sus gustos, aptitudes, etc. Es decir, dependiendo de algo interno (el deseo). Pero, no es menos importante en esos inicios, algo externo como el entorno, el guía, el contexto social, las posibilidades… Un individuo con gran deseo de hacer yudo, que sólo tiene a su alcance el practicarlo en el colegio de su barrio, no tiene la culpa si le ha tocado un profesor mediocre. A mi me tocaba haber aprendido yudo en un entorno poco favorable, en un centro que acabó desapareciendo al poco de yo conocerlo. Luego, seguí a mi profesor que formó escuela en mi colegio, el JOYFE de la calle Bocarrrana, en pleno Carabanchel. Tampoco de allí salieron grandes yudocas y no sé si se llegó a formar algún cinturón negro; yo me marché con cinturón naranja y sin licencia para poder demostrarlo.

Quiero decir que, en la lotería de la vida me encontré con un billete que resultó premiado. Acabé en el legendario Gimnasio Samurai de la calle Juan Bravo. Allí, me volví a quedar sin profesor cuando Ortega se estableció por su cuenta y le suplió Rafael Hernando. Otra vez la fortuna vino a visitarme, cuando arrastraba los pies para ir a mis entrenamientos. Un compañero me comunicó lo que la dirección del gimnasio me había ocultado: todos se habían traslado al no menos legendario Gimnasio Banzai, donde hoy sigue al pie del cañón el incombustible Rafael Ortega.

Por todo lo dicho quiero hacer patente, aquí y ahora, mi respeto hacia todo aquel que practica yudo y no ha tenido un ‘guía’ de la clarividencia, sabiduría y salud –en el más extenso sentido de la palabra, incluido el mental-, como el que yo tengo. ¡Qué culpa tienen ellos! Pero también me gustaría explicar algo importante, si es que me llegan las palabras. Hay veces en que hay que mover el culo o callarse. Si uno, ya mayorcito, no puede desplazarse hasta el lugar en el que aprender yudo o decide que ya sabe mucho, lo mejor es que tenga un pelín de humildad. Vamos a respetar a los que año tras año enseñan en el primer día de clase una llave nueva que se llama ‘O-soto-gari’; y la enseñan lo mismo en la clase de adultos que en la de niños de cuatro años. Pero no nos hagan decir que eso es ‘cojonudo’, porque no lo es. Es aberrante y suena a antediluviano. Vamos a respetar a los que montan un entrenamiento de dos horas y lo resuelven con dos horas de randori –y poco más-, pretendiendo ser grandes maestros. Son entrenadores más o menos afortunados y ahí lo dejamos. Pero donde se nos agota el respeto es en el momento en que no lo vemos reflejado hacia nosotros. Algunos sordos no sólo no oyen, que ya es tristeza. Algunos sordos no escuchan y son los peores. Claro que alimentar una sordera no siempre es barato; los hay a los que se les tiene que pagar un viaje a países muy lejanos y no precisamente a las Bahamas.
En una ocasión, un ‘amiguete’ discrepaba de la efectividad del método Ortega amparándose en que no tenía mérito. Explicaba, ese ‘amiguete’, que es fácil tener un método cuando se ha tenido la suerte de entrar en colegios con abundancia de alumnos y cosas por el estilo. Lo decía como si fuera cosa de magia eso de llegar a los sitios en que florecen los alumnos. Seguramente ese ‘amiguete’ tenía su razón, su certidumbre, que decíamos antes. Claro que ese ‘amiguete’ tiene un gimnasio que a duras penas subsiste, con no más de tres docenas de yudocas (si llega). Sólo en una de las clases de yudo recreativo del club de Ortega ya hay esa misma cantidad de alumnos. Y todos y cada uno de los días lo que explica Ortega es yudo (yudo del bueno). Todavía no ha llegado la ocasión en que reparta regalos para que no se ‘desapunten’ sus alumnos. ¡Ah! y, por cierto, las clases las imparte el propio Rafael Ortega en persona.

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editado por...Wladi Martín @ martes, mayo 13, 2008
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