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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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martes, abril 28, 2020

La carpeta verde


Son muchos los interesantes experimentos, para acabar concluyendo siempre que el hombre es animal social, que necesita la manada e identificarse con ella. También que la manada le acoja. Lo contrario (el bullying) puede llevar incluso al suicidio.

Hace poco vi a una profesora sacar una carpeta verde en plena clase. Preguntó a varios alumnos y todos respondían lo correcto; que era verde. La profesora acababa de comenzar su clase y quedó con los alumnos que les preguntaría por el color de la carpeta. Cuando entrase el primer retrasado (que no asistía a esa conversación), preguntaría a varios por el color de la carpeta. Todos debían contestar que era roja (aunque fuese mentira). Se trataba de un experimento, pero los alumnos presentes aceptaron entre sonrisas. ¿Qué pasaría?

Al poquito efectivamente llegó un retrasado, se incorporó a su sitio y se aprestó a seguir la clase. La profesora enseguida hilvanó lo que decía con la famosa carpeta (verde) que mostró en alto.

Entonces la profesora preguntó a una chica, que estaba sentada en la primera fila, por el color de la misma. La chica, aleccionada, dijo que la carpeta verde era roja sin titubear. El alumno recién incorporado abrió los ojos como platos. Poco después la profesora volvió a preguntar por el color de la carpeta verde. Se dirigió a un chaval próximo, luego a otro de la tercera fila, luego a una chica de la segunda fila… todos contestaban sin dudar (mintiendo) que la carpeta era de color rojo. El recién incorporado a la clase no salía de su asombro.

Así hasta que la profesora preguntó directamente al desconcertado estudiante que había llegado tarde a la clase. Tardó unos instantes, pero acabó reconociendo que la carpeta era de color rojo. También mintió sin que nadie se lo hubiera pedido. Contestó como todos los interrogados.

La profesora entonces declaró que se trataba de un experimento. Que, por supuesto, la carpeta era verde y que todos se habían puesto de acuerdo para decir que era roja. El recién incorporado prefirió decir que la carpeta era roja para no desviarse de lo que decía la manada. Así lo señaló la bromista profesora.

Lo increíble es que cuando la docente desveó el engaño, la víctima de la broma reconoció haberse dado cuenta de que se trataba de algo raro, de un juego. Pero contestó como los demás ante la presión que se le echaba encima.

Así somos y parece ser que ni siquiera es malo que seamos así. Lo primero, para librarse de culpabilidades, es reconocerlo. Luego ya viene eso de engañarse diciendo que uno no es así. Que hubiesen contestado lo correcto, que no hubieran caído en el engaño de la manada. Algunos casos hay de auténticos líderes que dicen lo que ven, caiga quien caiga. Se me viene a la mente la famosa frase “Eppur si muove” que Galileo Galilei pronunció después de abjurar del heliocentrismo ante el tribunal de la Santa Inquisición. El astrónomo veía la carpeta verde (era el único).

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 28, 2020
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lunes, abril 27, 2020

Los 36 hombres justos


Ayer vi una película de Werner Herzog, un director alemán que gozaba de mis simpatías, sobre todo en mi adolescencia. Siempre me ha gustado el cine y desde adolescente me fijaba en los directores de las cintas, cosa que no todo el mundo hacía – ni hace -.

Una fenomenal anécdota es que acabé imponiendo mi criterio y toda la selección castellana acabó, conmigo, entrando en una sala en la que proyectaban El silencio de Ingmar Bergman. Fue en Sevilla. Yo era cadete y compartíamos con los “junior” – mayores – la experiencia. Menos mal que fueron momentos confusos, con todos hablando a la vez, pero nadie recordaba que había sido mi propuesta. Alguno me hubiera “linchado”.

Pero vamos ahora con Invencible de W. Herzog, cinta en la que se aborda la figura de los “tzadik” de los judíos. Parece ser que, cuenta la historia del judaísmo rabínico, en cada generación nacen 36 hombres justos elegidos por Dios para cargar con los sufrimientos del mundo. Se les ha concedido el privilegio del martirio.

El mundo se apoya en esos 36 hombres justos o “tzadik” que, con frecuencia, ni se reconocen entre ellos; no saben quienes son.

Cuando uno de estos hombres justos llega al cielo suele ir tan helado que el propio Dios debe calentarlo durante mil años entre sus manos, hasta que su alma puede abrirse al paraíso. Alguno de estos hambres justos están tan inconsolable, ante la aflicción del mundo, que ni siquiera Dios logra calentar su alma.

Los “tzadik” son un tipo especial de persona cuya santidad se basa en la encarnación de la generosidad y la justicia. Ante ponen los intereses del prójimo a los suyos propios; son el sirviente por excelencia para la Torá.

El uso del término “justicia” en un “tzadik” se basa en el concepto de que la generosidad es un acto de entrega pura; no merece alabanza para quien la ejecuta; es un acto de justicia. Los “tzadik” están libres de pecado al ser justos en plenitud.

André Shwarz Bart, en su libro El último justo, escribe “si faltase uno sólo, el sufrimiento de los hombres envenenaría hasta el alma de los niños pequeños y la humanidad se ahogaría en un grito. Porque ellos son el corazón multiplicado del mundo y en ellos se vierten todos nuestros dolores como un receptáculo. Millares de relatos populares lo atestiguan. Su presencia está demostrada en todas partes”.

Yo no sé si existen estos 36 hombres justos. De hecho acabo de conocer esta historia. Pero me da por pensar en algo que igual existe para compensar, por oposición. Ojalá que no existan, en contraposición a tanta capacidad de sacrificio, los 36 hombres incapaces - seguro que los hay… ¡y más! – Pero me refiero a que ojalá que no existan los 36 inútiles ascendidos a puestos de relevancia en nuestra sociedad, de esos que mandan y dirigen nuestros designios sin saber lo que hacen. Porque de los incapaces, a secas, yo creo que somos más de 36. Es mi opinión.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 27, 2020
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domingo, abril 26, 2020

La sequía


Una vez acudí a un pueblo medio perdido en la geografía hispana cargado de ritos cristianos. Estaba aquejado por una contumaz sequía. Hacía años que no caía una sola gota. Las cosechas se arruinaban sin que hubiera mala fruta que recoger. Había un pantano cercano. Otrora lugar de baños que atraía incluso el turismo, ahora se podía atravesar andando entre barro y fangos. Estaba casi seco.

El panorama se prolongaba años y no había visos de que el panorama fuese a cambiar. La gente se arruinaba. Pero aún más preocupante era la salud. Estaban empezando a enfermar por falta de agua, por no poder comer adecuadamente.

Los peces habían muerto en el pantano; también escaseaban en el río que pasaba por el pueblo y que abastecía al embalse. Los animales habían huido al norte, a varios kilómetros, donde había algo de humedad.

No sé de quién fue la idea ni de dónde salió. El caso es que decidieron reunirse un día en concreto y ir a rezar todos juntos a la ermita de la montaña. Su santa patrona no les abandonaría. Con su fe, decían, la santa vería la necesidad que tenían de que lloviera y les enviaría el agua.

Confiaban en que su oración sería escuchada y la lluvia pronto vendría abundante y sana; que todo lo limpiaría, que volvería a renacer la vida.

Confieso que tuve curiosidad por aquello. Tampoco se hubiese entendido que sólo yo me excluyese de aquel acto tan importante para aquella gente humilde e ignorante.

A la hora convenida todo el pueblo se reunió en la plaza mayor del villorrio. De allí partieron hacia la ermita por la senda de la montaña. Gentes de avanzada edad, hombres, mujeres, niñas y niños; la fila e pueblerinos era impresionante. No faltaba nadie. Todos a rezar a su santa patrona; todos a rezar por la lluvia.

Entre las personas que componían la impresionante comitiva sólo vi un niño de corta edad que daba el paseo con un paraguas. Nadie más.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, abril 26, 2020
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sábado, abril 25, 2020

Las estrellas y los fuegos


Cuando era inmortal, como dicen en alguna lectura de no sé dónde, tenía una gran amigo – lo sigo teniendo - del que me he acordado hace poco. Se ve que él también se ha acordado de mi; me ha llamado. Tiempo atrás, cuando éramos inmortales, decía, me contó una historia de su cosecha.

Venía a decir que las estrellas eran las almas de nuestros amigos; unas lucían mucho y otras lucían menos aunque esto podía cambiar de un día para otro. Las estrellas eran las encargadas de iluminarnos en la oscuridad.

Recordando ese fantástico cuento de mi gran amigo también recuerdo una anécdota que contó mi hermana hablando con su hija, cuando tenía pocos años. La pequeña mostró interés en saber qué pasaba por las personas cuando éstas se quedaban sin vida. Tan trascendental pregunta intentó contestarla mi hermana con algo de poesía, para no preocupar a la niña. “Las personas se convierten en estrellas”. La niña se quedó mirando el cielo estrellado con cara extraña y contestó. “¡Qué cantidad de muertos, mamá!”.

Hace poco he escuchado un fenomenal cuento corto de Galdeano que tiene que ver con todo esto de las estrellas. El genial escritor da su propia versión pero, en lugar de estrellas, habla de fuegos que ve un pájaro al acercarse al cielo en su vuelo.

El ave en su alto vuelo mira hacia abajo y empieza a ver pequeños fuegos. Son los que cada cuál emitimos. Estaba contemplando un mar de fueguitos; los que emite cada persona que brilla con luz propia. Hay fuegos grandes y pequeños, fuegos que a unos calientan y a otros no, que abrasan a los de su alrededor y fuegos que no calientan ni a los de su cercanía… El pájaro vio fuegos de todos los colores, fuegos serenos que no se alteraban ni con el aire, fuegos inquietos que todo lo llenaban con sus chispas… Fuegos débiles que ni alumbraban ni daban calor, fuegos fuertes que no se podían mirar sin parpadear…

Todos, según el cuento del escritor uruguayo, tenemos nuestro fuego (más nos vale). Y añado yo que depende de nosotros cómo lo cuidamos. Si lo alimentamos bien arde mucho y puede dar calor a los de alrededor. Puede incluso iluminar en la oscuridad. Llegan a soltar chispas que perduran a nuestro lado, que llegan a los demás.

En estos días de recogimiento no sólo es un buen momento para mantener vivos esos fuegos sino, sobre todo, para no apagar el de los demás. A ver si se nos va a extinguir el nuestro.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 25, 2020
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jueves, abril 23, 2020

Los perros del rey


Había hace muchos años un rey tal y como sucede hoy en día en España (ya ve usted). El caso es que eran otros tiempos y uno de sus ayudantes cometió un error al intentar cumplir una de sus regias obligaciones.

El rey, que tenía todo el poder y muy mal genio, montó en cólera. Tan grave fue la cosa que mandó echar a sus perros feroces al sirviente. Así es que le envió a una cárcel de la que saldría diez días después en que se fijó la fecha de la ejecución.

El sirviente fue conducido a las mazmorras donde habló con su carcelero. Le pidió ayudarle en sus quehaceres durante sus diez últimos días de vida. Al final, con gran insistencia, el servidor convenció a su carcelero. Se ocuparía de los perros que habrían de poner punto y final a su existencia; los cuidaría, alimentaría, limpiaría…

Al principio le costó algo el enfrentarse a las temibles bestias. Pero fueron pasando los días y parecía que la confianza entre todos iba creciendo. Así hasta que llegó la fecha de la ejecución.

Los perros y el servidor fueron debidamente preparados. Se lanzó al hombre a un habitáculo donde sólo estaban los bravos perros. Pero éstos, en vez de devorar al criado, para sorpresa de todos los que lo vieron, se limitaron a lamer los pies del servidor. Ni un sólo bocado, sólo muestras de cariño.

Entonces el rey asombrado preguntó por aquella extraña escena.

La explicación le vino del sentenciado.

“He tratado bien a tus fieras durante sólo 10 días. Las he cuidado, alimentado, limpiado… Y en sólo diez días me han tomado tanto cariño como para no desearme ningún mal. Sólo me dan muestras de amor. En cambio, a ti te serví con abnegación durante diez años. Y al primer fallo que tuve mandaste acabar conmigo”, explicó el hombre.

Parece que hay alguna personas desagradecidas, sobre todo cuando creen tener todo el poder. También hay seres de corazón sencillo que saben apreciar hasta el más mínimo gesto de cariño.

Otra reflexión vendría del lado de saber elegir a su señor.

El resto de interpretaciones se las dejo a ustedes.

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editado por...Wladi Martín @ jueves, abril 23, 2020
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martes, abril 21, 2020

El amor y el tiempo


Hoy he leído un precioso cuento de Jorge Bucay que me hace reflexionar y paso a compartir.

Había una vez un bello islote, muy hermoso, en el que vivían juntos todos los sentimientos y valores del ser humano: el buen humor, la tristeza, la sabiduría, la opulencia, el orgullo, el amor…

Un buen día, el islote comenzó a hundirse. Todos tuvieron que preparar sus barcos y abandonar el islote. Todos, menos el amor, que quedó esperando, en tierra, que alguien le salvara.

Pasó una lujosísima barca con la opulencia a su mandos. El amor imploró pero la opulencia se negó a llevarla consigo argumentando que tenía mucho oro y plata a bordo y que no quedaba espacio para el amor. Poco después pasó el orgullo con lo que el amor repitió su petición. También fue negada, toda ayuda, argumentando, el orgullo, que todo estaba perfecto en su barca y temía descomponerlo con su presencia. Le instó a seguir pidiendo ayuda.

Entonces el amor se dirigió a la tristeza que pasaba cerca. Volvió a rogar que la llevara, pero volvió a cosechar una negativa. “Estoy tan triste que necesito estar sola”, fue la respuesta que obtuvo.

Luego pasó el buen humor que ni escuchó al amor cuando era llamado; estaba tan contento que ni oyó la petición.

De repente, una voz le ofreció ayuda al amor. Era un viejo el que ofrecía sacar en su barca al alborozado amor. Tan contento estaba que subió a bordo olvidándose de preguntar a su benefactor quién era; ni siquiera su nombre.

Cuando llegó a tierra firme, ya salvado, se encontró con la sapiencia. A ella le preguntó si sabía quién le había ayudado.

“Ha sido el tiempo”, contestó con voz serena la sapiencia.

“¿El tiempo?” se preguntó el amor. “¿Por qué me habrá ayudado el tiempo?” añadió.

La respuesta era clara: sólo el tiempo es capaz de comprender cuan importante es el amor.

Y ahora, en estos días, tenemos mucho tiempo que ocupar (al menos de manera más o menos consciente). Ojalá tengamos también mucho amor que poner a salvo.

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 21, 2020
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lunes, abril 20, 2020

El insomne


A cualquiera que se le diga igual no lo cree pero yo hice el servicio militar (que antes era obligatorio) nada menos que en La Legión; en el tercio tercero Juan de Austria (en Canarias). Suelo decir en broma que me echaron por feo. “Aquí se viene a aprender a matar al enemigo, no a asustarle”, explico.

La cosa es que estuve un mes y veinte días y tengo anécdotas para escribir un libro. Pero, a pesar de todo, considero que fue un tiempo estéril en mi aportación a eso que llamamos patria. En lo personal no me arrepiento de nada; no soy de arrepentirme de lo que me ha pasado y sí de sacar algún provecho de ello.

Una de las cosas que más me fascinaban era eso de aprender a obedecer ciegamente. Era como enseñar a confiar en que alguna mente superior pensaba por nosotros (nos libraba de pensar). Era como desconfiar por sistema en que uno pudiera tener pensamientos acertados. “¡Cumple la orden y punto!”

Es verdad que se ha hablado mucho del tema y que algunos de mis compañeros eran unos auténticos borricos. A esos incluso les venía bien el servicio militar, como también les vendría fenomenal leer un par de libros.

Una noche me desperté en el enorme barracón en el que pasábamos la noche en literas de tres alturas. Yo dormía en lo más alto de una de ellas. Me incorporé al ver, también en lo más alto de una muy cerca, a un vecino sentado mientras todos dormían. Le pregunté, susurrando, qué le pasaba y me confesó que lo estaba pasando fatal. Que no comprendía todo aquello, la crueldad con que era tratado, el clima de exigencia, el aplanamiento de la personalidad… Nos consolamos como pudimos, el uno al otro, y volvimos a dormir después de un rato de lamentaciones (sobre todo por su parte).

Al día siguiente saludé a mi nocturno amigo y este me devolvió el saludo como si no me conociera. Me extrañó pero supuse que no quería ser relacionado conmigo para no dar ninguna explicación de sus momentos de debilidad amparados en la noche. Pero no me quedé del todo satisfecho y a la menor oportunidad le pregunté directamente por cómo se encontraba. El chico parecía perplejo. “Bien, cómo iba a estar” contestó acentuando en su cara que no me conocía de nada.

Me armé de valor y le pregunté directamente si ya se le había pasado el desanimo de la noche anterior.

No parecía acordarse de nada. De hecho justificó todo porque lo hacían por nuestro bien. Su discurso era muy contrario al que había tenido por la noche; todo parecía irle bien. Ninguna lamentación.

Me quedé perplejo. Igual había estado hablando con un insomne; igual con mi propio fantasma. Estaba claro que el compañero no era el mismo (que se me había mostrado por la noche). Pero me dio por pensar en los extraños mecanismos que tiene la mente para no enfrentarse a la realidad o para construir una a su medida, en todo caso. Debe de haber millones de realidades; tantas como individuos que la interpretan. Eso por no hablar de lo mío. Igual era yo el que lo había imaginado todo (o casi todo).

Jamás volví a hablar con ese chaval; ni por la noche ni durante todo el día. Igual no necesitaba hacerlo.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 20, 2020
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viernes, abril 17, 2020

El Chilam Balam


Mi paso por la Universidad fue curioso. Paso a narrarlo, brevemente, porque creo que viene a cuento con lo que hoy se habla sobre aprobar a los estudiantes. Desde luego no a los universitarios. Otra cosa es que se está habilitando a los estudiantes sin acabar la carrera de Medicina para ejercer de médicos. Ahora hacen falta.

Vaya por delante que no creo mucho en el sistema educativo español y menos aún desde que se promulgó la Ley Orgánica 9/1992, de 23 de diciembre, de transferencia de competencias (entre las que estaba la educación) a ciertas Comunidades Autónomas españolas. Además, soy firme defensor de ciertos postulados de A. S. Neill, fundador de la escuela Summerhill, con la que dio un paso adelante, el pedagogo, hacia la verdadera educación progresista mediante la autorregulación de los niños. ¡Un visionario!

El caso es que la ministra del ramo, muy prudente ella, ha dicho que se pretende que la tónica general sea que, este curso, todo el mundo promocione y que sea raro el que suspenda (hablando de niños). En seguida, muy acostumbrados a que nos digan lo que hacer y a partir de qué números… han clamado desde ciertas autonomías; sobre todo desde la madrileña y la riojana.

Yo tengo mi propia opinión, pero me voy a guardar muy mucho de expresarla. Que cada cual saque la suya que seguro que, al menos yo, la respetaré. Además, si alguien deduce mi opinión, de lo que aquí escribo, y no le gusta, tengo otras - opiniones – (como decía el genio).

Yo empecé Derecho y acabé torcido. Ni esperé a pasar a segundo curso así es que con un amigo pedí el traslado a la Complutense (estaba en la Politécnica – muy lejos de casa -). Para ello debía cursar alguna carrera que no hubiera en la Politécnica. Manejé la posibilidad de irme a Medicina pero mi amigo me dijo que era muy difícil; así es que propuso Periodismo y yo me alborocé con esa posibilidad; podía salir de la Politécnica y encima escribir que me encantaba.

Lo primero que he de decir es que, cursando Periodismo, se frustró mi natural tendencia a escribir de forma libre y espontánea. Mucho tiempo después recuperé esa ilusión.

Como cumplo años en agosto, los compañeros que tenía eran casi de la misma edad. Lo malo es que dejé Periodismo varias veces hasta que acabé la carrera ya talludito. De esa época guardo una fantástica broma que yo solía protagonizar.

El primer día de clase, cuando casi ningún compañero me conocía, madrugaba e iba vestido con chaqueta y corbata a la primera clase, muy tempranito. Llegaba al aula y me sentaba donde el profesor sin decir ni “mu”. Notaba comentarios y carreritas por ocupar cada cual su asiento frente a mí. Todo el mundo siseaba respetuoso a mi alrededor. Mientras, yo sacaba el periódico y comenzaba a leerlo sin abrir la boca ante mi pasmada concurrencia. A medida que pasaban los minutos algunos levantaban la voz. Llegué a escuchar claramente: “estará haciendo tiempo hasta que llegue la hora”.

Y, efectivamente, llegaba la hora y también el verdadero profesor titular de la asignatura en cuestión. Entonces yo, muy respetuoso, cogía el periódico y mi carpeta y me trasladaba a algún sitio libre frente a él, con el resto de mis compañeros. Siempre miraba de refilón y veía caras de desconcierto y asombro, de personas que no sabían lo que pasaba. Me divertía mucho.

Pero voy ahora con la anécdota que quería narrar y que vino a suceder en mi primer abandono de la carrera.

Estaba cursando el segundo curso, creo, y me enfrentaba a la asignatura de Literatura Universal Contemporánea. El sólo título de la asignatura ya me atraía… lo que iba a aprender (yo que era un firme lector, por entonces, de Aldous Huxley, de Herman Hesse…). A su frente estaba un profesor, seguramente un magnífico profesor, que se empeñó en explicarnos – hay una cosa que se llama libertad de cátedra – el Chilam Balám. Esta obra y su estudio nos iba a llevar todo el primer trimestre; en Literatura Universal CONTEMPORÁNEA. Creo que el profesor, con el que, pese a ser una eminencia, no conseguí conectar, se apellidaba Vila Selma.

Como cabe la posibilidad de que usted, que me lee, no conozca el Chilam Balam – cosa rara – le diré que eran unos escritos mayas, del tiempo de lo que llamamos conquista española de América, que relatan acontecimientos de relevancia histórica, sobre todo para los mayas.

No acabé ni el primer trimestre. Me dediqué a mi recién montado gimnasio en San Sebastián de los Reyes, el Sempai. Allí iba a ejercitarse con pesas un tal Francisco Navacerrada que también cursaba Periodismo (acabó de jefe de prensa del Real Madrid, nada menos). Un día charlando con él me dijo que el bueno de Vila Selma había fallecido no si antes dar aprobado general. Me recomendó que fuera a por la papeleta y, efectivamente la recogí. Figuraba una A mayúscula de trazo titubeante. Me dí por Aprobado como me dijo Paco y efectivamente así fue.

También cursé Historia Universal Contemporánea. A su frente estaba un magnífico profesor – no recuerdo su nombre - que, por entonces, pasaba por ser el máximo experto nacional en la Revolución Francesa. De hecho la estudiamos todo el primer trimestre llegando a ser grandes entendidos. En cambio, yo no sabía lo que era una pecera, un estudio de grabación... ni siquiera un ordenador.

Creo que en primero, un día – un sólo día – dividían la clase y nos asignaban visita a la “sala de ordenadores”. Allí fui muy contento y me sentaron frente a uno con un simulador en que sólo podías hacer lo que te indicaban. Como serían mis ganas de aprender (sólo proporcionales a mis torpezas) que conseguí atascar la impresora (todos los ordenadores estaban en línea). Cuando la profesora recriminaba al 7-F – que tardé en darme cuenta de que era yo – “por favor deje de dar a todos lo botones”, me encendí como una bombilla. Y ya está.

No digo que no haya grandes profesionales del Periodismo en España pero me parece que aprendieron más en sus primeros puestos laborales que en la Facultad. Eso sí, seguramente hubo generaciones expertas en la Revolución Francesa y, por supuesto el Chilam Balam.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, abril 17, 2020
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jueves, abril 16, 2020

La cautela


Cautela. Esta palabra encierra muchas cosas. Según la RAE es en su primera acepción: “precaución y reserva con que se procede”. En una segunda acepción sería: “astucia, maña y sutileza para engañar”.

Se empieza a hablar de la salida del túnel, de la posible vuelta a la normalidad (si es que alguna vez la hemos tenido – la normalidad, digo -). Se empieza a hablar de la lucecita al fondo. Algunos ya se aprestan a abarrotar ciertos locales que aún no sabemos, a ciencia cierta, si volverán a ser lo que eran. Nos hablan de orden y creo que se refieren a escalonar. A mi me hace pensar esa segunda acepción que da la RAE para la palabra cautela; eso de la astucia para engañar. Engañar, por supuesto, al maldito virus, que eso de engañar a la policía, al cuerpo encargado de aplicar la norma - de ahí lo de normalidad -, es engañarse a uno mismo. Y de eso algo hay, en todos y cada uno de nosotros.

Recuerdo eso que escuché una vez a alguien que decía “lo haré cuando vea que lo hacen los demás”. Es una bonita forman de decir que nunca lo haré. Claro que no todo el mundo está acostumbrado a cumplir con su parte. Eso de ocuparse de las cosas propias intentando no perjudicar a nadie, en el más religioso de los procederes, no es cualquier cosa. Hace falta mucho esfuerzo -que no todo el mundo está dispuesto a aceptar – para llegar a ello. Y es curioso que todas las buenas personas – y todos lo somos en alguna medida – aprecian estos menesteres. Todos queremos ser más sabios, más buenos, querer más a los nuestros… Pero muy pocos renuncian a pisar a los demás para alcanzar lo que se nos antoja, para dar gusto al ego.

Ayer escuché algo sobre Teresa de Jesús. La monja nació en Ávila y descendía de judíos, todo un inconveniente en aquella España. Probablemente por ello se hizo monja. También dicen que fue una de las primeras feministas. Huía del cliché de la mujer casada y madre de sus muchos hijos; de la mujer de entonces. Esa fue otra buena razón para hacerse monja. El caso es que la mujer es una de los grandes de la Literatura y debió de tener algunas cosas claras en su vida. Buscaba algo que no podía encontrar en lo que le rodeaba. Necesitaba escribir para ser distinta. Pero, al parecer, escribía siempre al dictado, como si tradujera lo que le decían al oído.

Se preguntarán a qué viene ahora santa Teresa de Jesús. ¿Qué tiene que ver con lo que veníamos hablando?

Va por la cautela; sobre todo por la segunda acepción esa, la de la astucia para engañar.

Creo que Teresa de Jesús tenía cautela en cuanto hacía. Y, sin embargo, eso no le impidió ser una rebelde. Se rebeló contra ser una mujer como las de su época, con un marido convencional, ignorante y cargada de hijos. Se rebeló contra ser una persona sin conocimientos y leyó cuanto pudo (sobre todo a San Agustín, según parece). No se conformó o se rebeló con cuanto había en este mundo y buscó otro.

Ahora que todavía no hemos salido de la oscuridad se nos empieza a pedir cautela para cuando lo hagamos, un poco de astucia. Que mostremos un poco de inteligencia. Esa cualidad que tan pocas veces mostramos. Máxime ahora que lo que necesitamos – como siempre – es que nos ordenen (en sentido de recibir órdenes) para, precisamente, no necesitar pensar. Qué bien nos van a venir en estos días venideros las banderas, los fetiches, los ídolos, los símbolos… y hasta los cojones, si se me permite.

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editado por...Wladi Martín @ jueves, abril 16, 2020
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miércoles, abril 15, 2020

El extraño cementerio


En un viaje al campo me dispuse a dar un paseo, como solía hacer. Salí del pueblecito en que me encontraba y, enseguida, vi un sendero que se dirigía a otra villa muy próxima. Se divisaba, en el horizonte, los tejados de las casas de esa pequeña aldea. Así es que encaminé mis pasos hacia allá. No tenía prisa pero el ritmo era firme, así es que pronto llegué a las inmediaciones del pueblo próximo.

Poco antes de llegar a las casas, el sendero pasaba por un cementerio. Hice una pausa y me dediqué a visitar las lápidas. Leí varios nombres y, en seguida, descubrí algo anormal. En lugar de poner las fechas de nacimiento y defunción, junto a los nombres se consignaba el número de días, supuse que vividos, por el que allí yacía. Todos habían vivido muy poco, algunos apenas unos días.

Recurrí a cientos de interpretaciones y ninguna me satisfacía. La que menos me inquietaba era que me había cruzado con un cementerio infantil. Pero, entonces, ¿porqué morían, en ese pueblo, tantos niños? No había ningún adulto enterrado.

Seguí caminando hasta que llegué a un pequeño local abierto. Pasé y me pedí un café; era todavía temprano. Cuando fui servido le comenté al camarero que había llegadi andando por el sendero y me había fijado en el “cementerio infantil”. El hombre se extraño y luego me explicó que no era ningún cementerio infantil sino un cementerio común. Pero todo tenía una explicación.

Al nacer cada niño recibía una libreta en blanco, con un extraño encargo que cada cual debía cumplir en cuanto pudiera: anotar los días placenteros vividos, los que se habían vivido intensamente, los que de verdad se habían disfrutado. Esa era la razón de que figuraran tan pocos días en las lápidas, junto a los nombres.

No se anotaban esos días - lamentablemente los más usuales – en que la rutina había impedido el crecimiento de cada persona. Y la rutina se entendía como lo que obligaba a volver el punto de partida sin progreso alguno, no cómo el hábito para hacer las cosas de manera más o menos automática. Hablamos de vivir con intensidad, sobre todo internamente… si es que se puede vivir intensamente de alguna otra manera.

Por decir algo se me ocurrió comentar que eran pocos días los que había visto consignados. A ello, el camarero me contradijo, explicando que a él le parecían bastantes, sobre todo porque el pueblo había pasado, tiempo atrás, por una rara epidemia que había diezmado a su población. Añadió, que incluso en los días de epidemia muchos de los fallecidos que ahora estaban en el cementerio, consiguieron sumar algún que otro intenso día a su cuenta. Lo hicieron con gestos de generosidad, lo hicieron aflorando -hacia fuera – sentimientos muy interiores. Lo hicieron viviendo intensamente con los suyos en el corazón, sin necesidad de viajar, ni siquiera de moverse.

Salí perplejo del bar. Era consciente de cada paso que daba y, sin embargo, no tenía que pensar en ello, en andar. Era otro tras haber escuchado aquella extraña historia. Seguí caminando por las calles del pueblo hasta que me encontré una tienda abierta. Era de esas donde venden de todo. Olor a algunas especias, latas de sardinas, bombillas, velas, alpargatas… Pregunté si tenían cuadernos y me ofrecieron una libreta. La compré junto a un lápiz.

Justo cuando salí estrené la libreta. Anoté mi primer día, espero que de muchos.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, abril 15, 2020
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martes, abril 14, 2020

El gato y los monjes


Hay veces – las más de las veces – que actuamos por inercia. Lo digo por mi. Hay veces que actúo por inercia, inconscientemente. No me da tiempo a plantearme por qué son las cosas. Menudo esfuerzo. Así es que hago las cosas y punto. ¡Bonito proceder!

Más me valdría reflexionar un poco más, sobre todo después de haber leído el cuento del gato y los monjes. Paso a narrarlo a mi manera.

En un templo de la montaña un grupo de monjes se iba a reunir para orar juntos. Así lo había dispuesto el superior. De manera que los monjes se reunieron a la hora indicada y se prepararon para orar según lo dispuesto por su maestro. Pero, en la sala se coló un gato que amenazaba con interrumpir la concentración de los presentes. El superior mandó suspender la reunión, que estaba siendo poco eficaz, por la distracción que suponía el gato. También mandó al hermano mayor – su mano derecha - atrapar al gato y recluirlo en lugar aislado, mientras duraba la reunión. Así lo hizo y se pudo llevar a cabo la cita.

Al día siguiente, el padre superior, muy previsor, ordenó a su mano derecha que atrapase al gato antes de la reunión para orar. Debía volver a encerrarlo en lugar seguro mientras ésta durara, para no sufrir distracciones. Así lo hizo ese día y todos los siguientes durante años.

Tanto tiempo pasó que el viejo padre superior falleció y su puesto fue ocupado por el hermano mayor. Éste, muy sabio también, encargó al hermano que pasó a ser su mano derecha, que se ocupara del travieso gatito. Así lo hizo por lo que todo seguía igual, de alguna manera.

Con el paso del tiempo, también el gato, muy viejo, acabó muriendo. Entonces el hermano mayor, que se encargaba del gato, muy atento a ser cada vez más sabio, pidió reunirse con su padre superior para algo muy importante tras la muerte del gato. Le planteó que urgentemente tendrían que comprar otro gato para poderle aislar durante las reuniones de los monjes para orar. De otra forma no podrían hacerlo; se habían quedado sin gato.

Me viene al recuerdo, con esta historia, una anécdota. Hace tiempo que le dije a una persona que el origen de la palabra “bonito” era bueno (bono, bonito) en diminutivo. Que no era sinónimo de lindo, como habitualmente se emplea. Así nos lo había explicado un hombre ilustrado en la Universidad. La persona a que me refiero tardó muy poco en sonreír y explicar que eso era mentira. Lo dijo con la autoridad que da la ignorancia, sin preocuparse si quiera en dar su versión. O más bien ofreciendo por todo razonamiento el que da la rotundidad de palabras como: “eso es mentira”.

Menos mal que no era la encargada de buscar al gato.

Lo malo es que todos tenemos algún gato, en algún momento. Todos necesitamos que nos aíslen al felino, para que no nos distraiga en nuestros quehaceres.

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editado por...Wladi Martín @ martes, abril 14, 2020
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lunes, abril 13, 2020

La mosca y la avispa


Un experimento que me dejó impresionado fue el que conocía a través de algún escrito que leí en el pasado. Se colocaba en el interior de un botella a una mosca y a una avispa. La botella estaba abierta pero cabeza abajo. La boca estaba abierta pero permanecía en la oscuridad. La base de la botella apuntaba a la luz, pero por allí no había salida alguna.

La avispa, caracterizada por su inteligencia, volaba decidida hacia la luz; no cejaba en su empeño, no hacía otra cosa. Sólo de vez en cuando descansaba siempre cerca del haz de luz.

En cambio la mosca, menos dotada intelectualmente, revoloteaba en todas direcciones dándose enormes golpes contra las paredes de la botella. No es que no intentase volar en dirección a la luz, que también lo hacía, lo que pasa es que revoloteaba en todas direcciones además. Era como si volase sin ton ni son, sin un itinerario fijado en este caso por la dirección de la luz. Cuando tenía que descansar lo mismo lo hacía en donde era más intensa la luz que en un extremo contrario.

Así hasta que la cauta avispa seguía inmóvil en su prisión y la mosca acertaba, por azar, a encontrar la salida en la oscuridad.

Hoy día me acuerdo del experimento más que nunca. Todos somos moscas, todos somos avispas. Todos estamos atrapados en una botella cuya salida está en lo oscuro. Y somos incapaces de revolotear precisamente por lo oscuro, por lo desconocido. La luz es lo conocido y nuestro intelecto (tan cercano al ego) no nos ir en otra dirección. Pero, claro, hay una pared inexpugnable de cristal.

Me parece próximo a esa teoría que me explicaron sobre la zona de confort. Todos la tenemos y solemos estar en ella. Para salir hay que asomarse a la zona de aprendizaje para llegar a la de pánico (que algunos laman mágica; al de los sueños). Pero. Primero hay que abandonar el confort, la seguridad. ¿Y para qué quiero salir? Pues está claro… Para no estar encerrado (para llegar a la zona donde se cumplen los sueños) Para volar hacia la luz, aunque sea pasando por la oscuridad.

Claro que también hay que tener claros los sueños o nos pasaría como en esa fábula del pescador que paso a recordar.

Un hombre adinerado estaba en un pueblecito de la costa cuando vio a llegar en un bote a un pescador con algunos pescados.

“¿Cuánto tiempo le llevó pescarlos?” le preguntó. A lo que el pescador reconoció que muy poco tiempo.

“¿Por qué no empleas más tiempo y sacas más piezas?” añadió el rico.

El, pescador explicó que tenía suficiente a lo que su interlocutor inquirió por lo que hacía con el resto del tiempo. El pescador relató que dormía hasta tarde, jugaba con sus hijos. Tras comer y echarse la siesta disfrutaba de su esposa e iba a pasar la tarde con sus amigos al bar. Allí, con ellos bebía algo de vino y cantaba mientras tocaba la guitarra. Después venía lo de acostarse pronto y levantarse tarde.

El ricachón quedó perplejo y dio su opinión al sencillo pescador.

“Deberías gastar más tiempo en la pesca y con los ingresos comprara un bote mayor que, a su vez, le proporcionaría más ingresos hasta conseguir comprar una flota. Con el tiempo podría, en ligar de vender su pescado a un distribuidor, abrir su propia procesadora para controlar la producción, el procesamiento y la distribución. Podría salir de su pequeño pueblo para que su flota pescase en alta mar. Él mismo podría irse a vivir a una gran ciudad desde la que controlase su flota.

El pescador atónito preguntó por cuánto tardaría en conseguir todo eso. A lo cual el rico contestó que unos 15 o 20 años.

El pescador volvió a preguntar “¿Y luego qué?”

El rico alborozado respondió, entonces podrías vender todo y con el dinero podrías: “Retirarte a un pueblo. Dormir hasta tarde, jugar con tus hijos. Tras comer y echarte la siesta, disfrutar de tu esposa e ir a pasar la tarde con tus amigos al bar. Allí, con ellos, beber algo de vino y cantar mientras tocas la guitarra. Después acostarse pronto y levantarse tarde.”

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 13, 2020
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Las flores


Hoy he tenido una llamada y he reconocido la voz casi al instante. Se trataba de una compañera de uno de mis colegios, con la que hace algún año que no hablaba. Era como una llamada del pasado. Y sin embargo me pareció todo tan cercano y próximo. Ahora vive lejos de aquí, en Asturias y me refiero a un tiempo hundido en mis recuerdos; hace unos cuarenta años.

Creo que vivir con intensidad es eso. Oír una voz del pasado remoto y escucharla como si fuera del rabioso presente. Creo que eso es vivir. Sentirlo todo de forma eterna, como si nunca fuera a acabar – al menos hasta que acabe lo nuestro aquí -. Otros vendrán, después, si nos lo merecemos, que continuarán con ello - con lo nuestro -. Claro que para entonces... ya será lo suyo. Ese debe ser el secreto para trascender. Ser flor, qué importa que flor, y que mis semillas sigan siendo flor.

Creo que para ello el truco debe de ser vivir con intensidad y claro, surge la pregunta… ¿y eso como se hace?

Volviendo al ejemplo de antes; ¿Cómo hace la flor para ser flor? Seguramente el secreto inconfesable de la flor es que ni se plantea ser otra cosa. ¿Para qué? Lo malo es ser cardo, digo yo. Lo que pasa es que también el cardo tendrá su poesía, eso seguro. Cuando está ahí por algo será. Lo malo – decía – es nacer cardo y pretender ser flor; en un clima hostil y con depredadores a nuestro alrededor igual se necesitan ciertas espinas. Se precisan no para atacar a nadie sino para defenderse como pretendía la rosa de El Principito (¡Vanidosa!) Para procurarse un poquito de tranquilidad, para abandonarse en uno mismo, para descubrirse, para conocerse y así conocer a los demás.

Qué difícil en estos días con tanto espía frustrado. Que difícil en tiempos de envidia por ver a otros felices con lo suyo sin necesidad de meterse en lo de los demás.

A veces la introspección asusta. Ahora que tenemos tanto tiempo (el de siempre según los últimos cálculos de la NASA), nos seguimos buscando entretenimientos: cepillos para el ego. Películas apocalípticas con héroes salvadores, tablas para seguir mostrando alguna interesante curva… Muy pocos, que yo sepa, aprovechan para meditar más, para conocerse mejor. Algunos invierten su tiempo, afortunadamente en ayudar a los demás. Algunas flores tenemos y son nuestra esperanza. Pero no se preocupe, si usted es cardo, limítese a dar lo mejor de sí mismo y no se empeñe en ser flor, siempre le faltará la fragancia.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 13, 2020
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domingo, abril 12, 2020

Los líderes


Tengo un vomitorio al que llamo Wladiario en el que desnudo mi alma y escribo lo que pienso. Tenía medio abandonado este espacio hasta que llegó este increíble tiempo de confinamiento. Ahora, para mí, escribir tiene un fin todavía más terapéutico que antes. Además, me da la oportunidad de sentirme algo útil, pensando que voy a ser leído. Eso me llena de orgullo y me hace reflexionar que hago algo que puede ser útil o aprovechable, dentro de lo que siempre he pensado que debe de ser una estéril existencia; la mía. Espero que no lo sea tanto pues siempre me he considerado un educador. Espero, por tanto, servir de ejemplo a alguien.

Y ahí viene la reflexión de hoy. Hoy me gustará reflexionar sobre algo que yo solía decir: nos faltan líderes. No me refiero a grandes líderes; eso ya es otra cosa. Me refiero a líderes cercanos, personas cercanas que sean capaces de guiarnos con su ejemplo.

Yo en eso he tenido suerte pues siempre he estado donde he conocido a magníficos profesores (maestros), periodistas, músicos, médicos… También he tenido la suerte de saber ver en ellos enseñanzas y motivos para posicionarme en determinados trances de la vida. Me ha servido mucho lo que me han dicho, pero, sobre todo, lo que les he visto hacer: su ejemplo. Eso siempre ha sido lo más importante. Incluso en algunos profesores que se supone que están para enseñar. A mi siempre me ha impresionado más su ejemplo. Su mensaje me resulta más claro por lo que hacen que por lo que dicen.

Mucho tiempo atrás también descubría, en esos mismos líderes, lo que consideraba fallos o defectos. Claro que los tenían. Pero enseguida comprendí que de ellos – de los fallos – había menos que aprender; que tenían derecho a tenerlos y que igual estaban luchando por superarlos. Recordé haber leído a un psicólogo famoso que decidía algo así como “algo tenía que hacer con el cabrito que tenía dentro”.

Pero lo importante es encontrar líderes en personas cercanas. No hablo de personas de gran relevancia o importancia social (políticos, empresarios, banqueros...). Hablo de personas que saben disfrutar con lo que hacen. Que todo lo que tienen que hacer lo hacen lo mejor que está en sus manos. Hablo de esa especie de concepción zen de perfeccionarse a través de cualquier tarea rutinaria. Esas personas capaces de transmitir que el mensaje es cómo se hace algo y no lo que se hace. Personas satisfechas por no decir felices. De esas personas estamos necesitados. Pero también es cierto que hay que estar atentos a las señales. Igual estamos rodeados de esos líderes que otros se atreven a llamar ángeles.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, abril 12, 2020
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lunes, abril 06, 2020

La tortuga charlatana y el palo

En esta maravillosa tierra en la que hemos tenido la suerte de nacer y hemos conseguido – entre todos -, el país que hoy tenemos, hubo un tiempo en que se llevaba la boca cerrada. No me refiero a llevar mascarilla como ahora. Me refiero a esa especia de bozal virtual que casi todos llevaban (más valía). Eran tiempos difíciles en que por la boca moría el pez (y el que se atrevía a disentir). Hoy los perros van con bozal, si son peligrosos, antes eran sus amos los que convenía que se lo aplicaran si iban a decir algo peligroso o inconveniente.

Ya se ha hablado de ello mucho desde las dos orillas. No voy a hacerlo yo. Lo que me llama la atención es que a algunos les gustaría volver a aquello.

Cada cuál tiene su opinión y el respeto a todas ellas debiera ser nuestro signo de identidad.

Uno creía que la democracia no era el gobierno de las mayorías sino, más bien, el respeto a las minorías. Claro que para eso tan difícil primero hay que saber lo que es el respeto. En los colegios hacen lo que pueden y suelen traducir “respeto” por “no molestar”. Casi todas las normas de respeto lo son de sociabilidad: “llamar a la puerta antes de entrar”, “levantar la mano y no hablar hasta que a uno se lo indican”, “no gritar, especialmente cerca de la oreja de aquel al que se le intenta hablar”…

O sea que lo de respetar debiera ser más profundo; empatizar algo más. Es verdad que las normas sociales ayudan a tener ciudadanos solidarios, pero también es cierto que se nos antoja que falta algo más de introspección. Nos dan pocos medios para conocernos a nosotros mismos. Y yo creo que lo que llamamos respeto se debe fundamentar en el propio conocimiento. De ese modo es más fácil reconocer (y tolerar - respetar) lo de los demás.

He leído, hace poco, un cuento popular de la India que me molesto en transcribir porque me resulta ilustrativo en esta reflexión. Vamos con el cuento.

Había, hace muchos años un rey que tenía el defecto de hablar demasiado. No se callaba ni debajo del agua.

El rey, charlatán hasta el desmayo, tenía un consejero preocupado por la situación y dispuesto a solucionar el asunto. Así es que pensó en narrarle un cuento con moraleja.

Una mañana encontró la ocasión cuando el monarca le mandó llamar para dar un paseo.

Le rey cuyo defecto, ya lo hemos dicho, era que hablaba por los codos, se paró junto a un estanque embelesado ante su hermosura. Pese a ponerse a parlotear, como siempre, el consejero encontró el momento para dirigirse a su monarca.

- Ayer me contaron una pequeña historia que me gustaría compartir con usted; una simple fábula. Pero creo que le puede gustar, dijo el consejero.

- Oh, muy bien, respondió el rey.

El consejero comenzó su relato:

Erase una vez una tortuga que vivía en un lago muy bonito, pero pequeño. Mientras fue chiquitita eso no tuvo importancia. Pero cuando se hizo mayor la falta de espacio empezó a ser un agobio. Con el tiempo, la falta de espacio hizo mella en su carácter.

Tras varios meses en la misma situación su suerte cambió inesperadamente con la visita de dos patos. A diferencia de la tortuga ambos estaban acostumbrados a viajar por todas partes. Los forasteros habían llegado volando y saludaron con alegría a la tortuga. Pidieron beber agua en el pequeño lago y les fue dado con mucha cortesía. Nunca había visto caras nuevas y ponto contó su tragedia a los patos.

- Este lugar es tan solitario que me temo acabar loca de remate, dijo la tortuga.

Lo cierto es que el pequeño lago parecía un charca de lo diminuto que era. De ese modo, los patos enseguida hicieron una propuesta a la tortuga.

- Ven con nosotros, le dijeron. Podemos llevarte. Detrás de aquellas montañas conocemos una laguna cien veces más grande que esta, con decenas de animales que se llevan bien y con los que puedes hablar.

A continuación, uno de los patos miró a su alrededor y vio un palo tirado en el suelo. Podía valer a su propósito. Le dijo a la tortuga:

- Sólo tienes que morder este palo y nosotros te llevamos sujetándolo por los extremos.

Dicho y hecho. Los patos emprendieron el vuelo no sin antes advertir a su nueva amiga de que no debía abrir la boca bajo ningún concepto o caería al vacío.

Todo transcurría según lo previsto hasta que, a mitad de camino, un campesino divisó al extraño trío. Quedó sorprendido y no pudo evitar una risotada.

- ¡Jamás había visto una escena tan ridícula!, dijo.

La tortuga, que tenía un oído finísimo, escuchó aquel comentario y se sintió ofendida. Así es que no pudo dejar de abrir la boca para contestar.

- ¿Y a ti qué te importa, pedazo de ignorante? Contestó.

Lo que pasó se lo pudo imaginar el rey. Al hablar, la tortuga abrió la boca y soltó el palo. Cayó al vacío y se dio un gran golpe del que sobrevivió pues cayó en una inmunda charca.

- ¿Se sabe cómo acabó la tortuga? Dijo el rey.

- Sí, si. Se salvó. Lo malo es que los patos, enfadados porque no había respetado la norma de no abrir la boca, no volvieron a por la tortuga; siguieron su camino, dijo el consejero. La tortuga se recuperó pero tuvo que conformarse con vivir en un legar peor, el resto de su vida. Contestó el consejero.

- Y todo por irse de la lengua, reflexionó el rey.

- Así es mi señor, añadió el consejero. Todo por irse de la lengua y hablar sin saber mantener cerrada la boca. Este relato nos muestra lo importante que es saber callar cuando corresponde. Quien habla de más suele acabar mal.

El cuento de la India acaba recordando que a partir de ese día, el monarca se esforzó por hablar menos y escuchar con mayor atención a los demás. Gracias a ese cambio se ganó la admiración de su pueblo.

Espero que nosotros saquemos nuestra propia conclusión. Yo por mi parte, si encuentro algún palo y lo muerdo, no lo pienso soltar para abrir la boca por nada, hasta que consiga ir volando a donde me he propuesto.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 06, 2020
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