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lunes, abril 20, 2020

El insomne


A cualquiera que se le diga igual no lo cree pero yo hice el servicio militar (que antes era obligatorio) nada menos que en La Legión; en el tercio tercero Juan de Austria (en Canarias). Suelo decir en broma que me echaron por feo. “Aquí se viene a aprender a matar al enemigo, no a asustarle”, explico.

La cosa es que estuve un mes y veinte días y tengo anécdotas para escribir un libro. Pero, a pesar de todo, considero que fue un tiempo estéril en mi aportación a eso que llamamos patria. En lo personal no me arrepiento de nada; no soy de arrepentirme de lo que me ha pasado y sí de sacar algún provecho de ello.

Una de las cosas que más me fascinaban era eso de aprender a obedecer ciegamente. Era como enseñar a confiar en que alguna mente superior pensaba por nosotros (nos libraba de pensar). Era como desconfiar por sistema en que uno pudiera tener pensamientos acertados. “¡Cumple la orden y punto!”

Es verdad que se ha hablado mucho del tema y que algunos de mis compañeros eran unos auténticos borricos. A esos incluso les venía bien el servicio militar, como también les vendría fenomenal leer un par de libros.

Una noche me desperté en el enorme barracón en el que pasábamos la noche en literas de tres alturas. Yo dormía en lo más alto de una de ellas. Me incorporé al ver, también en lo más alto de una muy cerca, a un vecino sentado mientras todos dormían. Le pregunté, susurrando, qué le pasaba y me confesó que lo estaba pasando fatal. Que no comprendía todo aquello, la crueldad con que era tratado, el clima de exigencia, el aplanamiento de la personalidad… Nos consolamos como pudimos, el uno al otro, y volvimos a dormir después de un rato de lamentaciones (sobre todo por su parte).

Al día siguiente saludé a mi nocturno amigo y este me devolvió el saludo como si no me conociera. Me extrañó pero supuse que no quería ser relacionado conmigo para no dar ninguna explicación de sus momentos de debilidad amparados en la noche. Pero no me quedé del todo satisfecho y a la menor oportunidad le pregunté directamente por cómo se encontraba. El chico parecía perplejo. “Bien, cómo iba a estar” contestó acentuando en su cara que no me conocía de nada.

Me armé de valor y le pregunté directamente si ya se le había pasado el desanimo de la noche anterior.

No parecía acordarse de nada. De hecho justificó todo porque lo hacían por nuestro bien. Su discurso era muy contrario al que había tenido por la noche; todo parecía irle bien. Ninguna lamentación.

Me quedé perplejo. Igual había estado hablando con un insomne; igual con mi propio fantasma. Estaba claro que el compañero no era el mismo (que se me había mostrado por la noche). Pero me dio por pensar en los extraños mecanismos que tiene la mente para no enfrentarse a la realidad o para construir una a su medida, en todo caso. Debe de haber millones de realidades; tantas como individuos que la interpretan. Eso por no hablar de lo mío. Igual era yo el que lo había imaginado todo (o casi todo).

Jamás volví a hablar con ese chaval; ni por la noche ni durante todo el día. Igual no necesitaba hacerlo.

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editado por...Wladi Martín @ lunes, abril 20, 2020