El gato y los monjes
Hay veces – las más de las veces – que actuamos por inercia. Lo
digo por mi. Hay veces que actúo por inercia, inconscientemente. No
me da tiempo a plantearme por qué son las cosas. Menudo esfuerzo.
Así es que hago las cosas y punto. ¡Bonito proceder!
Más me valdría
reflexionar un poco más, sobre todo después de haber leído el
cuento del gato y los monjes. Paso a narrarlo a mi manera.
En un templo de la
montaña un grupo de monjes se iba a reunir para orar juntos. Así lo
había dispuesto el superior. De manera que los monjes se reunieron a
la hora indicada y se prepararon para orar según lo dispuesto por su
maestro. Pero, en la sala se coló un gato que amenazaba con
interrumpir la concentración de los presentes. El superior mandó
suspender la reunión, que estaba siendo poco eficaz, por la
distracción que suponía el gato. También mandó al hermano mayor –
su mano derecha - atrapar al gato y recluirlo en lugar aislado,
mientras duraba la reunión. Así lo hizo y se pudo llevar a cabo la
cita.
Al día siguiente,
el padre superior, muy previsor, ordenó a su mano derecha que
atrapase al gato antes de la reunión para orar. Debía volver a
encerrarlo en lugar seguro mientras ésta durara, para no sufrir
distracciones. Así lo hizo ese día y todos los siguientes durante
años.
Tanto tiempo pasó
que el viejo padre superior falleció y su puesto fue ocupado por el
hermano mayor. Éste, muy sabio también, encargó al hermano que
pasó a ser su mano derecha, que se ocupara del travieso gatito. Así
lo hizo por lo que todo seguía igual, de alguna manera.
Con el paso del
tiempo, también el gato, muy viejo, acabó muriendo. Entonces el
hermano mayor, que se encargaba del gato, muy atento a ser cada vez
más sabio, pidió reunirse con su padre superior para algo muy
importante tras la muerte del gato. Le planteó que urgentemente
tendrían que comprar otro gato para poderle aislar durante las
reuniones de los monjes para orar. De otra forma no podrían hacerlo;
se habían quedado sin gato.
Me viene al
recuerdo, con esta historia, una anécdota. Hace tiempo que le dije a
una persona que el origen de la palabra “bonito” era bueno (bono,
bonito) en diminutivo. Que no era sinónimo de lindo, como
habitualmente se emplea. Así nos lo había explicado un hombre
ilustrado en la Universidad. La persona a que me refiero tardó muy
poco en sonreír y explicar que eso era mentira. Lo dijo con la
autoridad que da la ignorancia, sin preocuparse si quiera en dar su
versión. O más bien ofreciendo por todo razonamiento el que da la
rotundidad de palabras como: “eso es mentira”.
Menos mal que no era
la encargada de buscar al gato.
Lo malo es que todos
tenemos algún gato, en algún momento. Todos necesitamos que nos
aíslen al felino, para que no nos distraiga en nuestros quehaceres.
Etiquetas: cristina carbonell, opinion, reflexiones o así, wladi, wladiario, wlady


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