Las estrellas y los fuegos
Cuando era inmortal, como dicen en alguna lectura de no sé dónde,
tenía una gran amigo – lo sigo teniendo - del que me he acordado
hace poco. Se ve que él también se ha acordado de mi; me ha
llamado. Tiempo atrás, cuando éramos inmortales, decía, me contó
una historia de su cosecha.
Venía a decir que
las estrellas eran las almas de nuestros amigos; unas lucían mucho y
otras lucían menos aunque esto podía cambiar de un día para otro.
Las estrellas eran las encargadas de iluminarnos en la oscuridad.
Recordando ese
fantástico cuento de mi gran amigo también recuerdo una anécdota
que contó mi hermana hablando con su hija, cuando tenía pocos años.
La pequeña mostró interés en saber qué pasaba por las personas
cuando éstas se quedaban sin vida. Tan trascendental pregunta
intentó contestarla mi hermana con algo de poesía, para no
preocupar a la niña. “Las personas se convierten en estrellas”.
La niña se quedó mirando el cielo estrellado con cara extraña y
contestó. “¡Qué cantidad de muertos, mamá!”.
Hace poco he
escuchado un fenomenal cuento corto de Galdeano que tiene que ver con
todo esto de las estrellas. El genial escritor da su propia versión
pero, en lugar de estrellas, habla de fuegos que ve un pájaro al
acercarse al cielo en su vuelo.
El ave en su alto
vuelo mira hacia abajo y empieza a ver pequeños fuegos. Son los que
cada cuál emitimos. Estaba contemplando un mar de fueguitos; los que
emite cada persona que brilla con luz propia. Hay fuegos grandes y
pequeños, fuegos que a unos calientan y a otros no, que abrasan a
los de su alrededor y fuegos que no calientan ni a los de su
cercanía… El pájaro vio fuegos de todos los colores, fuegos
serenos que no se alteraban ni con el aire, fuegos inquietos que todo
lo llenaban con sus chispas… Fuegos débiles que ni alumbraban ni
daban calor, fuegos fuertes que no se podían mirar sin parpadear…
Todos, según el
cuento del escritor uruguayo, tenemos nuestro fuego (más nos vale).
Y añado yo que depende de nosotros cómo lo cuidamos. Si lo
alimentamos bien arde mucho y puede dar calor a los de alrededor.
Puede incluso iluminar en la oscuridad. Llegan a soltar chispas que
perduran a nuestro lado, que llegan a los demás.
En estos días de
recogimiento no sólo es un buen momento para mantener vivos esos
fuegos sino, sobre todo, para no apagar el de los demás. A ver si se
nos va a extinguir el nuestro.
Etiquetas: cristina carbonell, opinion, reflexiones o así, wladi, wladiario, wlady


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