El extraño cementerio
En un viaje al campo me dispuse a dar un paseo, como solía hacer.
Salí del pueblecito en que me encontraba y, enseguida, vi un sendero
que se dirigía a otra villa muy próxima. Se divisaba, en el
horizonte, los tejados de las casas de esa pequeña aldea. Así es
que encaminé mis pasos hacia allá. No tenía prisa pero el ritmo
era firme, así es que pronto llegué a las inmediaciones del pueblo
próximo.
Poco
antes de llegar a las casas, el sendero pasaba por un cementerio.
Hice una pausa y me dediqué a visitar las lápidas. Leí varios
nombres y, en seguida, descubrí algo anormal. En lugar de poner las
fechas de nacimiento y defunción, junto a los nombres se consignaba
el número de días, supuse que vividos, por el que allí yacía.
Todos habían vivido muy poco, algunos apenas unos días.
Recurrí
a cientos de interpretaciones y ninguna me satisfacía. La que menos
me inquietaba era que me había cruzado con un cementerio infantil.
Pero, entonces, ¿porqué morían, en ese pueblo, tantos niños? No
había ningún adulto enterrado.
Seguí
caminando hasta que llegué a un pequeño local abierto. Pasé y me
pedí un café; era todavía temprano. Cuando fui servido le comenté
al camarero que había llegadi andando por el sendero y me había
fijado en el “cementerio infantil”. El hombre se extraño y luego
me explicó que no era ningún cementerio infantil sino un cementerio
común. Pero todo tenía una explicación.
Al
nacer cada niño recibía una libreta en blanco, con un extraño
encargo que cada cual debía cumplir en cuanto pudiera: anotar los
días placenteros vividos, los que se habían vivido intensamente,
los que de verdad se habían disfrutado. Esa era la razón de que
figuraran tan pocos días en las lápidas, junto a los nombres.
No
se anotaban esos días - lamentablemente los más usuales – en que
la rutina había impedido el crecimiento de cada persona. Y la rutina
se entendía como lo que obligaba a volver el punto de partida sin
progreso alguno, no cómo el hábito para hacer las cosas de manera
más o menos automática. Hablamos de vivir con intensidad, sobre
todo internamente… si es que se puede vivir intensamente de alguna
otra manera.
Por
decir algo se me ocurrió comentar que eran pocos días los que había
visto consignados. A ello, el camarero me contradijo, explicando que
a él le parecían bastantes, sobre todo porque el pueblo había
pasado, tiempo atrás, por una rara epidemia que había diezmado a su
población. Añadió, que incluso en los días de epidemia muchos de
los fallecidos que ahora estaban en el cementerio, consiguieron sumar
algún que otro intenso día a su cuenta. Lo hicieron con gestos de
generosidad, lo hicieron aflorando -hacia fuera – sentimientos muy
interiores. Lo hicieron viviendo intensamente con los suyos en el
corazón, sin necesidad de viajar, ni siquiera de moverse.
Salí
perplejo del bar. Era consciente de cada paso que daba y, sin
embargo, no tenía que pensar en ello, en andar. Era otro tras haber
escuchado aquella extraña historia. Seguí caminando por las calles
del pueblo hasta que me encontré una tienda abierta. Era de esas
donde venden de todo. Olor a algunas especias, latas de sardinas,
bombillas, velas, alpargatas… Pregunté si tenían cuadernos y me
ofrecieron una libreta. La compré junto a un lápiz.
Justo
cuando salí estrené la libreta. Anoté mi primer día, espero que
de muchos.
Etiquetas: cristina carbonell, opinion, reflexiones o así, wladi, wladiario, wlady


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