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viernes, septiembre 29, 2023

Quien siembra vientos cosecha tempestades

No sé de dónde lo saqué, pero en mí pasó a ser una costumbre de esas que se repiten sin esfuerzo; de esas que si no las realizas no estás a gusto.


Durante muchos años, cuando impartía alguna clase de yudo a niños, al acabar la sesión, tras el saludo protocolario, mandaba a mis pequeños yudocas a calzarse. Había un pasillo en la sala al borde del tatami. Allí permanecía el calzado de cada muchacho. Tras calzarse los niños y las niñas, quedaba configurada una fila frente a la puerta de salida. Yo me iba a ella y la abría cuando todos estaban preparados. De esa forma me aseguraba de que cada niño que pasaba frente a mi se iba con su familiar correspondiente. A veces bromeaba y le decía a los padres que no se preocuparan si no les entregábamos a su hijo, que se llevasen otro niño, que había para todos; ya lo cambiarían al día siguiente.


Pero lo cierto es que aprovechaba para chocar la palma de cada uno de los que habían participado en la clase. A alguno les tocaba en el pelo de la cabeza o les hacía alguna carantoña. Incluso le dedicaba algún comentario corto.


Me dijeron que el legendario José Luis de Frutos (nuestro primer diploma olímpico) recomendaba tocar a todo niño o niña en cada sesión. Lo supe después de haber hecho de mi costumbre un hábito.

También recuerdo los cursillos o clases magistrales de la World Kobudo en que participé. Al acabar la sesión tenían la costumbre de que el maestro pasaba por la fila de los asistentes a quienes chocaba, uno por uno, la palma de la mano. Muy americano, pero también muy lindo; eso me parece a mí.


En todo caso, hubiera salido de donde hubiera salido, mi costumbre venía a ser algo distintivo. A mí, hace poco, me ha recordado ese dicho de quien siembra vientos cosecha tempestades. Me explico.


El pasado miércoles día 27 de septiembre me acerqué a Parla donde se celebraba al aire libre un encuentro de yudo de los que fueron alumnos míos. Todos han estirado y a algunos cuesta reconocer. En cuanto llegué a la explanada donde se iba a celebrar el acontecimiento un muchacho me vio y vino, sin dudarlo a mi encuentro. Me dio un abrazo y me plantó dos besos. Al mismo tiempo, de forma espontánea, los demás compañeros y compañeras hicieron fila tras él y repitieron el gesto. Todos chocaban la palma de la mano, la mayoría daba un abrazo, y muchos aprovechaban para besar las mejillas. Muy emocionante.


Como decía, me acordaba del dicho español. Yo sembré brisas de respeto, alientos de estima, vientos de cariño… Han pasado pocos años de aquello; ahora recojo tempestades de amor. Quien siembra vientos cosecha tempestades.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, septiembre 29, 2023
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