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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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sábado, abril 03, 2010

La ciudad vacía, que no vacua

La Semana Santa me trae recuerdos de barro y zapato tieso. Había que vestirse de guapo y no se podía uno tirar al suelo, ni a jugar a las chapas, ni a las bolas (al gua). Eran unas vacaciones cabronas para los niños. La tele se volvía aún más en blanco y negro. Yo la recuerdo más negra que blanca. Si la ponías buscando distracción, sólo veías procesiones que no acababas de comprender (ahora tampoco). De vez en cuando, a las horas en que las familias coincidían frente al televisor, podías ver alguna película de romanos. Lo que pasa es que ya te las sabías y, encima, conocías final de haberlo estudiado en el colegio. Así es que, si no llovía mucho, te dejaban salir a la calle con la condición de que no te mancharas. Y si llovía nos reuníamos en casa de alguno de los niños de barrio.

Todavía no acierto a explicar lo de la cuaresma, ni, mucho menos, me pongo a entenderlo. Lo que me queda claro, desde aquellos lejanos tiempo de infancia, es que la semana santa muda en el tiempo. Unas veces te llega aún con heladas al amanecer y, otras, con flores en los balcones y los jardines. Mi barrio olía a rosas en cuanto llegaba la primavera. Los chicos las cortábamos a escondidas y las llevábamos al colegio donde nos hacían cantar aquello de “con flores a María”.

Ya en aquellos tiempos empezaba a desaparecer del barrio, durante las vacaciones, alguno de la pandilla. A Miguel (el 'muso') le empezaron a llevar al pueblo con sus tíos. No me acuerdo que pueblo era, pero ahora que me estoy releyendo 'La Forja' de Arturo Barea, me creo que era Méntrida o, tal vez, Navalcarnero. Seguro que me dejo influenciar. El caso es que algunos chavales se iban a otros lugares aprovechando que no había colegio. A los que nos quedábamos nos parecía que se libraban de aquel estúpido tiempo de recogimiento en el que los mayores te podían regañar si te veían dando voces o soltando risotadas. “¡Niños! ...que ha muerto el señor”. Como antes los niños parecíamos más respetuosos nos callábamos para que la cosa no fuera a mayores. En realidad, lo que pasaba es que los mayores tenían mucho poder sobre los menores. Los niños no tenían derechos, como ahora, sólo indulgencias ("déjale, que sólo es un chiquillo").

Con el paso del tiempo fuimos descubriendo que los que se iban de vacaciones tampoco se trasladaban a un sitio en el que se lo pasaban fenomenal, como nos creíamos los que permanecíamos en el barrio. A veces sucedía todo lo contrario; aún tenían más pesares en forma de tíos intransigentes o abuelos metomentodo que les hacían inolvidables aquella semana santa.

Por diversas circunstancias que no vienen al caso, amanecí el pasado 1 de abril, el día que llaman jueves santo, en casa de mi hermana. Vive a cien metros del parque del Retiro y madrugué mucho. Tanto madrugué, que vi amanecer por la ventana de la terracita orientada al sur. De ese modo, vi aparecer el sol a mi izquierda, observando cómo los primeros rayos iban iluminando la arboleda del famoso parque madrileño. A eso de las ocho de la mañana, bajé de la casa y eché a andar por la calle Alcalde Sáinz de Baranda. Sólo me crucé con un barrendero y con un autobús, por citar seres vivos, entendiendo que el autobús tenía vida, aunque sólo sea la del conductor que le hacía ir de un lado a otro.

Llegué al Retiro y entonces vi a varias personas de diversas edades corriendo. Todos llevaban algo al oído -los famosos casquitos-. Lo cierto es que el parque estaba silencioso. Quiero decir que no se oía coche alguno desde los senderos y entre plátanos y cedros; no se oía ruido de grúas, ni sirenas, ni silbatos de guardias como pudiera en cualquier otro día en esos mismos momentos. Sólo se escuchaba el silbar de algunos pajarillos que no se habían ido al pueblo con sus tíos intransigentes ni con sus abuelos metomentodo. A pesar de ello, los pocos corredores que vi haciendo ejercicio, iban todos conectados a algún aparato de música. Estaría cojonudo que, para colmo, llevasen 'La primavera' de Vivaldi, que no dejó de ser un intento del llamado cura rojo de plasmar en música lo que escuchaba a su alrededor cuando llegaba dicha estación.(Digo yo)

Ya me hago una idea de que no sería precisamente a Vivaldi al que escucharan aquellos corredores.

Atravesé el parque del Retiro para llegar a las inmediaciones de la Puerta de Alcalá. Tampoco allí había apenas paso de coches ni de personas. Decidí seguir caminando por dentro del parque en paralelo al paseo de Alfonso XII, ya que acababa de ver su ecuestre estatua hacía unos momentos. De este modo, llegue a la cuesta de Claudio Moyano. Los puestos de libros estaban cerrados. Eso no me impidió seguir pensando en la novela que en estos días me estoy releyendo y que llevaba bajo el brazo por si me paraba a descansar en algún banco y me apetecía seguir con las aventuras del joven Barea.

Lo que hice, en realidad, fue reflexionar sobre mi paseo matinal. Había caminado de una calle a otra, entre árboles y jardines, ambas con nombre de alcalde. Sainz de Baranda, considerado el primero de Madrid, y Claudio Moyano, alcalde de Valladolid, que yo sepa, aunque también destacado político de la época (de la suya, que ya no se le recuerda en casi ningún lugar o momento). Antes había pasado por el museo del ejército (así le cayera una bomba), por las inmediaciones de la Iglesia de Los Jerónimos, que sigue entre andamios y añadidos arquitectónicos esperpénticos, y por el Museo del Prado. ¡Qué gracia ver a los nipones tomando fotografías de todo!

También acababa de pasar por entre las calles del barrio (cuyo nombre he olvidado) en el que trajeron a vivir sus últimos momentos de vida a María Zambrano. Decían que querían evitar, a la insigne escritora, el choque de ver lo que había cambiado Madrid. Este barrio al que me refiero, bien poco ha cambiado, al menos de aspecto.

Me dio por bajar a la Castellana... perdón, al Paseo del Prado. Dejé atrás los famosos hoteles Ritz y Palace y me puse caminar por el famoso bulevar que lleva de 'La Cibeles' hasta Atocha (perdón... glorieta de Carlos V). Tampoco por el Paseo del Prado transitaban más que unos pocos automóviles, la mayoría de ellos taxis o de dependencias municipales. También algún ciclista se veía por las calles, aprovechando que se circulaba como hace más de medio siglo.

Al pasar por el museo Caixa Forum me detuve a observar la mole de la estatua del tal Barceló. Un elefante de enormes proporciones está clavado a la entrada del edificio por la trompa. De esta manera, al pasar y ver las calles tan desiertas y al elefante en forma tan poco natural, me sentí, por unos momentos, en un extraño sueño. Poco después vi una llamativa lamina multicolor pegada en una pared o en una papelera, ahora no me acuerdo. Lo soez del mensaje me movió a escándalo. Pese a lo alejado que pueda estar yo de los postulados de nuestra obsoleta Iglesia o de sus carcas prebostes no pude, por menos, que sentir cierta repugnancia. Dejó aquí la imagen por no molestarme en repetir lo que en ella se dice. Ellos sabrán lo que buscan (los autores de la 'pegatina' que no creo que sean -como figura- los 'Pederastas sin fronteras')

Cuando llegué a la calle de Atocha se me apareció obsequiosa una boca de Metro. Noté que la fatiga iba haciendo mella en mis piernas y decidí ir poniendo fin a mi paseo matinal. Entonces caí en la cuenta de que estábamos en el primer día del mes de abril y me dispuse a cruzar la enorme glorieta para acceder a las instalaciones de RENFE donde sabía se puede adquirir el famoso bono-transporte. Las inmediaciones de la famosa estación también estaban semidesérticas. No obstante, en su interior había muchas personas, la mayoría con maletas de esas que se deslizan sobre ruedas diminutas. También el ambiente era ruidoso y remedaba el habitual tráfago del lugar.

Lamenté dar por concluida mi inmersión en la ciudad dormida con un viaje por lo bajo de sus tripas. Pero no conocía el autobús indicado para desandar sobre mis pasos de manera cómoda y no era cosa de preguntar a turistas despistados o barrenderos, que era con el tipo de personas que me había cruzado hasta ese momento, mayormente (como diría Umbral). A fin de cuentas, llevaba conmigo 'La Forja' y me entretendría, con placer, entre el traqueteo del vagón y el transportarme por escaleras mecánicas. Las reflexiones las dejé para luego; para este momento en que me he sentado frente al portátil a escribir unas líneas que espero sirvan a alguien de entretenimiento y, también, por qué no, de reflexión.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 03, 2010