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sábado, junio 20, 2020

El niño saharaui

Hace unos años tuvimos un saharaui de acogida en casa. Fascinó con cosas que nuestros hijos en casa ni veían; convivían con ellas sin darles importancia, casi sin reparar en ellas. Alucinaba de que saliera agua “sin fin” al abrir un grifo. Flipaba -como dicen ahora- dando a un interruptor y que se encendiese una bombilla en el techo; podía pasarse minutos mirando la bombilla encendiéndose y apagándose cuando él accionaba el mando. En una ocasión le vimos sumergir la cara en el agua del retrete para peinarse. El agua le fascinaba.

Las dos primeras palabras que aprendió fueron Coca-Cola y helado.

Siempre pené que sería estupendo para la educación de los nuestros y entonces recordé un cuento con sorpresa.

Hace años, un matrimonio adinerado tenía un hijo que no acababa de dar importancia a todos los lujos que le rodeaban. No cuidaba sus estupendas ropas. No valoraba la piscina que tenían en un hermoso jardín. No parecía apreciar cuanto tenía por más que sus padres se esforzaran en conseguírselo.

Un día su moderno padre ideó una forma de dar una lección a su retoño. Habló con un humilde empleado que conocía a familiares que vivían en pleno campo. Vivían sin apenas lujo y con toda humildad. Habló con su empleado y dispuso pasar con su hijo, una temporada en la casa de pueblo.

El padre de familia acaudalada llevó a su hijo con el firme propósito de que éste viera cuán pobre podía llegar a ser la gente de campo y cuán afortunado era él, en cambio.

Estuvieron varios y varias noches pernoctando en la cabaña. Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre preguntó a su hijo “¿Qué te pareció el viaje?”

El muchacho parecía seriamente afectado y no contestó hasta que el padre añadió

“¿Viste qué pobre puede ser la gente?”

El niño se arrancó aseverando. Añadió para sorpresa del padre:

“Nosotros tenemos un perro que casi no sale de casa; ellos tienen cuatro que casi no entran en ella porque se quedan en la calle en pleno campo”.

“Nosotros tenemos una piscina de 25 metros que exige muchos cuidados; ellos tienen un riachuelo que no tiene fin y nadie parece cuidar”.

“Nosotros tenemos lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas para alumbrase de noche”.

“Nuestro jardín llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte”.

Pero sobre todo el chaval dio importancia al tiempo. “Ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia, nosotros casi nunca. Tú y mamá tenéin que trabajar todo el tiempo y casi nunca os veo”. 

Tras el cuento recuerdo a Sadum, el niño saharaui, de muy diferente manera. No es que haya dejado de creer en que debemos ayudar a esa gente que vive en territorio cedido por Argelia (el Tindouf) en pleno desierto -desierto feo, por cierto- No tienen agua corriente ni luz eléctrica, sus colegios son de risa por no hablar de la paupérrima sanidad. No es que haya dejado de creer en la generosidad de los que tienen (hacia los que no tienen y apenas sobreviven de la ayuda internacional). Pero he cambiado mi forma de pensar en Sadum, el niño saharaui; un niño feliz que tanto nos enseñó.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, junio 20, 2020