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miércoles, junio 03, 2020

Un perro en la emisora


Hace algunos años trabajaba en una en una emisora local, que también publicaba un periódico en Torrejón de Ardoz. La empresa era familiar, pero no por ello dejaba de tener un joven y entusiasta equipo del que yo formaba parte. Trabajé mucho en la casa y también aprendí mucho. Hacía las veces de fotógrafo, de periodista, de comercial (al principio), de locutor… Tengo algunos recuerdos imborrables de aquella intensa época. Del jefe, Fausto (con quien no me acababa de llevar muy bien aunque le admiraba por haber levantando él sólo su empresa sin ser siquiera periodista), de su pizpireta mujer Marisa (bastante más joven que él), de su hijo David (que acabó trabajando en el Ayuntamiento, en parte, gracias al padre).

Eran tiempos de mucha intensidad; de estrés. Yo trabajaba en varios sitios; unas 60 o 70 horas por semana. Había veces que llegábamos a tener el ordenador abierto para picar alguna nota de prensa y pinchábamos a la vez en la emisora. Se oía la fatídica palabra: “tema” pronunciado por algún compañero. Al instante salía corriendo el que estaba de turno como locutor, en la radio, a hablar con el micrófono (“acabamos de escuchar este refrescante tema de…”, decíamos, por ejemplo)... mientras poníamos un nuevo cedé y lo presentábamos (“y nos vamos ahora con el melódico…”). A tope se podría decir.

Yo ayudaba a un compañero más experto (que también acabó trabajando en el Ayuntamiento - pero esa es otra historia -) en las Noticias y luego ayudaba a otro en la sección de Deportes. Era Jose Carlos Heranz, jefe de prensa del que se llamaba Interviú-Boomerang, equipo puntero de fútbol-sala. Todo un personaje al que cogí mucho cariño. Trabajaba en Tompla y para ganar algo de dinero extra hacía la sección de Deportes en el ratillo que tenía para comer y sacar al perrito. También solía ir a tope.

La anécdota que recuerdo con mucha simpatía tenía por protagonista precisamente a su perro. Creo que le llamaba Pinky.

José Carlos llegaba “raspando” a la emisora y no era raro que yo tuviese que empezar el programa sin él. Llegaba “escopetado”; yo le llamaba el “torpedo”.

En una ocasión (los jefes ya se habían ido a comer - no solían estar a esa hora – ) llegó tarde y con su perro a cuestas. No le había dado tiempo a pasearlo y regresar con él a su casa. El can tenía puesto un pañuelito y era menudito – todo ojos -. Se pasó al control, con perro y todo, ante mi asombro. Yo entré, enfrente, a la pecera. Comenzamos el programa con su cabecera y hasta dimos algunos resultados del fin de semana. Así hasta que nos interrumpió un sonoro guau y nos callamos uno segundos. Recuerdo perfectamente el rostro de José Carlos girado hacia el del perrito, que tenía en brazos, y dirigiéndose a él como si fuera una persona. Tenía un dedo índice estirado y cruzado en la boca mientras chistaba fuertemente como si el can le fuera a entender. Por toda respuesta, el animal abrió aún más los ojos y volvió a ladrar. José Carlos entonces, en un rápido gesto, cerró el micrófono y me hizo señas ostensibles indicándome que siguiera yo hablando, improvisando, como si no hubiera pasado nada. Pero no pude. Tan pronto empecé a soltar las primeras palabras empecé a reírme sonoramente, sin poder hablar. Yo también hice gestos para que mi amigo pusiera música con la que “tapar” aquel desaguisado.

No creo que tuviéramos mucha audiencia, pero sospechábamos que nuestro jefe sí que nos escuchaba. El caso es que todavía no había podido sofocar las risas cuando sonó el teléfono. Lo cogí y contesté mecánicamente: “Henares Informativo, dígame”. La voz de mi jefe sonó al otro lado de la línea: “¿Qué es eso que se ha oído, un perro?”

Yo muy sorprendido contesté: ¿¡Un perro!? Pero acto seguido no pude sofocar mis risas. Mi jefe me contestó también entre tímidas risas: “No me extraña que te rías, ...pásame con José Carlos”.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, junio 03, 2020