Viajes al norte
Hace unos días recibí una llamada de un viejo amigo. Me hizo mucha
ilusión. Nos pusimos al día y me recordó que leyó algo que había
escrito, tiempo atrás, de uno de mis viajes al norte de España. Me
propuso indicarle destinos a modo de relato del tipo de guía de
viajes. Mi ilusión, por que me leyera, era proporcional a mi rechazo
a escribir algo parecido a una guía de viajes. No obstante esa
llamada ya inspiró, en su momento, mi relato titulado La playa de las catedrales, publicado en mi
blog www.wladiario.blogspot.com.
Así es que me pongo de nuevo a relatar anécdotas sobre mis viajes a
la costa cantábrica mencionando rincones que me han gustado
especialmente, aunque ya aviso que me gusta todo el norte por su
belleza y porque se come de maravilla en casi todas partes (y por
poco dinero en relación a la calidad del producto que se degusta).
En una ocasión llegué a ponerme
malo de tanta vianda que me ofrecieron. Recuerdo que en esa familia
hacían riquísimas empandas de las cosas más insospechadas
(lamprea, choco, lapas…). Esa es otra de las características que
me he encontrado por esas latitudes: la generosidad de sus gentes.
Aquella vez del empacho viajábamos dos parejas en coche y recorrimos
la costa desde Vigo hasta Aveiro (ya en Portugal). La anécdota es
que sólo yo mostré interés en parar en Oporto. Los otros tres se
negaron. Muchos años tuve que esperar hasta descubrir una de las
ciudades más bellas de Europa.
De aquel viaje por la costa tengo un gran recuerdo; de las vistas
desde lo alto del monte de Santa Tecla, del castro, del río Miño…
He vuelto a Vigo en muchas ocasiones
y recuerdo aún el caldeado día que nos encontramos en pleno mes de
octubre, en una ocasión.
Fuimos
a la playa de Samil donde incluso nos chapuzamos y, por cierto, el
agua no tenía nada de la calidez del ambiente. La comida, como
siempre, espectacular.
En el norte, eso sí, llueve mucho. Cuando uno llega en plena
borrasca, en verano, suele escuchar eso de “pues la semana pasada
estábamos en mangas de camisa”.
Del entorno bellísimo de la Playa de las Catedrales no hago mención
aquí, pues ya dediqué todo un relato a la zona. Sólo recordar que
nos trataron de maravilla en O Lar de Carmiña y que me impresionó
el puente de Ribadeo y sus vistas desde lo alto.
Antes, en mis múltiples viajes a Coruña, recuerdo haber comido
estupendamente en Manda Truco, donde se podía degustar buen marisco
a precios razonables. Luego, para hacer la digestión, la Torre de
Hércules está a un paseo. Interesante.
De otro de esos viajes “apretados” a tierras el norte (1.150 Kms.
en un par de días) me impresionó el paseo por lo alto de la muralla
de Lugo. Fue genial y muy pintoresco.
Hubo una ocasión en que viajamos en moto, mi pareja Cristina y yo, a Gijón. Fuimos de “camping” justo al lado del mar. Desde nuestra tienda se podía acceder – estaba a pocos pasos -andando y en poco tiempo al mar. No dejó de llover en ningún momento. Tanto fue así que nos metimos en el tren para visitar Oviedo (y, de paso, secarnos un poco). Acabamos huyendo antes de lo previsto y sólo escampó al pasar las montañas ya en la provincia de León.
He visitado muchas veces Asturias y
siempre me ha impresionado. Recuerdo
muchos bellos rincones que visité:
Lastres,
Avilés - zona centro -, playa del Superman – Berbes -, Ribadesella
y entorno, la ruta del Cares… Pero
sin duda el pueblo más bello que recuerdo es
Cudillero, donde además comí muy bien a pesar de estar todo
abarrotado.
Hice la bajada del Sella en el tren
abarrotado de mozos del
lugar, desde la salida en
Arriondas. Creo que fui el único del vagón que pagó, sobre todo a
juzgar por las risotadas de mis compañeros de viaje cuando le mostré
el billete al revisor que lo solicitaba. Recuerdo que sólo lo mostré
yo.
En cuanto a Santander mis recuerdos
son aún más lejanos. De niño viajaba con mi familia los veranos,
lo mismo que a tierras vascas. Mi padre, como integrante de la
Orquesta Nacional, cubría los llamados Festivales
de España lo que me llevó a conocer San Sebastián, Bilbao y, sobre
todo, Santander. Recuerdo con gran placer, ya
madurito, una tarde que crucé
en barca hasta Pedreña atravesando la bahía. También me impresionó
mucho llegar en ferry desde Plymouth. Las vistas de la ciudad,
simplemente espectaculares entrando
desde el mar.
De Cantabria destacaría la capital (Santander), sus playas y, sobre
todo, Liencres y entorno. Cuidado con la playa que mi padre tuvo que
sacar a un hombre que se ahogaba, con felicitación y desaprobación
del equipo de salvamento marítimo.
Un recuerdo de infancia me llega
desde el entorno de la Porticada (plaza) que se acondicionaba para
celebrar los conciertos de los Festivales de España. Yo andaba en
alguna cafetería cercana merendando y esperando a mi padre. Alguien
detectó algunas pavesas en el aire y del establecimiento salieron
todos, muy nerviosos, a ver aquello. Hay que recordar que Santander
sufrió lo que puede haber sido el incendio mas grave de toda España
en 1941. Alguien avisó enseguida a los bomberos que acudieron con
diligencia al lugar. Pude ver en los rostros de los presentes como se
grava la tragedia aunque venga de años atrás, incluso sin haberla
vivido, a través de terceras personas.
De Cantabria destacaría Castro
Urdiales, sin duda. Ya era un zangolotino cuando pasé varios días
hospedado allí en casa
de amigos de mis padres.
Ya estamos en Bilbao, por seguir
recorrido de este a
oeste.
Con ello llegamos a tierras vascas que tanto rechazo producen en
algunos lugares de Madrid. Yo nunca tuve el más mínimo problema en
estas bellísimas tierras. Y eso que mi acento delata mi
procedencia.
Recuerdo en este sentido un par de
anécdotas. Uno, hace ya tiempo, fui a parar, con mi compañera,
Cristina,
a alguna taberna del barrio de La Parte Vieja, considerado muy
nacionalista. Una televisión daba el partido de fútbol que
enfrentaba a la Real Sociedad con el Real Madrid. Los parroquianos
animaban a la Real Sociedad que estaba jugando mucho mejor, pese a
que el marcador reflejaba empate a cero. Quedaba poco tiempo. Yo me
desplacé por la barra eligiendo pinchos y despreocupado de la
televisión. Pero no pude evitar hacer un comentario en alto que los
clientes escucharon. “Este es el típico partido que gana el Madrid
al final y de penalti”. Y así fue. A mi se me escapó un gritito
de ¡gol! que supongo no hizo ninguna gracia a los presentes. Pero
nadie hizo el más mínimo comentario; ni un mal gesto.
En otra ocasión me invitó mi
hermana Thais a pasar unos días en una casa que alquiló a la directora de cine
Helena Tabernas en Zarauz. Fui con mi compañera y un día salimos a
recorrer la zona. No se me ocurrió más que ponerme una camiseta de
algún congreso nacional de “jiu-jitsu”. En un lugar, discreto,
llevaba la bandera de España. Era un lugar discreto pero la llevaba.
Nadie dijo lo más mínimo. Yo me di cuenta por la noche.
De este último viaje recuerdo la
excursión a San Juan de Gaztelugatxe. Fue una paliza pero mereció
la pena por lo bello y singular de todo lo que vimos. Tampoco es de
olvidar el paso por Getaria, por
Bermeo, el propio Zarauz y nuestra incursión en tierras galas
(Biarritz, Bayonne…).
Para ir poniendo fin a este escrito me apetece narrar un viaje a
Pamplona en coche que llevé a cabo con mi compañera. Yo iba a un
campeonato de yudo como árbitro y en el tiempo libre me dedicaba a
recorrer el entorno. Llegamos a San Sebastián que siempre me ha
fascinado.
El viaje fue muy intenso (en un sólo fin de semana) y a la vuelta yo
estaba cansado. Tanto que ofrecí a mi compañera Cristina que
condujera ella. Sin duda, se trataba de una magnífica conductora con
un sentido de la orientación un tanto curioso, como trataré de
narrar.
Yo me acabé durmiendo a los pocos
minutos. Debía de llevar una hora en los brazos de Morfeo cuando me
pareció oír la dulce voz de mi compañera un tanto escandalizada.
Al abrir los ojos no vi que estuviéramos en autopista alguna como
esperaba. Creo que vino a coincidir su frase (“creo que me he
perdido”) con el que divisase una señal que indicaba la salida a
Basauri o algo así. Estábamos en Bilbao y teníamos hora de llegada
a Madrid. Llegamos un poco tarde, casi nada.
Muchos han sido los viajes al norte
que he realizado y, por tanto, muchos los recuerdos que tengo. De
pequeño no me gustaba, sobre todo por el clima. Tampoco me daba
cuenta que, por ello, es tan hermoso y especial. Ha
visto a gente marchar
con paraguas por el paseo marítimo mientras otros se bañaban en
plena playa.
Recuerdo, de
n niño, un partidillo de
fútbol en Bilbao. Se puso a llover y todos los niños, incluido el
dueño del balón, desaparecieron, cada uno corriendo para un lado;
hacia su casa. Todos reaparecieron como si nada y siguieron jugando,
cuando había escampado.
Se mezclan miles de recuerdos de infancia con otros más recientes.
De niño, casi siempre cumplía años en Santander, con celebración
en la intimidad familiar; tenía su encanto.
Estuve concentrado antes de un
mundial de Lucha SAMBO en Asturias; guardo gratas memorias y
vivencias. Conocí rincones increíbles de Oviedo y de zonas aledañas
gracias a nuestro fenomenal anfitrión
Jose Antonio Cecchini.
También en Asturias hice con
Cristina,
ida y vuelta, la ruta del Cares. Inolvidable como sobrecogedoras
fueron las vistas desde el mirador del Fitu (cerca de Caravia).
Ibamos en moto hacia el punto
de partida de la famosa ruta y me desvié hacia dicho mirador. Mi
compañera rompió a llorar emocionada ante tanta belleza. Yo estuve
a punto; perdí una gran
ocasión.
Recuerdo mis viajes con compañeros
de El Corte Inglés a Coruña. Descubrí en una tienducha de mala
muerte cerca de EL Corte Inglés de Cuatro Caminos. Allí,
encontré un queso de tetilla ahumado espectacular. Se había llevado
un premio regional o puede que incluso nacional. En uno de esos
viajes de El Corte Inglés,
salí sólo a pasear por la
noche. Me acabé haciendo amigo de un marino alemán con el que
compartí
taxi que nos llevó a un bar, se suponía que con algo de
ambientillo. Acabé huyendo como pude del local. Dejé al marino
alemán ebrio como una cuba a punto de destrozar el tugurio Ni se dio
cuenta de mi estampida.
Tengo vivencias de mis dos caminos
de Santiago, el primero en bici, - del que dejo ENLACE a relato que
obtuvo el segundo premio en un concurso del Ayuntamiento de Parla -
y el segundo a pie. Inolvidables ambas experiencias.
He asistido a campeonatos de yudo
(como competidor, árbitro y entrenador) en Pamplona, Avilés,
Coruña, Vigo, San Sebastián… Otros muchos recuerdos, de otro
tipo, y muchísimas vivencias. En el frontón Labrit de Pamplona
saqué medalla de bronce en todo un Campeonato de España cuando era
cadete y me creía inmortal. Estaba - como decía el gran Unamuno -
“en la edad aquella en que vivir es soñar”.
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