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viernes, mayo 15, 2020

Viajes al norte


Hace unos días recibí una llamada de un viejo amigo. Me hizo mucha ilusión. Nos pusimos al día y me recordó que leyó algo que había escrito, tiempo atrás, de uno de mis viajes al norte de España. Me propuso indicarle destinos a modo de relato del tipo de guía de viajes. Mi ilusión, por que me leyera, era proporcional a mi rechazo a escribir algo parecido a una guía de viajes. No obstante esa llamada ya inspiró, en su momento, mi relato titulado La playa de las catedrales, publicado en mi blog www.wladiario.blogspot.com.

Así es que me pongo de nuevo a relatar anécdotas sobre mis viajes a la costa cantábrica mencionando rincones que me han gustado especialmente, aunque ya aviso que me gusta todo el norte por su belleza y porque se come de maravilla en casi todas partes (y por poco dinero en relación a la calidad del producto que se degusta).

En una ocasión llegué a ponerme malo de tanta vianda que me ofrecieron. Recuerdo que en esa familia hacían riquísimas empandas de las cosas más insospechadas (lamprea, choco, lapas…). Esa es otra de las características que me he encontrado por esas latitudes: la generosidad de sus gentes. Aquella vez del empacho viajábamos dos parejas en coche y recorrimos la costa desde Vigo hasta Aveiro (ya en Portugal). La anécdota es que sólo yo mostré interés en parar en Oporto. Los otros tres se negaron. Muchos años tuve que esperar hasta descubrir una de las ciudades más bellas de Europa.

De aquel viaje por la costa tengo un gran recuerdo; de las vistas desde lo alto del monte de Santa Tecla, del castro, del río Miño…

He vuelto a Vigo en muchas ocasiones y recuerdo aún el caldeado día que nos encontramos en pleno mes de octubre, en una ocasión. Fuimos a la playa de Samil donde incluso nos chapuzamos y, por cierto, el agua no tenía nada de la calidez del ambiente. La comida, como siempre, espectacular.

En el norte, eso sí, llueve mucho. Cuando uno llega en plena borrasca, en verano, suele escuchar eso de “pues la semana pasada estábamos en mangas de camisa”.

Del entorno bellísimo de la Playa de las Catedrales no hago mención aquí, pues ya dediqué todo un relato a la zona. Sólo recordar que nos trataron de maravilla en O Lar de Carmiña y que me impresionó el puente de Ribadeo y sus vistas desde lo alto.

Antes, en mis múltiples viajes a Coruña, recuerdo haber comido estupendamente en Manda Truco, donde se podía degustar buen marisco a precios razonables. Luego, para hacer la digestión, la Torre de Hércules está a un paseo. Interesante.

De otro de esos viajes “apretados” a tierras el norte (1.150 Kms. en un par de días) me impresionó el paseo por lo alto de la muralla de Lugo. Fue genial y muy pintoresco.


Hubo una ocasión en que viajamos en moto, mi pareja Cristina y yo, a Gijón. Fuimos de “camping” justo al lado del mar. Desde nuestra tienda se podía acceder – estaba a pocos pasos -andando y en poco tiempo al mar. No dejó de llover en ningún momento. Tanto fue así que nos metimos en el tren para visitar Oviedo (y, de paso, secarnos un poco). Acabamos huyendo antes de lo previsto y sólo escampó al pasar las montañas ya en la provincia de León.

He visitado muchas veces Asturias y siempre me ha impresionado. Recuerdo muchos bellos rincones que visité: Lastres, Avilés - zona centro -, playa del Superman – Berbes -, Ribadesella y entorno, la ruta del Cares… Pero sin duda el pueblo más bello que recuerdo es Cudillero, donde además comí muy bien a pesar de estar todo abarrotado.

Hice la bajada del Sella en el tren abarrotado de mozos del lugar, desde la salida en Arriondas. Creo que fui el único del vagón que pagó, sobre todo a juzgar por las risotadas de mis compañeros de viaje cuando le mostré el billete al revisor que lo solicitaba. Recuerdo que sólo lo mostré yo.

En cuanto a Santander mis recuerdos son aún más lejanos. De niño viajaba con mi familia los veranos, lo mismo que a tierras vascas. Mi padre, como integrante de la Orquesta Nacional, cubría los llamados Festivales de España lo que me llevó a conocer San Sebastián, Bilbao y, sobre todo, Santander. Recuerdo con gran placer, ya madurito, una tarde que crucé en barca hasta Pedreña atravesando la bahía. También me impresionó mucho llegar en ferry desde Plymouth. Las vistas de la ciudad, simplemente espectaculares entrando desde el mar.

De Cantabria destacaría la capital (Santander), sus playas y, sobre todo, Liencres y entorno. Cuidado con la playa que mi padre tuvo que sacar a un hombre que se ahogaba, con felicitación y desaprobación del equipo de salvamento marítimo.

Un recuerdo de infancia me llega desde el entorno de la Porticada (plaza) que se acondicionaba para celebrar los conciertos de los Festivales de España. Yo andaba en alguna cafetería cercana merendando y esperando a mi padre. Alguien detectó algunas pavesas en el aire y del establecimiento salieron todos, muy nerviosos, a ver aquello. Hay que recordar que Santander sufrió lo que puede haber sido el incendio mas grave de toda España en 1941. Alguien avisó enseguida a los bomberos que acudieron con diligencia al lugar. Pude ver en los rostros de los presentes como se grava la tragedia aunque venga de años atrás, incluso sin haberla vivido, a través de terceras personas.

De Cantabria destacaría Castro Urdiales, sin duda. Ya era un zangolotino cuando pasé varios días hospedado allí en casa de amigos de mis padres.

Ya estamos en Bilbao, por seguir recorrido de este a oeste. Con ello llegamos a tierras vascas que tanto rechazo producen en algunos lugares de Madrid. Yo nunca tuve el más mínimo problema en estas bellísimas tierras. Y eso que mi acento delata mi procedencia.

Recuerdo en este sentido un par de anécdotas. Uno, hace ya tiempo, fui a parar, con mi compañera, Cristina, a alguna taberna del barrio de La Parte Vieja, considerado muy nacionalista. Una televisión daba el partido de fútbol que enfrentaba a la Real Sociedad con el Real Madrid. Los parroquianos animaban a la Real Sociedad que estaba jugando mucho mejor, pese a que el marcador reflejaba empate a cero. Quedaba poco tiempo. Yo me desplacé por la barra eligiendo pinchos y despreocupado de la televisión. Pero no pude evitar hacer un comentario en alto que los clientes escucharon. “Este es el típico partido que gana el Madrid al final y de penalti”. Y así fue. A mi se me escapó un gritito de ¡gol! que supongo no hizo ninguna gracia a los presentes. Pero nadie hizo el más mínimo comentario; ni un mal gesto.

En otra ocasión me invitó mi hermana Thais a pasar unos días en una casa que alquiló a la directora de cine Helena Tabernas en Zarauz. Fui con mi compañera y un día salimos a recorrer la zona. No se me ocurrió más que ponerme una camiseta de algún congreso nacional de “jiu-jitsu”. En un lugar, discreto, llevaba la bandera de España. Era un lugar discreto pero la llevaba. Nadie dijo lo más mínimo. Yo me di cuenta por la noche.

De este último viaje recuerdo la excursión a San Juan de Gaztelugatxe. Fue una paliza pero mereció la pena por lo bello y singular de todo lo que vimos. Tampoco es de olvidar el paso por Getaria, por Bermeo, el propio Zarauz y nuestra incursión en tierras galas (Biarritz, Bayonne…).

Para ir poniendo fin a este escrito me apetece narrar un viaje a Pamplona en coche que llevé a cabo con mi compañera. Yo iba a un campeonato de yudo como árbitro y en el tiempo libre me dedicaba a recorrer el entorno. Llegamos a San Sebastián que siempre me ha fascinado.

El viaje fue muy intenso (en un sólo fin de semana) y a la vuelta yo estaba cansado. Tanto que ofrecí a mi compañera Cristina que condujera ella. Sin duda, se trataba de una magnífica conductora con un sentido de la orientación un tanto curioso, como trataré de narrar.

Yo me acabé durmiendo a los pocos minutos. Debía de llevar una hora en los brazos de Morfeo cuando me pareció oír la dulce voz de mi compañera un tanto escandalizada. Al abrir los ojos no vi que estuviéramos en autopista alguna como esperaba. Creo que vino a coincidir su frase (“creo que me he perdido”) con el que divisase una señal que indicaba la salida a Basauri o algo así. Estábamos en Bilbao y teníamos hora de llegada a Madrid. Llegamos un poco tarde, casi nada.

Muchos han sido los viajes al norte que he realizado y, por tanto, muchos los recuerdos que tengo. De pequeño no me gustaba, sobre todo por el clima. Tampoco me daba cuenta que, por ello, es tan hermoso y especial. Ha visto a gente marchar con paraguas por el paseo marítimo mientras otros se bañaban en plena playa.

Recuerdo, de n niño, un partidillo de fútbol en Bilbao. Se puso a llover y todos los niños, incluido el dueño del balón, desaparecieron, cada uno corriendo para un lado; hacia su casa. Todos reaparecieron como si nada y siguieron jugando, cuando había escampado.

Se mezclan miles de recuerdos de infancia con otros más recientes.

De niño, casi siempre cumplía años en Santander, con celebración en la intimidad familiar; tenía su encanto.

Estuve concentrado antes de un mundial de Lucha SAMBO en Asturias; guardo gratas memorias y vivencias. Conocí rincones increíbles de Oviedo y de zonas aledañas gracias a nuestro fenomenal anfitrión Jose Antonio Cecchini.

También en Asturias hice con Cristina, ida y vuelta, la ruta del Cares. Inolvidable como sobrecogedoras fueron las vistas desde el mirador del Fitu (cerca de Caravia). Ibamos en moto hacia el punto de partida de la famosa ruta y me desvié hacia dicho mirador. Mi compañera rompió a llorar emocionada ante tanta belleza. Yo estuve a punto; perdí una gran ocasión.

Recuerdo mis viajes con compañeros de El Corte Inglés a Coruña. Descubrí en una tienducha de mala muerte cerca de EL Corte Inglés de Cuatro Caminos. Allí, encontré un queso de tetilla ahumado espectacular. Se había llevado un premio regional o puede que incluso nacional. En uno de esos viajes de El Corte Inglés, salí sólo a pasear por la noche. Me acabé haciendo amigo de un marino alemán con el que compartí taxi que nos llevó a un bar, se suponía que con algo de ambientillo. Acabé huyendo como pude del local. Dejé al marino alemán ebrio como una cuba a punto de destrozar el tugurio Ni se dio cuenta de mi estampida.

Tengo vivencias de mis dos caminos de Santiago, el primero en bici, - del que dejo ENLACE a relato que obtuvo el segundo premio en un concurso del Ayuntamiento de Parla - y el segundo a pie. Inolvidables ambas experiencias.


He asistido a campeonatos de yudo (como competidor, árbitro y entrenador) en Pamplona, Avilés, Coruña, Vigo, San Sebastián… Otros muchos recuerdos, de otro tipo, y muchísimas vivencias. En el frontón Labrit de Pamplona saqué medalla de bronce en todo un Campeonato de España cuando era cadete y me creía inmortal. Estaba - como decía el gran Unamuno - “en la edad aquella en que vivir es soñar”.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 15, 2020