La playa de Las Catedrales
Me ha hecho mucha ilusión una llamada inesperada de un viejo amigo.
Asegura que me sigue por las redes y que le gustó uno de mis últimos
viajes por tierras del norte de España. Se ve que leyó alguno de
mis relatos y me ha recordado mi viaje a la playa de Las Catedrales y
cercanías. Me alegró mucho.
Nos
hospedamos en O Lar de Carmiña donde también nos dieron buena
pitanza, pues tenían restaurante. Muy cerca de la playa de Las
Catedrales. Hasta el punto que hicimos algo de amistad con los dueños
y más después de que oficiara, para ellos, de camarero improvisado
en una anécdota que paso a relatar.
Estábamos
comiendo en dicho O Lar...A través de la enorme cristalera que daba
al estacionamiento vimos varios coches ingleses. Acaban de llegar.
Sus ocupantes parecían dudar, porque al poco, se fueron los coches
con ellos dentro (creo recordar que eran varios, todos coches
grandes, incluso una auto-caravana). Al cabo de un rato regresó uno
de los vehículos y sus ocupantes salieron de él. Entraron al
establecimiento donde yo estaba con mi pareja comiendo y pidieron en
inglés algo. No se hicieron entender muy bien porque no hablaban ese
idioma propio de las Islas Británicas en dicho establecimiento.
Al
cabo de un rato regresaron al estacionamiento el resto de los coches
ingleses que yo antes había visto. En uno viajaban jóvenes, en otro
una pareja con niños, en otro los que debían ser los abuelos. Hasta
un par de perros sacaron a pasear. Luego se metieron todos los
humanos al comedor con gran trasiego y juntado mesas. Comenzaron a
intentar hacerse entender en su idioma natal para desesperación de
lo camareros.
Entonces,
yo, que les había escuchado, me ofrecí a mediar por entenderles
algo. Así lo hice, tras consultar con los dueños. Y explicarles que
“chanaba” tan complicado idioma.
En
un principio los ingleses me volvieron loco. Me trataron con cierta
displicencia y chulería. Les intenté complacer hasta que me pareció
que se pasaban del ámbito de quien intenta ayudar para entrar en el
de la exigencia. Así es que tras ordenar la comanda les expliqué
(“I´m a tourist”) que estaba comiendo como ellos. Y con la mente
les mandé a buscar guano.
Allí
les dejé para acabar con mi comida, sin dejar de estar pendiente del
grupo, lo cual no era difícil con el escándalo que montaban.
Al
cabo de un rato empezaron a levantarse en grupos. Unos iban al baño
y otros salían. Creo que incluso volvieron a sacar los perros para
que estirasen las piernas. Hubo un momento en que sólo quedaban en
el comedor el matrimonio de los mayores, los que parecían los
abuelos. Algunos coches abandonaron el estacionamiento con sus
ocupantes a bordo. Poco después, también se fueron los que parecían
abuelos de algunos del grupo. Todos habían comido opíparamente y
ninguno abonó cantidad alguna de dinero.
Cuando
la dueña descubrió el desaguisado clamó a los cielos
descomponiendo el gesto. Alguna lágrima se le escapó.
No
sería la primera vez que presencié lo que se conoce como un
“simpa”(de sin pagar). Otra vez nos pasó en una parada al salir
de Valencia en un pueblo desviándose un poco de la carretera hacia
Madrid. Había un salto de agua cerca de la población. Un matrimonio
maduro se marchó sin abonar la consumición pese a que un camarera
les siguió implorando hasta el coche. Lo hicieron con gran
desfachatez, pero esa es otra historia; sucedió en otro punto, muy
distante, de la geografía hispana.
Me
quedo, ahora, con lo sucedido en Galicia con los extranjeros. Pese a
mis esfuerzos con el inglés, pese a la buena disposición en atender
a los foráneos, éstos, con actitud chulesca, malos modos y
premeditación, no abonaron su factura. Los dueños del
establecimiento lo lamentaron.
Yo
me quedé pensando. Cuánto daño somos capaces de hacer sin apenas
saberlo. Cuánto daño habré hecho yo sin siquiera proponérmelo.
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