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viernes, mayo 01, 2020

La playa de Las Catedrales


Me ha hecho mucha ilusión una llamada inesperada de un viejo amigo. Asegura que me sigue por las redes y que le gustó uno de mis últimos viajes por tierras del norte de España. Se ve que leyó alguno de mis relatos y me ha recordado mi viaje a la playa de Las Catedrales y cercanías. Me alegró mucho.

Nos hospedamos en O Lar de Carmiña donde también nos dieron buena pitanza, pues tenían restaurante. Muy cerca de la playa de Las Catedrales. Hasta el punto que hicimos algo de amistad con los dueños y más después de que oficiara, para ellos, de camarero improvisado en una anécdota que paso a relatar.

Estábamos comiendo en dicho O Lar...A través de la enorme cristalera que daba al estacionamiento vimos varios coches ingleses. Acaban de llegar. Sus ocupantes parecían dudar, porque al poco, se fueron los coches con ellos dentro (creo recordar que eran varios, todos coches grandes, incluso una auto-caravana). Al cabo de un rato regresó uno de los vehículos y sus ocupantes salieron de él. Entraron al establecimiento donde yo estaba con mi pareja comiendo y pidieron en inglés algo. No se hicieron entender muy bien porque no hablaban ese idioma propio de las Islas Británicas en dicho establecimiento.

Al cabo de un rato regresaron al estacionamiento el resto de los coches ingleses que yo antes había visto. En uno viajaban jóvenes, en otro una pareja con niños, en otro los que debían ser los abuelos. Hasta un par de perros sacaron a pasear. Luego se metieron todos los humanos al comedor con gran trasiego y juntado mesas. Comenzaron a intentar hacerse entender en su idioma natal para desesperación de lo camareros.

Entonces, yo, que les había escuchado, me ofrecí a mediar por entenderles algo. Así lo hice, tras consultar con los dueños. Y explicarles que “chanaba” tan complicado idioma.

En un principio los ingleses me volvieron loco. Me trataron con cierta displicencia y chulería. Les intenté complacer hasta que me pareció que se pasaban del ámbito de quien intenta ayudar para entrar en el de la exigencia. Así es que tras ordenar la comanda les expliqué (“I´m a tourist”) que estaba comiendo como ellos. Y con la mente les mandé a buscar guano.

Allí les dejé para acabar con mi comida, sin dejar de estar pendiente del grupo, lo cual no era difícil con el escándalo que montaban.

Al cabo de un rato empezaron a levantarse en grupos. Unos iban al baño y otros salían. Creo que incluso volvieron a sacar los perros para que estirasen las piernas. Hubo un momento en que sólo quedaban en el comedor el matrimonio de los mayores, los que parecían los abuelos. Algunos coches abandonaron el estacionamiento con sus ocupantes a bordo. Poco después, también se fueron los que parecían abuelos de algunos del grupo. Todos habían comido opíparamente y ninguno abonó cantidad alguna de dinero.

Cuando la dueña descubrió el desaguisado clamó a los cielos descomponiendo el gesto. Alguna lágrima se le escapó.

No sería la primera vez que presencié lo que se conoce como un “simpa”(de sin pagar). Otra vez nos pasó en una parada al salir de Valencia en un pueblo desviándose un poco de la carretera hacia Madrid. Había un salto de agua cerca de la población. Un matrimonio maduro se marchó sin abonar la consumición pese a que un camarera les siguió implorando hasta el coche. Lo hicieron con gran desfachatez, pero esa es otra historia; sucedió en otro punto, muy distante, de la geografía hispana.

Me quedo, ahora, con lo sucedido en Galicia con los extranjeros. Pese a mis esfuerzos con el inglés, pese a la buena disposición en atender a los foráneos, éstos, con actitud chulesca, malos modos y premeditación, no abonaron su factura. Los dueños del establecimiento lo lamentaron.

Yo me quedé pensando. Cuánto daño somos capaces de hacer sin apenas saberlo. Cuánto daño habré hecho yo sin siquiera proponérmelo.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 01, 2020