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martes, mayo 19, 2020

El seboruco


Tengo algunos amigos cubanos. Gente magnífica que ya no vive en la caribeña isla; consiguieron salir de ella. Recuerdo que dos hermanos, Eduardo Carus y Humber Carús, se convirtieron en mi adolescencia, en los hermanos que nunca tuve. Eran primos de una de mis primeras novias, Coral Sánchez, con quien todavía mantengo algún contacto lo mismo que con ellos. Tengo un recuerdo vago de un episodio que sin embargo a ellos sí les atrapó. De hecho, hace mucho tiempo me lo recordó Humber, el mayor. Así es que lo contaré como pueda.

Un buen día, llegó una carta en la que se requería a uno de los hermanos, o a los dos – no me acuerdo -, a que hicieran en España el servicio militar; todo un bombazo. No estaba previsto y por la edad parecía que no tuvieran dicho compromiso, que ya había prescrito.

No obstante la carta parecía indicar un deber ineludible. Así es que nos dirigimos a la dependencia militar correspondiente a ver si aclarábamos aquello. A ver si podíamos hacer algo.

Creo recordar que primero nos atendió una señorita, cosa poco común en aquellos tiempos (una mujer en cosas del ejército). El caso es que nos escuchó como si fuera un pez y al acabar nuestra alocución nos dijo que no se podía hacer nada. Que quedaba bien clara la obligación de cumplir con el servicio militar. Yo tomé el mando – valga la expresión militar – y pedí hablar con alguien más cualificado. Para mi sorpresa se me invitó a esperar y la señorita, sin rechistar, desapareció para buscar a alguien. En seguida volvió con un imponente capitán. Yo lo detecté enseguida pues hacía poco que había acabado de cumplir con mi servicio militar y había aprendido a distinguir las estrellas y los símbolos.

El militar explicó que no había nada que hacer. Que la carta estaba bien clara.

Yo me identifiqué. Me dirigí al militar como “mi” capitán - muy marcialmente -; y debí estar sembrado. ...Que para ellos sería un honor cumplir con su obligación, que no se negaban pero que ayudaban a su tía, viuda, que era quién les había conseguido sacar de un país comunista a mantenerse a flote, etc. Gran parte era verdad y gran parte impresionó al capitán, por mi aplomo (supongo). El caso es que al acabar mi relato el militar dudó unos segundos, tras lo cual tomó un sello lo estampó no sé dónde y nos extendió el papel. Mis amigos quedaban libres de su compromiso. Así de fácil.

Recuerdo cuando me lo contó Humber el mayor de los hermanos (a mi se me había borrado de todo recuerdo). Nunca olvidaré la palabra que empleó para referirse al capitán: seboruco. Viene en el diccionario de la RAE, así es que invito, desde aquí, a consultarlo.

Mi presencia y proverbial intervención fue crucial para mis amigos. De otra forma los acontecimientos se hubieran sucedido de muy diferente manera. De algo valió, creo yo, mi fugaz paso por la legión.

Con todos los respetos diré que al rememorar el episodio me acuerdo de la frase, del también idolatrado por mí, por esas fechas, Groucho Marx:

“La inteligencia militar es una contradicción en sus términos”.

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editado por...Wladi Martín @ martes, mayo 19, 2020