Sadum
Recuerdo que iba una vez, como tantas otras, en El Metro. Estaba
sentado – cosa rara – y leía un libro. Era Un mundo feliz de
Aldous Huxley, que me tenía maravillado. Otro viajero que iba
sentado cerca se dirigió a mi. Me recomendó Contrapunto
del mismo autor. Al
principio no le hice mucho caso a aquel caballero, pero acabé
leyendo el título recomendado, como casi toda la obra del autor
británico. También me encantó y me extrañó
tener un compañero de viaje instruido e interesante, precisamente
en El Metro. Me recordó que
el director de un colegio al que fui solía contar que estuvo en el
extranjero y que intercambiaba libros con el barrendero de su calle.
En
estos momentos se lee menos que en otros, pero se sigue leyendo, a
pesar de los peores augurios. Lo
que si es verdad es que se puede leer en la tablet, en el teléfono
móvil, en el ordenador… se
puede escuchar un audio-libro. Ya no es sólo llevar encima una
colección de hojas con tapas más duras; lo que llamamos libro.
Sigue habiendo premios fantásticos de literatura; hay Nobel de
Literatura, hay Planeta… También hay feria del libro, el cine
ayuda mucho, algunos pocos programas en radio y televisión sobre
literatura… las desconocidas bibliotecas… Hay
muchas cosas, incluso por poco dinero se puede tener un libro propio
acudiendo a ciertas editoriales de Internet (Bubok, Lula. Amazon…).
Hasta yo, que no me considero ningún hacha, tengo varios libros
publicados.
O
sea que lo que sí ha cambiado es la forma de leer. El libro digital
ha pasado de no existir a desplazar al libro
clásico. Ya mismo he leído algunos libros digitales que son más
baratos y llevas en el teléfono móvil, en algunos casos.
Desde
pequeño recuerdo leer tebeos y recuerdo una serie de adaptaciones de
grandes obras literarias en las que descubrí a Strogoff, Salgari.
Juio Verne… Me fascinaron las adaptaciones de “Rob Roy” de W.
Scott y de “El último mohicano” de F. Cooper. Muchos años
después, ya talludo, leí “La isla del tesoro” de R.L.
Stevenson; una joya.
Pero
el primer libro que leí me lo regaló mi tía Celia, que no era una
gran lectora, según creo,
pero acertó con su regalo.
No se el título pero era de la serie de Los Siete Secretos de Enyd
Blyton. Desde entonces me hice forofo de esa colección. Los
leí casi todos, pero una extraña fidelidad, me impedía leer algo
de Los Cinco, otra serie parecida de la misma autora. El caso es que
a corta edad empezó mi fascinación por la literatura; fascinación
que hoy día sigue firme.
Hace
poco pasé por una etapa tumultuosa en que era incapaz de leer
siquiera una página. Poco a poco reencontré el viejo placer de la
lectura aunque eso me llevó varios meses. Y, hoy, me doy cuenta del
tesoro que supone; del mundo de sensaciones que se me
vetaba.
He
tenido la suerte de conocer (incluso entrevistar) a numerosos
escritores. Todos me han parecido seres especiales. Entre ellos
destacaría a Lorenzo Silva (equivoqué el lugar de cita para
entrevistarle y llegué algo tarde), Ezequías Blanco (al que
entrevisté un día en que jugaba el “euro”
Real Madrid y nos costó
encontrar un bar en que no se retransmitiese) y Almudena Grandes.
Hablemos
de Almudena Grandes.
Hace
ya unos cuantos años se puso en marcha un programa llamado
Vacaciones en Paz de la Comunidad de Madrid. Básicamente se trataba
de acoger, durante el verano,
algún niño saharaui para evitar que pasasen las altas temperaturas
de esta estación
en el territorio cedido por Argelia (Tindouf),
en muy malas condiciones. Yo
me inmiscuí con mi compañera Cristina
Carbonell,
con
lo cual acogimos
a Sadum, un
niño saharaui.
Una
tarde había un acto de las ONG que organizaban el programa si mal no
recuerdo en el Palacio de Longoria, sede de la Sociedad General de
Autores. No tenía con quien dejar al chaval y como era un claro
exponente del programa decidí llevarle conmigo. Suponía que habría
alguno de sus amigos en el acto y que no llamaría la atención; le
aleccioné para que se portara bien.
La cosa es que aparecí con Sadum
y llamó la atención enseguida. Ni había tantos amiguitos suyos ni
me entendió en
lo de portarse bien. ¡Cómo para pasar desapercibido!
En
la mesa estaban, entre otras personas, Inés Sabanés y su amiga
Almudena Grandes. La primera me reconoció pues había sido profesora
de educación física de mi hermana en el Vírgen de Europa, al que
yo también fui unos
años.
Ya había coincidido con ella en
algún acto y en el Polideportivo de Chamberí,
alguna vez. Así
es
que conversamos
y, al poco, le pedí que me presentase a Almudena. Inés me señaló
alborozada que el compañero de Almudena (Benjamín) también fue a
ese colegio, el
Virgen de Europa. Me preguntó que
si no me acordaba de él. No debía ir a mi curso, pero me presentó
a Almudena Grandes y desde entonces es de mis autores favoritos. Me
encantan sus obras y tengo varias, entre ellas, en tareas pendientes.
Todos
estos recuerdos me vienen al hilo de la importancia que tiene, para
mi, la Literatura y espero que la siga teniendo. Deseo a cuantos han
leído esto encuentren tantas satisfacciones como he encontrado yo
refugiado en las más variopintas lecturas; escondido en los más
diversos libros.
El
último que me estoy leyendo, precisamente en formato digital, es el
Premio Planeta 2018. Se trata del “Yo, Julia” de Santiago
Posteguillo. Y en él se dicen cosas como: “ el
amor, hijo, es una fuerza poderosa. Capaz de terminar con muchas
legiones a la vez si es necesario”.
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