La bicicleta
Yo tenía una bicicleta. La usaba de vez en cuando para hacer
deporte; me encantaba. Era económica aunque yo me creía haber
comprado una bici genial. La adquirí en una fábrica con venta al
público de mi pueblo. OTEC creo que era la marca.
Un buen día, un
viejo amigo, Mario Guillardín, me dijo que estaba preparando el
Camino de Santiago en bici, desde Madrid. Que me animara a
acompañarle.
A mi me pareció que
era poca bicicleta, la que tenía, para aventura de tal envergadura.
Así es que hablé con la tienda de debajo de mi casa y expliqué el
tema. Cogí unos ahorrillos que tenía y adquirí la BH que me
recomendaba Martín; era mucho mejor. Creo que me costó casi cien
pavos; para mí toda una fortuna.
No voy a narrar
ahora el viaje, porque ya lo hice y gané el segundo premio del
Concurso “Texto Vivo”, que en 2004 convocó el Ayuntamiento de
Parla.
Me refiero ahora a
esa fabulosa máquina que tan feliz me hizo y su curiosa historia.
Al volver de Galicia
pasé a usar casi a diario la bicicleta (la BH). Tuve un accidente y
me quedé sin coche. Así es que para ir a Parla, a impartir mis
clases de yudo, usaba la BH. Pedaleaba hasta la estación de
Cercanías, la subía al tren y me desplazaba en él. (También, de
esa etapa, escribí 50 días 100 viajes que se puede leer PICANDO AQUÍ
Me tiré así un par
de años hasta que dejé de usarla por estar extenuado. Más tarde
supe que había pasado una mononucleosis en aquella etapa; por eso
llegaba tan cansado a casa. Casi no podía ni con la bici.
Un día pasé a ver
a un gran amigo, en Parla y dejé la bicicleta atada a una puerta. No
me gustaba dejarla en la calle pero, a veces, no había más remedio.
Para ello me había provisto de una cadena y un candado, que me
parecían suficientes. Pero aquel día algo no me gustaba y cometí
un grave error. Desaté la bicicleta de la fachada en que la había
dejado a la vista de todos y la até en un lugar mucho menos
concurrido; casi escondida. Tan oculto estaba el lugar que los cacos
actuaron a su antojo. Ese fue mi errar.
Cuando acudí al
lugar, escogido, no quedaba ni rastro de la BH. Daba igual que el
sillín estuviera medio roto, que los pedales (automáticos) los
necesitaba cambiar, que ya tuviese un pico de kilómetros (como podía
verse en el cuentakilómetros que se encontraba en el manillar). Se
la llevaron igualmente dejándome con un palmo de narices, que se
suele decir.
Me quedé muy triste
y lo comenté con mis amigos y familiares.
Pasaron muy pocos
días de aquello y recibí una llamada de mi hermana Thais que me
llenó de sorpresa. Se había acercado a un establecimiento de
compra-venta para curiosear algo que buscaba. En la puerta del
comercio se encontró con un muchacho con una bicicleta. La iba a
vender porque no la usaba. Le había costado unos 300 euros y ahora
le ofrecían,por ella, 50€. Mi hermana sacó lo que llevaba que
eran 45€, se los ofreció y el chico aceptó con tal de no
vendérsela “a esos gitanos”. Le regaló una camiseta de fútbol
que llevaba por casualidad en el coche, por ser tan enrollado y
compensar que no llevaba más dinero para igualar la oferta del
establecimiento de compra-venta.
Mi hermana me
ofreció regalarme la bici.
Hubo un tiempo en
que dudé: “¿a ver que bicicleta me ha comprado?”. Pero también
me desconcertaba que el muchacho dijera que le había costado tanto.
En todo caso estaba muy contento y expectante.
Mi hermana se llevó
la bici (antes de dármela) y la dejó en una tienda junto a su casa
para que le cambiaran las zapatas de los frenos; cosa que necesitaba.
Me llamó explicándome todo y que fuera yo a recogerla.
Así lo hice. Llegué
a la tienda y, como habíamos quedado, me identifiqué como el
hermano de Thais. El muchacho que me atendió entendió todo y
desapareció por un almacén. Al rato salió de él haciendo rodar
una bicicleta a su lado y diciendo “aquí la tienes”. Yo abrí
los ojos como platos exclamando “es la mía; es la mía”.
Evidentemente no lo era, pero era el mismo modelo y el mismo color.
Eso sí: tenía algunas mejoras. Aparte de la zapatas recién
puestas, sólo el cuentakilómetros (en el que figuraban poquísimos
kilómetros) ya costaba casi lo que había pagado mi hermana por la
bicicleta. Además, los pedales eran los que yo quería (no eran
automáticos) y el sillín era de los buenos y estaba como nuevo. Es
como si la hubiera mandado a arreglar y me la hubieran devuelto tras
unos pocos días.
Me fui encantado con
mi “nueva-vieja” bicicleta. La volví a usar casi a diario y me
hizo mucho reflexionar esta extraña historia. Si uno está de buena
onda, parece que si una puerta se cierra por algún otro lugar se
abre otra.
Etiquetas: bici, cristina carbonell, opinion, reflexiones o así, wladi, wladiario, wladimiro, wlady


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