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martes, mayo 26, 2020

La bicicleta


Yo tenía una bicicleta. La usaba de vez en cuando para hacer deporte; me encantaba. Era económica aunque yo me creía haber comprado una bici genial. La adquirí en una fábrica con venta al público de mi pueblo. OTEC creo que era la marca.

Un buen día, un viejo amigo, Mario Guillardín, me dijo que estaba preparando el Camino de Santiago en bici, desde Madrid. Que me animara a acompañarle.

A mi me pareció que era poca bicicleta, la que tenía, para aventura de tal envergadura. Así es que hablé con la tienda de debajo de mi casa y expliqué el tema. Cogí unos ahorrillos que tenía y adquirí la BH que me recomendaba Martín; era mucho mejor. Creo que me costó casi cien pavos; para mí toda una fortuna.
No voy a narrar ahora el viaje, porque ya lo hice y gané el segundo premio del Concurso “Texto Vivo”, que en 2004 convocó el Ayuntamiento de Parla. 


Me refiero ahora a esa fabulosa máquina que tan feliz me hizo y su curiosa historia.

Al volver de Galicia pasé a usar casi a diario la bicicleta (la BH). Tuve un accidente y me quedé sin coche. Así es que para ir a Parla, a impartir mis clases de yudo, usaba la BH. Pedaleaba hasta la estación de Cercanías, la subía al tren y me desplazaba en él. (También, de esa etapa, escribí 50 días 100 viajes que se puede leer PICANDO AQUÍ 

Me tiré así un par de años hasta que dejé de usarla por estar extenuado. Más tarde supe que había pasado una mononucleosis en aquella etapa; por eso llegaba tan cansado a casa. Casi no podía ni con la bici.

Un día pasé a ver a un gran amigo, en Parla y dejé la bicicleta atada a una puerta. No me gustaba dejarla en la calle pero, a veces, no había más remedio. Para ello me había provisto de una cadena y un candado, que me parecían suficientes. Pero aquel día algo no me gustaba y cometí un grave error. Desaté la bicicleta de la fachada en que la había dejado a la vista de todos y la até en un lugar mucho menos concurrido; casi escondida. Tan oculto estaba el lugar que los cacos actuaron a su antojo. Ese fue mi errar.

Cuando acudí al lugar, escogido, no quedaba ni rastro de la BH. Daba igual que el sillín estuviera medio roto, que los pedales (automáticos) los necesitaba cambiar, que ya tuviese un pico de kilómetros (como podía verse en el cuentakilómetros que se encontraba en el manillar). Se la llevaron igualmente dejándome con un palmo de narices, que se suele decir.

Me quedé muy triste y lo comenté con mis amigos y familiares.

Pasaron muy pocos días de aquello y recibí una llamada de mi hermana Thais que me llenó de sorpresa. Se había acercado a un establecimiento de compra-venta para curiosear algo que buscaba. En la puerta del comercio se encontró con un muchacho con una bicicleta. La iba a vender porque no la usaba. Le había costado unos 300 euros y ahora le ofrecían,por ella, 50€. Mi hermana sacó lo que llevaba que eran 45€, se los ofreció y el chico aceptó con tal de no vendérsela “a esos gitanos”. Le regaló una camiseta de fútbol que llevaba por casualidad en el coche, por ser tan enrollado y compensar que no llevaba más dinero para igualar la oferta del establecimiento de compra-venta.

Mi hermana me ofreció regalarme la bici.

Hubo un tiempo en que dudé: “¿a ver que bicicleta me ha comprado?”. Pero también me desconcertaba que el muchacho dijera que le había costado tanto. En todo caso estaba muy contento y expectante.

Mi hermana se llevó la bici (antes de dármela) y la dejó en una tienda junto a su casa para que le cambiaran las zapatas de los frenos; cosa que necesitaba. Me llamó explicándome todo y que fuera yo a recogerla.

Así lo hice. Llegué a la tienda y, como habíamos quedado, me identifiqué como el hermano de Thais. El muchacho que me atendió entendió todo y desapareció por un almacén. Al rato salió de él haciendo rodar una bicicleta a su lado y diciendo “aquí la tienes”. Yo abrí los ojos como platos exclamando “es la mía; es la mía”. Evidentemente no lo era, pero era el mismo modelo y el mismo color. Eso sí: tenía algunas mejoras. Aparte de la zapatas recién puestas, sólo el cuentakilómetros (en el que figuraban poquísimos kilómetros) ya costaba casi lo que había pagado mi hermana por la bicicleta. Además, los pedales eran los que yo quería (no eran automáticos) y el sillín era de los buenos y estaba como nuevo. Es como si la hubiera mandado a arreglar y me la hubieran devuelto tras unos pocos días.

Me fui encantado con mi “nueva-vieja” bicicleta. La volví a usar casi a diario y me hizo mucho reflexionar esta extraña historia. Si uno está de buena onda, parece que si una puerta se cierra por algún otro lugar se abre otra.


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editado por...Wladi Martín @ martes, mayo 26, 2020