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domingo, mayo 31, 2020

La zarza


Hace mucho que cambié mi forma de pensar sobre ciertas personas a las que consideraba poco menos que tontas. Tenía muy mala opinión de ciertos futbolistas – grandes estrellas en lo suyo – que reconocían no leer, por ejemplo. Más tarde descubrí la teoría de las inteligencias múltiples de H. Gardner. Venía a decir que la inteligencia no es como siempre la hemos considerado sino que se puede desarrollar en múltiples áreas. Así, el estudioso daba hasta doce tipos de inteligencia: Lingúñistico-Verbal, Lógico-Matemática, Visual- Espacial, Musical, Corporal-Kinestésica, Interpersonal, Intrapersonal, Naturalista, Emocional, Existencial, Creativa y Colaborativa. También me ayudó mucho leer al filósofo Juan Antonio Marina (“Anatomía del miedo”).

Al hilo de todo ello recuerdo un artículo leído en un periódico en que se criticaba que le vocación estuviera tan ausente en nuestra sociedad, tan poco valorada. No recuerdo ni el periódico ni el autor pero venía a decir que la formación se realizaba más, en nuestra sociedad, interpretando los deseos de otros (familiares) o del “vivir de ello”, que del deseo propio; de la vocación. Hablaba de médicos que en realidad hubieran querido ser músicos, de contables con alma de poetas, de abogados con deseo de ser pintores. Estaba bien escrito y movía a reflexionar. Sobre el rígido sistema escolar, sobre el qué dirán, sobre el dinero y la felicidad...

Aquellas reflexiones me han recordado un cuento escuchado hace poco a Jorge Bucay. Poco más o menos lo recuerdo como sigue.

Era una vez un jardín un tanto lúgubre. Había árboles y plantas pero todo estaba mustio y sin brillo. Un niño se acerco y consiguió hablar con algunos árboles y plantas. El pino le dijo que quería ser fuerte como el roble. El roble quería ser alto como el chopo. El chopo quería ser oloroso como el pino. Todos querían algo que tenían los demás. Nadie parecía conforme con cómo era.

Así hasta que el niño se cruzó con una simple zarzamora que le confesó estar muy contenta con como era. Al salir el sol de primavera empezaba a dar ciertos frutos que tras el verano se podían recoger y comer, por lo que la planta se rodeaba de niños. Los pequeños llenaban de alegría el zarzal y todo cuanto estaba a su alrededor. Pero los niños no destrozaban la zarza para coger las moras, porque la planta estaba convenientemente dotada de espinas. Eso hacía que los niños procedieran con cautela luchando con su natural proceder alocado y bullicioso.

El niño preguntó a la zarza si no quería ser fuerte como el roble, alta como el chopo, olorosa como el pino… La planta interpelada se extrañó mucho de la pregunta y reconoció no haber pensado nunca en ello. Entonces el niño le preguntó a la planta por su secreto. Ésta, todavía extrañada, confesó que, seguramente, se debía a que al ser plantada por el jardinero éste le traspasó su deseo de ser una hermosa zarza y nada más. En el momento de plantar sus semillas, el jardinero quería un a tupida y frondosa zarza y no un oloroso pino, ni un fuerte roble, ni un alto chopo. Ese debía ser su secreto.

A veces digo: “si no tienes lo que quieres, al menos quiere lo que tienes”.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, mayo 31, 2020