Paseo en bici dedicado a los que me felicitaron el cumpleaños
La mañana estaba fresquita. O era más temprano que otros
días. No sé. No miré el reloj. Hace años que no llevo el dichoso aparatito en
la muñeca.
Yo tenía más fresquito que otros días atrás. Eché un vistazo
por la terraza y no vi actividad. Para ser sábado, demasiada calma. Igual era
más temprano que otras mañanas. Pero hacía más fresco, eso sí.
Preparé café, leí el correo electrónico y di una vuelta por
las redes sociales. Me acordé de la sabia frase de Confucio: Exige
mucho de ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos.
No estaba la cosa para disgustos, con el fresquito que hacía
y yo con los 53 tacos recién estrenados. Me cogí la taza de café humeante y me
fui al cuarto de baño; el libro en el sobaco.
Veinte minutos dan para mucho. Vacié mis intestinos y leí
unas 15 páginas de El topo. Otra maravilla de David John Moore Cornwell al que
todos conocemos como John Le Carré. Acto seguido me enfundé en el disfraz de
ciclista pero sin demasiadas concesiones. No uso casco ni maillot. Una simple
camiseta sin mangas y un culote de rebajas (sin acolchamiento). Uno no va a
dejar de ser yudoca porque monte en bici; digo yo.
Sin pensarlo mucho emprendí mi habitual ruta atravesando el
parque de la colina; el que tiene en lo alto dos cosas simulando largos cuellos
de cines en forma de corazón. De ahí pasé bajo el puente tercermundista con el
que se libra la vía del Cercanías. Es como pasar bajo la historia negra del
postfranquismo; toda una experiencia. Enseguida, pedaleé subiendo la suave
inclinación del otro parque; paralelo al ferrocarril. Al llegar al Hospital
observé asombrado que había tardado un par de minutos menos que otras veces. No
tenía ni idea de por qué. No sentía haber apretado más. Ni mucho menos.
Tras rebasar el Hospital accedí al camino que va sobre el
Henares.
Me encontraba estupendamente así es que apliqué fuerza al
acto de pedalear. De manera que llegué enseguida al Parque Europa y decidí
bajar por el camino de tierra en lugar de por la carretera.
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Entrada a Parque Europa |
Al llegar a la glorieta no vi a la puta fea y gorda que
estos días atrás buscaba clientes contoneándose como una hembra en celo. Igual
era más temprano. Yo ya no sentía tanto fresquito. De hecho iba sudando.
Subí la lomita del barrio del Castillo y decidí dar la
vuelta completa al diminuto asentamiento para recorrer un kilómetro más.
Al completar el giro accedí al camino por el que uno empieza
a adentrarse en el Parque Regional del Sudeste. Dejé a mi lado izquierdo el
Castillo –en realidad palacete- de Aldovea, que da nombre al barrio. Bajé
gustoso hasta la tapia de las instalaciones de CLH y crucé la carreterita que
acaba en los huertos de ocio. Al avistar la M-50 torcí por el camino que lleva
a las Islillas de Mejorada del campo. Ya he dicho que llevaba el objetivo de
hacer kilómetros. Me había fijado el propósito de recorrer 40 y necesitaba, por
tanto, alargar el recorrido.
Desde Las Islillas continué hasta los paseos de San Fernando
de Henares. Pasé el puentecillo de hierro sobre el Jarama y di toda la vuelta
completa por la depuradora de aguas y los paseos de acceso a los huertos de la
vega. Al volver al puente de hierro me encontré guardando turno para poder
pasar la bicicleta por el estrecho pasadizo que se ha habilitado para impedir
que se cuelen motocicletas. Volví a pensar en que igual no era tan temprano.
Además, no hacía fresquito. Mi camiseta ya estaba empapada en sudor. Menos mal
que la mayor parte del recorrido que había escogido transcurre entre árboles
frondosos.
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Puente sobre el Jarama llegando a San Fernando |
Conseguí apresurar mi ritmo de pedaleo para rebasar a los
dos grupos de ciclistas que habían demorado el paso por el puente. Ya estaba de
vuelta a casa.
Al bajar la cuesta del barrio del Castillo apreté para ganar
velocidad. Conseguí, como de costumbre, pasar de 40 Km/h. De manera que tuve
que frenar un poco al llegar a la glorieta. Seguía sin estar la meretriz.
Tras rebasar la glorieta de la carretera de Loeches decidí
ir –esta vez sí- por la carretera. Fue una sabia decisión porque las piernas
empezaban a rezongar. Malditas perezosas. A pesar de todo, al coronoar, todavía
subí un poco más hasta el estacionamiento del cementerio. Me gusta mucho pasar
por los cementerios para recordar que sigo vivo.
Fue entonces cuando se me ocurrió un frase que anoto aquí
ahora: “Hoy estoy dispuesto para morir. Hoy, por tanto, estoy dispuesto para
vivir”.
Así es que volví a darle cera a la máquina que tenía entre
las piernas. Enseguida se deslizó a más de 26 Km/h. Me pareció estupendo. Pocas
semanas atrás, por ese mismo lugar me costaba llegar a los 20.
Cuando salí de la carretera para retomar el camino sobre el
Henares vi a dos potrillos con su mamá yegua. Me gustó mucho la escena y pensé
que aquellos caballos iban a pasar todo el día a pleno sol en medio del paraje
amarillo de cereal tostado por el astro rey.
Como estos pensamientos son fugaces subido en una bicicleta
me apliqué a lo que estaba; a pedalear. Le den por culo a los caballos, debí
pensar. No me acuerdo.
Sin enterarme llegué al Hospital y decidí bajar por el
parque para beber algo de agua de la fuente. No estaba muy fresquita que
digamos. Igual no era temprano.
Desde allí me alejé un poco de la ruta para pasar por la
avenida del barrio que han dado en llamar Mancha Amarilla, uno de los últimos
en crearse en Torrejón de Ardoz. En realidad, la zona siempre se llamó Soto del
Espinillo por la información que yo mismo he podido recabar.
Me gusta bajar embalado por esa calle llena de terrazas y
comercios. Por las tardes están muy ambientados. En esta ocasión había poca
gente. Igual era temprano. Yo iba fresquito gracias a la velocidad que llevaba
con la brisa secando mi sudor pegado a la piel.
Al acabar la cuesta, como siempre, me metí sin frenar en el
cruce. Me encanta esa pequeña y temeraria concesión a mi perpetua inmadurez. Un
día lo pagaré caro. Estoy seguro.
Vuelta a pasar por el tunelito anacrónico en el que tampoco
suelo aflojar y siempre pienso en al posibilidad de atropellar a alguien. Un
día –ese alguien- lo pagará caro. Estoy seguro.
Atravieso la avenida de la Constitución y me dirijo hacia el
parque de la colina. Ahí sigue con los dos cisnes rojos, o lo que sean, en lo
alto.
Cruzo la carretera de la Base y me meto en la avenida de
Madrid. Ya sólo queda un kilómetro para llegar a casa y no voy a llegar a los
40 que había decidido recorrer. Cachis…
Giro vehementemente por el borde del parque de Veredillas y
le doy toda la vuelta. Ya lo tengo. Al enfilar hacia casa el marcador señala
que me faltan sólo 200 metros para la cuarentena de kilómetros que había
decidido recorrer. ¡Qué gilipollez! Menos mal que no me había dado por recorrer
100. Tanta inmadurez no queda por ahí.
Ya estoy en casa escribiendo mi relato del paseo en
bicicleta y sigo sin saber si hacía fresquito o era más temprano. Mañana lo
intento aclarar. Lo prometo.
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