Calor y aburrimiento. Bendito calor... bendito aburrimiento
Del sillón a la silla; de la tele al ordenador. Soy el nómada
del salón y no encuentro el rincón fresquito que buscaba mi perro hoy hace años
ha muerto. Soy el elefante que busca su senda entre trompazos –cosas de la
birra- y colmillo afilado a la espera de alguna multa en el buzón. Tengo que
destruirlas antes de que baje la moral en alguno de los de mis filas.
Hace calor. Me suena que cada verano, por estas fechas y por
estos pagos hace calor. Mucho calor. Luego llega el frío; mucho frío. Me suena
que por estos pagos siempre es así: nueve meses de invierno y tres de infierno.
Y yo moviendo los pucheros de Pepe Calderas. Hasta el gazpacho hierve en la
cacerola y del botijo sale fuego.
También me suena que el aburrimiento llega como un bálsamo
al que me acostumbro en unos minutos. Sospecho que siempre fui un vago
reciclado. Mi dosis matinal de disciplina me disfraza del tío hacendoso que no
soy. Cosas de la sociedad hipócrita que entre todos sostenemos cual colosos de
Rodas.
No me gusta la sangría, prefiero el aburrimiento. Tampoco me
gusta el tinto de verano que inventó una marca de refrescos gaseosos. Mariconadas.
Pero la cerveza -esa sí que me gusta- nunca está lo suficientemente fría en
verano. Te pongas cómo te pongas, siempre la recuerdas más helada de cómo realmente
la bebes. Es cómo las vacaciones; siempre las recuerdas mejores de lo que
realmente son. Por el contrario, también el trabajo trae peores momentos de lo
que realmente recuerdas; sobre todo en estos tiempos de incertidumbre, que ya
tuvieron sus precedentes en esta tierra incierta y en otros tiempos ciertos.
Tampoco me gustan las piscinas de verano, sólo tolero las de
invierno –las cubiertas- que no se masifican; esas en las que da corte mear
porque se nota. De hecho, hubo otro tiempo en que podía pasar por buen nadador.
O sea, nada de nada. Lo que pasa es que el mar me pilla lejos y tampoco me
gustan las playas, demasiada peña en plena metamorfosis rectilínea. Luego está
la arenita que se te mete hasta el mismísimo saco escrotal –el que lo tenga,
que si no profundiza aún más-. A mi me va más la costa de roca y aguas turbias,
como el güisqui que me pongo de vez en cuando. También me gustan los lagos o
los ríos anchos. Pero en España casi no hay; todo lo más embalses que se quedan
de pena en verano si hay sequía y riachuelos que daría vergüenza ascender a río
en otros continentes.
Claro que en otros continentes la ropa es más cara o
inexistente. También la comida. En África andan tratando de comer piedras para
engordar, como cantaban los Celtas Cortos. Aquí vamos a acabar en taparrabos y
echando sal a las muchas rocas que salen de debajo de la tierra. Pero aún queda
un trecho. Y mucho calor; también queda mucho calor para llegar al taparrabos;
ya está ahí la Iglesia para quitar tentaciones.
De momento, si el calendario no miente, estamos a punto de
atravesar la línea ecuatorial del mes dedicado a Augusto y que desplazó, junto
al dedicado a Julio César, a septiembre. De hecho, septiembre debe su nombre a
ser el séptimo y mira tú qué cosas. Por hacer acomodo y homenaje a los dos
grandes césares en el calendario, acabó el noveno. Claro que también octubre
(octavo), noviembre (el noveno) y diciembre (el décimo) corrieron sus
correspondientes dos puestos. Digo yo que al menos a noviembre y a diciembre los
podían haber dejado en su lugar (el noveno y el décimo) y así luego que
siguieran septiembre y octubre. Claro que celebrar esa fantochada de la navidad
en octubre levantaría ampollas. Sobre todo a los del olor a incienso y a culo
pajero.
El caso es que el próximo mes, el séptimo por nombre, pero
noveno por puesto, es el del retorno. La réentrée creo que la llaman los
franceses. Así es que me voy a ir preparando el síndrome ese de los cojones. Sí,
lo digo porque en realidad lo que pasa es que a uno no le sale de los cojones salir
del marasmo para volver a la rutina hace poco abandonada. Bendita rutina. He leído
por ahí, que la rutina es la que proporciona la economía de no tener que
ordenar cada uno de los actos ni tener que tomar cada una de las decisiones que
elipsa la automatización que proporciona dicha rutina. No me he enterado de
nada. El caso es que rutina a mí me suena a contracción de ruta y tina. Es
decir, a hacer el camino –el mismo camino siempre- metido en una lata o tina, o
lo que es lo mismo, el utilitario que cuesta un riñón llenar de sopa para
seguir en la misma rutina. Claro que de esa rutina también me he librado muy a
mi pesar, que más días viajo en tren y bicicleta que en vehículo privado. Cosas
de la crisis.
Feliz resto de verano, que de agosto ya nos queda sólo la
mitad como quien dice.
Etiquetas: reflexiones o así, wladi, wladiario, wlady


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