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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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viernes, mayo 03, 2024

El secreto

 


El Gatopardo es una novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la que se incluye la famosa sentencia que viene a decir: “Que todo cambie para que todo siga igual”. La gran obra fue rechazada por un par de editoriales y se publicó, por una tercera, a título póstumo. También fue llevada al cine por Luchino Visconti y está considerada como una obra maestra.


Cuentan que el director italiano fue muy minucioso y cuidó muchos detalles durante el rodaje. Una anécdota es que ordenó llenar los armarios con prendas de la época. Los actores y demás trabajadores estaban perplejos. Los armarios no se abrían en ningún momento; no se mostraba su interior. A Visconti no le importaba qué prendas se guardaran. Tampoco la talla, ni el color, ni la forma de los elementos textiles guardados. En cambio, era muy exigente en el sentido de que se tratase de algo susceptible de ser acomodado en un armario. En todo caso insistía en que debía de tratarse de algo de la época en que transcurre la historia. Con ello, el director esperaba dar mayor autenticidad a su película; lograr que fuera más creíble.


Era una especie de secreto, pero que conocía todo el que intervenía en el rodaje. No así los cientos de miles de espectadores que la vieron una vez terminada. Para ellos sí que quedaba invisible.


Si reflexionamos, podemos llegar a la conclusión de que hay varios tipos de secreto. Éste, del que venimos hablando, sería tal por no mostrar algo a la vista. No obstante, cualquiera que abriera el armario podría descubrirlo; además de que muchos lo sabían.


Me recuerda a otro similar, en cierto sentido, en que un ejemplar padre de familia fallece. Ahora no recuerdo quién fue, pero me explicaron que se trataba de un caso real. Tras expirar, su abnegada esposa, recogiendo las propiedades del fenecido, encuentra un cofre que no conocía. Lo abre y comprueba que, efectivamente, era de su cónyuge. En el interior hay varias fotos de los padres del finado, del día en que contrajo matrimonio, de sus hijos… Algunos recuerdos. Pero lo que más le sorprendió fue encontrar una medalla al mérito militar con su nombre. La mujer sabía que su marido había estado en el ejército; que había participado en alguna batalla. Lo que ignoraba es que hubiera merecido una distinción por su valor. La condecoración llevaba grabado su nombre.


En un gesto de máxima humildad, el protagonista de esta anécdota, había mantenido en secreto aquella distinción. Él sí que conocía su valor; para qué iba a ir presumiendo de ello. Los que le conocían personalmente también sabían que era un hombre valeroso. Simplemente no mantuvo a la vista la medalla. La ocultó.


Una cosa es hablar con el corazón en la mano, con franqueza y con sinceridad. Otra, muy distinta, ser sensiblero; dejar que el ego hable por uno, es decir, impedir en el otro los juicios de valor e intentar dárselos ya hechos. Pretender hacer que piense lo que uno quiere que piense.


En estos dos ejemplos, hay una ocultación que viene a estar más cerca de la humildad que del engaño que tienen otro tipo de secretos.


Habitualmente, se suele recurrir al secreto para que una persona siga haciendo algo de una manera determinada. Que no se entere de una circunstancia o cosa que pudiera hacer que su conducta variase en perjuicio de quienes mantienen el encubrimiento. Además, los conspiradores suelen prejuzgar lo que haría un tercero en el futuro. Eso nos lleva a un tipo de personas a las que no parece afectar el secretismo. No son dados a su práctica, no los utilizan ni son cómplices con ellos, ni siquiera parecen variar sus conductas una vez conocen alguno. Hay pocos así, pero los hay.


Quisiera hablar de un tercer caso real que me contaron y me impresionó, casi tanto como a quien me lo contó. De hecho conocí la anécdota hace muchos años y no la he olvidado.


Se trata de un nieto que va a ver a su adorado abuelo al hospital. El anciano está muy grave y parece encarar sus últimos días de existencia. Se trata de un hombre duro, que ha experimentado todo tipo de calamidades y se supo sobreponer a todas ellas. Un hombre generoso, siempre dispuesto a compartir lo suyo con los demás. Pese a ello, ningún sentimiento religioso le movía. Al contrario, presumía de ser ateo y, sobre todo, no apreciaba nada lo que él consideraba aparato de la Iglesia.


Un día, el abuelo se encontraba especialmente débil. Los médicos anunciaron que de un momento a otro se produciría la despedida. Tanto fue así, que acudió a la habitación un sacerdote a administrar la extremaunción al enfermo.


El nieto permaneció en la estancia con los ojos abiertos como platos. Conocía las ideas de su abuelo y esperaba que en cualquier momento el corajudo hombre diera un manotazo al aire negándose a recibir el sacramento, o algo por el estilo. Pero, para su sorpresa no fue así. Con voz apagada contestó “amén”, abrió la boca y se tragó la ostia consagrada que el eclesiástico le ofrecía.


Al chaval casi se le salen los ojos de las órbitas de tanto que los abrió. No creía lo que acababa de ver.


En cuanto quedó a solas con su abuelo le preguntó: Pero abuelo, no era usted ateo.


Su yayo le contesto: Y lo sigo siendo. No me iba a poner a discutir en estos momentos con ese hombre ¿no?


¡Magnífico ejemplo! ...¿No?

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 03, 2024
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sábado, abril 20, 2024

La vida como espectáculo



Hoy me he dado un paseo por el cercano parque de El Calero. Se trata de aprovechar el llamado buen tiempo. Otros hablarán de lo malo de eso cada vez más patente que llamamos el cambio climático. De momento, la mayoría de vecinos aprovecha para salir a pasear, aprovechando las anómalas temperaturas y los efectos del astro rey. La terracitas están llenas, los parques espesan en griterío y bullanga, la mayoría empieza a buscar la sombra para caminar. Hasta los pajaritos se suman a la fiesta. Las que más se dejan oír, fieles a su nombre, son las importadas cotorras. Tiempo habrá – piensan muchos- de lamentaciones. De momento, algo hacen los que pueden poco y poco hacen los que mucho pueden.


Entre tanto la vida sigue. Algunos niños se caen y quedan llorando en el suelo para que acudan sus padres en auxilio. Según algunos documentos esto ya era así en tiempos del Platón. Lo que no quedó documentado es si los progenitores acudían solícitos a la llamada de sus retoños para untar de saliva la rodilla dañada y repartir mimos y halagos.


Sí suele haber, en todo momento, un teléfono celular, que es capaz de registrar cada escena. Hace poco vi un vídeo que documentaba cómo un muchacho se colaba en el estadio Santiago Bernabéu. Otros inmortalizan que se están tomando una cervecita con su churri o amigos del alma. Unos lo fotografían y otros toman imágenes en un vídeo. La vida es una fiesta. Cada nimiedad es un espectáculo. Te puedes enterar de que a un viejo amigo de América, al que no ves hace años, le han ascendido en su trabajo. Te sientes más cerca de él. Le felicitas por la misma red social en que has recibido la información. En otras ocasiones te sientes contento de ver a un compañero feliz y alegre en una reunión de trabajo. Les ves unidos aunque luego, en le práctica, se relacionen con el móvil en la mano y sin levantar la vista de la pantalla. Es lo que hay.


Yo mismo, que parezco criticar este fenómeno, he tirado de celular para documentar este escrito cuando en mi paseo he escuchado un cántico que ha llamado mi atención. Se trataba de una congregación que entonaba alguna canción religiosa. Lo deduje porque todos a coro seguían a una persona que portaba una imagen representando a alguna virgen. No tengo ni idea a cuál. Siento no poder dar más detalles. Pero es consecuente con el barrio en que se halla el mencionado parque en el que los nombres de las calles son casi todos de vírgenes. De la Fuencisla, del Portillo, del Sagrario, del Castañar, de la Novena… Y todo en un barrio que ostentó el dudoso honor de ser el que más barras americanas y locales de putiferio tenía en toda España. ¡País de contrastes!


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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 20, 2024
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jueves, marzo 14, 2024

La infancia y la patria


La verdadera patria del hombre es la infancia, dijo el poeta. Quizás la verdadera bandera sea, entonces, la camiseta del chaval. Esa que en los veranos se quita el zagal en cuanto aprieta el calor. Ya después, cuando se madura, se muda la prenda, si es preciso, y no sólo por razones climatológicas.


Otro poeta pedía al padre que le agrandara la puerta por la que al crecer ya no podía pasar. O que, al menos, se le achicase -a su persona- volviéndole a la edad bendita en que vivir es soñar. La cosa es caber en ese cerco con la patria a cuestas. No con la del Congreso, ni la del equipo de fútbol, ni siquiera con la del famoso jugador… sino con la de los vecinos y amigos, con la del chico o chica que hizo florecer los primeros impulsos sexuales, con la de la peonza, la comba y la mochila del colegio.


¡Qué más da el idioma o el lenguaje! Si en cada zona cambia; también en cada barrio y, por supuesto, en cada país. Bien lo saben los que se mudaron de niños, aunque fuera a la zona de un poco más allá. Al poco, ni la madre entendía al zagal en muchas ocasiones. El niño-camaleón hace suyos los nuevos palabros y hasta la forma de pronunciarlos. ¡Cosas de guajes o rapaces!


Lo raro es cuando se juntan algunos mayores y defienden una supuesta patria aún proviniendo de barriadas distantes. Es como cuando el anunciante de un vehículo promete la singularidad e independencia al posible comprador. Y hablamos del coche del año; el más vendido. No es fácil que entre en la chola, dicho así. Pero hace mella el mensaje.


De ahí la importancia de la bandera que a cada cual evoca su goma de borrar o el olor al bocata del recreo. La misma insignia nos lleva a gente muy diferente a los mismos sentimientos basados en diferentes recuerdos de la edad en que vivir es soñar; sean los que sean.


Todos queremos el coche del año porque nos hará diferentes, como nuestro ídolo, tan bien plantado él o tan guapa ella. Nos volvemos clones para ser como él o ella; para ser “diferentes”.


Pero mucho antes, en la edad en que vivir es soñar, dábamos abrazos de esos en que se ofrece la piel aunque estuviera protegida por una parka o un anorak. Ofrecíamos la mano para que otra, más fuerte sirviera de luz. A cambio, se concedía el privilegio de dejar guiar al que todo lo tiene por recorrer.


Habrá que volver a buscar la patria de las costras en las rodillas, de la colleja al soltar un taco. Nos lo están poniendo difícil. Tanto que dudamos de si no viviríamos en un sueño


¿Queda alguno de mi patria? ¿Queda alguien de alguna de esas patrias?

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editado por...Wladi Martín @ jueves, marzo 14, 2024
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viernes, febrero 23, 2024

Delulu


Recientemente ha surgido una corriente filosófica -vamos a llamarla así- que tiene muchos adeptos entre los más jóvenes de nuestra generación. El fenómeno se conoce como delulu y viene del inglés, de la palabra sajona delusual, que viene a traducirse como ilusorio (delirante, dicen algunos). Se trataría de la capacidad de los que adaptan la cruda realidad a sus necesidades de modo que se disuelvan los problemas o al menos se soslayen. De ahí lo de ilusorio.


Esta corriente está arrasando en Tik Tok que, ya se sabe, hace furor entre los adolescentes. Se habla de más de 5.000 millones de visualizaciones en la mencionada red en busca del nuevo fenómeno. En muchos casos las imágenes van acompañadas del lema delulu is the solulu. Los detractores, que también hay muchos, lo vienen a traducir como autoengañarse es la solución.


No es nuevo eso de intentar huir de la cruda realidad, sobre todo entre los más jóvenes. Parece que en la edad en que más se apuesta por los sueños, se está dispuesto a fabricar, si es preciso, una realidad propia, más amable, menos complicada que la circundante. No hace tanto, arrasó la generación jipi (hippy) con su lema de haz el amor y no la guerra. Los muchachos se dejaban melenas, las muchachas desterraron los sujetadores, unos y otros fumaban cosas que no eran tabaco y consumieron sustancias cuyo tráfico dio un vuelco a la economía mundial. Todo por la libertad. Era su forma de construir otra realidad.


Después llegó el pasotismo con lo que podría definirse como estado perpetuo de no afectación. Es decir, de no estar interesado por nada que no convenga o conllevase cierto placer. Se trataba de una especie de hedonismo de andar por casa, que se anunciaba con aquello del: paso de todo.


Mucho antes -ya que hemos mencionado el hedonismo-, en la Grecia clásica se postulaba una corriente -llamada así, precisamente- consistente en buscar el placer y esquivar el dolor. Claro que el objetivo del placer era el bienestar espiritual y no la egoísta gratificación material a corto plazo.


En definitiva, que la cosa viene de lejos.


Sea como fuere, lanzamos una reflexión poniéndonos -al menos por una vez- del lado de nuestros jóvenes. Ahí va nuestra pregunta:


¿Es que, con la que está cayendo, no es lógico concebir una realidad agradable donde se puedan cumplir los deseos de cada cual?


Actualmente, se mira atrás -miles de siglos atrás- para echar un vistazo a la meditación. Así, de las técnicas budistas hemos pasado a lo que conocemos hoy por el anglicismo mindfulness. Su objetivo sería la plena consciencia para centrar la atención en el presente. Pero para que el proceso sea de forma plena hay que renunciar a los juicios y, por supuesto, a los prejuicios.


En las corrientes actuales que podríamos aunar en lo que llamamos autoayuda se suele hablar de múltiples realidades; una para cada uno. No percibimos las cosas como son; las percibimos en función de cómo somos nosotros, dice el doctor Joe Dispenza.


Algo de eso hay. Aunque también es un buen punto de partida para iniciar una reflexión, con pros y contras.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, febrero 23, 2024
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sábado, febrero 10, 2024

La ayuda


A veces, uno es incapaz de pedir ayuda. Es algo usual en quienes están acostumbrados a solucionar sus cosas, por si mismos.


Otros, en cambio, no saben hacer gran cosa sin pedir ayuda; aunque luego desprecien la solución que se les brinda. O la aprecian, pero no hacen caso alguno.


Entre los que tienen por costumbre solucionar sus cosas los hay que a su vez ofrecen ayuda aunque no se les pida y los hay que no la brindan hasta que no es solicitada.


Hay gente que ofrece ayuda sin que se le demande. En este grupo se pueden detectar los que entienden que se trata de un favor (no piden nada a cambio) y los que, mentalmente, es como si hicieran un contrato de sumisión o poco menos (piden algo a cambio).


Cuando se pide algo a cambio de la ayuda, a veces se pone una condición. Pero está a la vista. Quiero que me des “A”, pero, a cambio, he de recibir “B”. Con total claridad.


Otra cosa es que te regalo algo (o ayudo) que ni siquiera ha sido solicitado; y al cabo de un año, o más, no ríes uno de mis chistes… ¡Ingrato! ¡No te lo consiento!


Supongo que Cristóbal Colón se solucionaba sus problemas. No creo que nadie pudiera paliar su hambre y necesidades a bordo de la Santa María. Dudo que pidiera ayuda para pasar menos penalidades de las que pasó en su largo viaje trasatlántico. Debió caminar por lodazales en la selva americana. Andar entre piedras con mal calzado. Seguramente le picaron insectos que ni siquiera conocía. No podía ducharse, ni ponerse ropa limpia, ni ir al excusado. Y para pasar menos dificultades muy probablemente no pidió más ayuda que la de la Providencia, como dicen en las novelas.


Pero sí que supo pedir ayuda en otras circunstancias. Primero a Fernando llamado el Católico. Luego a su esposa Isabel. Finalmente consiguió lo que pedía (al menos en parte).


Entra en lo lógico pensar que recibiera alguna ayuda sin solicitarla; hablamos de la que debieron proporcionarle los soldados de las tropas que le acompañaban. No hacía falta pedir ese socorro porque quienes la conformaban estaban en las mismas que él. Se jugaban la vida.


A día de hoy, viendo de manera genérica quienes integran la juventud y la infancia, hay viejos que creen que al crecer esos individuos no se podría organizar un batallón para repetir tal hazaña al otro lado del charco. Pero ese es otro tema. Hablamos ahora de la ayuda. Los hay que quieren ayudar pero no pueden.


Cuando Cristóbal Colón llegó a lo que él llamó Las Indias hacía años que su madre había fallecido, según indican ciertos documentos. Más allá del dolor que padeciese por ello nos imaginamos una escena trasladando algunas cosas que se observan hoy en día. En ella, Colón está a punto de embarcarse hacia lo desconocido (por él) y la madre (que en la escena estaría viva) diría a su retoño algo así como: “Abrígate bien que en esas tierras seguro que hace mucho frío”. O tal vez: “¿Llevas manzanas? Que ya sabes que te sientan muy bien”.


Esa sería una ayuda no solicitada, de las que hemos hablado antes. Añadiríamos ahora que quedan dos interrogantes desde la perspectiva de la ayuda; la del que la recibe y la de quien la presta. En este caso, Susanna Fontanarossa, la presunta madre de Colón, podría quedarse tan a gusto con su propuesta de socorro o bien quedarse enganchada en él. “¿Se acordará mi hijo de ponerse la bufanda que con tanto cariño tejí?” “¿O la camisa que con tanto amor bordé?” “A ver si se le van a pudrir las manzanas antes de que se las coma”.


Desde la otra perspectiva, desde la del que la recibe, Colón podría quedarse tan a gusto o bien, por el contrario quedarse enganchado. “Como me han dicho que igual paso frío si no me pongo la bufanda, eso es que la necesito”. “¿Y si paso frío aunque me la ponga?”. “¿Y si la pierdo?” “A ver si se me van a pudrir las manzanas y lo paso mal sin ellas”.


Hasta aquí nuestra gramática parda o filosofía barata. Que cada cual proporcione ayuda según le parezca, si es que cree que la debe brindar. Ya sea cuando la soliciten o cuando no sea así. Que cada cual haga lo que crea oportuno con la ayuda que reciba; si se la dan. Ya sea ese auxilio requerido o no. Pero, por favor, que todos nos respetemos; tanto los que ayudan como los ayudados. Nosotros sólo hemos querido favorecer con estas palabras a quienes crean que lo necesitan. Si no lo hemos conseguido, esperamos, al menos, haber entretenido y movido a reflexión; divertir un poco, si acaso.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, febrero 10, 2024
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La vuelta de Hazard


Llevaba unos días sin ver a Hazard, el mendigo que me hace sentir importante. Me da la oportunidad de darle una moneda cada vez que me ve… me busca. Yo, me siento importante.


Llevaba, como decía, un tiempo sin ver la escuálida figura del rumano. Empecé a temerme lo peor. ¿Le habrá pasado algo? ¿Enferman los mendigos? ¿Van al médico?


Yo creo que en eso de los médicos radica una gran diferencia entre los que tienen hogar y los que viven en la calle (los homeless, que dicen los ingleses). Los primeros van al médico cuando creen que es conveniente. Los segundos, no van; les llevan. Y muchas de las veces es por quitarles de en medio, sobre todo cuando se encuentran desparramados en plena vía pública. Se suele ocupar de ello la policía.


El caso es que ayer, cuando llegaba a la parada del autobús, me sorprendió ver de repente a Hassard. Apareció como de la nada. Como un pajarillo. No le vi acercarse. Sólo acerté a reconocerle cuando ya le tenía a escasa distancia. Venía con su sonrisa de siempre y su abrigo de color camello; ese que también lleva en verano.


En invierno se suele poner otro abrigo azul marino encima del marrón, pero esta vez no lo llevaba. Mientras buscaba una moneda que ofrecerle le comenté: Hace mucho que no te veía. ¿Estás bien?


Sin dejar de sonreír me tranquilizó: He estado en otro sitio.


Bromeé contestándole: Ah; tienes otra oficina.


Rió para adentro, como hace él, tomó la moneda y contestó: Sí.


¡Vete tú a saber si me entendió! (Qué estaría pasando por su cabeza)


En cuanto apresó la moneda se despidió y cruzó la calle. En la parada de enfrente había una señora a la que se dirigió. También ella le dio una moneda. El rumano, con su botín en la mano, se metió en la tienda de al lado. Uno de esos colmados que los jóvenes llaman chinos, aunque sean regentados por murcianos... o por hindúes, como en este caso.


Todavía me dio tiempo a ver salir al mendigo, poco después, con una colorida bolsa de la que extraía trocitos de algo que se llevaba a la boca. Calorías baratas de escaso valor nutritivo. Un alimento de esos a los que se considera culpable de la ola de obesidad infantil. El bueno de Hassard no está gordo… ¡ya quisiera! Como se decía antes: Tiene menos carne que la radiografía de un silbido. Lo que pasa es que necesita aplacar los rugidos que el hambre provoca en sus tripas. Hay que calmarlas de vez en cuando; sobre todo cuando la bestia despierta.


Entre tanto, en nuestra sociedad, cada vez hay más niños gorditos. También ellos corren a los chinos cada vez que consiguen una moneda, a comprar su bolsa de calorías baratas. En su caso no hay que aplacar rugidos. Otra cosa es que igual hay que llevarles al médico cuando estén malitos.


De momento, al bueno de Hazard, que yo sepa, no ha habido que llevarle a que le den medicina. ¿Necesitará?

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editado por...Wladi Martín @ sábado, febrero 10, 2024
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sábado, diciembre 30, 2023

La partida de ajedrez


Eran las tres de la madrugada. Don Pensón, de la familia de los Urdimbre, volvía a desvelarse. Que se despertó, vaya. Como no era la primera vez, más bien era algo cotidiano, decidió levantarse de la cama sin agobiarse. A fin de cuentas, no tenía que madrugar. Así es que se dirigió al ordenador donde empezó a aplicar su rutina, su forma de operar de manera mecánica cada vez que conectaba el aparato. Primero echar un vistazo al correo digital, luego un paseo por las llamadas redes sociales. Finalmente, abrió la aplicación con la que jugaba al ajedrez contra la propia máquina. Se aseguró de que el nivel de usuario fuera el adecuado para poder ganar, pero sin demasiada facilidad.

Mientras el ordenador, ya viejo, realizaba su proceso, acudió a la cocina y se preparó un té matcha. Parece ser que pese a todo no interfiere en las ganas de dormir. Don Pensón había oído que la infusión es muy sana y la tomaba como si se tratase de un amuleto. Algunos, incluso asignaban al brebaje la capacidad de estimular el sueño.

Con la taza humeante en la mano se dirigió a la habitación donde se encontraba el pecé. Acercó el cenicero se encendió un pitillo, le dio una larga calada y lo depositó en el borde. Sabía que esa costumbre no tenía nada de bueno pero no conseguía erradicarla. A cambio, para eso tomaba el té matcha. Así compensaba. Eso creía él. Así metabolizaba la paradoja: una más.

Abrió la partida como siempre; de la misma manera, con el peón de reina. En seguida se percató de que la máquina preveía sus movimientos habituales. ¡Maldita inteligencia artificial! Por un lado estaba disfrutando de una partida con un invisible compañero a altas horas de la madrugada, gracias a ella. ¿A ver a quién le iba a pedir semejante favor? Para eso sí estaba bien la IA. Pero podía ser más amistoso el invisible rival y dejarse ganar un poco, sobre todo a esas horas.

Don Pensón tuvo que recurrir varias veces a la maniobra de retroceder jugada, para no perder algunas piezas. A pesar de todo la cosa estaba cada vez más enmarañada. Para colmo, empezó a notar retortijones en las tripas. Cada vez los dolores eran más agudos. Empezó a ponerse de mal humor, pero pensaba en aguantar las ganas para acabar la partida. Claro que también quería ganar; otra paradoja.

En uno de los apretones estuvo a punto de ventosear y notó el caldoso material cerca de los gayumbos casi en el límite de los confines de su cuerpo. Pausó el juego y a grandes zancadas se dirigió al excusado. Nunca antes había detenido el juego.

Tan pronto se sentó explosionó su necesidad vital. Casi no llego, pensó.

Al cabo de unos minutos, ya aliviado tras soltar una gran cantidad de mierda (con perdón), volvió a sentarse frente a la pantalla. El pitillo estaba casi consumido. Quedaba apenas lo suficiente para dar la última chupada. Así lo hizo y después tomó otro traguito del saludable líquido.

Reanudó la partida y lo hizo buscando una estrategia diferente a la que llevaba antes de salir corriendo al cuarto de baño. Las cosas empezaron a mejorar. Empezó a comerse algunas figuras del imaginario rival. Lo mismo que había desatascado sus tripas, conseguía ahora desenredar la situación. Casi como en una erupción.

Acabó, pocos movimientos después, ganando la contienda. No podía quitarse de la cabeza el paralelismo entre la resolución del atasco en las tripas y el del barullo en el ajedrez. Sólo tuvo que escuchar las señales, que, en este caso, no podía dejar sin atender. A veces, no hacemos caso a dichas señales.

Así le ocurre a mucha gente; que no atienden a los avisos y no saben desatascar algunas situaciones. Lo malo es que hay quienes van soltando mierda (dicho sea también con perdón) y, encima, no acaban desenmarañando la situación. De manera que el deseo de Don Pensón, desde entonces, es que quienes se ven en situaciones confusas, sobre todo los que tienen cierto poder y responsabilidad, suelten su mierda y no la esparzan, para liberar el bloqueo y solucionar el galimatías. Que ustedes caguen bien (con perdón).

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editado por...Wladi Martín @ sábado, diciembre 30, 2023
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viernes, diciembre 08, 2023

Una, dos y tres

 “Una, dos y tres; una, dos y tres, lo que usted no quiera para el rastro es”. Así rezaba la cancioncilla. Y se me ha metido el soniquete de tal manera que no dejo de tararear: una, dos u tres… Nunca llego al cuatro. De nuevo el uno. Así todo el día.


Me levanto y me afeito. Desayuno un cafelito y salgo a buscar el coche. Un serio esfuerzo de memoria me hace encontrarlo tras pensar eso de: ¡dónde coño lo dejé anoche!


Ya estoy en el trabajo; ahora hay que estacionar. Otra vuelta a la manzana.


Llego tarde… ¡como ayer! La nueva, la rubia platino ni me mira. Estoy harto de hacer el amor con ella en la fotocopiadora, en la máquina de café, en mi despacho… ¡en mi imaginación! Ya ni me excita. Casi se ha vuelto tan invisible como yo a sus ojos.


Tres broncas y cuatro decepciones después me voy para casa. He cumplido con más pena que gloria. Antes de subir me paso por el guarro (como hemos bautizado al Mesón Extremeño). Allí está Santi con los ojos chisporroteantes. Va por su tercer botellín. Intento empatar lo antes posible. Me bebo el mío de un tirón.


Cinco rondas después acierto a encontrar el momento de llegar por fin a casa. Las llaves parecen tener vida propia. Se me escapan de entre los dedos. Ni que les hubieran afectado los botellines. A mi no.


Susana me ofrece pescado rebozado que lleva en la sartén. Acepto, mientras me dirijo a por un plato y… a la nevera a por una cervecita.


El niño está en la cama; la tele nos pone las palabras que no acertamos a encontrar. Ella me habla de su jornada laboral. Yo apenas la escucho. Me esfuerzo en dar una opinión sólida sobre la guerra. “Son todos unos gilipollas”.


Me lavo los dientes y meto en la cama. Mi espalda encuentra la de Susana. Automáticamente, la colcha se desliza hacia ella unos centímetros. Vuelve el soniquete: “Una, dos y tres…”


Esa mañana, mientras me afeito y ante el espejo pienso que la canción condiciona mi existencia. ¿O es al revés? Igual es mi existencia la que me lleva a que la canción no se me vaya de la mente. No sé si me explico; casi no sé ni lo que digo. El caso es que no se va el estribillo. A cada rato lo tarareo. Voy a intentar cambiarlo y llegar al cuatro… ¡Nada! No entran los números en el soniquete. Empiezo en el dos… ¡Tampoco! No encuentro el compás. Bueno, empezaré en el cero, aunque sólo llegue al dos.


Algo ha cambiado. Me subí con sólo tres botellines del Mesón Extremeño. Practiqué sexo con Susana; no se puede hablar de hacer el amor, aunque se parece. Claro que hoy es viernes: nuestro día loco. Así desde hace ya años. Igual no tiene que ver con haber cambiado el estribillo de la canción. Lo mismo es una coincidencia… ¿O todos los viernes sólo canto hasta el dos?


Llega el fin de semana. A base de rutina (“una, dos y tres”) hemos ascendido a la cima. Lo hemos hecho subiendo la pesada carga de nuestras míseras existencias. Somos Sísifo sin saberlo siquiera. La pesada bola de piedra caerá el viernes por la noche y se detendrá abajo, el lunes por la mañana. Entonces habrá que volver a subirla penosamente, hasta la noche del viernes en que volveremos a dejarla caer para librarnos de su carga durante el fin de semana. “Una, dos y tres”.


Maldito cuatro, que nunca llega. Ni siquiera lo conozco. Incluso presiento que no deseo descubrir lo que encierra. Algo de miedo debe entrañar eso de saberlo. Hasta el tres me manejo. ¡Qué pereza llegar al cuatro…! ¿Y si luego hay cinco? ¿¡O seis!?


“Una, dos y tres”.


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editado por...Wladi Martín @ viernes, diciembre 08, 2023
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