Píldoras contra la envidia
En estos días en que la hipocresía compite por quedar por
encima de luces de colores y cánticos almibarados ofrezco cápsulas para no
rabiar. Ahora que la zambomba ha dejado paso al mensajito digital me esforzaré
en aconsejar pastillas para combatir la desazón y el rencor. Y es que la
felicidad no deja indiferente, o te cala o te provee de coraza: envidia se
llama.
Antes de pasar a las dosis hay que mentalizarse de que la
riqueza se encuentra dentro de uno mismo (si es que la hay) y nunca fuera;
mucho menos dentro de otro. Por eso, las pastillas para combatir la envidia
suscitan siempre reacciones de pecho adentro, bien sea a través del oído (oír
para dentro), de la vista (ver para dentro), del tacto (sentir), del gusto
(paladear) o del olfato (oler los perfumes de las estaciones y de la
Naturaleza).
En ayunas conviene respirar el primer aire fresco del día
como si se fuera a acabar, que realmente se está acabando. Una primera cápsula
de música para uno mismo, para escuchar agarrado a las vibraciones y dejarse
mecer por la alquimia de uno de los grandes. Yo propongo el triple concierto de
Beethoven que debiera escucharse en todos los colegios al menos una vez a la
semana. Y lo propongo tras haber dado una buenas bocanadas de aire fresco.
Para pensar menos en los demás también hay que gritar un
poco. Lo mejor es cantar a voz en cuello ya se tengan cualidades o voz de gato
aterrado. También puede valer María la portuguesa de Carlos Cano.
No todo son buenas noticias, es necesario también eructar y
tirarse pedos a menudo. Incluso en público. Precisamente en público. O es que hay
envidia mayor que la que se siente hacia el que eructa y se pee en público y se
queda tan pancho.
Tan importante es el peinarse y asearse como el ir
despeinado o desaliñado. El equilibrio es casi siempre la respuesta. Y el
equilibrio es no caerse, hacia fuera, para mantenerse firme uno, dentro. No se
olvide este punto importante.
A la hora de comer siempre hay que buscar lo que gusta,
antes que lo que atrae. Para ello se habrá educado previamente a lengua,
papilas gustativas y demás compinches, a saborear lo que se cuece a fuego
lento, lo que se asa al amor de la leña, antes que lo que manipulan rodillos
automáticos, máquinas de colorear y demás ingenios de las diversas industrias.
Es importante paladear la fruta recién cogida del árbol al menos dos veces por
año.
Conviene caminar mirando al suelo y al cielo. Se puede
alterar, pero no se debe desviar la mirada al frente para ver con quien se
cruza uno. Lo interesante no está ahí. Conviene beber de arroyos y fuentes
naturales, mojar los pies en riachuelos y balsas así sea otoño o invierno. Como
también conviene lanzarse a la nieva en plancha o de espaldas procurando ofrecer
en el choque cuanta más superficie mejor.
No olvidemos abrazar una vez cada tarde un árbol que nos
tenga enamorados por su sombra en verano y por los pájaros que soporta en los
cambios de estación. Tampoco está de más trepar sobre ellos aunque esta píldora
se puede sustituir por la de columpiarse en los juegos infantiles de los
parques.
Montar en bicicleta y nadar es obligatorio si bien se puede
sustituir por largos paseos en zonas vegetadas con la compañía de un solo compañero
o de una sola compañera.
Las manos están para tocar y coger. Los brazos están para
abrazar. No se cohíba. Es imprescindible para alejar definitivamente de
nuestras vidas la envidia saber abrazar, tocar y acariciar con la naturalidad
de los niños, con el calor de las madres, con el interés del ciego.
Al pasear, tocar, abrazar, nadar, montar en bicicleta o al
respirar bocanadas de aire fresco por las mañanas hay que saber oler. No sólo
se trata de descubrir la procedencia de las fragancias sino de rescatar en la
memoria los pliegues de esos olores. "Me huele a verano en las tardes de
mi barrio cuando jugábamos en pandilla". Es un ejemplo.
El sexo está sobrevalorado, pero ayuda. La risa está
sobrevalorada pero libera. La natación está sobrevalorada pero te recuerda que
hay que mantenerse a flote. Tan importante es reír a menudo como llorar cuando
se requiere. Tan necesario es el desahogo sexual como vital el abrazo fuerte y
sincero; mejor piel con piel, eso sí.
Otra importante pastilla antes de irse a la cama es cerrar
los ojos y seguir "viendo" la luz. La hay por todas partes y nos
empeñamos en apagarla. Somos luz (algunos incluso después de haber vivido).
También hay que aprender a escuchar el silencio, a hablar
sin abrir la boca, a respirar sin ruido, a abrir las orejas para adentro, a
rezar sin arrodillarse, a caminar no sólo con los pies, a mirar con la frente y
no sólo con los ojos. Hay que entrenarse en hacer dos cosas a la vez: oír y
escuchar, reír y perdonar, sonreír y ser indulgente, pedir y dar, crecer y menguar,
vivir y morir.
A los que me hayan tenido envidia alguna vez les ofrezco
pastillas de compasión. Nunca debieron de tomarse esa molestia. De verdad que
no merece la pena.
A los que hayan tenido alguna vez envidia de los míos les
ofrezco píldoras de solidaridad: háganlos suyos y podremos compartir el éxito.
A los que hayan sentido envidia por alguno de mis pocos
éxitos les ofrezco cápsulas de clarividencia. Si lo he podido hacer yo lo puede
hacer cualquiera. Si me ha sucedido a mi le puede suceder a cualquiera.
A los que nunca hayan sentido envidia les felicito y les
propongo añadan, en este escrito, cuantas pócimas y remedios les haya venido bien en su
camino de sabiduría. Sería muy de agradecer.
Y, finalmente, a los que se hayan visto contagiados en mis
menguados momentos de felicidad, por favor, que me recuerden, cuando volvamos a
vernos, que me arranque un cachito de corazón para ellos, como hago cada vez que
yo consigo albergar la felicidad de otros en mi. Como he intentado hacer al
escribir estas líneas dejando un jirón de corazón en cada frase.
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