Viviendo en el pasado
Estás viejo ¡tío! Si mueres que sea por el rokanrol

Hace tiempo que no dejo escrito alguno ni síntomas de mi paso por este blog. Ando, últimamente, a bocados con mi rabia y, claro: me como las palabras.
Tengo fotos del mismísimo Ian Anderson que dio una maravillosa rueda de prensa de la que nadie parecía querer irse. La dio casi recién aterrizado y en inglés, pero con un sentido del humor maravilloso (muy británico) y eso que se trata de un escocés de pro. Claro que ser escocés es ser británico, también, aunque, a veces, se nos olvide. Lo que no hay que olvidar es las innumerables actuaciones en que el flautista y cantante del grupo salta o saltaba al escenario con falda a lo Rob Roy y no a lo Marilyn Monroe.
Tuve ocasión de ir a la rueda de prensa de Ian Anderson –decía- y también de asistir a su concierto en Alcorcón… ¡estupendo concierto! (Ahora pongo las fotos). Estupendo por lo emotivo de reconciliarte con tu pasado, por lo de acudir a la misma estación en que perdiste un tren y encontrar que vuelve a pasar y ya no necesitas tomarlo (¿dónde te habría llevado? ¿dónde estarías tú ahora?)
Pero yo hablaba de la rabia y me voy con el grupo que adoptó como suyo el del inventor de la máquina cosechadora; un ingeniero agrónomo del siglo XVIII que vino a colaborar en la revolución del campo y, por tanto, en la revolución industrial.
Y tiene gracia lo de la cosechadora en estos días en que mi cosecha se hiela o llena de hiel. Así ando a bocados con la rabia, me como las palabras y se me amarga hasta el alma.
En el recuerdo surgen los discos (así se llamaban antes lo que hoy vienen a denominarse como vinilos) de mi adolescencia. Primero compré –con mi propio dinero- el Sargento Peppers de los Beatles. A continuación vino el In rock de los Deep Purple. ¡Toma ya!
Al poco de sumergirme en la música rock y en mi adolescencia (no recuerdo el orden de las inmersiones) llegó un maravilloso viaje a Londres. Era el que preparamos en el colegio Virgen de Europa, que dirigía el radical Ceferino y su esposa,
Volví de Londres con algunos discos, una revista porno y recuerdos imborrables como el de Susana. Uno de los discos era el doble de los Led Zeppelin (Physical Grafitti), una de cuyas canciones soñé al dejarme la radio encendida durante una siesta de estudiante exhausto. Otro de los elepés era el Aqualung de los Jethro Tull, que no había llegado a España por problemas con la censura; la puta censura. Lo traje como una joya y aprendí la letra de varias de las canciones, especialmente la principal; la del personaje Aqualung. Luego, todavía metido en plena adolescencia, le presté el disco a mi novia asturiana de ojos de mar y caprichos de gata faraónica. Coral me llamó desde una cabina telefónica y en ella se dejó la joya y algún otro disco que también le había prestado y que ni siquiera recuerdo.
“Antes acostumbraba a unirme a cualquier
muchacho o muchacha en amistad.
Ahora hay revolución, pero no saben
por lo que luchan.
Cerremos los ojos;
fuera, sus vidas van mucho más rápidas
Oh, no dejaremos que entren;
seguiremos viviendo en el pasado.

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