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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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miércoles, noviembre 20, 2024

Los mellizos y los flanes

 


Nacieron los dos a la vez. Eran mellizos y según los médicos, dentro de esta categoría, eran bicoriales biamnióticos. Es decir, que cada cual contó con su propia bolsa amniótica y su propia placenta al momento de ver la luz por primera vez. O sea, que, pese a ser muy parecidos, tenían argumentos sólidos para ser y sentirse individuales desde su gestación.


Menudo lío para sus papás dar explicaciones y satisfacer la curiosidad de los hermanitos.


Vayamos a lo práctico. Sus nombres, Oliver y Mateo, fue de las primeras palabras que confundieron cuando empezaban a hablar. Se liaban con eso de la identidad. Hasta ellos parecían cómodos con ser uno mismo y también “el otro”, a la vez. Era bastante habitual que Oliver respondiese por Mateo y viceversa, que Mateo lo hiciera por Oliver.


En la práctica, por muy mellizos que hubieran nacido, a medida que daban vueltas al sol, se iban distinguiendo el uno del otro; no eran gemelos. Un buen observador, podía distinguir entre ambos. Tanto más sencillo se volvió hacerlo cuánto más crecían. Sobre todo cuando la tarea de distinción se hacía con ambos hermanos presentes; los dos juntos. A medida que iban cumpliendo años uno se hacía bastante más grande que el hermano. Pero por separado y de chiquitines, era fácil caer en la confusión de tomar al uno por el otro. Especialmente al tratar de poner nombre a uno sin la compañía del mellizo.


Muy prontito empezaron a acudir a la guardería de su barrio. Luego, al crecer, fueron matriculados en un colegio también cercano a su casa. Allí se inscribieron a una de las actividades extraescolares, acorde con el carácter inquieto de los niños. Eran lo que se dice niños buenos, pero un poco trapisondas. En cuanto cumplieron los cinco añitos pasaron a formar parte de la bandada de chiquillos que practicaba yudo en aquel centro escolar.


La actividad se realizaba en el comedor escolar al que se conocía como salón multiactos. Para albergar las clases extraescolares, las mesas, tras la comida, se dejaban en los bordes del local y las sillas encima para dejar espacio en que colocar el tatami. Al fondo del local había una puerta que comunicaba con la cocina y solía tener una cadena bloqueada con un voluminoso candado. Era un colegio con cocina propia. Algunos platos se dejaban hechos de un día para el siguiente. Especialmente algunos postres.


En el citado colegio los mellizos de nuestra historia tenían por compañeros a unos trillizos, casi idénticos, entre sí. Eran Gorka, Aitor y Joseba, también niños buenos, pero dotados de una gran imaginación y provistos de extraordinarias dosis de energía. Juntos parecían seis en lugar de tres. Unidos a sus amiguitos, los mellizos, formaban una especie de enjambre infantil, valga la expresión.


Cuando se reunían los cinco eran imprevisibles. Lo que no se le ocurría a uno se le ocurría a otro. Eso sí: sus golpes se pueden definir como trastadas, no implicaban maldad alguna. Pero no dejaba de ser conveniente mantener una buena vigilancia sobre ellos.


Una de las tardes en que nuestros protagonistas se aplicaban al deporte de origen oriental es cuando sucedió la historia que ahora relatamos. Había muchos pequeños yudocas. Tantos que el profesor, pese a su experiencia, gastaba mucha energía en controlar al grupo. Claro que contaba con la ventaja de que los alumnos le querían y admiraban a partes iguales. Pese a todo, cayó parcialmente en la trampa que los inquietos Mateo y Oliver urdieron.


El profesor tenía por costumbre, cada vez que impartía una clase, contar al alumnado. Lo hacía mentalmente y sobre todo se fijaba en si el total era un número par o impar. Lo hacía para saber si eran los justos para aplicarse a algunos ejercicios que ordenaba realizar por parejas. En caso de ser nones él mismo se ofrecía a formar pareja con el niño que quedaba sin pareja.


Así lo hizo y se llevó el chasco de que los niños quedaban emparejados pese a creer haber contado 35. Volvió a pasar la vista por toda la superficie que formaban las colchonetas. ¡Nada! Se debía haber confundido. Eran 34. Igual empezaba a perder facultades.


Volvieron a cambiar de pareja y ésta vez resultaron ser impares, pero el total era de 33. Algo estaba haciendo mal el experto profesor. Así es que el voluntarioso hombre se puso a jugar precisamente con uno de los mellizos. Se refirió a él como Mateo y éste esbozó una enigmática sonrisa, dando a entender que era él.


Al volver a cambiar de pareja volvieron a ser pares. ¡Cosa de brujas!


El maestro empezó a dudar de sí mismo, pero también empezó a sospechar que algo raro pasaba. Le pareció detectar miradas extrañas tanto en los trillizos como en los mellizos. Nunca los veía juntos. Llegó a pronunciar en voz alta el nombre de ellos en distintas ocasiones. Siempre contestaba alguno; siempre con una enigmática sonrisa.


En un momento determinado, el monitor abandonó el extremo de la sala en que se situaba para tener a la vista la totalidad del tatami. Se fue al otro extremo, junto a la puerta de la cocina. Echó un vistazo casi de manera inconsciente y le pareció que se movía una de las hojas. Al principio le pareció imposible. Como queda dicho la dejaban atada con la cadena a cuyo extremo un candado ponía cierre. Se acercó para observar mejor. Entonces fue cuando se llevó la sorpresa de que la cadena sólo estaba superpuesta y el candado había desaparecido. Había paso franco y los inquietos Oliver y Mateo lo habían descubierto.


El profesor de yudo empujó la puerta que cedió sin dificultad. Casi en penumbra acertó a ver una escena que le produjo más risas que enojo. Un trillizo y un mellizo se aplicaban casi con gula a zamparse cada uno un flan sin molestarse siquiera en desmoldarlo.


El panorama era cómico. Junto a los niños en una mesa grande había unos seis o siete flanes que aún no habían sido deglutidos. Pero, también había una treintena de moldes vacíos con restos del sabroso dulce. La escena indicaba bien a las claras que la pandilla había dado buena cuenta de ellos.


Ahogando como pudo las risas el profesor se esforzó en mostrarse enojado para que los niños comprendieran que no estaba bien lo que habían hecho.


- ¡Pero bueno…! Dejad eso ahora mismo. ¿Qué habéis hecho con el candado?


- Nada profe. No estaba puesto cuando hemos llegado.


El profesor atrancó la puerta con una silla y volvió al tatami con los dos devoradores de flanes. No hizo ningún comentario para que no se enterasen los demás niños, que parecían ajenos a la picardía de nuestros protagonistas. Los chiquillos parecieron entender que era mejor no comentar nada.


Así las cosas, en la siguiente clase de yudo, el maestro preguntó a uno de los hermanos por lo que habían comido de postre. Ninguno de los protagonistas comía en el colegio. Así es que el hombre se dirigió a otro niño.


- Pues ha sido un rollo porque tocaba flan, pero por lo visto se estropearon y nos han puesto plátano.


Un día, muchos años después, cuando Mateo y Oliver ya eran casi adolescentes, hablaban con su papá. Ya eran fácilmente distinguibles y no sólo por el tamaño. Los rasgos faciales les hacían diferentes, sin dejar de tener parecido. Por alguna razón el padre conocía la historia de los flanes. Y eso, aunque ellos nunca dijeron nada. El padre estaba narrando al anécdota tal y como aquí queda narrada. Al acabar el relato, ambos chiquillos se miraron y sonriendo enigmáticamente clamaron a un mismo tiempo.


- Fue él.


Oliver señalaba con su dedo índice a Mateo. Mateo con el suyo a Oliver. Ambos a un mismo tiempo. Ambos esbozando su sonrisa enigmática.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, noviembre 20, 2024
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domingo, noviembre 10, 2024

LO CONSEGUÍ. LA MONEDA


La niña dormía. Había sido un día intenso. También era muy imaginativa. Quizás por todo ello, Alexia soñaba con mucha claridad. Se veía, en el sueño, en la playa haciendo un pozillo, muy cerca del mar. Justo donde la arena cambia de color por la humedad.

Era un juego que practicaba con sus amiguitos. Cavaban con las manos en la arena hasta que aparecía agua en el fondo del agujero. Lo que pasa es que en este sueño, casi cuando empezaba a filtrarse un poco de agua, Alexia descubrió asombrada que sus dedos tropezaban con algo rígido. Era una moneda.

La niña estaba dormida, pero se daba cuenta de que se trataba de un sueño. Lo tenía claro. Llegó a darse cuenta de que si despertaba lo haría sin la moneda en su mano; a fin de cuentas se trataba de un sueño. De manera que apretó el puño con toda su fuerza con la esperanza de que al amanecer estuviera allí atrapada.

La sensación era reconfortante. Tenía dos euros agarrados; todo un tesoro para una niña de cinco años. Su imaginación le llevaba a fantasear con muchas cosas que podría comprar al abrir los ojos.

Llegó el amanecer y la niña se despertó pese a ser más temprano de lo habitual. Estaba excitada y enseguida recordó su moneda de dos euros. Abrió la mano muy despacio. Pero el dinero no estaba allí. Se había evaporado o quedado en el sueño. Todo un disgusto.

Por aquellos días, Alexia pasaba unos días de vacaciones en la costa. De manera que solía ir todos los días a la playa con su familia.

Esa mañana se fue a desayunar y encontró a su madre en la cocina preparando los desayunos y algo de almuerzo para pasar el día de excursión junto al mar. Como estaba muy excitada por lo que había soñado contó todo a su madre que parecía escuchar sin prestar mucha atención.

Acabaron de desayunar y de prepararse para salir de excursión. Llegaron a la playa donde solían ir. Al poco tiempo, la madre de Alexia recomendó a la niña, que estaba como embobada, hacer un pozo en la arena. La hija reaccionó justo cuando su mamá decía: Lo mismo hasta encuentras la moneda del sueño.

La chavalilla se aplicó con esmero, poniendo los cinco sentidos que se suele decir. Transmitía, a sus tiernos dedos, toda la fuerza mental que encontraba. Sudaba más por la concentración que por el propio ejercicio físico.

Así, hasta que -¡oh sorpresa!- tropezó con algo rígido. Al principio pensó que sería una concha, pero redobló su fuerza mental y empezó a sacudir la arena pegada a aquel objeto. Y, efectivamente, lanzando destellos plateados al sol resultó ser una moneda de dos euros. El tesoro de su sueño.

Lanzó un grito que llegó a asustar a los que estaban cerca incluidos sus familiares. ¡Mira mamá!

Lo conseguiste, contestó su mamá esbozando una sonrisa enigmática.

Alexia contestó sin soltar la moneda: Como dice la profe Puri, “el que de verdad quiere algo lo consigue”.

Pasaron los días y se acabaron las vacaciones. La familia de Alexia volvió a su casa y a su rutina. Luego pasaron semanas y meses. Hasta que llegaron las Navidades.

La familia de Alexia tenía por costumbre acudir a comer a casa de los yayos uno de esos días. Allí se juntaba con sus tíos y primos. Tras la comida, Papá Noel se las ingeniaba para dejar los regalitos junto al abeto decorado al efecto.

A la voz de los mayores, los niños corrían a buscar sus regalos cuidadosamente envueltos con papeles de colores. Eran momentos de mucho alborozo salpimentados por gritos histéricos de júbilo y emoción.

Días antes, Alexia había declarado que le gustaría pedir a Papá Noel una muñeca que por entonces tenía enamorada a miles de niñas como ella. Sus papás ya le habían advertido que igual Santa Claus no podía atender su demanda, pero que probase a solicitarla en su carta.

La niña, sensata como era, sabía que había serias dificultades en recibir tan importante regalo. Pero no perdió las esperanzas. Puso en el deseo toda sus fuerzas mentales. Se acordó del episodio de la moneda en la playa. Activó ciertos mecanismos similares a los de aquel momento. Creía haber descubierto un proceso mental mágico y recurrió a él.

Entre codazos, risas, empujones… Alexia acabó encontrando un voluminoso paquete con su nombre escrito en él. Tenía las letras mayúsculas y en grande. Así es que no tuvo dificultad en leerlo.

Tenía los ojos abiertos como platos. Redobló sus energías psíquicas. Su estado emocional era similar al que experimentó cuando descubrió la moneda junto al mar.

Apenas rasgó el papel del envoltorio empezó a descubrir las formas que ella deseaba ver. No podía ni creérselo. Con un tirón violento sacó la muñeca que tanto deseaba de un amasijo de papel y cintas. Lo alzó como el que lleva un trofeo que acaba de conquistar y vuelta hacia sus padres, tíos y abuelos gritó: Lo “consigué”.

Sí, la niña, de tan emocionada emocionada que estaba se confundió. Quería decir: ¡Lo conseguí! Era tal el esfuerzo que había realizado que nunca dudó de que gracias a ello la muñeca era una conquista más que un regalo. Su tenacidad, su fortaleza llevada en secreto le había llevado a recorrer el camino mental y mágico del éxito.

La anécdota de la muñeca, unida a la de la moneda quedaron como un arcano en Alexia. Nunca se le olvidaba aquella vivencia y cuando necesitaba algo imperiosamente, recurría al proceso que ella iba depurando y agilizando para volver más práctico y accesible. Pronto descubrió, por ejemplo, que nada funcionaba si no se trataba de un deseo importante. Para conseguir tonterías o caprichos no servía.

Pasaron varios meses y la zagala aún jugaba con su muñeca a la que había puesto nombre. Se refería a ella como Puri; la había bautizado con el nombre de su profesora a la que tanto admiraba.

Uno de esos días, Alexia descubrió que el bolsito de la muñeca Puri se abría. No lo sabía. Así es que lo abrió y metió sus dedos. Algún recuerdo surgió de lo más profundo de su mente. Tropezó con algo rígido. No daba crédito a su memoria, mucho menos a lo que iba viendo. ¡Increíble! Se trataba de uno moneda de dos euros; todo un tesoro.

Por alguna extraña razón la chiquilla no comentó lo sucedido con sus padres. No lo comento a nadie. Lo mantuvo en secreto. Pero no por ello olvidó lo sucedido ni dejó de pensar en que había encontrado un camino mental o un sistema para hacer realidad los sueños.

Dicen que esa niña maduró y se acabó haciendo una gran mujer. Sabía desear con firmeza y conseguir lo que de ese modo se proponía. No queda claro que consiguiera todo aquello que se proponía, pero sí que era cierto que todo cuanto consiguió era por habérselo propuesto. Tampoco se sabe a ciencia cierta si fue feliz. Pero a todos cuantos se consultó reconocieron que fueron felices al cruzar sus vidas con la de ella.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, noviembre 10, 2024
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viernes, mayo 03, 2024

El secreto

 


El Gatopardo es una novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la que se incluye la famosa sentencia que viene a decir: “Que todo cambie para que todo siga igual”. La gran obra fue rechazada por un par de editoriales y se publicó, por una tercera, a título póstumo. También fue llevada al cine por Luchino Visconti y está considerada como una obra maestra.


Cuentan que el director italiano fue muy minucioso y cuidó muchos detalles durante el rodaje. Una anécdota es que ordenó llenar los armarios con prendas de la época. Los actores y demás trabajadores estaban perplejos. Los armarios no se abrían en ningún momento; no se mostraba su interior. A Visconti no le importaba qué prendas se guardaran. Tampoco la talla, ni el color, ni la forma de los elementos textiles guardados. En cambio, era muy exigente en el sentido de que se tratase de algo susceptible de ser acomodado en un armario. En todo caso insistía en que debía de tratarse de algo de la época en que transcurre la historia. Con ello, el director esperaba dar mayor autenticidad a su película; lograr que fuera más creíble.


Era una especie de secreto, pero que conocía todo el que intervenía en el rodaje. No así los cientos de miles de espectadores que la vieron una vez terminada. Para ellos sí que quedaba invisible.


Si reflexionamos, podemos llegar a la conclusión de que hay varios tipos de secreto. Éste, del que venimos hablando, sería tal por no mostrar algo a la vista. No obstante, cualquiera que abriera el armario podría descubrirlo; además de que muchos lo sabían.


Me recuerda a otro similar, en cierto sentido, en que un ejemplar padre de familia fallece. Ahora no recuerdo quién fue, pero me explicaron que se trataba de un caso real. Tras expirar, su abnegada esposa, recogiendo las propiedades del fenecido, encuentra un cofre que no conocía. Lo abre y comprueba que, efectivamente, era de su cónyuge. En el interior hay varias fotos de los padres del finado, del día en que contrajo matrimonio, de sus hijos… Algunos recuerdos. Pero lo que más le sorprendió fue encontrar una medalla al mérito militar con su nombre. La mujer sabía que su marido había estado en el ejército; que había participado en alguna batalla. Lo que ignoraba es que hubiera merecido una distinción por su valor. La condecoración llevaba grabado su nombre.


En un gesto de máxima humildad, el protagonista de esta anécdota, había mantenido en secreto aquella distinción. Él sí que conocía su valor; para qué iba a ir presumiendo de ello. Los que le conocían personalmente también sabían que era un hombre valeroso. Simplemente no mantuvo a la vista la medalla. La ocultó.


Una cosa es hablar con el corazón en la mano, con franqueza y con sinceridad. Otra, muy distinta, ser sensiblero; dejar que el ego hable por uno, es decir, impedir en el otro los juicios de valor e intentar dárselos ya hechos. Pretender hacer que piense lo que uno quiere que piense.


En estos dos ejemplos, hay una ocultación que viene a estar más cerca de la humildad que del engaño que tienen otro tipo de secretos.


Habitualmente, se suele recurrir al secreto para que una persona siga haciendo algo de una manera determinada. Que no se entere de una circunstancia o cosa que pudiera hacer que su conducta variase en perjuicio de quienes mantienen el encubrimiento. Además, los conspiradores suelen prejuzgar lo que haría un tercero en el futuro. Eso nos lleva a un tipo de personas a las que no parece afectar el secretismo. No son dados a su práctica, no los utilizan ni son cómplices con ellos, ni siquiera parecen variar sus conductas una vez conocen alguno. Hay pocos así, pero los hay.


Quisiera hablar de un tercer caso real que me contaron y me impresionó, casi tanto como a quien me lo contó. De hecho conocí la anécdota hace muchos años y no la he olvidado.


Se trata de un nieto que va a ver a su adorado abuelo al hospital. El anciano está muy grave y parece encarar sus últimos días de existencia. Se trata de un hombre duro, que ha experimentado todo tipo de calamidades y se supo sobreponer a todas ellas. Un hombre generoso, siempre dispuesto a compartir lo suyo con los demás. Pese a ello, ningún sentimiento religioso le movía. Al contrario, presumía de ser ateo y, sobre todo, no apreciaba nada lo que él consideraba aparato de la Iglesia.


Un día, el abuelo se encontraba especialmente débil. Los médicos anunciaron que de un momento a otro se produciría la despedida. Tanto fue así, que acudió a la habitación un sacerdote a administrar la extremaunción al enfermo.


El nieto permaneció en la estancia con los ojos abiertos como platos. Conocía las ideas de su abuelo y esperaba que en cualquier momento el corajudo hombre diera un manotazo al aire negándose a recibir el sacramento, o algo por el estilo. Pero, para su sorpresa no fue así. Con voz apagada contestó “amén”, abrió la boca y se tragó la ostia consagrada que el eclesiástico le ofrecía.


Al chaval casi se le salen los ojos de las órbitas de tanto que los abrió. No creía lo que acababa de ver.


En cuanto quedó a solas con su abuelo le preguntó: Pero abuelo, no era usted ateo.


Su yayo le contesto: Y lo sigo siendo. No me iba a poner a discutir en estos momentos con ese hombre ¿no?


¡Magnífico ejemplo! ...¿No?

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editado por...Wladi Martín @ viernes, mayo 03, 2024
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sábado, abril 20, 2024

La vida como espectáculo



Hoy me he dado un paseo por el cercano parque de El Calero. Se trata de aprovechar el llamado buen tiempo. Otros hablarán de lo malo de eso cada vez más patente que llamamos el cambio climático. De momento, la mayoría de vecinos aprovecha para salir a pasear, aprovechando las anómalas temperaturas y los efectos del astro rey. La terracitas están llenas, los parques espesan en griterío y bullanga, la mayoría empieza a buscar la sombra para caminar. Hasta los pajaritos se suman a la fiesta. Las que más se dejan oír, fieles a su nombre, son las importadas cotorras. Tiempo habrá – piensan muchos- de lamentaciones. De momento, algo hacen los que pueden poco y poco hacen los que mucho pueden.


Entre tanto la vida sigue. Algunos niños se caen y quedan llorando en el suelo para que acudan sus padres en auxilio. Según algunos documentos esto ya era así en tiempos del Platón. Lo que no quedó documentado es si los progenitores acudían solícitos a la llamada de sus retoños para untar de saliva la rodilla dañada y repartir mimos y halagos.


Sí suele haber, en todo momento, un teléfono celular, que es capaz de registrar cada escena. Hace poco vi un vídeo que documentaba cómo un muchacho se colaba en el estadio Santiago Bernabéu. Otros inmortalizan que se están tomando una cervecita con su churri o amigos del alma. Unos lo fotografían y otros toman imágenes en un vídeo. La vida es una fiesta. Cada nimiedad es un espectáculo. Te puedes enterar de que a un viejo amigo de América, al que no ves hace años, le han ascendido en su trabajo. Te sientes más cerca de él. Le felicitas por la misma red social en que has recibido la información. En otras ocasiones te sientes contento de ver a un compañero feliz y alegre en una reunión de trabajo. Les ves unidos aunque luego, en le práctica, se relacionen con el móvil en la mano y sin levantar la vista de la pantalla. Es lo que hay.


Yo mismo, que parezco criticar este fenómeno, he tirado de celular para documentar este escrito cuando en mi paseo he escuchado un cántico que ha llamado mi atención. Se trataba de una congregación que entonaba alguna canción religiosa. Lo deduje porque todos a coro seguían a una persona que portaba una imagen representando a alguna virgen. No tengo ni idea a cuál. Siento no poder dar más detalles. Pero es consecuente con el barrio en que se halla el mencionado parque en el que los nombres de las calles son casi todos de vírgenes. De la Fuencisla, del Portillo, del Sagrario, del Castañar, de la Novena… Y todo en un barrio que ostentó el dudoso honor de ser el que más barras americanas y locales de putiferio tenía en toda España. ¡País de contrastes!


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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 20, 2024
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jueves, marzo 14, 2024

La infancia y la patria


La verdadera patria del hombre es la infancia, dijo el poeta. Quizás la verdadera bandera sea, entonces, la camiseta del chaval. Esa que en los veranos se quita el zagal en cuanto aprieta el calor. Ya después, cuando se madura, se muda la prenda, si es preciso, y no sólo por razones climatológicas.


Otro poeta pedía al padre que le agrandara la puerta por la que al crecer ya no podía pasar. O que, al menos, se le achicase -a su persona- volviéndole a la edad bendita en que vivir es soñar. La cosa es caber en ese cerco con la patria a cuestas. No con la del Congreso, ni la del equipo de fútbol, ni siquiera con la del famoso jugador… sino con la de los vecinos y amigos, con la del chico o chica que hizo florecer los primeros impulsos sexuales, con la de la peonza, la comba y la mochila del colegio.


¡Qué más da el idioma o el lenguaje! Si en cada zona cambia; también en cada barrio y, por supuesto, en cada país. Bien lo saben los que se mudaron de niños, aunque fuera a la zona de un poco más allá. Al poco, ni la madre entendía al zagal en muchas ocasiones. El niño-camaleón hace suyos los nuevos palabros y hasta la forma de pronunciarlos. ¡Cosas de guajes o rapaces!


Lo raro es cuando se juntan algunos mayores y defienden una supuesta patria aún proviniendo de barriadas distantes. Es como cuando el anunciante de un vehículo promete la singularidad e independencia al posible comprador. Y hablamos del coche del año; el más vendido. No es fácil que entre en la chola, dicho así. Pero hace mella el mensaje.


De ahí la importancia de la bandera que a cada cual evoca su goma de borrar o el olor al bocata del recreo. La misma insignia nos lleva a gente muy diferente a los mismos sentimientos basados en diferentes recuerdos de la edad en que vivir es soñar; sean los que sean.


Todos queremos el coche del año porque nos hará diferentes, como nuestro ídolo, tan bien plantado él o tan guapa ella. Nos volvemos clones para ser como él o ella; para ser “diferentes”.


Pero mucho antes, en la edad en que vivir es soñar, dábamos abrazos de esos en que se ofrece la piel aunque estuviera protegida por una parka o un anorak. Ofrecíamos la mano para que otra, más fuerte sirviera de luz. A cambio, se concedía el privilegio de dejar guiar al que todo lo tiene por recorrer.


Habrá que volver a buscar la patria de las costras en las rodillas, de la colleja al soltar un taco. Nos lo están poniendo difícil. Tanto que dudamos de si no viviríamos en un sueño


¿Queda alguno de mi patria? ¿Queda alguien de alguna de esas patrias?

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editado por...Wladi Martín @ jueves, marzo 14, 2024
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viernes, febrero 23, 2024

Delulu


Recientemente ha surgido una corriente filosófica -vamos a llamarla así- que tiene muchos adeptos entre los más jóvenes de nuestra generación. El fenómeno se conoce como delulu y viene del inglés, de la palabra sajona delusual, que viene a traducirse como ilusorio (delirante, dicen algunos). Se trataría de la capacidad de los que adaptan la cruda realidad a sus necesidades de modo que se disuelvan los problemas o al menos se soslayen. De ahí lo de ilusorio.


Esta corriente está arrasando en Tik Tok que, ya se sabe, hace furor entre los adolescentes. Se habla de más de 5.000 millones de visualizaciones en la mencionada red en busca del nuevo fenómeno. En muchos casos las imágenes van acompañadas del lema delulu is the solulu. Los detractores, que también hay muchos, lo vienen a traducir como autoengañarse es la solución.


No es nuevo eso de intentar huir de la cruda realidad, sobre todo entre los más jóvenes. Parece que en la edad en que más se apuesta por los sueños, se está dispuesto a fabricar, si es preciso, una realidad propia, más amable, menos complicada que la circundante. No hace tanto, arrasó la generación jipi (hippy) con su lema de haz el amor y no la guerra. Los muchachos se dejaban melenas, las muchachas desterraron los sujetadores, unos y otros fumaban cosas que no eran tabaco y consumieron sustancias cuyo tráfico dio un vuelco a la economía mundial. Todo por la libertad. Era su forma de construir otra realidad.


Después llegó el pasotismo con lo que podría definirse como estado perpetuo de no afectación. Es decir, de no estar interesado por nada que no convenga o conllevase cierto placer. Se trataba de una especie de hedonismo de andar por casa, que se anunciaba con aquello del: paso de todo.


Mucho antes -ya que hemos mencionado el hedonismo-, en la Grecia clásica se postulaba una corriente -llamada así, precisamente- consistente en buscar el placer y esquivar el dolor. Claro que el objetivo del placer era el bienestar espiritual y no la egoísta gratificación material a corto plazo.


En definitiva, que la cosa viene de lejos.


Sea como fuere, lanzamos una reflexión poniéndonos -al menos por una vez- del lado de nuestros jóvenes. Ahí va nuestra pregunta:


¿Es que, con la que está cayendo, no es lógico concebir una realidad agradable donde se puedan cumplir los deseos de cada cual?


Actualmente, se mira atrás -miles de siglos atrás- para echar un vistazo a la meditación. Así, de las técnicas budistas hemos pasado a lo que conocemos hoy por el anglicismo mindfulness. Su objetivo sería la plena consciencia para centrar la atención en el presente. Pero para que el proceso sea de forma plena hay que renunciar a los juicios y, por supuesto, a los prejuicios.


En las corrientes actuales que podríamos aunar en lo que llamamos autoayuda se suele hablar de múltiples realidades; una para cada uno. No percibimos las cosas como son; las percibimos en función de cómo somos nosotros, dice el doctor Joe Dispenza.


Algo de eso hay. Aunque también es un buen punto de partida para iniciar una reflexión, con pros y contras.

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editado por...Wladi Martín @ viernes, febrero 23, 2024
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sábado, febrero 10, 2024

La ayuda


A veces, uno es incapaz de pedir ayuda. Es algo usual en quienes están acostumbrados a solucionar sus cosas, por si mismos.


Otros, en cambio, no saben hacer gran cosa sin pedir ayuda; aunque luego desprecien la solución que se les brinda. O la aprecian, pero no hacen caso alguno.


Entre los que tienen por costumbre solucionar sus cosas los hay que a su vez ofrecen ayuda aunque no se les pida y los hay que no la brindan hasta que no es solicitada.


Hay gente que ofrece ayuda sin que se le demande. En este grupo se pueden detectar los que entienden que se trata de un favor (no piden nada a cambio) y los que, mentalmente, es como si hicieran un contrato de sumisión o poco menos (piden algo a cambio).


Cuando se pide algo a cambio de la ayuda, a veces se pone una condición. Pero está a la vista. Quiero que me des “A”, pero, a cambio, he de recibir “B”. Con total claridad.


Otra cosa es que te regalo algo (o ayudo) que ni siquiera ha sido solicitado; y al cabo de un año, o más, no ríes uno de mis chistes… ¡Ingrato! ¡No te lo consiento!


Supongo que Cristóbal Colón se solucionaba sus problemas. No creo que nadie pudiera paliar su hambre y necesidades a bordo de la Santa María. Dudo que pidiera ayuda para pasar menos penalidades de las que pasó en su largo viaje trasatlántico. Debió caminar por lodazales en la selva americana. Andar entre piedras con mal calzado. Seguramente le picaron insectos que ni siquiera conocía. No podía ducharse, ni ponerse ropa limpia, ni ir al excusado. Y para pasar menos dificultades muy probablemente no pidió más ayuda que la de la Providencia, como dicen en las novelas.


Pero sí que supo pedir ayuda en otras circunstancias. Primero a Fernando llamado el Católico. Luego a su esposa Isabel. Finalmente consiguió lo que pedía (al menos en parte).


Entra en lo lógico pensar que recibiera alguna ayuda sin solicitarla; hablamos de la que debieron proporcionarle los soldados de las tropas que le acompañaban. No hacía falta pedir ese socorro porque quienes la conformaban estaban en las mismas que él. Se jugaban la vida.


A día de hoy, viendo de manera genérica quienes integran la juventud y la infancia, hay viejos que creen que al crecer esos individuos no se podría organizar un batallón para repetir tal hazaña al otro lado del charco. Pero ese es otro tema. Hablamos ahora de la ayuda. Los hay que quieren ayudar pero no pueden.


Cuando Cristóbal Colón llegó a lo que él llamó Las Indias hacía años que su madre había fallecido, según indican ciertos documentos. Más allá del dolor que padeciese por ello nos imaginamos una escena trasladando algunas cosas que se observan hoy en día. En ella, Colón está a punto de embarcarse hacia lo desconocido (por él) y la madre (que en la escena estaría viva) diría a su retoño algo así como: “Abrígate bien que en esas tierras seguro que hace mucho frío”. O tal vez: “¿Llevas manzanas? Que ya sabes que te sientan muy bien”.


Esa sería una ayuda no solicitada, de las que hemos hablado antes. Añadiríamos ahora que quedan dos interrogantes desde la perspectiva de la ayuda; la del que la recibe y la de quien la presta. En este caso, Susanna Fontanarossa, la presunta madre de Colón, podría quedarse tan a gusto con su propuesta de socorro o bien quedarse enganchada en él. “¿Se acordará mi hijo de ponerse la bufanda que con tanto cariño tejí?” “¿O la camisa que con tanto amor bordé?” “A ver si se le van a pudrir las manzanas antes de que se las coma”.


Desde la otra perspectiva, desde la del que la recibe, Colón podría quedarse tan a gusto o bien, por el contrario quedarse enganchado. “Como me han dicho que igual paso frío si no me pongo la bufanda, eso es que la necesito”. “¿Y si paso frío aunque me la ponga?”. “¿Y si la pierdo?” “A ver si se me van a pudrir las manzanas y lo paso mal sin ellas”.


Hasta aquí nuestra gramática parda o filosofía barata. Que cada cual proporcione ayuda según le parezca, si es que cree que la debe brindar. Ya sea cuando la soliciten o cuando no sea así. Que cada cual haga lo que crea oportuno con la ayuda que reciba; si se la dan. Ya sea ese auxilio requerido o no. Pero, por favor, que todos nos respetemos; tanto los que ayudan como los ayudados. Nosotros sólo hemos querido favorecer con estas palabras a quienes crean que lo necesitan. Si no lo hemos conseguido, esperamos, al menos, haber entretenido y movido a reflexión; divertir un poco, si acaso.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, febrero 10, 2024
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La vuelta de Hazard


Llevaba unos días sin ver a Hazard, el mendigo que me hace sentir importante. Me da la oportunidad de darle una moneda cada vez que me ve… me busca. Yo, me siento importante.


Llevaba, como decía, un tiempo sin ver la escuálida figura del rumano. Empecé a temerme lo peor. ¿Le habrá pasado algo? ¿Enferman los mendigos? ¿Van al médico?


Yo creo que en eso de los médicos radica una gran diferencia entre los que tienen hogar y los que viven en la calle (los homeless, que dicen los ingleses). Los primeros van al médico cuando creen que es conveniente. Los segundos, no van; les llevan. Y muchas de las veces es por quitarles de en medio, sobre todo cuando se encuentran desparramados en plena vía pública. Se suele ocupar de ello la policía.


El caso es que ayer, cuando llegaba a la parada del autobús, me sorprendió ver de repente a Hassard. Apareció como de la nada. Como un pajarillo. No le vi acercarse. Sólo acerté a reconocerle cuando ya le tenía a escasa distancia. Venía con su sonrisa de siempre y su abrigo de color camello; ese que también lleva en verano.


En invierno se suele poner otro abrigo azul marino encima del marrón, pero esta vez no lo llevaba. Mientras buscaba una moneda que ofrecerle le comenté: Hace mucho que no te veía. ¿Estás bien?


Sin dejar de sonreír me tranquilizó: He estado en otro sitio.


Bromeé contestándole: Ah; tienes otra oficina.


Rió para adentro, como hace él, tomó la moneda y contestó: Sí.


¡Vete tú a saber si me entendió! (Qué estaría pasando por su cabeza)


En cuanto apresó la moneda se despidió y cruzó la calle. En la parada de enfrente había una señora a la que se dirigió. También ella le dio una moneda. El rumano, con su botín en la mano, se metió en la tienda de al lado. Uno de esos colmados que los jóvenes llaman chinos, aunque sean regentados por murcianos... o por hindúes, como en este caso.


Todavía me dio tiempo a ver salir al mendigo, poco después, con una colorida bolsa de la que extraía trocitos de algo que se llevaba a la boca. Calorías baratas de escaso valor nutritivo. Un alimento de esos a los que se considera culpable de la ola de obesidad infantil. El bueno de Hassard no está gordo… ¡ya quisiera! Como se decía antes: Tiene menos carne que la radiografía de un silbido. Lo que pasa es que necesita aplacar los rugidos que el hambre provoca en sus tripas. Hay que calmarlas de vez en cuando; sobre todo cuando la bestia despierta.


Entre tanto, en nuestra sociedad, cada vez hay más niños gorditos. También ellos corren a los chinos cada vez que consiguen una moneda, a comprar su bolsa de calorías baratas. En su caso no hay que aplacar rugidos. Otra cosa es que igual hay que llevarles al médico cuando estén malitos.


De momento, al bueno de Hazard, que yo sepa, no ha habido que llevarle a que le den medicina. ¿Necesitará?

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editado por...Wladi Martín @ sábado, febrero 10, 2024
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