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miércoles, noviembre 20, 2024

Los mellizos y los flanes

 


Nacieron los dos a la vez. Eran mellizos y según los médicos, dentro de esta categoría, eran bicoriales biamnióticos. Es decir, que cada cual contó con su propia bolsa amniótica y su propia placenta al momento de ver la luz por primera vez. O sea, que, pese a ser muy parecidos, tenían argumentos sólidos para ser y sentirse individuales desde su gestación.


Menudo lío para sus papás dar explicaciones y satisfacer la curiosidad de los hermanitos.


Vayamos a lo práctico. Sus nombres, Oliver y Mateo, fue de las primeras palabras que confundieron cuando empezaban a hablar. Se liaban con eso de la identidad. Hasta ellos parecían cómodos con ser uno mismo y también “el otro”, a la vez. Era bastante habitual que Oliver respondiese por Mateo y viceversa, que Mateo lo hiciera por Oliver.


En la práctica, por muy mellizos que hubieran nacido, a medida que daban vueltas al sol, se iban distinguiendo el uno del otro; no eran gemelos. Un buen observador, podía distinguir entre ambos. Tanto más sencillo se volvió hacerlo cuánto más crecían. Sobre todo cuando la tarea de distinción se hacía con ambos hermanos presentes; los dos juntos. A medida que iban cumpliendo años uno se hacía bastante más grande que el hermano. Pero por separado y de chiquitines, era fácil caer en la confusión de tomar al uno por el otro. Especialmente al tratar de poner nombre a uno sin la compañía del mellizo.


Muy prontito empezaron a acudir a la guardería de su barrio. Luego, al crecer, fueron matriculados en un colegio también cercano a su casa. Allí se inscribieron a una de las actividades extraescolares, acorde con el carácter inquieto de los niños. Eran lo que se dice niños buenos, pero un poco trapisondas. En cuanto cumplieron los cinco añitos pasaron a formar parte de la bandada de chiquillos que practicaba yudo en aquel centro escolar.


La actividad se realizaba en el comedor escolar al que se conocía como salón multiactos. Para albergar las clases extraescolares, las mesas, tras la comida, se dejaban en los bordes del local y las sillas encima para dejar espacio en que colocar el tatami. Al fondo del local había una puerta que comunicaba con la cocina y solía tener una cadena bloqueada con un voluminoso candado. Era un colegio con cocina propia. Algunos platos se dejaban hechos de un día para el siguiente. Especialmente algunos postres.


En el citado colegio los mellizos de nuestra historia tenían por compañeros a unos trillizos, casi idénticos, entre sí. Eran Gorka, Aitor y Joseba, también niños buenos, pero dotados de una gran imaginación y provistos de extraordinarias dosis de energía. Juntos parecían seis en lugar de tres. Unidos a sus amiguitos, los mellizos, formaban una especie de enjambre infantil, valga la expresión.


Cuando se reunían los cinco eran imprevisibles. Lo que no se le ocurría a uno se le ocurría a otro. Eso sí: sus golpes se pueden definir como trastadas, no implicaban maldad alguna. Pero no dejaba de ser conveniente mantener una buena vigilancia sobre ellos.


Una de las tardes en que nuestros protagonistas se aplicaban al deporte de origen oriental es cuando sucedió la historia que ahora relatamos. Había muchos pequeños yudocas. Tantos que el profesor, pese a su experiencia, gastaba mucha energía en controlar al grupo. Claro que contaba con la ventaja de que los alumnos le querían y admiraban a partes iguales. Pese a todo, cayó parcialmente en la trampa que los inquietos Mateo y Oliver urdieron.


El profesor tenía por costumbre, cada vez que impartía una clase, contar al alumnado. Lo hacía mentalmente y sobre todo se fijaba en si el total era un número par o impar. Lo hacía para saber si eran los justos para aplicarse a algunos ejercicios que ordenaba realizar por parejas. En caso de ser nones él mismo se ofrecía a formar pareja con el niño que quedaba sin pareja.


Así lo hizo y se llevó el chasco de que los niños quedaban emparejados pese a creer haber contado 35. Volvió a pasar la vista por toda la superficie que formaban las colchonetas. ¡Nada! Se debía haber confundido. Eran 34. Igual empezaba a perder facultades.


Volvieron a cambiar de pareja y ésta vez resultaron ser impares, pero el total era de 33. Algo estaba haciendo mal el experto profesor. Así es que el voluntarioso hombre se puso a jugar precisamente con uno de los mellizos. Se refirió a él como Mateo y éste esbozó una enigmática sonrisa, dando a entender que era él.


Al volver a cambiar de pareja volvieron a ser pares. ¡Cosa de brujas!


El maestro empezó a dudar de sí mismo, pero también empezó a sospechar que algo raro pasaba. Le pareció detectar miradas extrañas tanto en los trillizos como en los mellizos. Nunca los veía juntos. Llegó a pronunciar en voz alta el nombre de ellos en distintas ocasiones. Siempre contestaba alguno; siempre con una enigmática sonrisa.


En un momento determinado, el monitor abandonó el extremo de la sala en que se situaba para tener a la vista la totalidad del tatami. Se fue al otro extremo, junto a la puerta de la cocina. Echó un vistazo casi de manera inconsciente y le pareció que se movía una de las hojas. Al principio le pareció imposible. Como queda dicho la dejaban atada con la cadena a cuyo extremo un candado ponía cierre. Se acercó para observar mejor. Entonces fue cuando se llevó la sorpresa de que la cadena sólo estaba superpuesta y el candado había desaparecido. Había paso franco y los inquietos Oliver y Mateo lo habían descubierto.


El profesor de yudo empujó la puerta que cedió sin dificultad. Casi en penumbra acertó a ver una escena que le produjo más risas que enojo. Un trillizo y un mellizo se aplicaban casi con gula a zamparse cada uno un flan sin molestarse siquiera en desmoldarlo.


El panorama era cómico. Junto a los niños en una mesa grande había unos seis o siete flanes que aún no habían sido deglutidos. Pero, también había una treintena de moldes vacíos con restos del sabroso dulce. La escena indicaba bien a las claras que la pandilla había dado buena cuenta de ellos.


Ahogando como pudo las risas el profesor se esforzó en mostrarse enojado para que los niños comprendieran que no estaba bien lo que habían hecho.


- ¡Pero bueno…! Dejad eso ahora mismo. ¿Qué habéis hecho con el candado?


- Nada profe. No estaba puesto cuando hemos llegado.


El profesor atrancó la puerta con una silla y volvió al tatami con los dos devoradores de flanes. No hizo ningún comentario para que no se enterasen los demás niños, que parecían ajenos a la picardía de nuestros protagonistas. Los chiquillos parecieron entender que era mejor no comentar nada.


Así las cosas, en la siguiente clase de yudo, el maestro preguntó a uno de los hermanos por lo que habían comido de postre. Ninguno de los protagonistas comía en el colegio. Así es que el hombre se dirigió a otro niño.


- Pues ha sido un rollo porque tocaba flan, pero por lo visto se estropearon y nos han puesto plátano.


Un día, muchos años después, cuando Mateo y Oliver ya eran casi adolescentes, hablaban con su papá. Ya eran fácilmente distinguibles y no sólo por el tamaño. Los rasgos faciales les hacían diferentes, sin dejar de tener parecido. Por alguna razón el padre conocía la historia de los flanes. Y eso, aunque ellos nunca dijeron nada. El padre estaba narrando al anécdota tal y como aquí queda narrada. Al acabar el relato, ambos chiquillos se miraron y sonriendo enigmáticamente clamaron a un mismo tiempo.


- Fue él.


Oliver señalaba con su dedo índice a Mateo. Mateo con el suyo a Oliver. Ambos a un mismo tiempo. Ambos esbozando su sonrisa enigmática.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, noviembre 20, 2024
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domingo, noviembre 10, 2024

LO CONSEGUÍ. LA MONEDA


La niña dormía. Había sido un día intenso. También era muy imaginativa. Quizás por todo ello, Alexia soñaba con mucha claridad. Se veía, en el sueño, en la playa haciendo un pozillo, muy cerca del mar. Justo donde la arena cambia de color por la humedad.

Era un juego que practicaba con sus amiguitos. Cavaban con las manos en la arena hasta que aparecía agua en el fondo del agujero. Lo que pasa es que en este sueño, casi cuando empezaba a filtrarse un poco de agua, Alexia descubrió asombrada que sus dedos tropezaban con algo rígido. Era una moneda.

La niña estaba dormida, pero se daba cuenta de que se trataba de un sueño. Lo tenía claro. Llegó a darse cuenta de que si despertaba lo haría sin la moneda en su mano; a fin de cuentas se trataba de un sueño. De manera que apretó el puño con toda su fuerza con la esperanza de que al amanecer estuviera allí atrapada.

La sensación era reconfortante. Tenía dos euros agarrados; todo un tesoro para una niña de cinco años. Su imaginación le llevaba a fantasear con muchas cosas que podría comprar al abrir los ojos.

Llegó el amanecer y la niña se despertó pese a ser más temprano de lo habitual. Estaba excitada y enseguida recordó su moneda de dos euros. Abrió la mano muy despacio. Pero el dinero no estaba allí. Se había evaporado o quedado en el sueño. Todo un disgusto.

Por aquellos días, Alexia pasaba unos días de vacaciones en la costa. De manera que solía ir todos los días a la playa con su familia.

Esa mañana se fue a desayunar y encontró a su madre en la cocina preparando los desayunos y algo de almuerzo para pasar el día de excursión junto al mar. Como estaba muy excitada por lo que había soñado contó todo a su madre que parecía escuchar sin prestar mucha atención.

Acabaron de desayunar y de prepararse para salir de excursión. Llegaron a la playa donde solían ir. Al poco tiempo, la madre de Alexia recomendó a la niña, que estaba como embobada, hacer un pozo en la arena. La hija reaccionó justo cuando su mamá decía: Lo mismo hasta encuentras la moneda del sueño.

La chavalilla se aplicó con esmero, poniendo los cinco sentidos que se suele decir. Transmitía, a sus tiernos dedos, toda la fuerza mental que encontraba. Sudaba más por la concentración que por el propio ejercicio físico.

Así, hasta que -¡oh sorpresa!- tropezó con algo rígido. Al principio pensó que sería una concha, pero redobló su fuerza mental y empezó a sacudir la arena pegada a aquel objeto. Y, efectivamente, lanzando destellos plateados al sol resultó ser una moneda de dos euros. El tesoro de su sueño.

Lanzó un grito que llegó a asustar a los que estaban cerca incluidos sus familiares. ¡Mira mamá!

Lo conseguiste, contestó su mamá esbozando una sonrisa enigmática.

Alexia contestó sin soltar la moneda: Como dice la profe Puri, “el que de verdad quiere algo lo consigue”.

Pasaron los días y se acabaron las vacaciones. La familia de Alexia volvió a su casa y a su rutina. Luego pasaron semanas y meses. Hasta que llegaron las Navidades.

La familia de Alexia tenía por costumbre acudir a comer a casa de los yayos uno de esos días. Allí se juntaba con sus tíos y primos. Tras la comida, Papá Noel se las ingeniaba para dejar los regalitos junto al abeto decorado al efecto.

A la voz de los mayores, los niños corrían a buscar sus regalos cuidadosamente envueltos con papeles de colores. Eran momentos de mucho alborozo salpimentados por gritos histéricos de júbilo y emoción.

Días antes, Alexia había declarado que le gustaría pedir a Papá Noel una muñeca que por entonces tenía enamorada a miles de niñas como ella. Sus papás ya le habían advertido que igual Santa Claus no podía atender su demanda, pero que probase a solicitarla en su carta.

La niña, sensata como era, sabía que había serias dificultades en recibir tan importante regalo. Pero no perdió las esperanzas. Puso en el deseo toda sus fuerzas mentales. Se acordó del episodio de la moneda en la playa. Activó ciertos mecanismos similares a los de aquel momento. Creía haber descubierto un proceso mental mágico y recurrió a él.

Entre codazos, risas, empujones… Alexia acabó encontrando un voluminoso paquete con su nombre escrito en él. Tenía las letras mayúsculas y en grande. Así es que no tuvo dificultad en leerlo.

Tenía los ojos abiertos como platos. Redobló sus energías psíquicas. Su estado emocional era similar al que experimentó cuando descubrió la moneda junto al mar.

Apenas rasgó el papel del envoltorio empezó a descubrir las formas que ella deseaba ver. No podía ni creérselo. Con un tirón violento sacó la muñeca que tanto deseaba de un amasijo de papel y cintas. Lo alzó como el que lleva un trofeo que acaba de conquistar y vuelta hacia sus padres, tíos y abuelos gritó: Lo “consigué”.

Sí, la niña, de tan emocionada emocionada que estaba se confundió. Quería decir: ¡Lo conseguí! Era tal el esfuerzo que había realizado que nunca dudó de que gracias a ello la muñeca era una conquista más que un regalo. Su tenacidad, su fortaleza llevada en secreto le había llevado a recorrer el camino mental y mágico del éxito.

La anécdota de la muñeca, unida a la de la moneda quedaron como un arcano en Alexia. Nunca se le olvidaba aquella vivencia y cuando necesitaba algo imperiosamente, recurría al proceso que ella iba depurando y agilizando para volver más práctico y accesible. Pronto descubrió, por ejemplo, que nada funcionaba si no se trataba de un deseo importante. Para conseguir tonterías o caprichos no servía.

Pasaron varios meses y la zagala aún jugaba con su muñeca a la que había puesto nombre. Se refería a ella como Puri; la había bautizado con el nombre de su profesora a la que tanto admiraba.

Uno de esos días, Alexia descubrió que el bolsito de la muñeca Puri se abría. No lo sabía. Así es que lo abrió y metió sus dedos. Algún recuerdo surgió de lo más profundo de su mente. Tropezó con algo rígido. No daba crédito a su memoria, mucho menos a lo que iba viendo. ¡Increíble! Se trataba de uno moneda de dos euros; todo un tesoro.

Por alguna extraña razón la chiquilla no comentó lo sucedido con sus padres. No lo comento a nadie. Lo mantuvo en secreto. Pero no por ello olvidó lo sucedido ni dejó de pensar en que había encontrado un camino mental o un sistema para hacer realidad los sueños.

Dicen que esa niña maduró y se acabó haciendo una gran mujer. Sabía desear con firmeza y conseguir lo que de ese modo se proponía. No queda claro que consiguiera todo aquello que se proponía, pero sí que era cierto que todo cuanto consiguió era por habérselo propuesto. Tampoco se sabe a ciencia cierta si fue feliz. Pero a todos cuantos se consultó reconocieron que fueron felices al cruzar sus vidas con la de ella.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, noviembre 10, 2024
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