Las ruinas
La pereza, tupida cortina opaca, no deja pasar luz al castillo en el que habito; soy castillo. Los brazos son almenas que apenas se mueven, pero parapetan de los ataques. Ataques que venían de fuera. Los de dentro, los actuales, ganan terreno; aunque poco hay que ganar. Se ha instalado la aridez donde antes crecían flores y hierbas de finos olores. La oscuridad no deja ver lo poco que queda por mirar. Nada que oler; apenas hay oxígeno. Falta aire.
Donde hubo altivez hoy queda recuerdo. Si acaso en la sombra se presiente la grandeza de otros tiempos. Cosas del pasado. Hoy todo es decadencia. Qué bella esa decadencia que pronto será sólo olvido. Qué bello lo que quedó que nos recuerda lo que fue. Sólo con el olvido, plantando firme el pie en la ruina, se puede uno impulsar hacia lo que será; promesa de lo nuevo.
Aún quedan días de recuerdo. Los cronistas del lugar saben la historia; esa sucesión de acontecimientos que quedaron, dignos de ser reseñados, desprovistos de toda emoción. Los cronistas, a quién ya pocos escuchan, callan algunos datos. Total, ¿para qué? Sólo quedan en pie los muros. Piedra que se convertirá en polvo. Polvo eres…
Ahí quedarán por siempre el monte escogido para, desde las alturas, dominar el paisaje. Ahí quedarán los testigos de la batallas libradas: los montes, los ríos, las llanuras… A algún lugar van esas victorias contra la opresión, en favor de la convicciones que nadie más tuvo. Las ruinas desde las que tomar impulso para algo servirán. La historia de los hombres y también la de las mujeres está cimentada en montes de piedra con polvo. En ruinas de otros que hoy sirven. En escombros con los que se construye el futuro. Que nadie te diga que no valió para nada.
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