Discusión frente al espejo
Me había puesto a discutir frente al espejo y, como siempre,
me quedé sin razones. Me hice el muerto -se me da bien-, para ver si la imagen
dejaba de atacarme y se aburría, como dicen que les pasa a los osos... y a las
mujeres. Igual te libras de ser despedazado. Para qué discutir si puedes pelear.
Salí con vida. Igual el oso soy yo. Al menos soy peludo y gordo; también suelo
invernar.
Salí de casa arrastrando los pies y los achaques. El sol
proyectaba la sombra de un hombre gris que se empeñaba en seguir mis pasos. Qué
fastidio.
Como me había quedado sin razones, frente al espejo, le di
al músculo o a las amígdalas o a qué sé yo... Seguí caminando sin darme cuenta
de que no sabía a dónde iba. Ahora era yo el que seguía a la sombra dado que el
sol lo tenía a la espalda. Los pistoleros saben que es bueno tener el sol a la
espalda cuando hay que desenfundar, así es que me consolé con eso. Crucé la
calle sin acercarme al paso de peatones y con la vista perdida. Oí un claxon
como si fuera un sonido ajeno a mi mundo, un mundo desordenado en el que no
había lugar para camiones de la basura a esas horas.
Casi como por azar llegué al parque donde jugaban, lo mismo,
viejos a la petanca que niños a la pelota. Yo estaba en la etapa en que no se
juega y lo echaba de menos. Me acerqué a un columpio y me balanceé un rato
esperando no ser descubierto. Nada. Ya no tenía costumbre de jugar. Tendré que
esperar unos años a intentarlo con la petanca. Niños y viejos, dos extremos de
un tránsito que se nos escapa sin darnos cuenta. O dándonos cuenta pero siempre
con regusto a efímero.
De repente una sonrisa frente a mí. ¿Qué haces aquí papá? Y yo sin acertar quién es esa hermosa mujer
de ojos claros que me recuerda a alguien, que me recuerda a todas las mujeres.
¿Una amiga, una compañera, una madre?
¿Estás bien? Mejor
que nunca podría contestar de no ser por sentirme absolutamente desorientado.
Yo no tengo hijos. Pero me esfuerzo de manera vergonzosa en rescatar de mi
cerebro si alguna vez, en algún lugar, he tenido una hija que se haya podido
convertir en esa hermosa mujer. ¡Esta cabeza mía!
La mente se columpia como poco antes lo hacía yo. Va de un
lado a otro sin encontrar el punto de equilibrio. Sigo luchando mentalmente en
dos direcciones. Descarto lo que aparenta ser la realidad de ese momento. Una
mujer que se postula ante mi como la hija que no tengo... Y trato de encontrar
una luz en mi pensamiento donde alumbre algún recuerdo de algo inexistente e
inexplicable. ¿Qué me está pasando? Debo de tener una cara de bobo
impresionante.
¿No me recuerdas
después de tanto tiempo?
Yo no tengo hijos
señorita
Una voz a lo lejos reclama la atención de la mujer. Procede
de un hombre de mediana edad acompañado de dos o tres mujeres y hombres. La
muchacha se acerca a ellos y conversa. Al rato se vuelve a aproximar a mí para
pedirme disculpas. Hace años que no ve a su padre, recién retornada de un largo
viaje y alguien le había apuntado en mi dirección. Era todo una confusión; una
simple confusión.
Vuelvo mis pasos de nuevo hacia mi casa, perplejo por el
suceso y el proceso mental experimentado en tan corto tiempo. He estado a punto
de volverme loco, me digo.
El ascensor se ha vuelto a estropear. Subo por las
escaleras. Llego a casa jadeando. Paso al cuarto de baño. Me envuelvo la mano
en una toalla y le sacudo un puñetazo brutal al espejo. Se acabó. Mañana será
otro día... sin tantas discusiones ni tonterías.
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