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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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domingo, diciembre 18, 2011

Esfuerzo y diversión

En estos últimos días ando yo metido en el embrollo del esfuerzo. Dicen que se había perdido eso de esforzarse y conseguir algo a cambio. Hace poco, se insistía en que entre la pérdida de valores de nuestros jóvenes estaba el de la superación, que nos lleva a la idea de esfuerzo con mucha facilidad.

Recuerdo que cuando era joven apareció el concepto del pasota y del pasotismo. Antes, cuando aún era un niño, oía hablar de los hippies con su haz el amor y no la guerra. Se enfrentaban a los tanques con flores en la mano y emboscados en pelambreras muy llamativas. Menudas melenas…

El otro día le decía a un alumno gordito que debía trabajar más en la clase (esfuerzo). El muchacho, un pillastre de cuidado, hacía el búho. Abría mucho los ojos para que pareciera que me escuchaba. En realidad bastante tenía con prepararse para entrar de lleno en la pubertad que estaba ya barruntando. ‘Pasaba’ de mí. Yo, por mi parte, también pasaba de su pasotismo y seguía a lo mío; esa rara tarea que algunos nos hemos impuesto y que llamamos educar. Trataba de explicar al muchacho que a pesar de su pereza o vagancia vendría a acudir en su ayuda un día de estos el cambio metabólico. Pero también le aconsejé que sería conveniente que cuando llegase ese cambio metabólico le pillase haciendo ejercicio. De esa manera acabaría siendo un tío fuerte, cachas… En realidad lo que estaba intentando era inocular en el despótico jovencito el deseo de hacer ciertos ejercicios que acometía con displicencia. Me proponía sugerirle que confiara en la voz de la experiencia (la mía) para que se sometiera a ejercicios físicos que él conocía perfectamente, pero que también perfectamente eludía un día sí y otro también. El resultado era que el muchacho, con trece años cumplidos, seguía siendo un zampón atolondrado con agilidad parecida a la de los moluscos bivalvos y eso pese a llevar siete años de práctica continuada de yudo bajo mi tutela. Un verdadero desperdicio.




Cocktail del joven maduro y con futuro
INGREDIENTES:
Esfuerzo y diversión a partes iguales.
Un chorrito de deseo
Unas gotas de disciplina
Agítese y sírvase en frío
Beber inmediatamente y a discreción.
Precaución: Puede tener efectos a largo plazo


Hay profesores (o maestros, como Uds. prefieran) que acaban enloqueciendo o quemándose ante la displicencia de su alumnado. Hay otros que se vuelven más pasotas que la comuna hippie de Woodstock. Luego hay otros que se dejan la puta piel en su empeño… ¡educar! Y hoy día, además de educar a los niños, hay que hacerse las mañas para educar de rebote a los padres; esos sujetos que en cinco minutos te joden toda la labor didáctica y educativa que has realizado en horas. Y digo educativo no formativa. No voy a entrar ahora en que los padres de hoy día quitan la autoridad al profesor y no se compinchan con los educadores en esa labor de educar a los jóvenes. Pero queda dicho ya.

De lo que vengo hablando hoy es del cocktail que lleva por ingredientes, principalmente esfuerzo y diversión, a partes iguales. A esa sana bebida, se le añade un chorrito de deseo, unas gotas de disciplina y tenemos una explosiva medicina que puede TRANSFORMAR (todo con mayúsculas) al niño en hombre, con sólo agitar todo un poco.

La palabra esfuerzo lleva dentro otra que es la palabra fuerza. Eso nos debe hacer reflexionar. La fuerza la tenemos todos pero la debemos ejercitar para que crezca o se mantenga. No se debe entender pues la palabra esfuerzo como cargar con un peso en forma penosa. Más bien se trataría de comprender que el esfuerzo es el brío, el ánimo, el valor, el vigor. Si comprendemos esto, alejamos la palabra esfuerzo de otra muy metida hasta la médula de nuestra tradición judeo cristiana como es el sacrificio. Algunos usan estas palabras indistintamente y lo que hacen es un pan como una hostia. Nada que ver. Esforzarse no es sacrificarse. Para esforzarse no hay que sacrificar nada, ni realizar ofrenda alguna a ningún tipo de credo o religión. En el esfuerzo no hay perdida sino ganancia, aunque sea a medio o largo plazo. Y ahí viene uno de los problemas… el tiempo.

La juventud, por su naturaleza, es impulsiva; sabe poco de la paciencia del viejo (casi se ríe de ella). Todo ha de ser rápido y tener sentido con algo de inmediatez, en caso contrario, el joven sospecha. Entonces surge el problema de cómo conseguir que el educando crea al educador. Antes esta cuestión la resolvía con mucha eficacia la fe, también gracias a nuestra secular cultura judeo-cristiana. Se creía a pies juntillas en lo que decía el señor cura, el señor maestro y más adelante, se creía lo que decía el periódico, lo que decía la tele. Se creía.

Hoy día hay mucho descreimiento. Los políticos mienten, los periódicos sólo dicen ‘su’ verdad (sesgada y adulterada), la publicidad engaña, los bancos esconden la letra pequeña, la justicia es más ciega que nunca (apunta a un farol y mata a una vieja… y nunca mejor dicho)…

Retomemos. En el caso del gordito vago que consigue escaquearse (como decíamos antes) día tras día, año tras año, a la hora de practicar ciertos ejercicios gimnásticos, hay mucho de todo esto que estamos hablando. Y créanme, se trata de un caso real de un muchacho apto, pero que por vagancia ha resultado que no sabe ni hacer la voltereta de yudo de manera correcta. Seguramente el chico nunca llegó a esforzarse o lo hizo en el sentido que antes hemos querido erradicar (se sacrificaba yendo a sus entrenamientos, semana tras semana, año tras año). Nunca dejó de hacerlo porque seguramente encontraba la suficiente diversión en sus clases de yudo. ¿Entonces?

Voy a explicar lo que yo creo que ocurrió con este zangolotino al que vamos a poner un nombre inventado para referirnos a él a partir de ahora. Yo creo que lo que le pasa a Arturito es que acudía sistemáticamente a unas clases de yudo que le parecían divertidas porque encontraba en ellas los suficientes ingredientes para que así fueran. Pertenencia a grupo de iguales, afirmación de ciertas cualidades, juego, estímulos en forma de excursiones, festivales, regalos, etc. Pero, a cambio, fallaba el esfuerzo en el sentido del vigor, del brío, de la entrega. No hay disciplina en Arturito que emplea mucha de su energía en mostrarse invisible al profesor para que no le corrija. Arturito es un especialista, donde los haya, en parecer y no ser, en engañar o soltar mentirijillas. Un ejemplo, cuenta hasta diez repeticiones y jamás realiza las diez repeticiones (si acaso llega a nueve). Así siete años seguidos.

Hay sujetos así que acaban haciéndose hombres (al final les llega el cambio metabólico, estén donde estén o haciendo lo que estén haciendo) y se les ve ocupando los más insospechados puestos en la sociedad. Es increíble pero cierto. ¿Recuerdan Uds. al tal Roldán? Ese no creo que practicase yudo pero sería un alumno parecido al Arturito de nuestra historia si lo hubiera practicado.

Volvamos a nuestro cocktail. Decíamos que esfuerzo y diversión a partes iguales y nos queda aún mucho por definir. Lo queremos hacer en poco tiempo (espacio) para no aburrir, que ya llevamos mucha lectura. Vamos con la diversión que lo del esfuerzo ya parece más claro.

Diversión ha de ser dentro de cauces o normas. Así garantizamos que todos podamos divertirnos y que no sólo lo hagan unos a costa de otros, como ocurre hoy día en política y en nuestra sociedad. Eso nos remite a una cierta disciplina; la suficiente para comprender, aceptar y cumplir normas, que normalmente impone el educador (la voz de la experiencia y que goza de potestas –autoridad si se quiere- y de la complicidad de quienes representan a los menores que son educados: sus padres).

Pero todavía hablábamos de un ingrediente nada desdeñable en nuestro cocktail; el deseo. Es el deseo el que hace paciente al joven o al menos le vuelve perseverante. El deseo ha de ser reconocido, primero, y luego perseguido con tenacidad. Ojo con la perversión del deseo cuando no se sigue la línea recta y co-rrecta de su consecución. Para cumplir el deseo hay que ser personas sanas, es decir honestas (no engañarse como al zorra de la fábula que acaba diciendo que “total, si las uvas no están maduras…” y se retira babeando de las ganas que tiene de comérselas).

Vamos con el ejemplo. Artutito se apunta a clases de yudo cuando tiene seis años. Es vago y su entorno le lleva a la obesidad con facilidad, como al 20 por ciento de los niños españoles de su edad. Pasa siete años supuestamente practicando este deporte sin lograr resultados aparentes. Entre tanto tiene episodios de indisciplina, algún que otro acto vandálico, se descubre como mentiroso contumaz, protagoniza algún desdeñable caso de acoso a compañeros… ¡cosas de chiquillos! ...pueden pensar algunos. Pero, tras este largo período de entrenamientos, Arturito, a cambio, no sabe realizar las llaves de yudo que le corresponden por cinturón y edad de manera correcta, apenas consigue realizar algo parecido voltereta de yudo, su forma física no es la del resto de sus compañeros en ninguno de sus valores… Lo malo es que Manolito se ha encontrado de frente con un profesor (o maestro) que ni ha acabado enloqueciendo (que a punto ha podido estar eso sí que es cierto) ni se ha dado al pasotismo. Sigue en sus trece de EDUCAR. Y el bueno de Arturito ha acabado descubriendo que no podrá tirarse otros siete años haciendo lo mismo (¿o podrá?). Todo apunta a que si es por su voluntad y la de sus cómplices-progenitores así debería ser (para eso paga; ¿qué coño le pasa ahora al profesor de yudo con mi hijo?; mi hijo es un buen chico; no será para tanto…)

Concluyendo. Todos los deportes tienen una alta carga educativa. Con ellos se inculca en el niño valores que ahora no vamos a enumerar aquí, por lo obvio que resulta. Lamentablemente, se observa que en nuestros tiempos se ha descuidado esta faceta educativa en muchos deportes y escuelas, no así en el yudo y aún menos en nuestra escuela. Si el niño no ‘entra’ el padre debe asumir el papel de cómplice del profesor como el profesor asume el papel de cómplice de los progenitores desde el momento que entiende que su labor es educar. Si el niño se encuentra ante un obstáculo se trata, primero de que lo reconozca, segundo de que se enfrente a él y tercero de que lo supere o rebase (que no suponga más obstáculo en el futuro). Normalmente, nuestra experiencia es que ocurre todo lo contrario precisamente por la perversión en la fórmula que encuentra el niño en su ambiente familiar. No se sigue esa línea recta o co-rrecta de reconocimiento, enfrentamiento y superación. Todo lo más se cumple el reconocimiento, lo primero, pero no se enfrenta el problema, que es lo segundo y, las más de las veces, cuando se enfrenta es para intentar por todos los medios no superarlo, que es lo tercero y definitivo. Señores padres, échenle más carne al asador que está en juego la educación de los que son el futuro. Vamos a volver a menear bien los ingredientes de nuestro cocktail: esfuerzo + diversión + un chorrito de deseo + unas gotas de disciplina. Menudo brebaje. Ya lo hubiera querido Asterix.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, diciembre 18, 2011