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domingo, octubre 02, 2011

Huir del demonio que llevamos dentro

“El jeque Osman Baba escribió en su ‘Libro de los varones virtuosos’ que para que el verdadero asceta pueda dejar atrás al demonio de su interior debe caminar a lo largo de toda su vida y no detenerse demasiado en ningún lugar. Pero después de sesenta y siete años de vagar de ciudad en ciudad se cansó de huir del Diablo y se rindió a él”.

Así nos cuenta Orhan Pamuk, el Nobel de Literatura (2006), en su novela Me llamo Rojo.

El libro ese de los varones virtuosos ya de por sí echaría para atrás, en nuestros tiempos, a más de uno; sólo por el título. Claro que la novela se sitúa en pleno Imperio Truco en el siglo XVI y, por entonces, debían ser otras las inquietudes de los varones, aunque también se sabe que la china acaba apretando en el mismo sitio a todo quisqui.

A parte de la obra de Pamuk lo que me interesó del bello pasaje fue la idea de tránsito, de huida hacia delante; eso de no detenerse demasiado en parte alguna para dejar atrás el demonio del interior. Esta es una sensación que he analizado miles de veces; yo diría que casi cada vez que me asalta. Y no por ello me considero un experto en ella. Más bien al contrario.

Lo de quedarse en un lugar o caminar toda la vida me sigue pareciendo relativo también. (Como si no estuviera todo en movimiento por más que nos paremos). Hay gente que se ancla en una situación, en un lugar, en una postura y con ello parece inamovible. Seguramente se trata de un miedo atroz al paso del tiempo que se intenta frenar por medios artificiales. Recuerdo algunos personajes de esos que parecen parte del decorado que se han organizado a su alrededor y que, cuando vas a verle sigue en sus trece cómo si nada hubiera pasado más allá de donde les alcanza la vista.

Otras personas son difíciles de seguir por sus continuos cambios, movimientos, acciones. Quizás sean estos los que realmente tengan más miedo al paso del tiempo y por eso intentan cabalgarlo para acelerarlo a su conveniencia, para sentirse jinetes sobre sus crines.

De entre el grupo de los inmóviles recuerdo a camareros, empleados de banca u oficinistas, guardas forestales, profesores… Siempre al pie del cañón, aunque éste no exista. Siempre con la misma cara aunque la procesión vaya por dentro.

De entre los inquietos recuerdo aventureros que acaban viviendo de una pensión (ajena, para colmo), empresarios trapaceros, artistas divinizados por su entorno más próximo.

Ese paso del tiempo y las grandes formas de afrontarlo me recuerda otra lectura, de hace muchísimos años (uno ya va peinando canas). El primer libro de Herman Hesse que me leí fue Narciso y Goldmundo. Me lo regaló un amigo (jamás lo olvidaré). En él dos personajes aparentemente antagónicos se cruzan y luego empiezan a separarse, como no podía ser de otro modo. Al final de la novela no sólo vuelven a cruzarse sino que acaban siendo dos personalidades de muy similar talante y composición pese al camino emprendido por cada uno de ellos (diametralmente opuesto al del otro).

Hoy son días en que parece difícil huir del demonio que se ha acabado por instalar en nuestro interior. Sin embargo, la tentación de hacerlo –de huir- es altísima. Y no hablo sólo de coger el caballo y marchar hacia tierras del sur. Se bebe más, se juega más, a los estadios va cada vez más gente pese a lo prohibitivo de las entradas. Sigue existiendo una lacra social de eso que llamamos violencia machista. Aparecen nuevos casos de perturbados dispuestos a liarse a tiros e incluso de acabar la matanza con el suicidio. la 'tele' envenena y narcotiza sin informar ni mucho menos formar. La cosa está revuelta y seguimos sin escuchar a la gente sabia acallada por la legión de voceras que inundan las televisiones y las radios de mierda. Desde los medios de comunicación que mantienen a golpe de talón alí Babá y sus cuarenta ladrones lanzan propuestas que no dejan de ser reproches de una banda a la otra; de la banda derecha a la izquierda. Y cada vez están más cercanas esas bandas de manera que parece que se trata de un partido de tenis en una cabina telefónica.

Lamentablemente se siguen teniendo cubiertas muchas de las necesidades que en otros tiempos no se tenían cubiertas. Digo lamentablemente porque de otra manera ya se habría soliviantado, de verdad, el personal que soporta todo este desastre y al que se pretende endosar la cuenta de los platos rotos (que otros dejaron caer al suelo). Creo que, tanto si seguimos huyendo de nuestros demonios como si nos detenemos a formar parte del mobiliario, no vamos a conseguir nada. Se volverá a recomponer el propio sistema que nos está estrangulando y con los mismos principios; para que los ricos sigan siendo los ricos y que los pobres sigan siendo los pobres. Y mientras, se clavan bien profundos algunos cimientos para perpetuar el sistema: un sistema educativo que forme multitudes de imbéciles consumistas y un sistema de sanidad que absuelva a los ricos y teman los que no se pueden permitir el lujo de enfermar. Estamos perdiendo una ocasión de lujo de desmontar el sistema que se ha demostrado no sólo injusto sino también ineficaz. Y somos todos responsables porque seguimos mirando los puntos que tenemos para cambiar de teléfono celular, mientras deberíamos estar saboteando a esas mismas compañías que nos ofrecen tan maravillosos aparatitos.

Ojalá que después de 67 años (qué coincidencia esa cifra propuesta por Pamuk) no nos cansemos de vagar de ciudad en ciudad (o de trabajo en trabajo) y tampoco nos detengamos para rendirnos al Diablo.

¡Sabotaje!

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editado por...Wladi Martín @ domingo, octubre 02, 2011