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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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miércoles, agosto 05, 2020

El Corte Inglés

Entre que pasa el tiempo despacio y que hace mucho calor estoy deseando que se sucedan los días, uno tras otro, sin molestar demasiado. Luego diré aquello de “cómo pasa el tiempo”.


El caso es que vistas las posibilidades reducidas se cifran las expectativas en cosas banales en las que no se solía reparar “cuando el tiempo pasaba a su ritmo” y no hacía tanto calor (¿o lo hacía?). También está por verse si el tiempo pasaba despacio o deprisa. Tal vez fuera la consciencia la que no nos permitía reparar en el paso del tiempo, siempre ocupados, siempre atareados…


Uno de los mejores ingredientes para notar el paso del tiempo es eso que definimos como “no tener nada que hacer”. Entonces valoramos cosas como tenderse en el suelo para tomar el sol, charlar con amigos, beber despacio sintiendo que nos refrescamos por dentro, jugar con un niño pequeño (como alguna fuimos nosotros mismos), notar la sombra de un hermano árbol, sentir la brisa en la sofocada piel que nos suele aislar del exterior cuando debería ser todo lo contrario (los placeres del tacto, como los definía Camilo José Cela)…


El caso es que solemos vivir ignorantes de que el tedio, eso de “no tener nada qué hacer”, nos otorga el gran privilegio de vivir el presente. Disfrutar del instante, de aburrirnos (¿por qué no?). Claro que para ello, para sentir que es un privilegio, haría falta algo que hemos citado antes: la consciencia. Casi nada.


Nos creemos conscientes y ya se encarga el ego de todo lo contrario. De que seamos totalmente inconscientes. La inconsciencia nos ayuda a ir a trabajar cada día; a meterse en el atasco cada mañana, a dar vueltas en el coche para encontrar lugar en el que estacionar…


Yo trabajaba en el Corte Inglés. Cada mañana me afeitaba, aunque no me apetecía realmente, y me dirigía a mi trabajo pensando que era lo correcto y que pronto progresaría. Un día tras todos los rituales fui a dar un beso a mi hija y a los de mi compañera que aún dormían pues era día festivo a efectos escolares (Carnaval creo que era). Yo, por las tardes, impartía clases de yudo, pero por la misma festividad me libraba de dicha tarea.


Me despedí de mi compañera que se estaba desperezando para preparar los desayunos. También era día festivo para ella.


Llegué a mi centro de trabajo con tiempo y fiché. Pero no me quité el abrigo sino que fui a por un café a una máquina cercana, me senté y me puse a reflexionar (¿que carajo estaba yo haciendo allí?).


Vi pasar a muchos compañeros hasta que llegó uno con el que tenía más afinidad. Apenas me vio, comprendió lo que me pasaba e intentó convencerme para que acudiera a mi puesto de trabajo. No sé ni lo que le respondí ni como lo hice pero, enseguida, comprendió que el caso estaba perdido;que era inútil añadir algo.


Pasaron varios minutos. Dejaron de llegar compañeros. Ya había quedado un poco atrás la hora de entrada. Entonces, sin quitarme el abrigo, subí a mi lugar de trabajo y busqué a mi jefe al que le pedí la cuenta. Con los ojos como platos, en un primer momento me quiso hacer rectificar. La firmeza se había apoderado de mí por lo que, como antes mi amigo, decidió no insistir más en sus razones aceptando las mías. Fui a las oficinas a tomar lo que se me debía hasta ese momento. Firmé mi renuncia y me marché de nuevo a casa. Llegué cuando los niños ya habían salido de la cama.


Mi compañera estaba atónita, pero no tanto (lo presentía). Ella sabía por lo que pasaba. Le propuse aprovechar las vacaciones escolares y así lo hicimos. Arreglamos algo a los niños, cogimos un poco de ropa y salimos con nuestro coche sin rumbo determinado. Creo recordar que acabamos pasando noche en Calahorra después de hacer a nuestra manera la “ruta de las icnitas”. Buena propuesta para ir con niños.


Cuidado con la consciencia, puedes acabar a más de 300 Km. de tu casa.


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editado por...Wladi Martín @ miércoles, agosto 05, 2020