La carga
Hoy toca aparentar. Eso que solemos hacer casi inconscientemente
propongo que lo hagamos a conciencia. A ver si consigo explicarme.
Propongo que
aparentemos tener calma, precisamente para tener calma. Es decir que
lo que propongo es mantener una actitud fingida que nos imponga lo
que creemos no tener. A fin de cuentas cuando aparentamos hacemos lo
mismo. Simulamos (fingimos tener) lo que en realidad creemos no
tener. Ahí viene eso de aparentar tener mucho dinero (o poco dinero,
que de todo hay) o un gran coche, o una mujer de campanillas (todas
demuestran serlo) o unos hijos listísimos, o tener el mejor móvil,
o el cuñado más listo… ¿Qué trabajo nos costaría, en estos
momentos, aparentar calma, tranquilidad,resiliencia…?
Parece que a algunos
les va la vida en recordar que ellos tenían razón (igual la tenían)
¿Y qué?
Parece que algunos
sacan algo (algo sacarán) criticando a los demás, a gente que ni
siquiera conocen y que, seguramente, pronto olvidarán. Muchos
reparten consejos muy contrarios a las medidas que toman gentes con
estudios, a expertos a los que lapidarían (ya lo hacen virtualmente,
si se me permite). Se ponen a su altura y no dejan de estar muy por
debajo en cuanto a preparación, por no decir en cuanto a capacidad
intelectual.
¿Tanto nos costaría
simular en estos momentos que nos sumamos al sentido común
dejándonos de ocurrencias? ¿Tanto nos costaría sumar en lugar de
restar?
Lo cierto es que la
mayoría suma y esa es nuestra esperanza. Cada uno que cumpla su
parte como el colibrí apagando el incendio. La pena es que no seamos
todos. Pero entonces hay que volver a lo del colibrí: “yo cumplo
mi parte”. Los demás que hagan lo que crean que tienen que hacer.
Este mensaje es para los valientes que cumplen con su parte (algunos
incluso son conscientes de ello).
Aparentar es una
palabra arriba utilizada que conviene aclarar. Se trataría de dar
una apariencia y, para ello, nada mejor que ser auténticos. Un árbol
que aparenta dar sombra es por su frondosidad (por su espeso ramaje),
no por fingir nada.
Si uno cree que va a
darse un baño refrescante y resulta luego que el agua está tibia es
culpa de uno mismo no de la charca o del sol. Aquí la apariencia la
pone el que se imagina algo que no resulta como realmente es.
Esto me recuerda el
cuento de los dos monjes que iban a cruzar un río y se encontraron
con una mujer joven y hermosa que también quería cruzar, pero no se
atrevía. Así que uno de los monjes la subió sobre sus hombros y la
llevó hasta la otra orilla.
El otro monje
enfureció. No decía nada pero hervía por dentro. Lo que había
hecho su compañero estaba prohibido. Un monje budista no debía
tocar a una mujer. Su compañero no sólo la había tocado, sino que,
además, la había llevado a hombros.
Tras recorrer varias
leguas en silencio llegaron al monasterio. El monje enojado amenazó
con decirle lo ocurrido al maestro por tratarse de un acto
prohibido.
Su compañero inquirió sobre lo que le estaba
hablando. El monje, que todavía estaba muy molesto, añadió que
había llevado sobre los hombros a una hermosa mujer.
El otro monje se rió
y le contestó:
“Sí, yo la llevé
sobre los hombros. Pero al cruzar el río la dejé sobre la otra
orilla; muchas leguas atrás. Tú todavía la sigues cargando.”
Lo dicho, pongámonos
al servicio de los demás; no es ninguna carga. Liberémonos de
nuestro peso al llegar a la otra orilla y no carguemos con lo que no
nos corresponde.
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