Algunos motivos que pudiera tener un profesor de yudo para practicarse el sepuku
Cuando llega el invierno hace frío, cuando llega el verano
hace calor. Así es ha sido y será si no nos cargamos la casa de todos. Pero,
cuando hace frío porque hace frío y cuando hace calor porque hace calor oigo
quejas; las mismas quejas.
Empiezo a tener colmado mi término municipal. ¿Colmatado’
dicen los políticos. La gota que colme el vaso no sé cuál será, pero espero
estar atento para no acabar haciéndome el jara-kiri; ¡perdón, el sepuku! Suelo
ser recepcionista de quejas y lamentos y a mí me enseñaron a no mostrar
debilidad. Lo llevo mal. Llevo mal eso de ver cómo criamos débiles e ignorantes
a nuestros jóvenes. La protección de las madres la abolía yo por decreto ley. ¡Ay
si llegase a ministro! Qué poco iba a durar; menos que el Corcuera.
A veces le doy la vuelta al Yigoro Kano que preside nuestro
humilde tatami. Que no vea mi ineptitud para transmitir el rico legado que él sí
que supo hacernos llegar.
Una niña sale sofocada de la clase. Es raro. La madre me
dice que hace calor. Escucho queja en sus palabras. Yo no sé arreglar el
aparato de aire acondicionado que no funciona desde hace un año en nuestra
sala. Tampoco sé que pinta esa niña de 7 años en la clase de ‘bandas naranjas’
(niños de 4 y 5 años… ¡6 todo lo más!) De eso no hay queja. Sólo de que se suda
cuando el ‘profe’ (y el calor) aprietan. O cuando sale un niño sofocado. Ya me
pasó en un colegio de judíos de la Moraleja. Me sentí un nazi.
Desde la Federación me envían un mensaje que indica que no
se acepta mi candidatura a la Asamblea General en la que se votará el nuevo
(¿nuevo?) presidente. Jamás estuve en una de esas Asambleas. Ahora entiendo por
qué. Me dicen escuetamente que “no se incluye nombre del club”. Lo veo natural.
Hemos puesto un nombre tan raro al club que cualquiera da con ello. Eso sí,
llevo pagando cuotas de club o clubes en dicha Federación desde hace unos
treinta años. Como para seguirme la pista. Natural.
Voy a explicar en una clase de yudo recreativo el grupo de
contra-ataques sin soltar agarre. Le pido a mi uke que realice, sobre mí,
kosi-guruma. El muchacho obtuvo el cinturón negro el verano pasado y argumenta
que él “por nombres…” Le empujo y subiendo el tono de voz le conmino a que haga
kosi-guruma y se deje de tonterías. El muchacho hace memoria y acaba por hacer
algo parecido a una mezcla de jaraigosi y taiotosi. ¡Te cagas! Vuelvo a virar
la foto de Yigoro Kano antes de que abra más los ojos y se le vayan a descolgar
las córneas.
Llego al edificio en que tenemos la sala de yudo y veo un
periódico encima de un poyete. Faltan veinte minutos para las cinco de la
tarde. Acabo mis clases, recojo y al salir de la sala de yudo veo el suelo
lleno de papeles por todas partes. Son jirones del periódico que alguien quiso
utilizar y no sabía cómo. Parece que estoy en una cuadra. Por allí pasaron
varias docenas de niños majísimos y de esmerados padres y madres (de esos
mismos niños). Tampoco debían saber cómo se usa un periódico (ni una papelera
que tenemos al lado). Mi mujer que, ella sí, es el estricto espíritu del ceder
para vencer, sin decir una palabra ni hacer caso a mis lamentos, recoge el
desaguisado. Mañana no habrá rastro. ¿No habrá rastro de qué?
Estamos educando a los niños y yo creía que no lo hacía mal.
Cuando se sabe es cuando dejan de serlo. Uno de los monitores de nuestro club
me confiesa que imparte las clases sin ponerse el yudogui. No le da tiempo.
¡Mala educación! Y me hecho yo la culpa, cuidado.
Plantado en la puerta, con la clase comenzada, atiendo a
padres de los niños que acaban de salir de la clase anterior. Por delante mía
consiguen pasar mozalbetes sin pedir permiso… sin siquiera saludar. Al comenzar
la clase eran siete. Cuando por fin atiendo a los padres encuentro 13 saltando
como cabras y, por supuesto, sin seguir las indicaciones que había dado para
realizar el calentamiento. Soy un pésimo profesor y peor educador aún.
Iba a poner una katana en la sala de yudo. Me he arrepentido.
Conozco el ritual del sepuku.
Estoy a punto de perder el honor y preferiría antes perder
la vida; esa misma vida que llevo entregada a mi sorda labor de enseñar yudo de
transmitir sus valores, de formar yudocas (algo más que simples deportistas).
El padre del niño más pusilánime suele ser el que te viene a
pedir explicaciones de por qué no se le ha entregado la circular para
participar en tal o cual actividad. Me suelo armar de la poca paciencia que me
queda para explicar mis criterios. Acabo rechinando dientes y con ganas de
preguntar si quiere que le devuelva todo el dinero que no han pagado por las
muchas horas que empleo en excederme de mi trabajo en mi tiempo libre,
precisamente para atender a ese niño pusilánime, al otro hiperactivo, al otro tímido,
al otro agresivo y al otro o la otra y el otro y la otra.
Todavía a estas alturas del curso tengo algún que otro
chiquitín que no quiere pasar a la clase de yudo. Se abrazan a la pierna de la
mamá y estallan en una fenomenal rabieta. Son momentos en que comprendes lo elástico
y relativo que es el paso del tiempo. Son escenas de apenas cinco minutos que
te llevan más esfuerzo atravesar que un día sin luz eléctrica recluido en tu
casa. Pero es que estamos a final de curso ¡coño! Y ya se cansa uno. Es injusto
¿no? Pero todavía alguna madre del niño o niña con rabieta te pregunta ‘¡qué es
lo que ha pasado!’ Como si hubiera indicios de que hubieras abusado del menor o
qué sé yo. No se dan cuenta de que acaban de volver de un Puente y de que
tienen a los niños muy mimados. No recuerdan que te los llevan para ver si tú
eres capaz de espabilarlos; de hacer de ellos gente sana y fuerte.
Está de moda que los niños acudan a clase de yudo con
accesorios. Unos llevan pañuelitos escondidos en el yudogui. Otros un
dosificador de medicina para el asma. Otros una botellita de agua de la que
chupan cual si fuera una ubre, en cuanto te descuidas. Y eso en clases de 45
minutos en pleno mes de febrero, por ejemplo. Cuidado no se vayan a
deshidratar. Todos los días se secan varias docenas de niños en los doyos de
nuestro país.
Lo que no todos los niños llevan son las chanclas que
recomendamos y con las que evitarían papilomas, hongos y otras porquerías que
tanto aterran a sus mamás. Jamás en mis 35 años de profesor de yudo había
tenido en uno de mis tatamis semejantes cochinadas. Ahora aseguran que sí.
Llegamos a un tema que últimamente me tiene punto más que
preocupado. Estoy desubicado. Ahora que tenemos a nuestro alcance el potente
comunicador que supone Internet no consigo hacer llegar con eficacia y claridad
mi mensaje a mi receptor. Tenemos blog, tenemos listado de e-mail de muchos de
nuestros alumnos, estamos en cuatro de las más extendidas redes sociales. Y
todavía seguimos entregando circulares por el viejo método de fotocopiar una
carta y entregar en mano a cada niño. Añadiré que uno se ha metido cinco años
de licenciatura precisamente en Ciencias de la Información. Pues como si le
echas margaritas a los cerdos. Algunos son capaces de venirte (en el cambio
clases, ¡cómo no!) a preguntarte, papel en mano cada una de las cuestiones que
se resuelven en el papelito de los cojones. Por cierto, ahora que
pasamos de los 200 alumnos, estamos en unos 35 euros de gasto medio mensual en
fotocopias.
El colmo en este sentido es el tema del plazo de entrega de
la autorización, que cómo se comprenderá viene a ser la inscripción. Así
escribas un verso satánico hay quien pasa la vista por ese apartado como el
ciego del Lazarillo, pero con menos atención. Es inútil poner un plazo, fijar
un día de cierre. Es inútil ¡Soy inútil! Menos mal que la katana no la llevé al
doyo. Seguirá metida en el alto de algún armario.
Luego está la dificultad de registrar el nombre del alumno,
claro. Como si el ‘profe’ conociera la firma de cada papá y mamá de los alumnos
que tiene.
Así que, ya digo, no me extraña que en la Federación me
hayan echado para atrás mi candidatura por no haber consignado el nombre del
club que presido y cuyas tres primeras letras coinciden con las tres primeras letras
de mi nombre. Casualidades. También tendría que decir que la Federación, al
menos conmigo, no gasta 30 euros al mes en fotocopias, porque no me ha
proporcionado modelo alguno para que yo solicitara el derecho a ser elegible. De manera que no sabía lo importante que era consignar el nombre del club ni dónde hacerlo.
Pero todo esto son menudencias. Hablamos ahora de otras
causas de sepuku.
Pongámonos a fabular. Se imaginan un colegio en el que el
profesor de yudo lo paga el Ayuntamiento (o no le paga pero dice que le paga) y
que se supone que las clases son pues gratuitas, pero que la AMPA cobra por
cada uno de esos mismos niños. Se imaginan un Ayuntamiento que ofrece a otro
colegio clases de yudo gratuitas y obliga a un club deportivo a poner el
monitor y a pagarlo, cuando además ni siquiera facilita el tatami, sino que es
el propio club el que lo cede.
Son fábulas verdad. Pues así van a quedar, que no me siento
ni Samaniego ni Esopo, sino más bien Kafka y me huelo que también escribiendo
se puede uno hacer el jara-kiri. De momento, me encuentro en tal estado como si
me hubiera metido un disparo en todo el juanete. ¡Seré ‘bobón’!
Etiquetas: educacion, opinion, reflexiones o así, wladi, wlady, yudiario, yudo
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