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domingo, octubre 23, 2011

El sueño de Faetón, hijo de Helios dios del Sol

Estamos en días de centri-fugado. Revueltos, sí, pero también de huida hacia el centro; no vaya a ser que se sospeche que andamos por los extremos. Eso jamás Sr. Goering.

Yo lo que espero es que acabemos bien limpitos después de tanto meneo y de vueltas de un lado para el otro. Ojalá que vea la ropa limpia y resplandeciente colgada de la cuerda. José Luis Sampedro está convencido de que de aquí en veinte años esto no lo conoce ni la madre que lo parió. Yo, ya digo, espero verlo. Y también espero que sea para mejor, que uno ya anda con los optimismos exangües y mermados.

Parte de ese optimismo menguado o bemol, que dirían los músicos, me lo produce el tratar a diario con niños. Perdón. Corrijo… Me lo produce el tratar con los padres de mis alumnos más jóvenes.

Los niños, siempre fueron difíciles de tratar si no se les presta atención. No es nuevo que un niño se exprese con gritos, con nerviosismo, con cierta vehemencia. Seguramente desde los tiempos de Caín y Abel ya fuera así, y mira que salió malo uno de ellos (ya ni me acuerdo cuál; 'pa' lo bien que le fue al bueno, no te jode).

Los padres llegan poco preparados a la paternidad, entre otras cosas porque no hay donde prepararse. No te dan cursillo alguno en parte alguna; y eso que ya los hay para todo y de todos los precios. Tampoco hay reválidas, controles, exámenes, títulos, post-grados o máster en esto de la paternidad. Aunque sí que suspenden habitualmente a muchos padres hoy en día… o los meten en la cárcel. La gente está muy desquiciada.

Quizás uno de los problemas sea, no tanto saber ser padre o madre cuanto el no saber qué es un hijo, para qué vale, como se usa, como funciona. Nace un día un angelito y llegan las promesas… “es clavadito a ti”; “tiene los ojos del abuelo”, “no se puede parecer más a la madre”, “de ti ha sacado la sonrisa y la nariz”.

A partir de ahí llega la “carga”, más para la madre, en líneas generales, que para el padre. Luego, cuando se deja de cargar físicamente, se corre detrás (o delante… “qué viene el niño”). Entonces llegan las convicciones. “Mi hijo va a estudiar no sé donde”, “a mi hija no le va a faltar no se qué”. Y, en consecuencia, aparecen las actividades y obligaciones de los niños. ¡Vaya agenda que tienen algunos! Hay que apuntarle a tenis, a yudo, a natación (-por supuesto-), a inglés, a ballet, a informática… Hombre, luego está la catequesis. ¡Imprescindible! Que no nos falte una buena Comunión, como Dios manda y nunca mejor dicho. Una hostia les daba yo (Ah ¿qué es lo mismo? Pues por eso). Una buena Comunión con sus invitados a la opulenta mesa, los regalitos de 30 pavos para arriba, el vestido en plan bodita, el reportaje y toda la parafernalia. La de Dios es Cristo.

El otro día en una clase de yudo un niño se quedó dormido. Evidentemente estaba cansado. Hay niños de tres y cuatro años de edad que tienen una jornada escolar más larga que la laboral de sus progenitores. ¿¡Lógico!? Entran en el colegio para desayunar a las ocho de la mañana, comen en el colegio y pasan tras toda la jornada a actividades extraescolares en el mismo colegio del que salen a las seis de la tarde. Igual el niño que se durmió en la clase era de estos “atareados muchachitos”.



Yo me pregunto quien está dormido si el niño o los padres que andarán, también muy "atareados", y luego dirán a sus amigos que el niño va a yudo. Sí, ir sí que va el angelito, pero se queda dormido porque ni tiene interés ni fuerzas o ganas de participar en la clase con el resto de compañeros de edades y horarios similares.

El futuro de nuestra sociedad, esa que decíamos va a estar irreconocible en unos veinte años, va a pasar a estar en manos de niños soñadores o adormilados, según se mire. Y eso me recuerda el mito de Faetón, el hijo de Helios dios del sol. Se lo voy a contar a mi manera.

El puto niño (Faetón) dio guerra a su padre (Helios) para que le dejara conducir el carro que tira del sol. Tan plasta se puso el retoño que el atolondrado padre consintió el capricho. El niñato se sentó a los mandos del carro como un pijo en el Porsche del padre magistrado o banquero actuó de la misma irresponsable manera (...que los niños pijos coño, no se me entienda mal). Al poco de iniciar el viaje se hizo incontrolable tanto caballo, tanta potencia. El tal Faetón la lío parda y llevó el sol tan cerca de la tierra en su enloquecido vuelo que arrasó parte de África, quemando tierras y habitantes. Así explicaban los helenos clásicos el color negro de los nativos de ciertas zonas de este continente y la existencia de grandes superficies de desierto. Siempre les toca a los mismos.

Tuvo que llegar el mismísimo Zeus a poner orden. Lanzó un rayo para detener a Faetón y envió lluvias para sofocar el incendio y salvar la Tierra de su destrucción.

No sabemos en la actualidad quién sería Zeus. ¿La Banca? ¿EE.UU.? ¿El Capital? ¿Mariano Rajoy? Tampoco sabemos si realmente nuestros adormilados hijos se atreverán a conducir el fabuloso carro que puede acabar quemando la Tierra y si lo harán con tanta imprudencia como Faetón. A mí, la pregunta que más me interesa no es ninguna de estas. Lo que me tiene intrigado desde que tomé la foto con que ilustro esta reflexión es muy diferente. ¿Qué soñó el niño en la clase de yudo?

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editado por...Wladi Martín @ domingo, octubre 23, 2011