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lunes, mayo 17, 2010

En la piel de otro


Hoy me he levantado con la piel de otro. No encontré el cuarto de baño porque no lo buscaba, pero, de repente, aún somnoliento, me vi frente a un espejo en el que apareció una cara extraña. Debía ser mi rostro, pero yo no estaba allí. Ni mirando al espejo ni al otro lado de él. (¿Sería Alicia que se ha dejado barba?). Hoy me he levantado en la piel de otro.

Fui a mi calendario colgado de la pared donde nunca da la luz del sol y pegué un nuevo día. Mi calendario va creciendo y, cada día, adquiere una nueva hoja. A mi me recuerda lo que he vivido y no lo que me queda para acabar ningún período.

En un cuento que leí, en un libro de Jorge Bucay, en el cementerio las lápidas eran inquietantes. Algunos de los enterrados allí sólo habían vivido 11 días. A lo sumo, los que pudieran ser considerados más afortunados (por esa cuestión de que siempre pensamos en ‘más’ y no en ‘mejor’) llegaban a un par de años o tres. Al preguntar al jardinero se encontraba la explicación. En la ciudad del cuento, cada persona contaba con una libreta. Se les entregaba en el momento de nacer y, en ella, se apuntaba, cada día que se había vivido plenamente. Se contaba cada jornada vivida plenamente por haberse sentido dichoso, por haber compartido emociones íntimas con otros seres humanos afines y por esas cosillas que llamamos ‘vivir’. Por ser feliz, ¡vaya! Al acabar la vida de cada ciudadano de aquel cuento, en su lápida no se mostraba fecha de nacimiento y de defunción sino el número de días anotados en la libreta. Los días 'vividos' en definitiva.

Hoy me he levantado envuelto en un pijama de rayas y dudas. Me acosté desnudo y me desperté embutido en tela de tafetán y angustia. También me acosté junto a una mujer, mi compañera, y me levanté junto a un hombre de mi misma edad y fisionomía al que no he reconocido. Le he dejado seguir durmiendo y sospecho que tardará en despertar. Quizás no lo haga nunca en esta vida de sueños.

Al llegar a la cocina no me he preparado un café. Me he tomado una pastilla de dormir… queda mucho día por delante y más me vale coger el sueño para enfrentarme a una nueva jornada llena de envites y embates.

Tampoco me dolía nada al saltar de la cama; ya he dicho que estaba en la piel de otro (algo tendría que ver). Así es que he cogido una maza de la caja de herramientas y me he sacudido un par de martillazos en las rodillas y otro en la espalda. Ahora me empiezo a animar. Ya tengo mis dolores de cada mañana y me empiezo a encontrar a mí mismo, aún dentro de la piel de otro. Lo conocido, por más que sea odioso, acaba teniendo algo de confortable. Lo nuevo, por extraño y desconocido, siempre se nos planta delante con un toque de peligro. Yo, por ejemplo, aún en la piel de otro, siempre resulto algo inquietante a mis conocidos; quizás sea por eso mismo; quizás porque no me conoce ni la madre que me parió (también ella me parió en la piel de otro... ¿o fue mi padre el que me parió en la piel de otra?)

Don Peligro y doña Osadía se marcharon de la vecindad. No se les ve por el barrio y en su casa las persianas descansan sin dejar pasar ni un hilo de luz. El barrio ha cambiado, todos estamos más tranquilos, pero los niños palidecen y no juegan; muchos enferman sin encontrarse el mal ni el remedio. También, entre los adultos, hay un alto índice de suicidios… todos lanzándose de cabeza contra un espejo. Algunos lo colocan bajo el balcón y se tiran en picado a él. Otros, lo cuelgan en una pared y se lanzan, tomando carrerilla, con un vehículo. Coscorro, el músico, lo hizo montado en su bicicleta, lanzándose por la cuesta de la calle Armonía. El espejo lo había clavado a un árbol, al final de la pendiente. El árbol ha dejado de dar castañas. Se las debió de llevar todas él. Así lleva dos años, desde que el bueno de Cascorro ha dejado de tocar el oboe.

También acudieron nuevos vecinos. Doña Caridad y don Celo, dicen que vienen de lejanas tierras en las que crece la hierba sobre la roca y hielan los nidos de los pájaros incluso en primavera. En la corrala en la que se ha instalado el matrimonio hablan maravillas de los nuevos vecinos. También es notable que, desde que fijaron su nueva residencia, no hacen más que llegar curas y prestamistas al barrio. Creemos que tiene que ver pues preguntan por ellos tan pronto llegan al barrio.

Hoy me he levantado en la piel de otro. Voy a ver si me la quito y me pongo la mía. Creo que la tiene el señor con el que me he despertado en la cama, esta mañana. Ahí sigue tirado; le acabo de ver desde el pasillo. Le voy a despellejar, me voy a hacer un traje con su dermis y el resto lo voy a echar a los cerdos; los tengo descuidados y hace tiempo que no los alimento. Luego corro el riesgo de que me coman la mano en cuanto me acerco a ellos. ¡Cómo son estos cerdos!

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editado por...Wladi Martín @ lunes, mayo 17, 2010