Estuvimos en la exposición 'Herencias' de Yves Klein
Pues efectivamente... No encontré a ningún yudoca en la interesante exposición de Yves Klein y familia (también había cuadros de su madre y de su padre). Pero salí cargado de energía. Curiosa sensación.
No puedo presumir de entender de pintura. Tampoco entiendo de anda; bastante tengo con seguir aprendiendo a vivir, a pasar por aquí, con cierta dignidad y procurando ni agobiarme ni agobiar a los que me rodean. De hecho, no me gustaron la mayor parte de las obras expuestas. Pero hay mucho más cuando se busca.
Lo que encontré fue mucha energía repartida por la sala de exposiciones de la primera planta del Círculo de Bellas Artes. Energía en estado puro, energía que entraba por los poros de la piel, que se respiraba; casi llegué a mascarla.
Nada más entrara a la sala, en una especie de piscinita, había gran cantidad del pigmento de la famosa pintura de Klein. El pintor descubrió un azul especial al salir, una tarde, de una tertulia en un café madrileño (creo que el Gijón). Se trata de un azul pleno de energía en el que, dicen, hay un toque especial, un ingrediente secreto. Algo así como a la fórmula de la Coca-Cola, que tiene algo oculto que le da un matiz especial.
Me tiré un buen rato mirando las pinturas y no acababa de ver más que los colores; el color. No es poco, en este caso, y habría que haber estado ciego para no dejarse impresionar por el estallido cromático. Gran parte del tiempo lo pasé mirando un retrato (abstracto, por supuesto) de una tal Monique, que, de lejos, no dejaba de ser una estupenda imagen de dos yudocas; uno de ellos a punto de lanzar al otro con un espléndido taiotosi.
Hay que recordar que Yves Klein fue un gran yudoca al que el yudo español y, sobre todo, madrileño, debe mucho. Me parece increíble, cada vez que hago este comentario, que este personaje de talla gigantesca permanezca ignoto en el mundillo del yudo. Claro que con la talla intelectual que nos vamos gastando en nuestro entorno...
En todo caso, aquí dejo mi pequeño granito de arena, con algunas fotos tomadas a hurtadillas (no era cosa de soliviantar a los mosqueados vigilantes que no me quitaban el ojo de encima). No me compré el libro editado para la ocasión. La crisis es la crisis y el precio era excluyente; muy apropiado para incluir la publicación en la categoría de capricho absolutamente prescindible.
Aprovecho para dejar en pie la reflexión de que, tal vez, haya que volver a darle una vuelta a la historia del yudo español. Existe una asignatura con vocación de instruir a futuros profesores de yudo (llámense monitores o entrenadores o como se quiera). Me consta que mi amigo Fernando conoce el tema y anda aportando su granito de arena. Pero, cuando yo cursé mis preceptivos cursos de titulación no recuerdo que nos saliéramos de Yigoro Kano y poco más.
Conviene recordar que Yves Klein, por muy francés que fuera, vivió en Madrid entre los años1951 y 1954; y que antes de ser pintor de talla mundial era yudoca, precisamente en esa época. Tanta fascinación le produjo nuestro deporte que viajó a Japón (aprovechando un tema cultural relacionado con la obra de su padre). Era 1952 y se inscribió en el Kodokan. Allí se graduó y pasó a ser el primer cuarto dan occidental de toda la historia del yudo. En 1954 regresó a París, pero tropezó con un rechazo generalizado dentro del ambito profesional e institucional del mundillo del yudo. Así es que decidió volver a España. Con tales prerrogativas estuvo desarrollando labor didáctica en Madrid. Es reconocido el interés de Fernando Franco Sarabia por el yudo francés, pues llegó a viajar al vecino país para instruirse en nuestro deporte y en el modo en que allí se entendía. Precisamente fue Franco Sarabia quien consiguió para Klein el empleo de profesor de yudo en el Bushidokwai, que, por entonces se encontraba en el número 4 del Paseo de Recoletos, fundado por el peruano Alfredo San Bartolomé. Parece ser que, por entonces, Klein vivía en la calle Donoso Cortés, precisamente donde se traslada el Bushidokwai y donde ha permanecido hasta nuestros días en que sigue abierto y funcionando; buena culpa de ello lo tiene el fenomenal maestro, nuestro querido, Macario García.
También hay que saber que Klein no fue sólo un simple profesor de yudo. También estuvo dentro de la Federación al ostentar el cargo de director técnico de enseñanza, si no estoy mal informado. Era el año 1954 y ya por entonces, en mayo, publica 'Yves: Pinturas'. Además, ya con el cuarto dan, tuvo tiempo de publicar un libro de yudo titulado 'Les fondements du Judo' editado por Grasset y firmado como Yves Klein, Quatrième Dan du Kodokan.
La famosa anécdota del descubrimiento del azul mirando el cielo madrileño a la salida del Café Gijón (¿qué habría tomado el bueno de Klein?) cuajó después en su 'época azul' que comienza en 1957. Para celebrarlo lanza al cielo de París 1001 globos azules. También lleva su propuesta monocroma a la Galería Apollinaire de Milán en el mismo año.
En 1960 inicia su serie de 'antropometrías de la época azul' en la que reúne obras obtenidas con modelos desnudas untadas de su azul y plantadas sobre telas dispuestas en suelo o paredes. De esta serie es curiosa la similitud entre muchas de las obras con imágenes de acción de yudo.
También en 1960 el pintor registra la patente de la Internacional Klein Blue (IKB).
El 27 de noviembre de este mismo año, con motivo del Festival de Arte de Vanguardia de París, Yvez Klein publica el impreso (a modo de periódico de un sólo día) 'Dimanche'. En él incluye los dibujos de una serie técnica de yudo.
En 1962 Klein se contrae matrimonio con Rotrat Uecker en París y fallece en la misma ciudad el 6 de junio a la edad 34 años. Poco después, el 6 de agosto de 1962 nace su hijo Yves.
¡Qué bonito es el yudo! ¡Qué bonita es su historia y qué sorpresas te da!
NOTA: La exposición 'Herencias' está en la Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes hasta el 17 de enero de 2010
A pesar de su prematura muerte, a los 34 años, Yves Klein se convirtió en uno de los artistas franceses más influyentes del siglo XX como inventor de un color cromático que lleva su nombre, "el azul Klein", con el que reivindicó el color en detrimento de la línea, rechazando así una de las bases del expresionismo abstracto, del que su madre era parte.
En ese diálogo se centra "Marie Raymond-Yves Klein. Herencias", un recorrido retrospectivo que pretende demostrar que la obra de Klein es indisociable de la de sus padres -Marie Raymond y Fred Klein- y especialmente de la de su madre", ha explicado hoy el comisario de la muestra, Nicolas Morales.
Un centenar de obras de estos tres artistas trazan esa difícil convivencia entre la abstracción y la figuración y entre dos generaciones de artistas.
Una relación que, en el caso de la familia Klein, es "una tragedia total que parece una obra escrita por Shakespeare", según el director del archivo Klein, Daniel Moquay, puesto que el propio hijo dio muerte a la estética en la que Raymond había fundamentado su obra.
"Herencias", que podrá visitarse hasta el próximo 17 de enero, arranca con algunos cuadros figurativos de Fred Klein que explican una de las primeras fuentes de las que bebió su hijo y que introducen la relación de las primeras obras de Yves Klein con las de su madre.
La muestra se convierte pronto en un escenario fiel al espíritu de Yves Klein, considerado el pintor del color y del espacio, con decenas de esculturas repartidas por las salas, fabricadas con pigmentos puros de polvo del color con el que Klein quería demostrar "que el azul no tenía límite, que era el espacio y la espiritualidad", ha destacado Moquay.
"Klein creía en que el arte debía producir sensaciones más que explicaciones racionales, que debía desestabilizar y que la respuesta pertenecía a cada uno", ha asegurado Moquay, para quien Klein es un artista "universal e intemporal".
Además de pintor, Yves Klein (Niza,1928-París,1962) se sentía fascinado por la música, por la escritura, por la arquitectura y por el deporte, afición que le llevó a viajar a Tokio, obtener un cinturón negro y convertirse en entrenador de la Selección Española de Judo en 1954, en un viaje que eclipsó su valor como artista.
Pero, según Moquay, el que Yves Klein creciera entre artistas le llevó a tener "fe en sí mismo, a dotar su obra de fuerza y a enviar el mensaje de que el artista no está para adornar, sino para dar humanidad a lo que pasa". EFE.
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