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domingo, septiembre 21, 2025

El beso de Raimundo


Debía ser primavera. Habían salido las rosas con sus dulces olores y sonido de abejas alrededor. Los niños también bullíamos plenos de hormonas en nuestro entorno. Y eso que andábamos por los doce años de edad.

Entrábamos al colegio en filas de a dos y cantando lo de con flores a María. Mirábamos a las niñas en sus filas al entrar a nuestras correspondientes aulas. Estábamos convenientemente separados. Las niñas en sus aulas y los niños en las suyas.

Surgió la noticia como un bombazo. Mi compañero Raimundo, un tipo tirando a serio, había dado un beso a Mari Nieves, una niña muy mona de nuestra edad. Me imagino que fue en la cara y también que fue por sorpresa. Fue en el recreo.

Los chicos de aquella época, a esas edades, aún teníamos la moral en construcción. Distinguíamos perfectamente entre lo bueno y lo malo; entre el blanco y lo negro. Pero no apreciábamos nada en medio. Para nosotros no había escala de grises en cuestiones morales. O bueno o malo. Así de simple.

De manera que todos pensamos en que a Raimundo le esperaba lo peor. Fue sorprendido por algún profesor y se le dio cita para hablar con el director en compañía de sus padres. Igual le forjaban letras ofensivas en su limpia frente. Lo mismo le daban una paliza delante de sus padres.

- Incluso puede que acabe en un correccional -fantaseábamos-.

Creo que al final todo se saldó con expulsión del colegio. Es lo de menos. Tuvo su castigo. Es decir, que aquello era malo. No tuvo premio ni recompensa por lo que muchos años después considero una simple muestra infantil y espontánea de cariño; incluso de amor.

Poco después de aquello, en otro colegio del barrio al que iban mis primos, hubo otra impactante anécdota. Un chaval de unos doce años, tirando a cachalote, se peleó con un compañero alfeñique, un poco chinche. Consiguió derribar a su adversario y cuando aún se encontraba a cuatro patas pateo su cabeza. De allí al hospital con un gran revuelo en todo el barrio. En nuestra corta pero sencilla moral, aquello estaba mal. Pero algo, enseguida, nos hizo sospechar; igual estábamos en un error. Se citó al autor de la salvaje patada y a sus padres a hablar con el director. No obstante, también se citó a los padres del agredido, que obviamente no podía acudir a la cita por estar hospitalizado.

Pasaron los días y el agresor no abandonó el colegio ni sufrió aparente castigo alguno. Parece que no sólo se libro de cualquier tipo de sanción sino que además, desde entonces, los profesores saludaban al violento muchacho con algo muy parecido a la simpatía. Creo que tras un tiempo, el niño lesionado abandonó el hospital, pero nunca volvió al colegio.

Nos costó incluir en nuestro código moral esta variante. Resulta que no estaba mal. Por alguna razón, mandar a un compañero al hospital no era malo. Preguntábamos a nuestros mayores y nos decían cosas diferentes. Que el niño hospitalizado se lo había buscado por chinche y por provocador. Que si era un niño malo que molestaba a las niñas y se metía con los de menor edad. No entendíamos que aquello fuera motivo para que un niño estuviera excusado de patear la cabeza de otro.

Ya digo que nos costó entenderlo. Hasta que llegó un profesor al que apreciábamos mucho y considerábamos un sabio. Nos dio una consigna sencilla que todos comprendimos enseguida.

- Es que es gitano. ¿Qué queréis?


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editado por...Wladi Martín @ domingo, septiembre 21, 2025