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sábado, abril 08, 2023

Vacaciones de primavera

La 2 de RTVE se llamaba UHF y sólo se veía por la tarde. En la normal (VHF) se conectaba por la mañana y se desconectaba por la noche. Tras ese tiempo estaba la llamada carta de ajuste acompañada por un característico pitido. En blanco y negro, claro.

Los niños jugábamos a las bolas (al gua o al triángulo), a las chapas, al pídola… Echábamos partido cuando teníamos pelota. Era la leche cuando alguien ponía balón de reglamento. El dueño de la bola, en esos casos, hacía los equipos. Los mejores con él.

Hasta con una pelota de esas azules de la marca Nivea llegamos a echar memorables partidos.

Las niñas, por su parte cantaban mientras saltaban a la comba o jugaban a la goma. A veces, con una pelota, jugaban a balón prisionero, pero se aplicaban más con las canciones. Respecto a una de ellas, de clara evocación bíblica, surgió una sabrosa anécdota, que nos dejó a los chicos como brutos y a ellas como eminencias o poco menos; a todas.

Al parecer, según la Sagrada Escritura, todo el pueblo de Israel desciende de doce tribus con el nombre, cada una de ellas, de los doce hijos de Jacob. Yo entonces no lo sabía, como tampoco lo sabía ninguno de mis compañeros. Tampoco me sabía el nombre de ninguno de los hijos.

Pues bien, estábamos en el colegio y al profesor de turno se le ocurrió preguntar si alguien sabía el nombre de los hijos de Jacob. Los varones pusimos cara de pez y de nuestras bocas sólo salía alguna pompa. Ningún sonido. Las chicas también enmudecieron, pero fue el pudor lo que sellaba sus labios, no la ignorancia como en nuestro caso. Se podía mascar el silencio.

El pedante del profesor se las prometía felices. Vio la ocasión de mostrar su memoria; de cultivar su ego. Empezó a recitar en orden: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón … Como en un coro, a la voz del maestro se unió la cuerda de las mujeres que, con la musiquilla correspondiente, añadió en orden y a la misma vez -como si todo estuviera ensayado-: Dan, Neftalí, Gad y Aser, José y Benjamín.

Todos los varones, incluido el docente, teníamos los ojos como platos.

Una enseñanza que obtuve de la simpática anécdota es que una mujer callada no tiene por qué tener en blanco el cerebro, como suele ser el caso de los varones. Dicho de otra manera: ¡cuidado con la mujer que calla!

Otro aprendizaje que extraje es que se aprovechaba, en aquella época, hasta los inocentes juegos infantiles para meter la Biblia. Ahora que llega el tiempo de la Semana Santa o de las vacaciones de primavera, como a mi me gusta llamarlas, recuerdo que a los chicos nos regañaban las vecinas si nos veían reír o pasarlo bien. Un poco de recogimiento que en estos días murió el Señor.

Nada de música. En la tele Ben-Hur y Los 10 Mandamientos, para distraer al personal. Todos los años lo mismo. Todos los niños con palmas a misa el Domingo de Ramos. Luego a decorar los balcones con ellas.

Siempre llovía algún día. Pero salían las procesiones. Algunas las retransmitían. No entendía muy bien eso de las saetas. Pero tengo que reconocer que se me ponían los pelos como escarpias. Se me siguen poniendo y eso que aún no sé si eso es arte o fanatismo. Igual las dos cosas.

Por entonces nadie se iba a la playa. Allí estaban Monchi, Ángel Luis, “El Muso”, mis primos “Rayi” y Fran. También Pili “La Pelos”, Nieves, Mari Mar… y, por supuesto Inés que ya apuntaba maneras. Traía locos a la mitad de mis amigos. A mí también me gustaba, pero, por ser mayor, estaba vedada.

Era tiempo de jugar sin estridencias, sin jolgorios. De conocernos un poco mejor, aunque fuera medio en silencio. De conocernos por dentro. Sin risas.

Entre torrija y torrija siempre caía algún potaje. Qué pena que el bacalao de entonces tuviera esas espinas tan traicioneras. Con lo rico que estaba.

También había deberes. Pero menos que ahora. Daba tiempo a jugar, a salir a la calle. Daba tiempo a ser niño; a hacer cosas de niño. Eso sí, acudir sin las tareas hechas era enfrentarse a la vara de Don Julián. Algunos se untaban las manos con ajo. El olor les delataba y se llevaban diez palos más y en las yemas de los dedos.

Las tardes empezaban a alargarse. Mamá, un poquito más. Que están aquí todos mis amigos. A los demás les dejan.

Pronto, con el buen tiempo, vendrían los vareadores de la lana de los colchones. El afilador ya dejaba algunas mañanas su aflautado sonido para llamar la atención de las señoras. Bajaban sus cuchillos a dejarlos cortantes como si fueran nuevos. Buena ocasión para la charla entre vecinas.

Se escapaban aquellos días. No caíamos en que eran lo mejor de nuestras vidas. Pronto llegaría el verano y algunos teníamos la suerte de ir a la playa. Pero, hasta entonces, iban sucediéndose las jornadas sin demasiado sobresalto. No teníamos conciencia de que no volverían esos momentos que ahora sabemos eran de plenitud. Atrás quedaban los días de frío en la orejas. De castañetear los dientes al salir de casa. De ponerse a correr sin motivo aparente. ¡Qué mejor motivo que entrar en calor!

Algunos siguen sin vacaciones de primavera. En cambio todos, en este país, tuvimos Semana Santa. Se llevaba la palma, que diría un castizo.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, abril 08, 2023