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miércoles, abril 12, 2023

Una sola vez lo digo

Era un rara avis. Escuchaba más que hablaba. Muy al contrario que la gente que le rodeaba. Permanecía callado en cualquier conversación. Total, lo que tenía que decir tal vez no fuera importante para los demás; para nadie. Era difícil que se le permitiera hablar en cualquier conversación. Los demás, los que podríamos denominar como interlocutores, apenas le permitían expresarse. Atropellaban sus palabras tan pronto comenzaba una frase. Solía dejarlas sin terminar. Se callaba en medio de una de esas oraciones. Para qué discutir cuando a lo que se aspira es a tener un poco de paz. Además, si algo no se escucha es que no debe ser interesante ¿no?


Algunos de sus amigos tenían sólidas convicciones y expresaban juiciosas opiniones. Eso era fantástico y lo solía aprovechar para sentirse seguro, sobre todo cuando esas convicciones estaban en sintonía con las suyas. En cuanto a las opiniones, las aprovechaba -ventajas de escuchar- para formar las suyas. Se trataba de una especie de proceso de reciclaje. Antes de tirar a la basura una de esas opiniones, las hacía suyas; las utilizaba como propias, tras el conveniente tratamiento.


Antes hemos dicho que en las conversaciones solía permanecer callado, pero no lo parecía. Tenía una estupenda sonrisa social. Parecía que con su agradable rictus asentía a todo lo que escuchaba. Incluso añadía palabras, como coletillas, que parecían indicar aquiescencia. Repetía muy a menudo: ¡qué bien!, ¡claro!, ¡exacto! ...y cosas por el estilo. Siempre muy positivo el mensaje. Con eso el que hablaba se solía envalentonar y seguir hablando, aun cuando en el circuito de emisión de palabras apenas se acercase dicho recorrido al cerebro; a la mente. ¡Qué más da! Para tener razón la mayor parte de las personas no piensan, basta con mostrar una profunda convicción. Eso piensan… si es que llegan a pensarlo. En todo caso, lo que suele buscar todo el mundo es tener razón; que el ego se sienta alabado. Y con esa amplia sonrisa, por toda respuesta, parecía obvio.


Pero llegó un día en que esa especie de camaleón social se saltó sus normas. Quizás estaba enfermo, quizás había tenido algún malestar. Tal vez algo malo rondaba su cabeza pese a su luminosa sonrisa. El caso es que pronunció aquella palabra de sólo dos letras que nunca antes había proferido ante la opinión de nadie. Dijo ¡NO!


En su boca sonó como un disparo. Sus labios lanzaron la palabra como un proyectil. Tornó su sempiterna aquiescencia por un inquietante enfrentamiento.


No buscaba tener razón, simplemente expresaba no estar en acuerdo con lo que escuchaba. Pero tan pronto expelió el adverbio de negación se arrepintió. Recibió un torrente de explicaciones para que retirase aquella palabra. Todas le buscaban convencer de su posible error. Todas venían a tratar de fortalecer el dañado ego de quien las profería. Eran las mismas explicaciones antes aireadas en la conversación pero con machacona reiteración, sin aportar novedad alguna.


De nada valió que intentase diferenciar lo emotivo de lo intelectual. A esas alturas ya nadie escuchaba lo que decía. Pero aquel “NO” sí que lo oyeron. Desde entonces, el autor pasó a ser una persona peligrosa. Desde aquel momento, donde antes era generalmente considerado como un ángel, ahora pasaba e contar con las reservas de todo el que le conocía. A ojos de su sociedad se volvió alguien capaz de traicionar. Y todo por haber proferido un único “no”.


Claro que un único “no” es más peligroso que el que profieren algunas personas de forma contínua. Se trata entonces de una especie de defensa. Busca el posicionamiento del ego, tener razón y escuchar que a uno se la dan. No es lo mismo que un único “no” que viene a expresar un desacuerdo antes que imponer ninguna razón.


Y así andamos, con mucha gente que responde por sistema “no”, para asegurarse que se les da la razón y muy poca que lo diga eventualmente y no por tenerla (la razón) sino por manifestar un desacuerdo.


¿No?

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, abril 12, 2023