wladiario

Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

contador de visitas

viernes, octubre 07, 2022

El seboruco



Hace muchos años, pero que muchos años, aprendí una nueva palabra que aún hoy recuerdo. Se trata de “seboruco” cuya definición viene en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).

En su segunda acepción se puede leer: m. coloq. Cuba. Persona que da muestra de poca inteligencia.

No dice de un seboruco que no tenga inteligencia, sino que da muestra de poca. Es genial.

Paso a narrar la escena, de hace mucho tiempo - ya digo –, en que la aprendí.

Yo tenía una novia asturiana con el mar en sus ojos. A su vez esa jovencita, cuya mirada traspasaba a quien osara enfrentarla, tenía dos primos en Cuba. Eran hijos de inmigrantes asturianos, que lograron salir de la isla y de sus opresiones en busca de un poco de libertad. Llegaron a España, primero uno y a los meses el otro. Se alojaron en casa de su tía paterna - la madre de mi novia-. Mujer, briosa y tenaz, llevaba años viuda conviviendo con su madre en la misma casa en que, además, montó un salón de peluquería que era su sustento. Allí fueron a vivir mis dos amigos, junto a su tía, mi novia y la abuela que, de vez en cuando, soltaba algún palabro en lo que recordaba de bable. Fue un maravilloso tiempo en que conviví con ellos cultivando una profunda amistad.

Hoy día, ambos han formado maravillosas familias, encontrándose uno de ellos en Miami y el otro en Venezuela.

Pues bien, andaban, como buenos cubanos, buscándose la vida, para no originar demasiada carga. Ayudaban en lo que podían y procuraban ser comedidos.

En esas estaban, tan tranquilos, cuando uno de ellos recibió una inquietante misiva oficial. Era del Ministerio de Defensa y reclamaba, al pequeño de los hermanos: debía incorporarse a filas para prestar el servicio militar. Para hacer la mili que se decía entonces.

Se armó un gran revuelo y empezamos a movernos hasta que alguien nos dio una dirección y nos recomendó acudir allí a ver si sonaba la flauta y se podía eludir la citación. Aquello parecía kafkiano. No conocíamos a nadie que nos prestara ayuda así que fuimos, como se suele decir, a pecho descubierto. Allí nos presentamos los tres zangolotinos.

Nos atendió una secretaria que debía tener el sentido del humor por donde amargan los pepinos; nosotros no se lo vimos (ni el humor ni nada).

Se ve que al no conformarnos con lo que nos decía empezamos a hablar fuerte y acabó saliendo de un despacho próximo un militar. Por las ínfulas que gastaba debía estar emparentado con Blas de Lezo o algún otro héroe de uniforme y espadón. Tampoco le vimos el sentido del humor por parte alguna.

Yo quedé un poco apartado y tomé la determinación de no abrir la boca. Fue un mecanismo de defensa instintivo.

Entonces el capitán se dirigió al conminado por la misiva con un grandilocuente discurso en el que se mentaba mucho cosas como el honor de servir a la patria, el orgullo de estar bajo un bandera como la nuestra, la distinción de poder ser español y sentirse como tal… El hombre se quedó a gusto, cada vez más ufano. Mis amigos, en proporción inversa, se iban encogiendo.

Llegó un momento en el que decidí intervenir. Yo hacía poco había pasado por el Tercio D. Juan de Austria, Tercero de la Legión, y recordaba la jerarquía militar, los signos –estrellas- de cada estamento, el código y costumbres militares. Cuestiones como esas aprendidas entre el miedo y la reiteración.

Así es que con todo ese bagaje me dirigí a “mi capitán”, con voz alta y clara. Me puse firme y levanté la barbilla como si en el cuello hubiera tenido un tirón. No le saludé militarmente porque estábamos a cubierto, pero el efecto fue fantástico. El militar abrió los ojos. No se esperaba mi reacción. Dio su permiso y me permitió soltar mi alocución.

Siento no recordar mis palabras, pero vine a subrayar lo escuchado.

Claro que querían tener la fabulosa ocasión de hacer algo positivo por su patria a la que habían vuelto, por fortuna, tras años de nostalgia en un cochino suelo comunista. Claro que se les erizaba el vello ante la bandera nacional y lamentaban profundamente no poder cumplir con sus obligaciones, pero, actualmente, constituían parte del sustento de su pobre tía viuda.

Al acabar de proferir esas osadas expresiones surgió un denso silencio. La tensión flotaba en el aire. Honestamente, esperaba que aquel hombre que me había escuchado sin interrumpir, estallara en cualquier momento. Esperaba el momento en que su ira surgiría como cuando bulle una tetera al fuego. Pero no fue así.

Al cabo de un rato, el militar nos dio la espalda diciendo, por lo bajini, “un momento”. Se retiró a su despacho del que volvió a salir enseguida. Traía en la mano el sobre con la famosa misiva. Una de las hojas estaba firmada y sellada. Se le eximía de cumplir el servicio militar. Así fue como mi amigo se libró de hacer la mili. Así de fácil.

Salimos del recinto procurando no correr para no levantar sospechas; como unos delincuentes. Nos mirábamos de soslayo con los ojos como platos, pero sin atrevernos a reír como estábamos deseando hacer. Al salir del edificio, cuando nadie podía vernos nos abrazamos los tres entre gritos y demás muestras de alegría.

Buscamos un lugar donde celebrarlo sin presencia de militares. Allí, con una caña de cerveza en la mano, fue cuando mi amigo dijo aquello de: “¡Compadre, tremendo seboruco!”. Nunca lo olvidaremos.

Etiquetas: , , , , ,

editado por...Wladi Martín @ viernes, octubre 07, 2022