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martes, agosto 10, 2021

Leyenda del agua

En la laguna que se formaba bajo la pequeña catarata del oso había dos niños nadando, jugando y retozando. Estaban solos y en total libertad. Sus cuerpos desnudos tenían la inocencia del amanecer, de una puesta de sol. El clima era benigno y les hacía olvidar todo ropaje. Estaban a sus anchas.


Se tumbaron a tomar el sol para secar sus cuerpos. Eran Nada y Ave, que empezaron a fantasear sobre lo que tenían en su entorno; pájaros, agua, sol, unas pocas nubes que apenas acertaban a tapar el sol a cada rato… Había cerca muchos arboles. Muchos tenían frutos comestibles, todos daban muy buena sombra en la que cobijarse del sol cuando éste se empeñaba en hacerse demasiado presente.


Ave empezó a contarle a Nada una leyenda que le habían contado sus padres y a ellos sus abuelos. Según esta fábula hubo un tiempo en esas tierras en que todo era un auténtico privilegio para sus primeros moradores. Todo lo que había en su entorno parecía concebido para colmar sus necesidades y sus placeres. Había alimento en abundancia, no acechaba ningún peligro, todo lo que se necesitaba estaba al alcance de las manos y se obtenía sin apenas esfuerzo. Además, había cosas, que hoy ni siquiera se conocen, para alegrar la existencia de los primeros habitantes. Todos habían aprendido a vivir en el presente pues el futuro no escondía nada peligroso. Simplemente no existía para ellos.


Ave explicó que al cargo de aquella tierra paradisíaca los dioses habían puesto a un guarda. Sólo tenía el encargo de no dejar comer la fruta de un árbol del que se alimentaban los propios dioses. Era la fruta que potenciaba la responsabilidad. Los seres humanos pobladores de ese edén no tenían ninguna responsabilidad porque lo que hacían no tenía más propósito que su propio bien, sin por ello hacer daño a nadie. Pero les parecía que tener responsabilidad como los dioses era toda una meta. Les picaba la curiosidad y les entraron ganas de probar esa fruta que les inocularía la responsabilidad. Dejar de ser inocentes les acercaría a los dioses.


Los pocos habitantes del hermoso jardín urdieron un laborioso plan para asaltar ese prohibido árbol sin que el guardián les viera. Consiguieron su objetivo pero no contaron con las dotes de observación del guardián y, éste, notó la falta de algunas frutas. De manera que, antes de lanzar acusaciones, el guardián se dedicó a vigilar a los sospechosos; los únicos posibles infractores.


Empezó por apreciar que los habitantes de aquel lugar comenzaban a preocuparse por el futuro. Algunos iniciaron una especie de almacenillo; guardaban alimento. Y eso pese a que el sustento seguía siendo inagotable. Lo hacían para asegurarse tenerlo al día siguiente. Notó, el guardián, que surgieron entre algunos de ellos ciertas envidias por esos bienes guardados. Llegaron esos celos al punto de que empezaron a trocar objetos guardados y al alcance de todos, por otros, también al alcance de todos, pero almacenados por sus antes incondicionales amigos.


Donde todo era felicidad y armonía empezaron a surgir disputas y rencillas. Además de la responsabilidad (tendré para el futuro) surgieron las preocupaciones y con ellas las frustraciones. La mayoría pensaba que el mañana era más importante que el hoy. Empezó a haber conciencia del pasado desde el momento en que se produjo el asalto al árbol de la responsabilidad. Todo se fue al traste de tal modo que el guardián decidió comunicar la insostenible situación a los dioses.


Lamentablemente ya era tarde para arreglar aquello. El celo del guardián al no lanzar acusaciones falsas había conseguido que la cosa fuera irreversible. Ya era tarde.


Los dioses hablaron largo y tendido de lo ocurrido. Debatieron entre ellos. Finalmente, decidieron castigar a los pobladores. A fin de cuenta se les había avisado para que no comieran el fruto de aquel árbol y se les había explicado las consecuencias de hacerlo. Se quedarían sin el paraíso que habitaban.


Así es que los dioses decidieron dejar allí a esos primitivos pobladores pero, a cambio, se llevarían todas las maravillas que hacían del jardín un auténtico edén. Se llevaron incluso cosas que hoy nos resultan desconocidas. Hicieron un gran paquete y metieron todas las maravillas. Entre esas cosas prodigiosa incluyeron también el agua. Pero no contaron con sus escurridiza propiedad. De manera que al levantar ese gran paquete para llevárselo, por las rendijas cayó algo de agua que se quedó en el jardín. Esa es la historia de la existencia de mares, lagos y también de ríos por la formación de nubes. Esa es la historia de que del edén original se haya quedado aquí el agua; una auténtica maravilla, que puede acabar originando una guerra de los cada vez más pobladores del lugar.


Como colofón a esta leyenda diremos que cuando se la conté a algún amigo añadió que también se les escurrió del gran paquete la cerveza. Yo no lo sé. Creo que algo de razón lleva. Pero puedo añadir que para hacer una buena cerveza hace falta un buen agua; sin ella no se puede.

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editado por...Wladi Martín @ martes, agosto 10, 2021